domingo, 13 de julio de 2008

Las Islas o las catacumbas creadoras de María Zambrano.

--
--
-
--
---

Las Islas o las catacumbas creadoras de María Zambrano*
------------------(Primera entrega)
---
---
Por Jorge Luis Arcos

----

----

----

-----

“Las Islas, lugar propio del exiliado que las hace sin saberlo allí donde no aparecen. Las hace o las revela dejándolas flotar en la ilimitación de las aguas posadas sobre ellas, sostenidas por el aliento que viene de lejos remotamente, aun del firmamento mismo, del parpadear de sus estrellas, movidas ellas por invisible brisa. Y la brisa traerá con ella algo del soplo de la creación”.
---M. Z.---
---Los bienaventurados (1990)---

Cuando María Zambrano arriba por primera vez a Cuba en 1936, camino de Santiago de Chile, no podía sospechar que esa isla iba a formar parte muy importante de su destino. La misma noche de su llegada a La Habana, en un significativo azar concurrente, asiste a una cena en La Bodeguita del Medio donde conoce al joven escritor José Lezama Lima. Todavía el futuro la ligaba a un proyecto utópico y revolucionario: la España republicana. Todavía la Historia tenía para ella un sentido concreto, presente, nacional incluso. Todavía la Historia no era la historia apócrifa, la historia sacrificial. Todavía no había conocido el abismamiento sin límites de la derrota, como reflexionará años más tarde en su ensayo “Sentido de la derrota”, publicado en La Habana en 1953. Ni todavía su patria era el exilio. Y, sin embargo, algo especial siente para siempre en ese “encuentro sin principio ni fin” con el futuro autor de Paradiso, el que cuarenta años después, el mismo día de su muerte, le inspirará uno de sus textos más significativos: “Hombre Verdadero: José Lezama Lima” (1977), donde destila su profecía más osada -la culminación de la persona zambranista, ya vislumbrada en Persona y democracia: la historia sacrificial (1958)-, acaso la linde última de su razón poética, como también explaya en Claros el bosque (1978), De la Aurora (1986) y Los bienaventurados (1990), libros que, junto a Notas de un método (1989) y Los sueños y el tiempo (1992), constituyen sus proyectos creadores más significativos, luego de la publicación en 1955 de El hombre y lo divino (1955).

Como es conocido, luego de su breve estancia chilena, interrumpida por el recrudecimiento de la guerra civil, María regresa a España, de la que saldrá ya como exiliada, peregrina, el 28 de enero de 1939. De nuevo, esta vez camino a hacia México, hace escala en La Habana, a donde regresará finalmente el 1 de enero de 1940 para iniciar su larga estancia en las Islas –Cuba y Puerto Rico- que se prolonga hasta 1953. Son esos trece años de los más fecundos en la vida y obra de la pensadora andaluza. Aunque ya desde unos años antes se había verificado su desvío de Ortega, -“Hacia un saber sobre el alma”(1934)-, partiendo de una arista no desarrollada en el pensamiento de su maestro, como la propia pensadora reconoce muchos años después, a propósito de lo que será el centro de su saber: la razón poética, creo que es durante su estancia en Cuba y Puerto Rico que esa razón poética se configura como un ambicioso, omnicomprensivo proyecto creador en su doble y simultánea vertiente: intelectual y vital, sobre todo por la revelación, la vivencia misma del mundo de lo sagrado en lo que ella llamó las catacumbas[1] en una carta dirigida a Virgilio Piñera en 1941. Cierto es que en su texto de 1937, “La guerra de Antonio Machado”, había enunciado el término de razón poética, y que ya en “Nostalgia de la tierra” (1933), aparece la evocación del mundo de lo sagrado; asimismo, esta primera articulación de la razón poética cuajará en los dos libros publicados en México, Filosofía y poesía (1939) y Pensamiento y poesía en la vida española (1939), que pueden complementarse con muchos de los textos que escribe por esos años –entre 1933 y 1944- y que incluye en Hacia un saber sobre el alma (1950). Pero es durante su estancia en las islas, mayormente en Cuba, que María Zambrano irá escribiendo los textos que luego conformarán su primera gran obra de madurez: El hombre y lo divino (1955).

