martes, 25 de noviembre de 2008

“Que el gesto de mis manos no alcance”

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Breve Nota sobre la publicación de la antología, “Que el gesto de mis manos no alcance

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Por L. Santiago Méndez Alpízar / Chago.

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Mientras se arrastran otros por el fango

Para extraer un átomo de oro

Del fondo pestilente de un pantano
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Julián del Casal

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Pasa el tiempo en contra de lo que se dice, va contrario a lo que no aguanta, no guarda sustento. Así, las centenas de versos antologados hace unos pocos años atrás, hoy día no son siquiera parte del universo donde fueron colocados. Se desmorona el edificio de palabras. El tiempo puede asimilar estrategias, pero no la impostura. Se puede ir contra, o con él; pero siempre será cuestión de esperar a que te situé(n) definitivamente; cuestión de tiempo.

Arístides Vega Chapú ha realizado elipses y otras marumacas geométricas con la palabra durante toda la vida, que es el tiempo que hace que no le veo, y un poco menos del que le conozco. Mi vida es muy breve y la de él, ídem. Siempre fui afortunado en conocer verdaderos poetas. Tendría que hablar entonces de algunos. De igual modo, sobre seguro, de Bertha Caluf, que frenaba en mí el mínimo asomo de diablura, y estaba cuando en las tardes de Santa Clara, yo me dejaba sentir de visita. Sí, pues se hace raro no pensar en uno sin el otro, aunque ambos siguieran sus respectivas vidas y en la de ellos, Salma, quien con su amor los salva, según testimonio del poeta.

He sido invitado y he llegado de improviso cuando se freían las mondas de papas y se tomaba el té con hojas de naranjo; de postre la escasez y los poemas, los cigarros. Y luego, cuando el río San Juan era una realidad y las patadas a los poetas también. En todas las casas que he vivido, sus poemas, sus libros, han llegado desde sus manos. Este verano me entregaron la antología “Que el gesto de mis manos no alcance” (Colección, Contemporáneos, Edt. Unión, La Habana, Cuba) donde viene parte de la obra del poeta. Una primera lectura me ha puesto a pensar inevitablemente en muchas personas. La poesía de Arístides tiene por ser identificable, y próxima, el ingrediente para transportarnos a un espacio particular. Con sus propios fantasmas y desvelos, desvelados, y una búsqueda de reafirmación del ser. La certitud emanada de la fe, que es el soplido, el motor, el lugar desde donde bien se comprende lo orgánico.

Hay en una zona de la poesía cubana de los 80 un tono homérico, una gestión de la historia. De los hechos que rellenan la historia. Una urgencia por agenciarse personajes, construir sobre antaños seres la nueva estirpe. Revivir y acercar imaginarios de por sí barrocos, universales. Lecturas y dogmas alejados por decretos o asumidos a riesgo y responsabilidad del creador.

La poesía aquí reunida goza de saberse diferente. El mismo que enviara flechas como sagitario, o postales desde alguna dirección cercana al puente de Terry, tiene el beneficio de estar a salvo del mañana. Su poesía lo garantiza. La poesía no es lo que se halla, menos lo que se lleva, lo que se usa. Ni siquiera lo que se trabaja. Tiene que ver con la incapacidad de un hombre para sustraerse de compartir lo vivido, de un modo extraordinario. Aquello que se asume como destino. La garantía de que esas nubes son un pez y el pez ya fue lo que el viento trajo, y así... como manantial donde se van reciclando los símbolos.

Aquí están reunidos, brillantemente prologados por la poeta, Lina de Feria; otra rareza exquisita, que diría un sabio. Los insomnios y fantasmas de los que hacía mención arriba. Los de Arístides Vega; ¿también los nuestros? Por qué dudarlo. No sea una recepción definitiva. Esta antología puede darnos el comienzo, una aproximación.

La gran obra a reunir tendrá que esperar muchos otros años más. Estaremos para verlo, si nos dejan. De momento toca celebrar como Dios manda la buena nueva. En mi caso, algo de emoción agrego. Contar con la poesía y la amistad de Arístides Vega Chapú, lo ameritan de sobra.

A la lectura de sus versos los convido. A la lectura de este libro que no quiere, desde su título lo indica, ser definitivo. No podría. Que casi se desliza hacia lo inadvertido, lo discreto. Pero que sin dudas sitúa al autor como una voz distinguida de la poesía cubana, Villareña.

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Algunos poemas de Arístides Vega, Aquí, Aquí...



Este texto fue publicado en La Finca de Sosa. Efory Atocha lo agradece a Manuel Sosa

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ARÍSTIDES VEGA CHAPÚ: (Villa Clara, 1962) Poeta, narrador y promotor cultural. Ha publicado trece libros de poesía: "Breve estancia de Cristo en la ciudad de Matanzas" (1989), "Finales de los años" (1993), "Últimas revelaciones en las postales del viajero" (1994), "La casa en el monte de los olivos" (1996), "Retorno de Selim" (1999). “El riesgo de la sabiduría” (2000). “El signo del azar” (2002), “De lo que se supone” (2002), “Días a la deriva” (2002), “Mensajes del pan” (2003), “Sagradas Pasiones” (2005), “Después del puente sobre las aguas” (2007) y la antología personal “Que el gesto de mis manos no alcance” (2008). Su novela “Un día más allá”, inédita desde 1999, será publicada por Bluebird Editions a finales de este año. Reside en Cuba.




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