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-----------"Para Osvaldo Navarro"
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-Por Rafael E. Saumell
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“El sábado [7 de febrero] va a tener Osvaldo un año de no estar conmigo. Yo estoy muy abatida”, me recuerda Elena Tamargo en un correo electrónico enviado el pasado martes. Esa noche la llamé por teléfono y más o menos le dije que el domingo anterior, mientras escribía sobre Antonio Benítez Rojo, había recordado a Osvaldo y a Víctor Martín Borrego, un compañero suyo en la redacción de El caimán Barbudo a mediado de los setenta. “Los tres ya difuntos, “ le comenté. “Por cierto, ¿conociste a Víctor?”, le pregunté. “Claro que sí, el otro día vi a su esposa acá en Miami”, respondió. ¿En Miami?
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Fue allí la última ocasión en la cual coincidí con Elena y Osvaldo. Se habían ido de Ciudad de México, del apartamento alquilado en la colonia Del Valle donde nos reencontramos después de muchos avatares en nuestras respectivas vidas. Confieso que hace un tiempo atrás nunca se me habría ocurrido imaginar que él tomaría la senda del exilio. En los setenta y tempranos ochenta, creo que la obra de Osvaldo representaba una forma de militancia ideológica con la cual yo no simpatizaba ni entonces ni ahora. Honestamente, lo vinculaba con un sector dogmático de la política cultural vigente. Era un “cuadro de la UJC” en el sector literario.
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Sin embargo, para el día en que lo visité en el DF por primera vez (verano de 1999) ya nuestros mundos, privados y políticos, habían cambiado. Era el mismo Osvaldo, la figura, el acento, la discreta y sincera cordialidad con la que siempre me había tratado. Conservaba esa onda de guajiro bien leído y versado que yo rememoraba. Para mí, lo nuevo y sorprendente en él fueron varias cosas: su nueva mente política, un interesantísimo ensayo sobre Martí que me pidió leer, un gran librito de versos recién publicado (Xabaneras), Elena, sus hijos Osvaldito y Nazim. En ese lugar descubrí, en vivo, muchos de los cambios ocurridos en Cuba (públicos y personales) desde mayo de 1988, fecha en la que salí de La Habana. Por su apartamento pasaban personas de diferentes generaciones y posturas políticas ante el gobierno. Ahí se discutía, comía y bebía teniendo a la isla de permanente fondo. Osvaldo se comportaba siempre como un generoso anfitrión, proveedor de techo, comestibles y bebestibles a cuanto tirio o troyano, integrado o apocalíptico se aparecía por el sitio. En una frase, en aquel hogar se daban unas tertulias bien interesantes.
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Podría seguir escribiendo pero basta por ahora: de los dos Osvaldo y también de los dos Saumell, de la Cuba de los setenta y de los ochenta, del DF de los noventas, del Miami de Elena y Osvaldo y del Miami de Elena para siempre sin Osvaldo, de la Unión Soviética y de Rusia, de Fidel y de Raúl, o sea del bloguero y del general presidente, como lo llama Eusebio Leal. Hay mucha tela para escribir acerca de la vida de Osvaldo. A fin de cuentas es la nuestra también, la de ayer y la de ahora. Siempre vamos a lamentar su muerte, entre otras razones porque con ella concluyó una parte significativa de nuestro pasado común.
-Rafael E. Saumell: La Habana, Cuba (1951). Ex guionista y director de programas para el Instituto Cubano de Radio y TV (ICRT). Graduado de la Universidad de La Habana (Licenciatura en Lingüística Francesa) y de Washington University en Saint Louis, Missouri, Estados Unidos (Doctorado en Español). Es profesor de Literatura Hispanoamericana en la Universidad Sam Houston de Texas. Ha publicado ensayos y artículos en revistas académicas. Es coautor de varios libros de crítica literaria.-
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