Efectivamente, en De la Aurora la pensadora malagueña aísla el punto a partir del cual su pensamiento tomó un camino propio. En el capítulo “Los seres de la Aurora”, rememora aquel “logos del Manzanares”, humilde río que atraviesa Madrid. Ortega, en el prólogo a su libro Meditaciones del Quijote (1914), había expresado: “Hay también un logos del Manzanares: esta humildísima ribera, esta líquida ironía que lame los cimientos de nuestra urbe, lleva, sin duda, entre sus pocas gotas de agua, alguna gota de espiritualidad”[2]. “Es un logos órfico”, dice Maríٌa Zambrano, “aunque Ortega no lo presentara nunca así (…) La senda que yo he seguido, que no sin verdad puede ser llamada órfico-pitagórica, no debe ser, en modo alguno, atribuida a Ortega. Sin embargo, él, con su concepción del logos, me abrió la posibilidad de aventurarme por una senda en la que me encontré con la razón poética; razón, quizá la única, que pudiera hacer, de nuevo, encontrar aliento a la filosofía para salvarse -al modo de una circunstancia- de las tergiversaciones y trampas en que ha sido apresada”[3]. Porque en aquel prólogo aludido, Ortega hablaba también, rememorando la escuela platónica, de la necesidad de salvar las apariencias, de descender hasta ellas y salvarlas. Justamente es este el superobjetivo de todo el pensamiento de María Zambrano, quien ya desde “Hacia un saber sobre el alma” (1934) -entonces muy cerca de Nietzsche, Simmel y Scheler- y hasta su plenitud en El hombre y lo divino (1955), va desarrollando lo que ella denominó como categorías íntimas de la vida, propias del mundo de lo sagrado. No por gusto le confiesa en una carta a Medardo Vitier en 1951, agradeciéndole su lectura de Hacia un saber sobre el alma, que “no voy, sino que vengo de la Filosofía”, y que “la Filosofía es el Purgatorio y hay que recorrerlo yendo, viniendo, convirtiendo el laberinto en camino”[4]. Por cierto, en esta misma carta se comprueba que en ese mismo año había María Zambrano enviado para su publicación en París El hombre y lo divino, al que pensaba titular por entonces La Ausencia. De manera que no hay dudas de que su proceso de concepción y escritura ocurrió en sus años insulares, en sus catacumbas creadoras.

De las catacumbas

Es esta idea de las catacumbas una de las más reveladoras del sentido órfico de su pensamiento, de su descenso a los ínferos, al mundo de lo sagrado, a la vez que ilumina también el sentido profundo que le confiere a su condición de exiliada. Aparece por primera vez en la carta aludida antes, de María a Piñera. Ante los deseos del escritor cubano de radicarse en Argentina para buscar un mundo cultural más dinámico que el de La Habana –Buenos Aires era entonces como una avanzada de Europa-, María le confiesa: “Yo he preferido estas islitas sin embargo o tal vez por eso mismo, pues el mejor europeo de hoy, es decir, la mejor vocación europea, creo que es la de las catacumbas, y es desde luego la que yo tengo”. Hay en María siempre una profunda simetría entre su destino y sus búsquedas intelectuales. Ya le decía Medardo Vitier que, en Hacia un saber sobre el alma, ella lo que buscaba era “seguridades del alma”, juicio que conmueve mucho a María. A la misma vez que se sentía expulsada, exiliada de Europa, de su patria, se dedicaba a rescatar todas las realidades marginadas por el imperialismo de la razón. Saber de los orígenes, saber vital, rescate del mundo de lo sagrado, para insuflar de vida a la soberbia de la razón. Por eso, qué mejor epíteto para la razón que poética, como una forma de aludir a aquella sabiduría órfico-pitagórica marginada desde Platón y Aristóteles. De ahí su vocación de catacumba, como guardiana de un saber perdido, un logos sumergido, un légamo reminiscente. Catacumba y légamo creadores, lámparas de fuego en noche obscura.

En su ensayo de 1943, “Las catacumbas”, precisa y ensancha el significado de su comentario a Piñera. Sí, en efecto, sentía a esas “islitas” como unas catacumbas, mas con el sentido cristiano de ocultación y descendimiento, o con el de ese “entremos más adentro en la espesura”, de la “Noche obscura”, de San Juan de la Cruz. Dice allí: “tenía que bajar a enterrarse en las catacumbas como el grano de trigo en los misterios de Elusis para salir luego a la luz”, como paso previo a una añorada resurrección, porque, insiste, “nadie entra en la nueva vida sin pasar por una noche obscura, sin descender a los infiernos, según reza el viejo mito, sin haber habitado alguna sepultura”, como una rediviva Antígona también. Por eso se sintió tan cerca del orfismo lezamiano, “católico órfico, según él mismo se declaró”, dice, y considera a Paradiso “una obra autenticamente dentro de la tradición órfica”[5], y se reconocía en su creencia en la resurreción. Por eso acaso describió mejor que nadie a esa “Cuba secreta”, subterránea pero esencial, como una promesa de un futuro advenimiento. Cuba secreta precisamente entrevista a través del testimonio de los poetas, a través de un conocimiento infuso, simbólico, como el de sus amados exégetas andaluces, aludidos en “La Cuba secreta” (1948), de antiguo linaje sufí. Precisamente en “Las catacumbas” describe su necesidad de una vía otra de conocimiento –muy cercana a la mística de San Juan de la Cruz (incluso al conocimiento amoroso martiano), cuya simbología casi textual recrea en este comentario tan iluminador:

