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-------------Primer Mundo
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Por Armando Añel
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---------I
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Pasando la aspiradora. Sopesando luego el resultado. La tersa superficie de la alfombra, en azul con ribetes del mismo color. Una inabarcable cebra azul tendida a lo largo y ancho de la casa. Su azul límpido y por añadidura sugerente. Su ondulante quietud bajo la aspiradora. La aspiradora esa. La aspiradora. Qué placer pasar la aspiradora.
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Detenerse en los recovecos, las hendiduras. Vencer la resistencia de las pelusas, los focos de tensión de un polvo pretérito, de la materia orgánica queriendo reemplazar la materia ciudadana. Doblegar su resistencia. Detener las avanzadillas de la degeneración naturalista. Clavar muy hondo la bandera del rigor doméstico en la colina que domina la ciudad, una casa de dos cuartos, cocina, baño, ático, pórtico, sala de estar, jardín, freidora, canales temáticos. Cantar victoria. Dejar para siempre atrás el tiempo de la contemplación, de la lujuria absorta, a bordo de una nave llamada Primer Mundo. Proa al futuro, la alfombra reluce. La casa reluce. La aspiradora reluce.
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Pasándola por los contornos rutilantes de una habitación y enseguida de otra, y de otra. Localizando, extinguiendo cualquier clase de resistencia. Piedrecitas. Pelos. Hilos. Ramitas. Hojas. Terrones. Hilachas. Insectos moribundos, mustios, en desintegración. Sin contemplaciones. Poniendo orden. Hablando alto y claro. Qué gozada pasar la aspiradora.
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-------------------------II
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El silencio de las calles impolutas, convergentes. Un silencio podría decirse que a la carta. Cuesta conseguir mameyes, chorizo para el potaje, pero ahí están las calles, alumbrándolo todo. Cuesta sorprender una mirada insinuante, un gesto de abandono o ciertas señas y contraseñas –atisbos de una adolescencia históricamente superada-, pero la ciudad se abre gráfica, dispuesta a dar de sí lo que se le pida. Casi todo lo que se le pida.
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Las calles no ponen obstáculos. La ciudad se abre ajena y al unísono protectora. Como un inesperado cheque al portador. Un aire de ramas y hojas muertas, un olor de caridad, la alegre resignación de los elegidos hecha carne de pavimento. Se adentra en las calles. Se hace oxígeno. En fila india –salpicada de indios de la India, de indios del Altiplano, de gente venida de todas partes--, la multitud avanza. A un lado de la calle, inversamente proporcional a sus vecinos de enfrente. Y viceversa. Un borracho injuria a otro borracho y la escena, como descolocada, acentúa todavía más el primermundismo ambiente. Vencer la calma, caminar, estudiar los rostros. Oler el río, los viejos edificios, las mujeres inoloras. Bracear tras un horizonte a la vuelta de la esquina.
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La ciudad parece haber sintetizado pasado, presente y futuro. Haber lavado las fachadas, los años, con el agua bendita de la modernidad. A lo largo de las aceras, en sucesivos arcos de hierro, se encadenan las bicicletas. Dos breves columnas de un material que no alcanza a reconocer desaparecen de cuando en cuando en el asfalto para dar paso a taxis y autobuses. Cuesta tomarse un guarapo. De hecho, nadie sabe qué es un guarapo. Pero las flores proliferan. En medio de semejante revolución floral, el trapicheo no tiene cabida.
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-----------------------------------III
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Los olores, la ausencia de algunos olores, la irrupción de ciertos olores que creía perdidos o que alguna vez, durante su infancia, había digerido sin reconocer –mientras su madre lo trasladaba en brazos, atravesando el húmedo invierno subtropical-, matizan la modernidad de un entorno concebido a la manera de la cueva primigenia, ese sitio donde el arte y la convivencia se interrelacionaban y fusionaban. Ahora las pinturas rupestres aseguran Buy any three for one!, o Try me! You’ll love me or your money back, o Ready to share in two minutes!, y una rubia muy delgada y esbelta se inclina ante él, tendiéndole una manzana. Ahora innumerables luces y carteles lumínicos y artilugios luminosos y fuegos de artificio marcan la diferencia. Ahora hay mucha luz.
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La vegetación se abre paso a zancadas, a ambas orillas del río, en las que agrupaciones crecientemente osadas de palmípedas se disputan unas migajas. La gente echa pan a los cisnes, a los patos, a las gaviotas, y se tiende a lo largo de la rivera, y se refugia en la bucólica de las barcazas y los puentes y los percherones y las espirales de heces levantadas y apisonadas por las vacas. Hacia atrás y hacia adelante, sin cesar, imperceptiblemente, a medio camino entre el mundo ornamental de la prehistoria, de ciertas edades oscuras y pintorescas –pobladas de castillos y hadas y ovejas y pastores: precursoras de ciertos clásicos infantiles-, y el nerviosismo, la velocidad de lo contemporáneo. Como si una alfombra voladora lo devolviera a su niñez, entre ilustraciones de Doré y descripciones de Amicis.
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Y de nuevo hacia el centro, donde un grupo de músicos escoceses viste saya escocesa y afina instrumentos escoceses, y donde cien metros más allá, sin demasiada convicción, una mujer ya entrada en años, de larga melena descuidada, entona Yesterday. Queriendo gimotear. Como si gimoteara.
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------------------------------------IV
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En la casa hay una cocina y en la cocina alimentos cuyos frascos y envolturas resplandecen. En los frascos y envolturas puede leerse Bockwurst Skinless Sausages in Brine, y Tuna Chunks in Spring Water, e Italian Style Mixed Beans. Y otras muchas indicaciones que no entiende.
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En la casa hay un patio y en el patio plantas, árboles, arbustos a los que se siente incapaz de nombrar. Bush, bush... Los pájaros cantan a toda hora: Pájaros que tampoco logra identificar. Y los autos arriban a los alrededores de la casa y el patio, ronroneando. Un ronroneo tenue, evanescente. Se trata de coches silenciosos, que exhiben con orgullo su ubicuidad y cuyas marcas de fabricación no consigue pronunciar correctamente. He doesn’t have a car.
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En la casa hay un baño y en el baño lociones, cremas, desodorantes, champúes. Se unta gomina en el pelo, frente al espejo. What do you do? Se peina una y otra vez, rítmicamente. What do you want? Ensaya una mueca, toma distancia. What do you know? Alguna vez tuvo el cabello encrespado, y maneras un tanto escabrosas, y gustos demasiado tremendos. Su segunda mujer quiso cortarse las venas. No tiene hijos. Tiene también amigos y familiares ruidosos –diluidos en la precariedad de unas pocas imágenes brumosas, sobre las que el recuerdo arroja una pátina ceremonial-- a los que curiosamente extraña. Who are you? Acaba de llegar a Cambridge. Where are you from? Para nunca más volver sobre sus pasos. What’s your name, little fellow?
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Foto tomada de la Web.
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Armando Añel (La Habana, 1966). Escritor y editor cubano. Entre los años 1998 y 2000 se desempeñó como periodista independiente en Cuba, siendo cofundador y vicepresidente del aún activo Grupo de Trabajo Decoro. Tras recibir el premio de ensayo anual de la fundación alemana Friedrich Naumann en la primavera de 2000, viajó a Europa, donde residió en España e Inglaterra hasta radicarse en Miami, Estados Unidos, en el verano de 2004. Fue corresponsal en Londres de la revista madrileña Arte y Naturaleza, y en España, editor del diario digital Encuentro en la Red y la revista Perfiles del Siglo XXI. En Miami, ha sido editor en español de las revistas Islas y Herencia Cultural Cubana. Literatura y artículos suyos aparecen regularmente en publicaciones de Estados Unidos, Latinoamérica y Europa. Ha publicado los libros Erótica (cuento, La Habana, 1996) y Escuela de vida (biografía, Miami, 2006), y la plaquette de poesía Éxodo (La Habana, 1995).
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Coordina los blogs; Cuba Inglesa y Cuba Inglesa Segunda Elaboración.
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-------------Primer Mundo
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Por Armando Añel
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Pasando la aspiradora. Sopesando luego el resultado. La tersa superficie de la alfombra, en azul con ribetes del mismo color. Una inabarcable cebra azul tendida a lo largo y ancho de la casa. Su azul límpido y por añadidura sugerente. Su ondulante quietud bajo la aspiradora. La aspiradora esa. La aspiradora. Qué placer pasar la aspiradora.
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Detenerse en los recovecos, las hendiduras. Vencer la resistencia de las pelusas, los focos de tensión de un polvo pretérito, de la materia orgánica queriendo reemplazar la materia ciudadana. Doblegar su resistencia. Detener las avanzadillas de la degeneración naturalista. Clavar muy hondo la bandera del rigor doméstico en la colina que domina la ciudad, una casa de dos cuartos, cocina, baño, ático, pórtico, sala de estar, jardín, freidora, canales temáticos. Cantar victoria. Dejar para siempre atrás el tiempo de la contemplación, de la lujuria absorta, a bordo de una nave llamada Primer Mundo. Proa al futuro, la alfombra reluce. La casa reluce. La aspiradora reluce.
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Pasándola por los contornos rutilantes de una habitación y enseguida de otra, y de otra. Localizando, extinguiendo cualquier clase de resistencia. Piedrecitas. Pelos. Hilos. Ramitas. Hojas. Terrones. Hilachas. Insectos moribundos, mustios, en desintegración. Sin contemplaciones. Poniendo orden. Hablando alto y claro. Qué gozada pasar la aspiradora.
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El silencio de las calles impolutas, convergentes. Un silencio podría decirse que a la carta. Cuesta conseguir mameyes, chorizo para el potaje, pero ahí están las calles, alumbrándolo todo. Cuesta sorprender una mirada insinuante, un gesto de abandono o ciertas señas y contraseñas –atisbos de una adolescencia históricamente superada-, pero la ciudad se abre gráfica, dispuesta a dar de sí lo que se le pida. Casi todo lo que se le pida.
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Las calles no ponen obstáculos. La ciudad se abre ajena y al unísono protectora. Como un inesperado cheque al portador. Un aire de ramas y hojas muertas, un olor de caridad, la alegre resignación de los elegidos hecha carne de pavimento. Se adentra en las calles. Se hace oxígeno. En fila india –salpicada de indios de la India, de indios del Altiplano, de gente venida de todas partes--, la multitud avanza. A un lado de la calle, inversamente proporcional a sus vecinos de enfrente. Y viceversa. Un borracho injuria a otro borracho y la escena, como descolocada, acentúa todavía más el primermundismo ambiente. Vencer la calma, caminar, estudiar los rostros. Oler el río, los viejos edificios, las mujeres inoloras. Bracear tras un horizonte a la vuelta de la esquina.
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La ciudad parece haber sintetizado pasado, presente y futuro. Haber lavado las fachadas, los años, con el agua bendita de la modernidad. A lo largo de las aceras, en sucesivos arcos de hierro, se encadenan las bicicletas. Dos breves columnas de un material que no alcanza a reconocer desaparecen de cuando en cuando en el asfalto para dar paso a taxis y autobuses. Cuesta tomarse un guarapo. De hecho, nadie sabe qué es un guarapo. Pero las flores proliferan. En medio de semejante revolución floral, el trapicheo no tiene cabida.
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Los olores, la ausencia de algunos olores, la irrupción de ciertos olores que creía perdidos o que alguna vez, durante su infancia, había digerido sin reconocer –mientras su madre lo trasladaba en brazos, atravesando el húmedo invierno subtropical-, matizan la modernidad de un entorno concebido a la manera de la cueva primigenia, ese sitio donde el arte y la convivencia se interrelacionaban y fusionaban. Ahora las pinturas rupestres aseguran Buy any three for one!, o Try me! You’ll love me or your money back, o Ready to share in two minutes!, y una rubia muy delgada y esbelta se inclina ante él, tendiéndole una manzana. Ahora innumerables luces y carteles lumínicos y artilugios luminosos y fuegos de artificio marcan la diferencia. Ahora hay mucha luz.
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La vegetación se abre paso a zancadas, a ambas orillas del río, en las que agrupaciones crecientemente osadas de palmípedas se disputan unas migajas. La gente echa pan a los cisnes, a los patos, a las gaviotas, y se tiende a lo largo de la rivera, y se refugia en la bucólica de las barcazas y los puentes y los percherones y las espirales de heces levantadas y apisonadas por las vacas. Hacia atrás y hacia adelante, sin cesar, imperceptiblemente, a medio camino entre el mundo ornamental de la prehistoria, de ciertas edades oscuras y pintorescas –pobladas de castillos y hadas y ovejas y pastores: precursoras de ciertos clásicos infantiles-, y el nerviosismo, la velocidad de lo contemporáneo. Como si una alfombra voladora lo devolviera a su niñez, entre ilustraciones de Doré y descripciones de Amicis.
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Y de nuevo hacia el centro, donde un grupo de músicos escoceses viste saya escocesa y afina instrumentos escoceses, y donde cien metros más allá, sin demasiada convicción, una mujer ya entrada en años, de larga melena descuidada, entona Yesterday. Queriendo gimotear. Como si gimoteara.
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En la casa hay una cocina y en la cocina alimentos cuyos frascos y envolturas resplandecen. En los frascos y envolturas puede leerse Bockwurst Skinless Sausages in Brine, y Tuna Chunks in Spring Water, e Italian Style Mixed Beans. Y otras muchas indicaciones que no entiende.
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En la casa hay un patio y en el patio plantas, árboles, arbustos a los que se siente incapaz de nombrar. Bush, bush... Los pájaros cantan a toda hora: Pájaros que tampoco logra identificar. Y los autos arriban a los alrededores de la casa y el patio, ronroneando. Un ronroneo tenue, evanescente. Se trata de coches silenciosos, que exhiben con orgullo su ubicuidad y cuyas marcas de fabricación no consigue pronunciar correctamente. He doesn’t have a car.
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En la casa hay un baño y en el baño lociones, cremas, desodorantes, champúes. Se unta gomina en el pelo, frente al espejo. What do you do? Se peina una y otra vez, rítmicamente. What do you want? Ensaya una mueca, toma distancia. What do you know? Alguna vez tuvo el cabello encrespado, y maneras un tanto escabrosas, y gustos demasiado tremendos. Su segunda mujer quiso cortarse las venas. No tiene hijos. Tiene también amigos y familiares ruidosos –diluidos en la precariedad de unas pocas imágenes brumosas, sobre las que el recuerdo arroja una pátina ceremonial-- a los que curiosamente extraña. Who are you? Acaba de llegar a Cambridge. Where are you from? Para nunca más volver sobre sus pasos. What’s your name, little fellow?
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Foto tomada de la Web.
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Armando Añel (La Habana, 1966). Escritor y editor cubano. Entre los años 1998 y 2000 se desempeñó como periodista independiente en Cuba, siendo cofundador y vicepresidente del aún activo Grupo de Trabajo Decoro. Tras recibir el premio de ensayo anual de la fundación alemana Friedrich Naumann en la primavera de 2000, viajó a Europa, donde residió en España e Inglaterra hasta radicarse en Miami, Estados Unidos, en el verano de 2004. Fue corresponsal en Londres de la revista madrileña Arte y Naturaleza, y en España, editor del diario digital Encuentro en la Red y la revista Perfiles del Siglo XXI. En Miami, ha sido editor en español de las revistas Islas y Herencia Cultural Cubana. Literatura y artículos suyos aparecen regularmente en publicaciones de Estados Unidos, Latinoamérica y Europa. Ha publicado los libros Erótica (cuento, La Habana, 1996) y Escuela de vida (biografía, Miami, 2006), y la plaquette de poesía Éxodo (La Habana, 1995).
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Coordina los blogs; Cuba Inglesa y Cuba Inglesa Segunda Elaboración.
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Es un pésimo relato. Sin alma y sin estilo. Escaso de sugestividad y de un lenguaje ramplón. Esencialmente presuntuoso que delata un espíritu provinciano solapado en pretensiones primermundista.
ResponderEliminarNo estoy de acuerdo para nada. Todo lo contrario: me recuerda, aunque sea quizá propósito solapado, la literatura de Labrador Ruiz, alguien que seguramente Añel conozca. Muy formañ, lño que ya va dentro del carácter de su literatura toda. En fin, yo creo que hace bien en compartir con nosotros estos relatos, cuentos. Saludos.
ResponderEliminarBuen relato. Bien escrito y con buen ritmo. Me identifique con el mismo en la perplejidad del emigrante que llega del tercer mundo. Felicitaciones a Añel.
ResponderEliminarGracias a todos, gracias Chago por tanta gentileza. Yo siempre digo que las criticas, sobre todo las negativas, favorecen a la larga.
ResponderEliminarSaludos
cada ciudad puede ser otra... decia el poeta
ResponderEliminarnadia