jueves, 29 de mayo de 2008

Tres poemas de David Lago González, Camagüey, 1950, Cuba.

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Tres Poemas Inéditos de David Lago González, Camagüey, 1950, Cuba.

A Coruña

para Maruxa, una muller singular

Sangue é un delgado fío do mar que une dúas beiramars invisibles.

Sangue é curiosidade, misterio.

Sangue é precaución, é temor, receo.

Sangue é saber, mais tamén é non saber.

Sangue é descubrir, e sangue é defraudar.

Ó contrario do amor, a sangue é nunca ter ca decir “quérote”*.

Sangue é pertencer sen preguntarnos porqué.

Sangue é respirar o ar do un lugar endexamais visto

e sentir que respirase pola segunda vez.

Sangue é identificar o xesto do un morto en o ademán do un vivo.

Sangue é confiar e desconfiar.

Mais sangue é tamén coñecer.

Cuando amence, a sangue me levará ao porto

e o A Coruña eu verei o sol abrollar lentomente sobre a difusa ribeira do Camagüey.

*Juego de palabras alrededor de la famosa frase de la película “Love Story”: “...love is never have to say you’re sorry”. Aquí se diría: “blood is never have to say ”.

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Licor de herbas



    pra Antonio.


Xélido e ardente queima meu padal

este licor de herbas que escancio na túa copa

pra beber ás avesas o que en ela depositeu,

que, ardente e xélido, volve a miña boca

pra facer ezvarar novamente cristal abaxo

por esa gruta sem fin de túa carne branca.

E traspaso aquelo que eu sorbo,

e libo as paredes do alxibe,

aspiro o que en ti verto,

case sem fin, case sem fin, ata que oruxo e herbas do campo

fungense com dondo queixume, como porta

recentemente lubricada por o pracer doutra visita inesperada.

Ah, caraxo, qué ditoso seu, e qué ditoso fagoteu,

e qué contento danos beber sem beber,

e refrescar o que escalda, queimar o frío

dos labios de enriba aos abaxo,

e dos abaxo ós de arriba

cruzando a escuridade do ponte que se estende entre ambos.


Gélido y ardiente quema mi paladar / este licor de hierbas que escancio dentro de tu copa / para beber del revés lo que en ella deposité, / que, ardiente y gélido, vuelve a mi boca / para hacerlo deslizar nuevamente cristal abajo / por esa gruta sin fin de tu carne blanca. / Y traspaso aquello que sorbo, / y libo las paredes del aljibe, / aspiro lo que en ti derrocho, / casi sin fin, casi sin fin, hasta que orujo y hierbas del campo / gruñen con suave quejumbre, como puerta / recién aceitada por el placer de una visita esperada. / Ah, carajo, qué dichoso soy, y qué dichoso te hago, / y qué contento nos da beber sin beber, / y refrescar lo que escalda, quemar el frío / de los labios de arriba a los de abajo, / y de los de abajo a los de arriba, / cruzando la oscuridad del puente que entre ambos se tiende. (Traducción del autor)

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Los dictadores

(Tributo a Friedrick Reck-Mollecsewem, un caballero prusiano)



          En el restaurante casi desierto podría haberle disparado con facilidad. De haber tenido la menor idea del papel que esa inmundicia iba a desempeñar, y de los años de sufrimiento que iba a infligirnos, lo habría hecho sin pensarlo dos veces. Pero lo vi como un personaje salido de una tira cómica, y así no le disparé.

          En los consejos del Altísimo, nuestro martirio había sido ya decretado. Si en aquel punto se hubiera cogido a Hitler y se le hubiera amarrado a las vías del ferrocarril, el tren habría descarrilado antes de alcanzarlo.

                    Friedrich Reck-Molleczewen*

                  (de su diario "Tagebuch eines Verzweifelten")



Me es ajeno el alborozo de lo impune o lo punible.

Me es ajeno el ruidoso descorche de una botella de champaña.

Me son ajenos los recodos de una justicia oscura y tardía.

Si hoy estuvieras tú en el lugar del otro general,

me sería indiferente la suerte final de tu litigio:

un "sí" o un "no", la balanza

de esa ciega dama inclinada a la derecha o a la izquierda,

no van a hacer que el pergamino donde se escribió mi vida

se enrolle nuevamente para comenzar desde el principio.