Y así la única comunicación que parece efectuarse es esta que realiza el presentimiento, emparentada tan cerca con lo que algunos místicos han llamado “ver con el corazón”. Ver con el corazón, sentir lo que no está delante, habitar con el sentimiento allí donde no se está, participar en la vida misteriosa, oculta, en la vida entrañable de esos millones de seres de los que la distancia nos ha cercenado, rehacer el camino todos los días parta ir a participar de su dolor, o dejar a fuerza de quietud y de silencio que venga a encontrarnos esa llama pequeña pero ardiente, esa lengua de fuego que consume espacio y atraviesa muros, por ser de naturaleza espiritual, fuego que se enciende en lo hondo y alumbra el pensamiento. Esa llama y ese fuego que debieron salir allá en los siglos II y III de esas cuevas que se llamaron Catacumbas.

Por eso escribí en mi prólogo a La Cuba secreta y otros ensayos que esas “islitas”, que María sintiera como unas luminosas catacumbas, esas islitas de resurrección, acaso sus “ínsulas extrañas”, fueron decisivas para la configuración final de su pensamiento. Entreveramiento de la Historia, de su destino personal y de su razón poética. En carta a Cintio Vitier, en 1979, es explícita: “Y así lo que yo les daba era lo que en mí ardía, la llamita de la resurrección ya, que no hubiera ardido en mí con tanta inocencia si ustedes no la hubieran abrigado, abrigando la mía por abrigarla ya en el fondo de su ser individual y de su historia o modo de vivirla. La historia prometida, la única cierta, la única que pudo arrancarnos del Paraíso preparado ya para ello”[6]. Lo que nos recuerda el comentario de Lezama sobre “una nueva habitabilidad del Paraíso por el conocimiento poético”, pues, precisa: “Ya se sabe que fue el otro conocimiento el que lo hizo inhabitable”[7]. Relaciones estas también entrevistas por Jesús Moreno Sanz en su ensayo “Insulas extrañas, lámparas de fuego, las raíces espirituales de la política en Isla de Puerto Rico[8]. Pues, como se hace transparente en aquella cita de “Las catacumbas”, no hay mejor descripción de esas juaninas “lámparas de fuego”, que Moreno Sanz evoca en su ensayo aludido, vinculada a sus “ínsulas extrañas”. Las “ínsulas extrañas” serán pues las cavernas, las “obscuras cavernas del sentido”, las islas, las catacumbas, o, como ella enfatiza, “sus propias tinieblas, es decir, (…) sus propias entrañas”, o “El propio, inajenable corazón”. Estamos pues en la revelación y fijación del mundo de lo sagrado. Pero para acceder a una nueva luz, a una resurrección. Por eso esas islas o catacumbas son también “lámparas de fuego”. Dice: “Y se preparaban esperando que en esta noche obscura Europa y la razón viviente redescubriesen lo que en las tinieblas se vuelve a descubrir siempre, la vocación, la luz”. De manera que el ocultamiento y sumergimiento en el mundo de lo sagrado es condición previa para ascender luego hacia la luz. Para volver a nacer, lo que nos recuerda su evocado Incipit vita nova dantesco, del comienzo de Claros del bosque. La persistencia de su idea de las catacumbas durante su prolongado exilio se comprueba por la redacción de una versión posterior de su ensayo habanero, con el título “Epoche di catacumbe”, publicado en L' Approdo letterario, en 1960, con traducción de Francesco Tentori[9].

