miércoles, 16 de julio de 2008

Las Islas o las catacumbas creadoras de María Zambrano (Final)

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Las Islas o las catacumbas creadoras de María Zambrano*
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----Por Jorge Luis Arcos.
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Coda para Lezama[1]

Hemos dejado para el final su esencial relación con José Lezama Lima, porque ella, toda, nos adentra en una relación de raíz sagrada. Amén de lo que ya se ha vislumbrado, comencemos por el origen. Ella misma lo ha relatado varias veces. En “Breve testimonio de un encuentro inacabable” (1988), ella narra su primer encuentro en 1936: “Se sentó a mi lado, a la derecha, un joven con grande aplomo y ¿por qué no decirlo? de una contenida belleza, que había leído algo de lo por mí publicado en la revista de Occidente” (...) En esta sierpe de recuerdos, larga y apretada en mi memoria, surge aquel joven con tal fuerza que por momentos lo nadifica todo. Era José Lezama Lima.” Y, en medio de una reminiscencia de raíz sagrada: “un encuentro de esos que no se buscan, que vienen dados o que son nacimientos en la memoria y sus laberintos, en aguas transparentes y profundas, misterio y claridad”, afirma: “aquel joven pertenecía a mi vida esencial”, y enseguida: “fue un encuentro sin principio ni fin”. En este mismo texto, que sirvió como liminar a la edición crítica de la novela Paradiso, María lo reconoce como un “católico órfico” e, igualmente, a su novela, como “una obra auténticamente dentro de la tradición órfica”, en lo que coincide con la percepción de Fina García Marruz[2]. En un texto anterior, “José Lezama Lima en La Habana” (1968), su evocación de Lezama se confunde con la de la isla, donde cree percibir “rastros del paraíso”. Inmediatamente reaparece lo sagrado: “Lo sacro se cela en el sur entre cancelas, hojas y cortinas de aire sólo atravesables para aquel que mira sin curiosidad, sin apetito siquiera de penetrar en lo sacro...”, y advierte que fue reconocida como “alguien que sabe de lo sacro permanentemente”. En su evocación de Lezama anticipa María su idea del “ancho presente” cuando escribe: “Lezama vivía en ese difícil cruce, en ese punto que es el tiempo presente, un punto –espacio-tiempo- al que hay que alzarse con destreza que sólo la más sutil sabiduría proporciona y para los que los saberes no bastan”. Y luego: “Es el presente que se crea en verdad”. Ancho presente o presente creador o eterno presente, como también vislumbra en el propio Lezama.[3] Es la imagen de un iniciado. Inmediatamente vincula las entrañas de la ciudad con las del poeta. Ya en el texto anteriormente comentado había sentenciado: “El era de La Habana como Santo Tomás lo era de Aquino y Sócrates de Atenas. El creyó en su ciudad”, lo que apoya su propia creencia, expresada en “Sobre la iniciación”[4] de que “Todos los iniciados tienen necesidad de una ciudad, de un lugar”. En una bellísima carta a Lezama, donde María hace equivaler a La Habana con la Andalucía de su infancia, expresa: “En La Habana recobré mis sentidos de niña, y la cercanía del misterio, y esos sentires que eran al par del destierro y de la infancia, pues todo niño se siente desterrado. Y por eso quise sentir mi destierro donde se me ha confundido con mi infancia”[5].

