miércoles, 16 de septiembre de 2009

Margarita García Alonso: "A veces, no cabe uno en el cuerpo" Edición Especial: Osvaldos Navarro

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A veces, no cabe uno en el cuerpo…

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-Por Margarita García Alonso

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A fines de los setenta, Luis Rogelio Nogueras compartía conmigo en un parque bajando una calle transversal a Infanta- me es imposible recordar su nombre- cercano al albergue de la escuela superior de turismo donde me preparaba como guía y traductora de alemán. Al parecer nos unió el pelo rojizo y las pecas, que en aquel entonces borraba con leche de cactus, y que en su caso, bien acentuado, nada podía hacer.

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De sólo citar algunos nombres se me erizan los pelos. Luis Marimón, con quien me había mal afamado mataperreando en Matanzas, me encomendó a Wichi, quien se empeñó en presentarme media Habana, incluído Osvaldo Navarro.

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En esa época, donde no había llegado a la veintena, se me daba el desenfreno, la ironía y la inocencia con un esmero descomunal. Quiso el destino que los conociera, en plena ignorancia de sus obras y fuera escuchando en sus charlas como se estimaban, se separaban o planeaban libros y ediciones especiales.

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Osvaldo Navarro, Luis Marrero, Rafael Alcides, Fayad Jamis, y hasta Lezama Lima, por sólo mencionar entraron en este acercamiento; años después sería normal encontrarles en tertulias caseras, mi único mérito fue el de estar ahí.

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A esta generación de poetas la vi siempre envuelta en un halo de grandeza épica, eran impactantes, esmerados y no necesitaban figurar, pues estaban publicados y reconocidos oficialmente; arrastraban con vehemencia las raíces de Orígenes y un agradecimiento particular al sistema que les había sacado de su condición de guajiros o de intelectuales que habían pasado trabajo. Si hubiesen tenido menos éxito, o menos fiebre de la súbita subida a rangos de admiración, sus sentidos le hubiesen delatado de fechorías que, en aquel entonces, sembraban oraciones con esperanza, futuro mejor y grandes causas. O sus dioses andaban confundidos, o no oyeron, bien sabido es que hablan por los ángeles o por el diablo.

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De Osvaldo había leído unas décimas y sonetos. Me pareció un hombre tímido, un hombre que inclinaba el cuerpo como si le doliera algún músculo o fibra interior, o su corazón estuviera demasiado apresado. La psicomorfología dice lo que estamos viviendo, él tenía a un guajiro bondadoso dando la mano. En muchas conversaciones caían en sus infancias por el centro de la isla.

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Solía detenerse delante de la biblioteca y observar un libro sin atreverse a tomarlo en sus manos; antes comentaba parsimoniosamente, como pidiendo permiso para hacerlo. Era curioso al extremo y aplicaba el mismo método para saber de donde yo había salido o agradecer el café. Donde hubiese dicho “está caliente, fuerte o rico”, él se deleitaba en humillos.

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Osvaldo tenía una segunda voz, la poética, susurrando las frases comunes. Andaba impecable, creo que todos tenían esa norma, para visitar a Fayad se ponían el trajecito de ir a la Uneac, o venían de allí, lo cierto es que se cuidaban, peinaditos, afeitados y olorosos aunque afuera hiciese un calor de 30 grados.

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Recuerdo sus charlas y ese amor por las palabras “morada”, “pedrada” como si levantaran la creencia, firme creencia en la inmortalidad del poeta, a tal punto que hasta que no vestí a Fayad y vi su cicatriz que descansaba como un corte bárbaro junto a sus testículos, pensé que era una abstracción quedarse amarillo y pasmado.

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Ya en los ochenta, en ese quinquenio final se acumulaban desencantos, y las charlas iban hacia la renuncia de Fayad del trabajo en la embajada de México y comentarios donde se imponían los hijos de Saturno, la novela de Osvaldo que saldría después, o los Tepalcates- fragmentos- últimos poemas del Moro* que no sé el rumbo que tomaron.

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No puedo asegurar- quizás su esposa Elena sepa- si Fayad les ayudó para el viaje, o sólo se informaba, con esa calma que le acompañaba hasta en los gestos, a tomar la decisión de partir.

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Osvaldo me parecía un hombre melancólico, ensimismado y lleno de visiones, quizás pensaba “Es la hora en que irrumpen las lechuzas, y en su vuelo cortante pasan ripiando el viento con las alas” quizás entre ellos jugaban los silencios o buscaba como anunciar una tormenta de forma armoniosa.

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Creo que vivió el exilio como un desestructuramiento de esa caja en que se había encerrado por eso su corazón explotó en miles de segmentos, que ahora leemos como poemas, o textos y recordamos.

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Sólo hablo del poeta que tertuliaba en sus horas, inclinando el cuerpo de forma cariñosa como para acercarse, conocedor del golpe, y que me hizo llegar una nota de pena cuando murió Fayad en noviembre del 88, a la que nunca agradecí pues no contaba con dirección para respuesta.

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La bofetada

La primera bofetada

no me la dio mi madre

ni el mundo ni la gente

ni la vida.

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Fue un regalo de reyes

que hallé bajo mi cama.

La tomé sigiloso

-sin despertar a nadie-

y me la di en el rostro.

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*Moro: Manera de llamarle a Fayad Jamis

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MARGARITA GARCÍA ALONSO: Matanzas, Cuba. Reside desde 1992 en Francia. Licenciada en periodismo de la Universidad de la Habana. Miembro de la Organización Internacional de Cyber Periodistas. Poeta, periodista, pintora, grafista e ilustradora. Ha publicado los poemarios Sustos de muchacha, Ediciones Vigía, y Cuaderno del Moro, en la Editora Letras Cubanas. Premios en diversos concursos literarios. Laureada en la Taberna de poetas francesa, y publicada por Yvelinesédition, en marzo 2006. En el 2005 ilustró el libro de teatro A ciegas, de Laura Ruiz; y el poemario Nouvelles de Dan Leuteneger, Collection Emeutes. Numerosas exposiciones y premios de pintura en Francia, Polonia, España, Colombia. Traducción del libro Justo un poco de amor, de la poetisa Florence Isacc; y la portada de la antología de poesía Letras en la piel, Ediciones mis escritos, Argentina, entre otros.

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4 comentarios:

  1. Solo me falta agregar que Margarita, es un tremendo ser humano.
    Un abrazo

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  2. Sí que lo es, me consta. Abrazo para ti.

    Ch

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  3. Es un buen poema.

    Realmente, quizás desgraciadamente, no lo sé, dada la historia vivida, sub-vivida y supra-vivida, todo lo pongo en duda, yo no conozco tanto de la labor poética y literaria de la oficialidad cubana. Para el grupo de proscritos del que yo formaba parte, eran gente rechazable y en verdad no nos molestábamos mucho en discernir quién tenía valor artístico detrás de toda aquella "oficialidad" que los igualaba con quienes sí no lo tenían, salvo el del oportunismo, que es otra cosa que no tiene que ver con la sensibilidad ni con la inteligencia sino con cuán listo eres para agenciártelas en la vida sin importar caer en mediocridades diversas. Yo no tuve la disciplina de un amigo de viaje vital que un día dijo: "me voy a leer todo lo publicado en Cuba hasta el momento", y se lo leyó.

    Ahí hay un abismo hondísimo, profundísimo, que nunca será rellenado por una buena parte de ese grupo de "obviados". Como siempre, aun fuera de ella físicamente, aun con la muerte, la Revolución separa, y el comunismo (también el nazismo, el fascismo y todos los ismos menos el istmo, pero el comunismo fue lo que yo viví) rebusca y ahonda en separar a todo el mundo, a cualquier mundo, en dos mitades enfrentadas más allá de cualquier razón.

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