De lo sagrado

En un extensísimo ensayo, “El alma se da en la sombra. La Cuba secreta de María Zambrano o la revelación de lo sagrado”[10], fui muy prolijo con respecto a la revelación del mundo de lo sagrado durante su estancia en Cuba y Puerto Rico. La presente compilación no tiene otro objetivo que -además de actualizar tanto la cronología como la bibliografía insulares de y sobre María Zambrano, contenidas en La Cuba secreta y otros ensayos (1996), ampliándola también a Puerto Rico- ofrecer una muestra antológica significativa de tres instancias decisivas de su pensamiento, a saber: revelación del mundo de lo sagrado y de las categorías íntimas de la vida, razón poética e insularismo[11]; tres instancias, en realidad, inextricablemente unidas y que constituyen también, como otra lectura posible, un singular, y profundo pensamiento del exilio[12]. Pensamiento poético, se le puede llamar también en clave origenista, como ya se tendrá ocasión de comprobar, sobre todo a la hora de valorar su estrechísima y mutuamente fecundante relación, en primer lugar, con José Lezama Lima, y, en segundo, con Cintio Vitier y Fina García Marruz. El otro objetivo, no menos importante, es demostrar la importancia que tuvo para el progresivo desenvolvimiento y para la conformación misma de su razón poética, la experiencia de las Islas. Paralelamente, lo significativo que fue su lectura de Diario de Cabo haitiano a Dos Ríos -propiciada esta por Vitier y García Marruz-, de José Martí, que la condujo a publicar en Cuba su ensayo “Martí, camino de su muerte” (1953), y de la obra toda de José Lezama Lima, para la recreación zambraniana del mito del Hombre Verdadero, de ascendencias cristiana y árabe-sufí.

De entre los muchos textos publicados por entonces en Cuba y Puerto Rico, resaltan -aparte de Isla de Puerto Rico. Nostalgia y esperanza de un mundo mejor (1940)-, algunos incluidos en Hacia un saber sobre el alma (1950): “El freudismo, testimonio del hombre actual” (1940), publicado como libro en La Habana en la imprenta La Verónica de Manolo Altolaguirre, “Apuntes sobre el tiempo y la poesía” (1942), que lo da a conocer Virgilio Piñera en su revista Poeta, y “La Escuela de Alejandría” y “La metáfora del corazón (fragmento)”, ambos de 1944, también publicados en La Habana. Asimismo, publica varios textos que luego aparecerán en El hombre y lo divino, como es el caso de “Los males sagrados: La Envidia (fragmento)” (1946), “Para una historia de la piedad” (1949), “De la paganización” (1951), y “Una metáfora de la esperanza: la ruinas” (1951), todos en La Habana, aunque este último es publicado también con otra versión en Puerto Rico en 1953, con el título “Las ruinas”. Pero, para la develación de lo sagrado, nos interesa comentar ahora, aparte de “Las catacumbas”, ya entrevisto, “Apuntes sobre el tiempo y la poesía”, “La Cuba secreta” (1948), “Lydia Cabrera, poeta de la metamorfosis” (1949), “Dos fragmentos acerca del pensar” (1956) y “Wifredo Lam” (1981). Otros dos textos completan este núcleo significativo, “San Juan de la Cruz” (1942) –aunque con versión anterior en 1939- y “La muerte de un poeta” (1949), publicados ambos en La Habana.

