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Globalización: tantas caras, tantos signos y nadie conocido
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Por José Antonio Parra
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Encontrarse en un restaurante cuyo decorado bien puede ser a la usanza del Soho, o cuya vitrina asemeja cualquier lugar de Saint German de Pres no es un azar. Mucho más si estas similitudes van de la mano de una chef cuya especialidad es la comida pan asiática y cuyos convidados vibran mientras escuchan Deodato al degustar un martini. Y es que me refiero a Deodato para estar estrictamente retro y no aludir a ningún Dj del momento, esto es Dimitri from Paris, por ejemplo.
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La cantidad de elementos de la atmósfera que uno puede encontrar en un lugar como éste descontextualizan la escena y bien la pueden situar en una ciudad septentrional de cualquier parte del mundo. No obstante, esta pérdida de referencias no sólo se da en un plano espacial, sino temporal. El ejemplo de Deodato es evidente para hacer notar que la escena bien pudiera estar tomando lugar en pleno 2009 como en cualquier noche de los años setenta mientras, con toda comodidad, hablamos de la última fiesta del Sha Reza Pahlavi.
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Hoy día, uno de los modos que tiene el ser humano de situarse en esta suerte de mundo único, donde la unicidad toma un cariz palpable, es el hecho de poder acceder a cualquier pieza multimedia que a uno le provoque. Volvamos a nuestra noche universal para entender el asunto; si una vez que regresamos a casa después de tal experiencia gastronómica uno hubiera quedado con un deseo muy grande de saber más de Deodato y, por qué no, tener su música, trasladar esa atmósfera setentosa a su casa, hubiera bastado con conectarse a Internet y a través de un programa de intercambio (Limewire, Soulseek o Kaaza) bajar de un archivo compartido la música deseada y ello sin entrometernos en las exquisitas vertientes rizomáticas de facebook o twiter que son un fenómeno avasallador.
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Las configuraciones que este tipo de programas está generando igualmente nos abstraen de lo temporal. De una manera abismal, por cierto, las formas de intercambio económico que estuvieron en pie hasta los noventa están siendo golpeadas por una fuerza que lleva todo a una forma primaria: el trueque. Las barreras espaciales quedan del mismo modo desdibujadas al permitir relaciones económicas con individuos que, con toda facilidad, pueden estar en Bangkok o en Montreal.
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Las diferencias entre grupos pasan a ser reconocidas por los modos de lo que nos gusta a nosotros que no les gusta a ellos, y lo que nosotros hoy podemos tener todos. La mediación electrónica que suponen los paquetes de cable y la misma Internet nos lleva a tener escenografías símiles en lugares del orbe remotos, la imagen que salta a la vista es la ciudad única, el restaurante único, la música única y, través del tiempo, todos estos registros reciclándose en una suerte de cadena que en su mismo giro producen nuevas mezclas de sus elementos primarios. La realidad es fractal.
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Retomemos un poco lo de la música y vayamos al fenómeno Dj, por ejemplo a quien antes mencionaba: Dimitri from Paris. En él también ocurre una descontextualización, su nombre bien podría evocar una suerte de James Bond de la Europa Oriental comunista, o una suerte de amigo sumamente excéntrico de Sasha Distel o Ives Saint Laurent, pero no es así, Dimitri aparece con toda gloria en los años noventa y llega a su momento clímax cuando el viejo Hefner lo invita a musicalizar en la mansión.
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Cuando uno analiza lo que hace el Dj es fácil notar que no es más que un pastiche sumamente estético donde conviven elementos musicales de diferentes períodos, de tal suerte que si la combinación de Chic con Debussy resulta apropiada, entonces habrá un público que lo recibirá con los mejores elogios. En diferentes niveles, las barreras se van rompiendo y lo humano se hace más y más análogo al universo fragmentario producto, en parte, de la mediación electrónica. Sin embargo, la faceta más vertiginosa de este fenómeno es cómo se superponen diversidad de períodos, cada uno de los cuales con sus propios registros, para dar así lugar a un nuevo sustrato donde las propuestas estéticas asumen relaciones arbitrarias.
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De este modo, una cena escuchando Deodato finaliza mientras saboreamos la aceituna de nuestro martini, mientras entendemos que basados en el Uno generamos una cultura aún no muy clara, contraparte dramática del lado sonriente de la globalización.
-Otras colaboraciones de JAP, Aquí.
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Imagen tomada de la Web.
Foto de JAP., DR.
varela da buenos homenajes
ResponderEliminarhttp://varela1.blogspot.com/2009/09/homenaje-zoe-valdes.html