En otro plano concurrente la relación que se inicia en 1936 se reanuda en 1940 a través de una preocupación central de ambos: la insularidad. Ya Jesús Moreno Sanz ha demostrado prolija y profundamente la importancia que para el pensamiento de María Zambrano tuvo la redacción de Isla de Puerto Rico (Nostalgia y esperanza de un mundo mejor) (1941 [6], escrito en La Habana a su regreso de aquella isla gemela. Lo significativo es que ese intenso librito sea dedicado a José Lezama Lima, con este comentario “quien también ha sentido y pensado sobre las islas”. ¿Conoció María el “Coloquio con Juan Ramón Jiménez” (1938)[7], donde Lezama discurre sobre el mito de la insularidad? Es probable, pero en todo caso Lezama le responde esa dedicatoria con otra, en su poema “Noche insular: jardines invisibles”, cuando lo publica inicialmente en la revista Espuela de Plata, primera donde colaboró María de las llamadas revistas origenistas, y que luego incluye en Enemigo rumor (1941), libro que sí lee María ese mismo año y sobre el que le expresa a Lezama que tiene “un mundo ancho, misterioso”[8]. Aquel poema, donde Cintio Vitier ha apreciado, en su ensayo “Crecida de la ambición creadora. La poesía de José Lezama Lima y el intento de una teleología insular”[9], que “Lezama ve en la noche insular (...) el drama teológico del destierro”, y donde el poeta “realiza su encarnación verbal de la noche cubana”. Hay incluso una correspondencia, por ejemplo, entre las valoraciones de la noche por parte de María Zambrano en la pintura de Wifredo Lam y la noche insular lezamiana. Ya el mismo crítico, a quien Lezama le dirige una importante carta donde explaya su poética y donde le convida a crear una “teleología insular”[10], había apreciado cómo en Lezama “Hay una enemistad original, de raíz sagrada, entre la criatura y sustancia poética”. Pero también en aquel primer libro de Lezama aparece un poema como “Muerte de Narciso”, que se ha relacionado con “Cementerio marino”, de Paul Valery, poema que unos años antes, según comenta Moreno Sanz[11], escuchaba María leer en francés a Victoria Ocampo en Madrid. Es muy significativo que en “Breve testimonio de un encuentro inacabable” ella exprese que “Las aguas creadoras, fecundas y vírgenes, él, Lezama, las buscaba y creía en ellas (...) Lo que él estaba buscando era la generación en el agua por la mirada fecunda y virgen, de la cual Narciso, tardío mito neoplatónico, puede ser un eco que se transformó en impostura”. No hay que olvidar tampoco que “Muerte de Narciso”, “Rapsodia para el mulo” y “El pabellón del vacío”, variantes los tres de la confianza de Lezama en la resurrección –otra coincidencia esencial con María- fueron leídos por la autora de Claros del bosque. Es muy significativo que María vea en “Rapsodia para el mulo” el secreto de su poesía, y que muchos años después, en 1978, cuando lee por primera vez el ensayo de Lezama “Confluencias” (1968), donde el poeta revela el origen de aquel poema, María le exprese a su viuda que encontró “un texto prodigioso de Lezama, ‘Confluencias’, que releí pasmada, anotándolo y todo”[12]. De “El pabellón del vacío”, último poema que escribiera Lezama, le dirá también a María Luisa Bautista que “yo no puedo verle desaparecer en el hueco del Tokonoma sino atravesándolo como cuerpo sutil, luminoso, dotado de verdadera vida”[13], donde, como se verá después, se puede establecer una analogía con “el mar en llamas” que hay que atravesar...[14] Pero acaso lo más profundo que escribió sobre su amigo, y que nos vuelve a llevar al territorio de lo sagrado, se lo pudo decir a él mismo en carta fechada un año antes de su muerte, en 1975: “Tuvo Ud. siempre la virtud de que los ínferos, lo de abajo, lo que queda, aparezca salvado sin dejar de ser”[15], suerte de síntesis de su razón poética.

Es hora ya de comentar el texto más trascendente que escribió María Zambrano sobre Lezama y que, como advierte Moreno Sanz, fue uno de los más trascendentes que escribió la autora de De la Aurora, “Hombre verdadero: José Lezama Lima” (1977)[16], aunque se conoce que lo escribió en 1976, el mismo año de la muerte del poeta. Pero acaso antes conviene hacer una breve introducción.

Son muchas las referencias que hace a todo lo largo de su vida María Zambrano sobre la luz, el alba, la aurora, incluso el crepúsculo (rayo verde incluido), “la mar verde”, como ella extraña pero significativamente llama al mar de La Habana, a propósito de su estancia en las islas, Cuba y Puerto Rico. Algunas ya las hemos citado. Por ejemplo: “en La Habana he visto, bebido más que en parte alguna el alba, el alba hasta que salía el Sol que me asustaba”[17], le dice a Lezama en 1976, a la vez que le envía un fragmento de su libro inédito De la Aurora. Pero donde es más profunda es en Delirio y destino, por la relación que establece entre la luz y la noche:

Habían pasado los días cayendo como gotas de luz, en esta isla apenas posada sobre las aguas. En esta isla en la luz, más que en el mar. Luz que la guardaba a veces como en un fanal azul y a veces la dejaba al descubierto, a la intemperie del fuego solar y de la luna. En el “invierno” la Isla es como una plataforma de tierra vuelta hacia los astros, como si flotara en el océano luminoso y oscuro del espacio interestelar. (...) Su “noche obscura” había estado poblada de luces, de lámparas ocultas “en las catacumbas” y ella las había visto, sentido más bien, desde esta luz regalada por la naturaleza tan pródigamente.[18]