Ya Moreno Sanz ha agotado todas o casi todas las implicaciones que se derivan de su estancia -simultanea con La Habana- en Puerto Rico (1940-1946), en su magistral ensayo “Insulas extrañas, lámparas de fuego…”. Sin embargo, creo que a pesar de haber escrito yo mismo varios ensayos sobre la significación de su estancia en Cuba, y que el conocimiento de su marca cubana en Moreno Sanz es previo al de su marca puertorriqueña, la llamada Cuba secreta ha continuado resguardando sus secretos. Y creo que lo que faltaba era precisamente la integración de la dimensión de lo sagrado –en Cuba, quiero decir- como parte esencial de su razón poética. Aunque el título de su libro acaso más emblemático, El hombre y lo divino, no alude expresamente a ese ámbito, todo su contenido ilustra su rescate e incorporación[13]. De manera que el tránsito de lo sagrado a lo divino y, posteriormente, la constatación de la ausencia de Dios o el eclipse de lo divino en el mundo contemporáneo, y el regreso, ya negativo, del mundo hermético de lo sagrado, no es solo una fijación historicista –con todo lo que debió pesar por entonces la experiencia trágica de la Segunda Guerra Mundial y de la guerra civil española en el ánimo y el pensamiento de María-, ni siquiera, con ser mucho ya, una suerte de reconciliación de filosofía, poesía y religión, pero rescatando todo lo que esa tres instancias, con diferente proporción, es cierto, han dejado en el olvido, sino el develamiento de la vida sumergida, que no podemos menos que identificar con el mundo de lo sagrado: el alma, las entrañas, las creencias, las pasiones, los sueños, los delirios, los anhelos y las esperanzas, lo que ella llamó las formas o categorías íntimas de la vida, y que desde Nietzsche, Scheler, Simmel, Unamuno y hasta el propio Ortega con la enunciación de su razón vital, había sido un reclamo sin verdadera respuesta. Aunque el núcleo de esa búsqueda comienza muy atrás, acaso desde “Ciudad ausente” (1928), pasando por “Nostalgia de la tierra” (1933) y “Hacia un saber sobre el alma” (1934), hasta llegar a un texto como “La guerra de Antonio Machado” (1937), todo lo cual se abordará ya como problema en el dintel mismo de su exilio, en México, en 1939, cuando publica Filosofía y poesía y Pensamiento y poesía en la vida española, es en Cuba y Puerto Rico donde, impelida precisamente por el destierro y por la vivencia física, carnal de otra tierra, ella consiente en descender a los ínferos, a los profundos, a sus catacumbas, y tiene la vivencia, casi mística, de lo sagrado. No para quedarse en esas peligrosas nupcias, claro, sino para ascender desde y con ellas hacia lo divino. Quiero decir, que lo que ella denuncia como terrible síntoma de nuestro tiempo, la ausencia de lo sagrado primordial y lo divino, o el regreso al hermetismo de lo sagrado ya en el plano terrible de la Historia, pasa por ser también una experiencia propia, aunque en ella se dé con el sino opuesto, como una suerte de re-encarnación. Revelación del espíritu pero sin olvidar el alma, como quiere sugerir la frase de Lezama el alma se da en la sombra, tomada a su vez de unos anónimos decimistas cubanos. O como diría el propio Lezama, su gran alma afín, las nupcias gnósticas de lo telúrico con lo estelar. Repasemos ahora, siquiera sea brevemente, los momentos culminantes de esas nupcias, de ese rescate, de ese menester de conocimiento y salvación.

En un texto anterior a “La Cuba secreta” (1948), “Apuntes sobre el tiempo y la poesía” (1942), expresa: “La poesía primera que nos es dado conocer es lenguaje sagrado, más bien el lenguaje agrado propio de un período sagrado anterior a la historia, verdadera prehistoria”. Hay, sin embargo, un momento que nos inquieta mucho en este texto, porque parece ser la explicación indirecta de lo que le sobrevendrá a ella misma en las islas de Cuba y Puerto Rico, cuando siente a aquella como una patria pre-natal. Se está refiriendo a espacios, “zonas de una realidad hasta entonces oculta, velada”, y que “cuando se abren han de ser sentidos no como conquistados sino como recuperados, puesto que se ha vivido con la angustia de su ausencia; la nostalgia de lo que nunca se ha tenido hace sentir cuando al fin se goza, como un volver a tenerlo”. Esto es, como un reconocimiento. Luego precisará que aunque ese espacio pueda ser confundido con el de la infancia, el verdadero poeta, a lo Rimbaud, sabe “que su nostalgia es de un tiempo anterior a todo tiempo vivido y su afán por la palabra, afán de devolverle su perdida inocencia”. Ya ella había afirmado en Filosofía y poesía, que “poesía es sentir las cosas en status nacens”. Y Lezama, concurrentemente, que “el poeta es el testigo –único que se conoce- del acto inocente de nacer”, de donde se deriva ese pensamiento tan consustancial a ambos sobre la resurrección, sobre volver a nacer. Ese Incipit vita nova dantesco que resuena en Claros del bosque como una profecía o en su último prólogo de 1987 a Persona y democracia. Es curioso, asimismo, que hable también de “la inocencia perdida sin compensación”, a lo que Lezama había aludido también en sus versos enigmáticos: “El pecado sin culpa, eterna pena…”. Luego, discurre sobre el tiempo ido, y dice que: “La poesía lo llora, luego recordando, intentará crear la imagen mágica del tiempo sagrado por una forma de lenguaje activo, creador”, lo que nos recuerda su cita inicial de Louis Massignon en la primera edición de Filosofía y poesía, por cierto, muy utilizada por Lezama como imagen central de su ensayo “Juan Clemente Zenea”, cuando alude a la flauta del maligno:

