miércoles, 27 de abril de 2011

David Lago-González: poemas

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Dos poemas (inéditos) de David Lago-González
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----------------------Intruso
(Recopilando versos para una antología de poesía cubana)
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En esta tarde de marzo de 1998, al sexto día del mes y en Madrid,

he abierto la ventana, y un aire suave de adelantada primavera

ha estado cruzando desde el estudio hasta el salón,

con pisada felina, restregándose contra mis piernas,

estrujándose contra mi pecho para buscar la respuesta de una caricia.

Yo le he pasado la mano sobre su pelamen de barco que atraviesa el espacio

y él ha entrado y salido, barquillo de diminutos bigotes erizados,

animalito que se desliza como sobre un mar etéreo,

su hocico frío hurgando entre mis dedos, sus ojos curiosos

desviándose para observar qué hago, qué escribo.

¿Pues sabes lo que hago?...

Copio poemas para que otros puedan leerlos:

no quiero quedarme yo solo con la dicha de saborear estas palabras:

alegrías, sueños, derrotas, fantasías,

quejas de todos esos con los que comparto

el origen de mis propias quejas, de mis propias fantasías,

de mis propias derrotas, de mis propios sueños y de mis propias alegrías.

¿Lo entiendes, primeriza brisa de marzo? ¿Te parece inútil lo que hago?

Mira, mira bien estos versos.

Lezama rebusca en la imago, como ciego ávido de luz,

la promesa de una realidad que no traicione su resignación.

Guillén ―aunque no "el bueno", dice Neruda―

sabe lo que es "morir de sed junto a la fuente".

Virgilio se queja de la maldición de verse rodeado de agua por todas partes.

En cambio, Ballagas cruza las olas como un pecho en busca de la perfección efímera;

con algunas palabras robadas, cierto, pero todos robamos algo alguna vez.

¿No tomas tú prestada la brisa de abril, ahora,

cuando todavía no ha entrado la primavera?

Mira, mira bien estos versos. Te restriegas

y te restriegas contra mi pecho, como pidiéndome algo más.

Pero ¿qué quieres, si aquí tienes cientos de palabras,

la hermosura escurridiza de una idea que atisbas a compartir,

el misterio de algún acertijo que no aciertas a definir

y te incita a perseguirle por los meandros

de otra imaginación, de otra brisa felina, de otro barco pequeño y fugaz

que cruza este mar espacioso del aire entre dos ventanas abiertas?

Yo no tengo nada más que darte que no sea otro verso

y nunca será comparable a los que ahora repaso.

Mira, míralos bien. Verás que tengo razón.

Guárdalos en tu corazón. Enciérralos en tus ojos,

con los prietos párpados de los niños cuando formulan un deseo secreto,

para que puedas marcharte tranquilamente cuando la noche comience a caer.

Ah, y no olvides cerrar las ventanas: puedo resfriarme mal

y perder la dicha de volver a leerlos.

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Madrid, 6 de Marzo de 1998)
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Los años grises y la muerte de los poetas
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Los años grises pueden disculparse de mil maneras:

siempre

hay una difusa sombra de luz para el cegado por el sol;

siempre

una tierra bañada por las aguas del pantano salvador

o la campana de una iglesia que bajo su peso ya no tañerá y no nos molestará más;

siempre

existirá alguien que adore el brillo enmudecedor de los sables;

siempre

habrá un siempre

y otro siempre

y otro más.

Los años grises se pintan de añil y agua de cal

y parece que recobran cierta alegría, cierta vivacidad,

cierto “aquí no pasó nada”, o “el tiempo, el implacable”

también es bienhechor para el olvido y los recuerdos.

Pero la muerte de sus poetas pesará eternamente

sobre las palabras del consuelo y del remiendo:

los años grises

no podrán jamás recuperarse de la bala silenciosa

con que para siempre le dieron el verso a Federico y a Miguel;

los años grises

no podrán jamás recobrar el vergonzoso olvido

con que suenan las voces de Virgilio y de José;

y a quien quiera santificar lo grisáceo de esos tiempos,

bastará pronunciar solamente estos cuatro nombres

para secar el mar y la distancia y emparentarnos más fuerte

y tristemente que con ancestros, indios muertos y capitanes generales.

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DLGonzález en Efory Atocha, Aquí.
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