Si mañana desaparecieras en la incierta sombra de lo desconocido,

no habré de sonreír ni de llorar, no saltaré de gozo,

no se humedecerán mis manos de alegría incontrolada;

cuando más, me echaré sobre el sofá, cerraré los ojos,

y por los párpados prietos pasará una imagen lejana, furtiva o lenta,

o tal vez se detendrá el mundo por unos pocos minutos,

pero no más: luego me levantaré,

me sacudiré el polvo del camino y volveré a mis quehaceres;

volveré a mi pequeña alegría,

a mi pequeño dolor,

a mi mísera espera.

He llevado la vida que has querido;

nada en mí ha sido una decisión estrictamente personal;

sólo he sido más libre cuando en tus cortas horas de desidia,

he hurtado de ese descuido algunos minutos para pecar

―y se entiende por "pecar" desde besar hasta codiciar el designio de un verso―.

La cicatriz en la rosa de mi pecho

quedará intacta cuando tú te marches.

No se borrará. Nada, nada se borrará.

Tu peculiar manera de desafiar la historia

saqueó las carnes de aquellas almas que puedas llevar sobre los hombros,

y de la equidad de ese peso ya te ha descargado la pubescencia del soñador justiciero.

Quedan los vivos, pero ¿qué son los vivos sin los muertos?

No me complazco en acariciar el verdugón,

pero sólo a mí me duele la cicatriz sobre la rosa de mi pecho,

y te la perdono. No te dispenso, en cambio,

del pánico disimulado de mi madre, y de mi padre, la lágrima del exceso

y el profundo silencio de la inutilidad de tu existencia.

Y qué son estas intangibles huellas frente a tu sagrada gloria.

Nada, nada se borrará.

Y la rosa de mi pecho perderá sus pétalos,

y la cicatriz quedará sobre la tierra

como el indescifrable jeroglífico de una civilización extinta.

*Friedrich Reck-Molleczewen falleció el 16 de febrero de 1945 de un tiro en la nuca en el campo de concentración de Dachau.

David Lago González vive en España. Coordina los blogs, Indicios de Desorden, El Penthause de Heriberto, Strawberry fields forever, you know, the place where nothing is real...

martes, 27 de mayo de 2008

"Una Canción subversiva, ahora que estamos en tiempos de Cambio en Cuba"

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El Tiempo hace que algunas canciones no se puedan cantar. Bueno, el tiempo y los que han gobernado durante estos 50 años. Alguna vez hablé con algún músico importante sobre montar algunos temas como el que les brindo hoy. Pero reconocimos que es un repertorio demasiado caliente.


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lunes, 26 de mayo de 2008

Tres poemas de Heriberto Hernández Medina

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Tres poemas del libro inédito, "Verdades como Templos". (Antología- 1998-2006).
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Por Heriberto Hernández Medina, Camajuaní, 1967, Las Villas.
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EN EL RETIRO DE ENZO FRANCESCOLI

Horacio (“la pepa”) Valdezari comenta las imágenes

en el “Resumen Deportivo”.

No estoy hablándoles

de una alegría o un dolor ajenos.

Sé que ha pasado el tiempo,

muchos de los que hoy se pintan la cara

o se atan un pañuelo azul o crema al cuello

no pueden entender

el dolor de ese hombre

que corre hacia un lugar impreciso,

que patea los recuerdos para poder sonreír.

No estoy hablándoles de un vacío

que no pueda llenarse con palabras.

Este hombre corre hoy sobre la alfombra falsa

en que se confunden

las fibras innúmeras de toda despedida.

Este hombre está cruzando coronado las puertas de la nada,

está siendo condenado por la inmensa ovación

a mirar como yo desde la inexistencia,

o a existir apenas

en las renovadas esperanzas de El Municipal.

Por eso pienso en el dolor,

ese vacío en el que pueden alojarse

las efímeras glorias del pasado.



DOMINGO EN CHOCICA

Que no es subir al cielo,

decirlo no pudieras.

En lo alto del cerro sólo existe el descenso, sólo
-el recuerdo del descenso que no hemos de iniciar; hemos salvado ya

las delicadas pendientes de un silencio sin nombre,

hemos recorrido sin sentirlo apenas

la pradera infundada en que pastan las bestias como simples

/palabras.

Ésta es la irrealidad, acá pudiera

penetrar sin dudarlo el silencio insondable,

el más justo silencio en que tejes desnuda los hilos del recuerdo.

Ésta es la irrealidad,

una verdad mayor, la luz,

los ojos mirando apenas, más sintiendo, deshacerse

los sueños que quizás nunca fueron

o fueron tanto que es preciso olvidarlos.

Escucha la música, yo no sé si hay vacíos

que no puedan llenarse con palabras, escucha,
-la música ha inundado cada sitio en el que uno u otro no estamos,
-ha penetrado el sitio angosto en el que a veces solemos encontrarnos.

No puede ser que no recuerdes nunca

la holgada puerta o el rumor del agua, la dulce voz

del poderoso árbol que en sombra se deshace.

Éste es el sitio en el que dios pasea descalzo los domingos,

allí la oculta puerta entre los árboles, breve y alucinada como tu

/corazón,

como tu mano breve.

El patio sevillano, en el que ya se escuchan

las aguas que corren desde el canal con su lamento antiguo,

no podría dibujarlo,

no podría
-recordar las macetas, la casita en que se amaron, ha tiempo, extraños

/visitantes,

recordar no podría siquiera el olor, fresco supongo,

de los arbustos o el césped que imagino pisábamos.

No podría, y no quiero siquiera imaginarlo,

verte alejarte hacia el rincón oscuro

que algunos llaman soledad, yo miedo,

miedo a la vida que de vivir nos mata.

El settler irlandés corre a recibirte como si regresaras de un viaje hacia la

/nada,

puedes olvidar que existo,

yo pasearé junto al camino tras los chicos -Oliver Twist, Becky

/Teacher indiferente,

Huck, el sombrero oscuro hasta los ojos-,

me detendré un momento antes de entrar, junto al piano de las

/veladas al calor del fuego,
-sueño de música, verde sueño de sonora madera e historias para ser

/contadas.

Esta es la casa en que la vida comienza todas las semanas,

en la terraza soleada tenderé, en tanto estés ausente,

como un lento lagarto mis recuerdos.

- Sostenida por una leve brisa, por una breve sombra,

extiende su mano mi árbol, mi sitio de estar sola,

ella me devuelve el hambre de estar viva;

nos conducirá, no has de dudarlo,

hacia la nada en que todo se resuelve.

Cuanta ave detenida en su vuelo, el plumaje de la historia,

el manto de la muerte.

Corre el agua desde el canal hacia sus ojos,
-podemos escucharla, pero ella cuenta las monedas en el arcón de

/madera,

pone las monedas antiguas

del lado de los días turbios de soledad

y cuenta con ojos de gacela

las lustrosas monedas del más cálido amor.

Santa Rosa de Lima, no importan

las rosas con su olor a destierro,

es ésta la ciudad sobre las aguas sostenida, es ésta

la verdad de una mujer que mira al cerro y el cerro le responde.

Pueden subir las aguas, no hemos de temer,

el tiempo es nada,

nos conduce de la mano una muchacha breve como el silencio.

Siento en la sien el hongo, alucino,

nada escucho, he recorrido del páramo a la duna

y no he ido a sitio alguno.

Sólo puedo escuchar la voz del tiempo, las palabras que callas para mí,

el camino trazado en el silencio

en el que entré una vez para perderme.

Acá el Eros se apoderó del barro, esto es lo que ha quedado;

allá los grandes ídolos colgados, con hilos invisibles,

de un muro inexistente, y la escalera

sostenida por el fin del viaje, por la nada que aún tiene una sorpresa.

Ésta no es una ventana, es la ventana,

el muestrario del mundo al que hemos de volver,

estas palabras fueron escritas allí después que nos marchamos.

Yo continúo escribiendo en el lugar en el que ya no estamos,

son éstas las palabras que he robado,

las palabras que escribo por temor a decirlas.

Ésta es la ventana, desde ella he de mirar dentro de ti

hasta encontrar el sitio que tu silencio esconde.

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A MEDIA CUADRA

A media cuadra de ese lugar absurdo

en que la soledad se ha conformado

de muchas ausencias corriendo a perderse entre los transeúntes;

a media intención, con todos los deseos a medias satisfechos,

basta la pregunta menos certera.

Basta el más leve apunte, y comienza a dibujar en el dócil silencio que

/cortamos

una estación de trenes, tendidos como puentes falsos

hacia una república que sólo existe en fotos

o cuelga como un fruto

del árbol excesivo de innombrables recuerdos.

Intencional, nada sutil, el ojo clínico: la falda

antecediendo las insinuaciones eternas de la danza;

caminaremos unas cuadras no más, cantando solo en la intención

como quien retrocede.

En la cocina, el pisco sour seco como el silencio, los girasoles que sólo

/podré ver entre la niebla;

éste es el sitio, equidistante de todo,

el portero ausente de toda puerta posible.

No es que cante, sólo recuerda a todos como se quiebra el hielo,

como pueden quebrarse todos los emblemas,

todas las costumbres que sostienen nuestra soledad.

No es que cante, no es que su voz no alcance a llenar

ese vacío en que hemos puesto

a duras penas nuestro cuerpo salpicado de amarga cerveza;

no es, y no hay un silencio mayor.

No puede ser menos, se abre una ventana y aún existe otra, y aún;

vuelve a callar y puede que el humo sea

menos confiable y una sonrisa un triste argumento

donde coincidir.

Heriberto Hernández vive en el exilio desde 1997. Coordina el blog, La Primera Palabra.

viernes, 23 de mayo de 2008

Tres poemas de Rogelio Saunders

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Tres Poemas de Rogelio Saunders, La Habana, 1963.

Sueño del sastre



¿A qué pensarlo más? Tú eres el pequeño sastre

que vivió y murió perdido en el laberinto prodigioso de sus telas.

Ajeno (y nada ajeno) a la malicia de la vieja dama

cuyo ojo exorbitado podía desbordar la ralladura de la claraboya.

Entonces apareció el hombre del tiempo

con su sombrero deshilachado

arrastrando un lingote de oro falso cocido a la faltriquera bulímica.

El delegado Sepher abrió la gran puerta del juzgado

y el taimado Wu se metió a deshoras por una ventana abierta

del consultorio.

Hablaron los azadones escorados contra el estuco a lo Anderssen

pero su discurso retrocedió ante el fragor magnífico de los cuatro

músicos,

errantes perpetuos por la sopa, por la esmeralda empelusada,

por la piedra.

Aquí me ve, dije, soñando mi sueño bajo el molino, subido en la acacia.

Oh árbol —dije. Aquí me tienes.

Años. Honor o inquietud. Sudar sonoro. A nada conduce.

Los orificios alineados una vez y ahora rebeldes

cambiaron las tornas a obleas de mucho distingo en medio

del desparramo.

O: el Desquicio. El temido ondear y sil(a)b(e)ar en tabla y copa.

Se fueron cañada/bosque abajo los romeros, inflados de placer, gordos

si felices. Canté, no. El cal-callar acaso. Rodrigos encuadrilados, y sucios

prometeos argollando cabezas bajo el ensotanado polvo.

Licencia, digo. Al canto, el entralgo

devuelto por el pie del gordolobo subido en el colorinesco tobogán.

No niños sino papeles. No el sol sino el trágico reír, allende el tronco.

Troncal reír. Lengua hinchada del risoto. Al sopeso, calavera. Oh.

Y luego éstos atravesaron nuevos ríos, sin inaugurar nada.

Todavía preguntándose: quién eres.

Al espejo, al siempre niño, subdentado y perplejo. Más allá del.

Y: nunc-quan. Ya era hora. Canta la nada temible escolopendra

deslizándose dentro del (y aquí llegamos) tazón/tarro de sal.

Vinieron cientos de sabios y genios

como pequeños diablejos saltando dados al azar. Sí: un golpe de

da-dos

jamás abolirá el jamás. Dígame qué le ha parecido eso.

Señores, por favor. Tejas en el mucho hablar sin que haya nadie.

En el mucho morir sin que haya muerte.

Y en el mucho soñar sin que haya sueño/soñador.

Grita, hermanita, atada al mástil mayor. Grita, calaverita. Ji ji.

¿De modo que soy el pequeño sastre por fin?

Ah, si pudiera mis telas coser.

La oscura escansión que resuena en el valle, sin dador, sin ofrenda

trae un espacio lento como un cortejo de campo

llevando el cuerpo (el gran cuerpo)

hijo de pascuas de nunca acabar.

Persigo al último malo por los pasadizos de mi encariñada bota

y finjo que no soy el que asomado a la ventana mira

el lento pincel sobre la tela negra, pintando a la sombrerera china.

A la una, dijo. Y: ya verás tú. Cuchichearon obscenos los tetralívidos

a espaldas del innomado incompleto. En el «no es» aún canto hubo.

Volvió a sudar la lámpara asordada. Volvió el héroe a su espectáculo

de mosquitos. Y todo lo que hubo siguió sin no ser, gran fabuloso s/ido.

El hermano encogido de hombros y el ya encogido se desesperaron, se abrazaron oh padre y era como un juego. Camino de.

Labor que sea, la hez ingurgió. Indelineó el pan mullido: hacia atrás.

No hoy. Los camineros abrieron el tonel. Sacaron la sal. ¿Qué?

Los gigantes yendo de proa a estribor, pintado balancear. O escrutando

algo: piedra sorprendida por la tela. Ni viviré ni moriré. Ni hablaré

ni callaré. El querubín cantó. Es esto —salmodió

el inspeccionador. Sastre: haz lo que sabes hacer.

Maimón, Alí se ha subido sobre el techo de la sinagoga.

Colgando de la faltriquera del ciclista

cien diablos cantan una canción marinera.

Ya sabía que no volverían, dice el anciano

asomado al balcón de amour.

Créame: he buscado por todas partes

eso que usted dice.

Concluiré esta carta mañana, no hoy.

Porque, o bien hay palabra

o bien hay historia.

Gracias por las indetenibles construcciones.

Por los ojos muertos de las doncellas.

Hágase a la idea de ya no amanecer ni noche.

Soledad del pliegue privado de futuro.

Sin el esperanzador espero.

Mis pasos dentro de mis pasos como espejos dentro de zapatos vacíos.

Insoslayables incendios en catedrales de papel.

Ojo testigo de cargo del pensamiento enhebrado a la catástrofe

y a su olvido.

Niño de tamaño natural, gesticulando en el vidrio como el prototipo

de un pez.

Nunca soñó. O su sueño era éste.

Al fin el rielar sobre hojas de loto como manchas de aceite.

El silencioso no del guardián, antes o después de la partida de dominó.

El largo y único pasillo. La endeble luz.

Iba a hablar y se desolidarizó lo fabuloso.

Aún hay ojo —quiso decir.

La mano gruesa como una frazada cubre la frente

y dice: Dejemos amanecer.


Fábula de ínsulas no escritas




Los hombres (esos peces voraces)

se aniquilan como sombras en una pared.

La mañana es de hierro

y el sol es de alumbre.

Leo muchos libros a la vez.

Mi cabeza rueda silenciosa entre sus páginas.

Soy un cartero que costea las aguas

provisto de una bolsa llena de papeles de colores

en blanco.

En la franja ultravioleta donde la mano de plata

oscila como una señal de crucero

las mudas islas cabecean, soñadoras, entre las cabrillas.

Pero nada está lejos.

Los días rielan en el agua como cisnes

antes de que yo nazca.

Y el cañamazo exultante adoba con lentitud

la asombrosa cabeza digna de piedad,

el lento cuerpo de niño

trotando sobre las vías del ferrocarril.

El viejo sigue el camino descolorido llevando

a la espalda la sucia mochila de estudiante

que alguien olvidó en un bajo de la cañada

y que ahora lo acompaña siempre

mientras sigue su camino sin fin

preguntando de cuando en cuando

a qué hora llega ese tren

que no tomará

con una sonrisa contagiosa

como un contumaz fantasma de estación

lleno de color y olvido

en su camino sin fin.

Nadie preguntó. Nadie

volvió la cabeza en el duro aire

hecho de pedregullo,

de incisiva yesca a la que la humedad

impide incendiarse.

El silencio se ha hecho más poderoso que el ansia.

La hosca mueca del guardabosque

ha subdividido con una barra vertical

el canto del cuclillo.

La arribazón de gérmenes

es detenida por el denso parapeto de los alisos

y por la recta columna vertebral de la adolescente

que cruza eternamente

el paso de peatones.

Las torres se alzan contra el sol

como un discurso orgulloso y tranquilo

y así también la máscara del sapiens

conservado en el ámbar del oro,

enjalbegado por el error profundo de sus sueños.

En el palmoteo de violentos

e inexistentes animales salvajes

borrados por el ruido soberbio de las máquinas,

por el tableteo sonriente de los telares,

se oye la caída multitudinaria de las hojas,

la densa precipitación de los papeles

y el humo que asciende al final de la catarata.

Sobrevive, oblicuo, el ojo del zorro,

irónico vagabundo que cruza de noche

los limpios campos verdes

con descuido ya ajeno al hombre,

más humano que él mismo.

Los esferoides erizos aparecen en los canales de latón

allende los hilos de la virgen

dejados por las arañas

como una señal inequívoca de que volverán

tras de su obligado exilio

en tierras de nadie.

Pues es precisamente el vasto espacio del “nunca jamás”

sin crecimiento y sin nombre

lo que encontraron al emerger exhaustas

por sobre el límite de la tierra conocida.

Los enormes y hermosos castillos,

las canterías portentosas, los lagos de cobre

eso eran.

Ah —dijeron— qué cosa

es la cabeza. Y, como todos

alguna vez: «Regresamos».

Arañas con cabezas de hombres.

Hombres con cabezas de arañas.

Arañas, arañas, arañas.

El flautista sin oficio pone su cesta

a un lado, mientras el viento, implacable, descorteza.

Las aguas refluyen con perplejidad

en el borde de los bancos de arena.

El sol es de hierro, y la mañana es de alumbre.

Nadie sabe quién (o cómo) pudo escribir ese texto

encontrado en la pared interior

de un panal de abejas.

Los viejos escalones cubiertos por el musgo

conducen, en revuelto laberinto,

hacia una desnuda explanada

donde no parece haber estado jamás

el hombre.

Como si fuera el mismo banco tosco quien dijera:

«Excluidos están, por sus sueños,

de habitar la tierra prometida».

Suena el grito insonoro de los leones vacíos

atados a las encrespadas oraciones de piedra

que petrificaron a los artesanos.

Sé que volveré a respirar la densa agua de los arquetipos

con la cabeza-cuerpo de los congrios de las montañas

a quienes rodea un ejército de campesinos.

Las campanadas en rápida sucesión

golpean sobre la madera, rajándola.

Es el mismo y viejo mar

entrelucificado por el sueño de sus islas.

Las instantáneas raíces

vencen con su baile de sal el hierro forjado.

La sangre refluye como el mar

y cobran nueva vida las sombras.

Los tigres secretos no pueden terminar

lo que aún no han podido entrever

las más diminutas raicillas

ni ha recibido el visto bueno

del ojo del lagarto.

La interminable hora

durará todavía.

Tú, ojo, que lo puedes todo

no puedes nada.

Río abajo oh mundo

pelota de cáñamo.

Barcaza o

blanco ferry empenachado

que navega solo, llevando

río arriba

los estupefactos cadáveres

y su revuelo de hojas

en el mediodía azul profundo.

En esto, viendo que regresan ya,

como siempre,

las bandadas salvajes,

el rey de porcelana ordena

que se abran las puertas del castillo.

El caramillo que no cesa

cesa por instante.

Pero no hay silencio posible

donde todo es silencio.

Brillo, aire, cuerda.

La cabeza se eleva

por entre los barrotes

para besar a la cabeza que se eleva

por entre los barrotes.

La cabeza (inextensa) barrunta

que se deselló el sello de la pared

sin que nadie lo notara.

Nadie recordará esos siglos —dijo

inclinada la boca sobre

el opaco espejo de granito.

Y sopló.



A Nietzsche


... y es a ti al que tendré que ver por encima del muro que tapia la ventana, saja la luz. (El muro está a dos pasos de la ventana, y mi mano no llega hasta él.) Sabe dios por qué entre todas las voces escogí ésta, pero así es. ¡Zas! Tú sajas la luz, yo tajo la boca del poema, y el cuarto, subiendo y bajando las escaleras de caracol (o los caracoles de la escalera), pasa de una ventana a otra de la alta torre, frente al mar verde. Un viento caliente, como el siroco, que arrastra a las hojas, borró a Tubinga. Por encima del muro mi mano se mueve, como un guante en el extremo de un palillo de golfos (has visto, con tus ojos sin reposo, sin duda el cuadro donde combaten los golfos, suma de tantas miserias. ¡Está allí!). Por lo demás, el cuervo descarado ya no condesciende al lenguaje: entra por su propio pie y toma lo que quiere. ¡Dejemos que hablen! ...

... atroces lavanderas que restriegan las manos de cobre contra el fondo desecado, imposible de describir con la palabra sucio. ¡Y el frío! De pared a pared, de pulmón a pulmón. ¿A quién le hablo? Oh, madre ...

... el ojo, goteando su cruda sustancia amarilla, dijo que aquí no vendrían a buscarte jamás, como si mil, no, un millón de ojos pudieran borrar la mirada, el peso infinito del cielo estrellado sobre el diminuto pedazo de queso derretido llamado encéfalo. ¡Y es a ti al que tendré que ver! ...

... el galope de los caballos, la curva de los cuellos y los ojos poseídos por el horror de no poder mirar... la imposibilidad, propia de todo lo vivo, de encarar lo sin nombre...

...pero me cansé de caminar, ya que así tampoco conseguía hacer comprender. Ah! eso, el horror. ¡Y el frío! El borroso contorno del jinete, del caminante, el después muerto curvado a un lado del camino, y el polvo en los cuellos alzados. Qué misterio el de la noche y el día. Era el gran tiempo sin hombres...

...sin cesación, pues no hay forma a un lado y otro de la ventana. Las frases se alargan y caen de la boca como un torrente invisible y frío. La mano llena de silencio y ajena al siseo rotundo y cerebral, qué enseñanza. En lo que la borra y en lo que ella borra. Así como las hojas, ajenas a la forma, como la boca a la boca y el ojo al ojo. Ya ni siquiera yo mismo podía comprender, por eso la mano sin eficacia y tú mismo sajando la luz es todo cuanto queda. Tajadas y tajadas de luz. Pero, ¿eso es todo? Espera...

...a quién dar a cuidar esa masa ya desasistida, por un lado, y por otro la evidencia de no poder confiar, ni transmitir. Nada había para confiar, sino surgiendo de la imposibilidad de un límite un resplandor en forma de silencio sin atenuantes (el ojo vivo abierto en el hielo). ¡Ese era el resplandor de Apolo! Así también en lo incomprensible, sin manos ni pies, sin cabeza ni boca...

... Ojos sin reposo... pero, ¿qué pueden decir los ojos?...

...y una risa... tú lo sabes... una risa, un je je progresivo del que el pequeño oído huye como de algo alucinante, que sale a la vez por todos los orificios del pedacito de queso agujereado, y es un Ja Ja incontenible, atronador, sajando toda luz, tajando la boca-poema, ¡JA JA JA JA JA JA...!

...sigue, amigo mío, sigue...

...el verde cambiado en pardo, en arcilla reseca y movedizo arbusto. El voladizo, el cochinesco tejado y las hablillas. Hojas de otoño...

Recogiendo las migajas, dijo que no había explicación. Cuanto más cuanto que no había mejor explicación que su falta de asombro (por imposibilidad). Quizá, es posible que haya dicho, pueda ceder el calor, pero no la epidemia. Y así el pardo de los campos, y el desmigajamiento de los techos.

En cuanto a lo demás no pidamos lo imposible.

Los cuervos impertérritos van y vienen a su antojo, de la torre al mar y del mar a la torre. Exactamente igual que una vez allá en Noruega. El veintitrés de junio...

Remito aquí a un texto sobre la poesía, poética, sobre el poeta Rogelio Saunders que escribiera el también poeta, maese José Kozer en esta revista.

jueves, 22 de mayo de 2008

"Dudas y esperanzas"

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-----------------"Dudas y Esperanzas"

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---Por L. Santiago Méndez Alpízar / Chago

Esperanzados como están muchos con el buen manejo y el mejor hacer del General y Presidente, será que los Castro no pueden ser una sola cosa, sobran a día de hoy, posibles mejoras, escuchadas por boca de conocidos.

Largas cadenas de historias donde el General Raúl Castro, viene a ser menos que el nuevo Mesías. Seguramente exagere un poco. Un poquito.

Pero, estamos tan, pero tan, hasta la coronilla, algunos, que intuyo en las respuestas y las hipótesis de mis amigos para el futuro de nuestra bella isla, un inminente descanso ideológico. Menos perorata. Poco más.

Para un hombrecillo como yo, nacido en el monte, jíbaro de asfalto, desconfiado de la Historia y sus juicios, consciente de la facilidad con que se muerde, la prontitud con que se olvida, primero a los mordidos, luego al mordedor, insisto con la lógica atrofiada de quien le obligaron a construir socialismo-caribeño, en la nula voluntad de cualquiera de los hermanos Castro para (en) bienestar de los cubanos.

Creedme, es más probable que el convaleciente se recupere y dure otros 47 años en el poder, a que ninguno de los dos asuma un diálogo con la disidencia. Por ejemplo.

Es posible, como bien se señala, que este Castro reparta un poco más de plátanos, carne o latas de la China. Es muy posible la gente vea más telenovelas, y, los filetes de cerdo no compitan con la ausencia, pero: ¿el precio sigue siendo el mismo? Profeta Vanito Brown: está más alto de la cuenta el mango.

Pensar a estas horas con el mar que ha hecho, que el General va a soltar las riendas del país por puro patriotismo o respeto a nada de lo que él se ha pasado la puñetera vida combatiendo, destruyendo, es una idea demasiado grande para mi cabeza. Y, no es que no tenga por lo menos espacio. ¿Será que únicamente un militar puede gobernar Cuba?

Entre el desconcierto que provoca a su vez duda, y ésta las elucubraciones mentales, el acertijo, debido al bien llevado y recontra secreto de estado, sobre la salud de Fidel Castro, es sólo comparable a las grandes tragedias.

Todo este gran teatro (con perdón para el Teatro) sobre las distintas vías, las referencias análogas con los ex – hermanos ex -socialistas, y la transición en la madre patria en el 1975, con la muerte del caudillo, por la gracia de Dios según decía el mismo, Francisco Franco y la legalización de los partidos políticos en el 78, nos queda lejos en la práctica.

En la realidad solamente tenemos un gobierno de medio siglo engendrado de abuelos ex_militares en su mayoría. Seguimos siendo un país envenenado por la épica. Todo lo que suponga dejar de ser el enemigo es traición. Un país donde se olvidó el civilismo. La masa es un puño y te lo pueden remeter contra tu cara, pues ya sabemos que la masa es masa.

Por eso, aunque el General Raúl Castro diga lo que diga sobre su buena voluntad, y de su gobierno, para dialogar con los EE. UU., por ejemplo, hay que reírse. ¡Tiene mucho que dialogar con hombres y mujeres que sencillamente no están de acuerdo con él y los encarcela!

Esto que se le llama cambio, a ver si no tuvo resonancia la campaña de Obama, es un truco. Huele a otra caza de brujas, de esas bien ridículas, como las que gestan con total desenfado y tiempo. Los Castro se parecen en las estrategias. Hace poco les conmutó la pena máxima a varios reclusos. Otra cortina de humo. No por que dejara claro que en Cuba se seguiría matando por decreto, ley, no; mas sí para hacer ruido, despistar, dejar a la ganadora del Ortega y Gasset de periodismo, Yoani Sánchez, sin poder viajar a Madrid para recoger su premio. Un gobierno que se ocupa de dejar entrar y salir a los ciudadanos, como reses. Y todavía los hay que se hacen eco de estas tropelías aberrantes. La verdad es que me gustaría creer que pueden dejar de ser unos paranoicos obsesionados con su vecino, paranoico y violento igual. ¡Estamos rodeados!

Este articulo fue publicado el 9/ 05/ 08 en el "Diario Radiografía Mundial" y retirado posteriormente de ése sitio, aunque apareció luego por Aquí.