Un teólogo musulmán, Hallach, pasaba un día con sus discípulos por una de las calles de Bagdad cuando le sorprendió el sonido de una flauta exquisita. “¿Qué es eso?”, le preguntó uno de sus discípulos y él responde: “Es la voz de Satán que llora sobre el mundo”. Satán llora sobre el mundo porque quiere hacerlo sobrevivir a la destrucción; llora por las cosas que pasan; quiere reanimarlas, mientras caen y solo Dios permanece. Satán ha sido condenado a enamorarse de las cosas que pasan y por eso llora.[14]

¿No se diría una oblicua descripción del poeta, y del menester poético como conocimiento de salvación? También se aproxima María en este ensayo a su concepción del ancho presente cuando escribe: “Seguirá buscando la inocencia de la palabra y lo hará ahondando más y más en el interior de nuestra hermética vida hasta encontrar un cierto espacio, lago de calma y quietud; ese punto, ese centro desde el cual es posible poseerlo todo, sin perderlo ya más”. Punto, centro, que, además del ancho presente, nos recuerda el tokonoma de Lezama, de su poema “El pabellón del vacío”. Se diría que este texto de 1942 ilustra las certidumbres cognoscitivas que hasta cierto punto traía María Zambrano y que fueron encontrando, ya desde 1940, su vivencia, su sentir, su sentido creador en sus “ínsulas extrañas”. Por ejemplo, como luego se podrá comprobar, la conclusión de este ensayo contiene muchos de los tópicos que desarrollará después en “La Cuba secreta”. Dice allí: “Porque solamente siendo a la vez pensamiento, imagen, ritmo y silencio parece que puede volver la palabra a su inocencia perdida, y entonces ser pura acción, palabra creadora”. Pues, ¿acaso no es también esta conclusión una clara anticipación de su razón poética?

* Este Texto es el estudio preliminar que Jorge Luis Arcos realizó para la edición del volumen, Islas, de la colección, Verbum Mayor, Editorial Verbum, 2007, y que por su extensión publicamos en tres entregas. Agradezco a Yoyi Arcos su colaboración con Efory Atocha.

[1] María Zambrano. La Cuba secreta y otros ensayos. Edición e introducción de Jorge Luis Arcos. Madrid, Endymión, 1996.

[2] José Ortega y Gasset. “Lector”. En su Meditaciones del Quijote. Buenos aires, Espasa Calpe, 1942.

[3] María Zambrano. De la Aurora. Madrid, Turner, 1986.

[4] María Zambrano. La Cuba secreta y otros ensayos. Ed. Cit.

[5] María Zambrano. “Breve testimonio de un encuentro inacabable”. En: José Lezama Lima. Paradiso. Edición crítica. Madrid, Archivos, 1988.

[6] María Zambrano. La Cuba secreta y otros ensayos. Ed. Cit.

[7] José Lezama Lima

[8] Jesús Moreno Sanz. “Insulas extrañas, lámparas de fuego: las raíces espirituales de la política en Isla de Puerto Rico. En: María Zambrano. La visión más transparente. Madrid, Editorial Trotta, 2004. Este ensayo resulta decisivo para la intelección de la marca puertorriqueña de M. Z. Por cierto, Isla de Puerto Rico. Nostalgia y esperanza de un mundo mejor, de María Zambrano, publicado originalmente en La Habana, en la imprenta La Verónica, de Manolo Altolaguirre, en 1940, se publica por primera vez en España en la presente compilación.

[9] L'Approdo letterario. Roma, (12), octubre-diciembre, 1960.

[10] Jorge Luis Arcos. “El alma se da en la sombra. La Cuba secreta de María Zambrano o la revelación de lo sagrado”. República de las Letras. Madrid, (89), abril, 2005. El contenido de este ensayo está incorporado casi íntegramente a la presente introducción, así como la de La Cuba secreta y otros ensayos. Ed. Cit.

[11] Jorge Luis Arcos. “María Zambrano o la isla como utopía”. En su La palabra perdida. Ensayos sobre poesía y pensamiento poético. La Habana, ediciones Unión, 2003.

[12] Sobre la problemática del exilio y María Zambrano, puede consultarse: María Zambrano. Pensamiento y exilio. Madrid, México, Comunidad de Madrid, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 2004.

[13] Véase: Jesús Moreno Sanz. Imán, centro irradiante: el eje invulnerable”, prólogo a María Zambrano. El hombre y lo divino. Barcelona, Círculo de lectores, 1999.

[14] Excergo de la primera edición de Filosofía y poesía. México, Morelia, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Michoacán, 1939. Inexplicablemente esta cita de Louis Massignon fue suprimida de todas las restantes ediciones españolas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario