jueves, 7 de octubre de 2010

Octavio Armand: poemas

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Tres poemas (inéditos) de Octavio Armand

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Termidor
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Nerval pasea una langosta por las calles de París.
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De paso lento, el crustáceo lleva al poeta frenado, como un bastón. No ladrar es otra de sus decisivas ventajas.
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Cojo, mutilado, ciego, repleta de noche la pierna o la negrísima pupila, va como ciempiés el poeta, apoyado en esas pinzas que lo sostienen entre cielo y tierra, acaso para encajarlo en alguna nueva constelación antes de hervir.
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Al pasar del fondo del mar a las alturas, planeta rojo en miniatura, la langosta cumple la promesa del color encendido. En el callejón de la Vieja Linterna sirve de cruz o catapulta un farol. Ascensión de meteoritos a orillas del Nilo. Lluvia de estrellas. O de estelas.
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Tampoco hay que llegar hasta los jardines colgantes para ahorcarse con exquisito gusto. Uno puede hacerlo en cualquier sitio. Guindando el cuerpo de una parte del cuerpo, por ejemplo. O de su sombra. Basta con aprender botánica a flor de tierra, a flor de piel, a flor de labio. La metonimia es un ejercicio babilonio. Un nudo corredizo.
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Fácil asimismo saltar de una máxima a una mínima. De a una dama ni con el pétalo de una rosa hasta a fulana ni con la esquirla de una granada. Estas insinuaciones del lenguaje preocupaban a Wittgenstein. A mí no.
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En síntesis, he ahí la diferencia entre un poeta y un filósofo.
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Vitruvio
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Vástagos de la nostalgia o la exclusión, sentimos ajena la belleza de abolengo matemático que puede resumirse en el phi: 1.618033988749895... Pero todavía podemos solazarnos con las proporciones pitagóricas, tanto en el espacio como en el tiempo, dándole formas al vacío a través del modulor, adivinando música en distantes esferas o entreoyendo el arpa de seda carnívora tendida en la intemperie por una araña.
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Para la anatomía que le intrigaba, y que escudriñaba, Leonardo halló una correspondencia en la arquitectura clásica, dibujando el cuerpo que vaciaba en autopsias dentro de un círculo y un cuadrado, como si en la intangible perfección geométrica postergara sus despojos. El canon del mármol en carne y hueso conservó sus fueros durante siglos. Se soñaba posible lo imposible: más que una estética, una ciencia de la belleza. Una seducción tan perdurable como los axiomas de Euclides o las aporías de Zenón.
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Del phi hoy solo podemos reivindicar la irracionalidad del número. El tantalismo, la imposibilidad, la desesperación. Al arrancar pétalos fétidos al mal, Baudelaire enseñó a percibir la emoción y el esplendor del desagrado. Lo humano, demasiado humano. Una estética de la fealdad. Somos capaces, o así dicen, de escuchar el desoído Grito de Munch. Quizá porque ese silencio horroroso es lo único que nos queda. Cera sin sirenas. Música que desespera.
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Materiales de construcción
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Sones y razones inventados
por el olvido para el olvido.
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Palabras que solo son palabras
cuando ya son solamente cosas.
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Rimas desenterradas como ruinas.
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El canto invisible que luego se llama
jilguero, sinsonte, ruiseñor.
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La lengua que beso
en la lengua con que beso.
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Las sílabas que dicen lo contrario
al decir esto que digo.
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Otras colaboraciones de OArmand en Efory Atocha, Aquí.
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