Pero hay más, como un correlato de sus consideraciones acerca del orfismo poético en “La Cuba secreta”, cuando allí dice que: “Y así la poesía habitará como verdadera intermediaria en el obscuro mundo infernal y en el de la luz, donde las formas aparecen”, y como ya advertí en mi ensayo citado, precisamente a propósito de la mística de San Juan de la Cruz, aventura María Zambrano esa idea tan persistente en su propio saber acerca de ese estadio, frontera, umbral, confín intermedios. Dice, a tenor del poema juanino “Canciones del alma, que se goza de haber llegado al alto estado de perfección, que es la unión con Dios, por el camino de la negación espiritual”, más conocido como “Noche Obscura” –y repárese en las equivalencias con el estado prenatal y su final solución poética-:

Parece que sólo la muerte sería el término de esta salida; pero no es así. Aunque parezca imposible existe un medio entre la vida y la muerte. San Juan nos muestra que se puede haber dejado de vivir sin haber caído en la muerte; que hay un reino más allá de esa vida inmediata, otra vida en este mundo en que se gusta la realidad más recóndita de las cosas. No ha sido un abandono de la realidad, sino un internarse en ella, un adentrarse en ella, “entremos más adentro en la espesura”. Por eso no es la nada, el vacío lo que aguarda el alma a su salida; ni la muerte, sino la poesía en donde se encuentran en entera presencia todas las cosas.[19]

Y a su vez Lezama parece responderle cuando le escribe sobre la muerte de Araceli: “Pero Ud. es de las personas que saben con gran precisión que nacemos antes de nacer y morimos antes de morir. Yo diría con cierta temeridad que tanto el nacimiento y la muerte de los que nos rodean y que queremos, nos es desconocido y que nunca lo podremos precisar”[20]. Toda esta noción del estadio intermedio es ampliamente desarrollada por Moreno Sanz en su ensayo “Insulas extrañas, lámparas de fuego”, aunque más a la vera de su experiencia puertorriqueña –tan equivalente en tantos aspectos con la de Cuba- y de su libro Isla de Puerto Rico (Nostalgia y esperanza de un mundo mejor).

Ha relatado María Zambrano que el mismo día que recibe la noticia de la muerte de José Lezama Lima comienza a escribir su texto “Hombre verdadero: José Lezama Lima”. Es este, como reconoce Jesús Moreno Sanz, el texto más hermético y el más espiritual que escribiera la autora de De la Aurora, libro que también estaba escribiendo por entonces. Ya en una carta fechada en 1973 le escribe a su amigo cubano:

Se hace el silencio en ciertos estados precisamente en zonas que nada o muy poco tienen que ver con lo perecedero. El poder escribir me ha librado de la mudez y de ese hielo que tanto quema, de ese mar de llamas que según viejas tradiciones, el que muere ha de atravesar. Hace años me dijo un amigo italiano, Elemire Zola, que había encontrado en un sermón de San Efrén una alusión que permitía suponer que un Credo anterior al de Nizea lo decía de N. S. Jesús, no sé si antes o después de haber visitado los ínferos. Y como el amor une, se siente así día y noche ese mar de llamas o más bien de fuego oscuro no eterno, no. La Aurora Consurgens siempre se presiente y aun se siente.[21]

Ya muerto su amigo, en la correspondencia que tiene con su viuda, María Luisa Bautista, ofrece dos claves para su ensayo. La primera, ante un envío que le hace esta, acaso Fragmentos a su imán, el poemario póstumo de Lezama, dice María: “supe que tenía ante mis ojos algo fuera de serie, algo único: perla rara de total pureza, oro vivo, esmeralda en la que se ha fijado el Rayo verde, aquel que yo atisbaba desde mi ventana sobre la bahía, frente al poniente y que ahora veo a veces entre las manos de Lezama o saliendo de él mismo. El secreto último del cielo de Cuba y de los trópicos según dicen, mas para mí de La Habana”[22]. Y reparemos, al pasar, en cómo María relaciona al rayo verde con esas piedras simbólicas[23]. Y en el ensayo “Hombre verdadero: José Lezama Lima”, María escribe: “Surge y sube la luz como una palma real. La palma que en el breve atardecer se mece levemente por ligereza y no por veleidad, como respuesta de su médula blanca en la que se cría un corazón al rayo de luz verde que no siempre la mirada alcanza a ver cuando el sol de fuego se ha hundido en la mar”. Donde en sorprendente analogía simbólica que hubiera sido muy cara a Lezama se corresponde lo telúrico con lo estelar. La segunda, cuando le confiesa: “María Luisa, yo rezo poquito, pero rezo. Padre Nuestro, Salve, Agnus Dei y alguna oración, invocación al Espíritu Santo. A veces delante de un cirio encendido que tengo en mi cuarto, cuando no soy vista. Ese día y ya, rezaré a la Aurora –‘Oh luz manifestada –que iguala al ojo con el sol’...”[24], verso este del poema cosmogónico de Lezama “Las siete alegorías”, fechado en febrero de 1973, e incluido en Fragmentos a su imán (1977), texto que será el centro del ensayo de María Zambrano, “Hombre verdadero: José Lezama Lima”. En realidad este texto, en muchos momentos, en un diálogo con el poema de Lezama, poema ya de por sí hermético. Ya en una carta fechada en 1967, María se disculpa con Lezama porque no le ha podido enviar, de Henry Corbin, La imaginación en Ibn-Arabi y Terre precieuse et corp de resurrrection.[25] ¿Llegó Lezama a leer estos libros? Lo cierto es que la carta de María a Lezama, del 23 de octubre de 1973, ya citada, donde le habla del “mar de llamas”, es anterior a la redacción del poema. ¿Fue entonces ese poema una respuesta a la carta de María? En otro poema del mismo libro, pero fechado en octubre de 1973 –por lo que no parece posible que fuera escrito después de recibir la carta de María-, Lezama escribe: “Sus silenciosos tumultos / son llamas en el agua, / que ven de cerca, día por día, / el reloj coralino / que ensaliva la eternidad”[26]. Los fragmentos del poema en cuestión, “Las siete alegorías”, que María cita y recrea, piensa y comprende, y también responde, es el siguiente (y en donde se comprende aquel juicio posterior de María sobre las aguas creadoras, fecundas y vírgenes, en que creía Lezama):

Saltan las aguas sopladas por la gran boca.

De esa boca sale el espíritu que ordena

la sucesión de las olas.

Es la quinta alegoría,

como otra cuerda de la guitarra.

La alegoría del Agua Ignea.

Un agua salta

quema las conchas y las raíces.

Tiene de la hoguera y del pez,

pero se detiene y nombra el aire,

llevándolo de choza en choza,

quemando el bosque después de las danzas

que se esconden detrás de cada árbol.

Cada árbol después será una hoguera que habla.

Donde el fuego se retira

salta la primera astilla del mármol.

El Agua Ignea demuestra que la imagen

existió primero que el hombre,

y que el hombre adquirirá ¿donde?

el disfraz final del Agua Ignea.

Teseo trae la luz

el sextante alegórico.

La luz es el primer animal visible de lo invisible.

Es la luz que se manifiesta,

la evidencia como un brazo

que penetra en el pez de la noche.

Oh luz manifestada

que iguala al ojo con el sol.

En definitiva, lo esencial es el reconocimiento, por parte de María, de Lezama como “hombre verdadero”, que ha alcanzado con su muerte la resurrección –tal como apetece Lezama en “El pabellón del vacío”. “Arbol único”, le llama María, que ya ha atravesado su vida –“el Mar en Llamas”, el Agua Ignea. No está de más recordar que en el antecedente simbólico de aquel poema, “Rapsodia para el mulo” –como vimos, para María, donde reside el secreto de la cosmovisión poética de Lezama- aparece ya la imagen anagógica del árbol. La imagen simbólica, creadora, genésica, del mulo que cae en el abismo, hacia “el agua de los orígenes” o “Arbol que no se extiende en acanalados verdes / sino cerrado como la única voz de los comienzos” o “Arbol de sombra o árbol de figura”..., antes de resumir esta rapsodia, resistencia trágica, sacrificial –imagen de toda su poética- con la resurrección: “al fin el mulo árboles encaja en todo abismo”. El mulo que desciende a las entrañas, a lo sagrado, a lo telúrico para sembrar, parir árboles que se alzan hacia lo estelar, ya que, dice Lezama, “sembrar en lo telúrico es hacerlo en lo estelar”. Por cierto, todo el poema estará recorrido también por la imagen de la piedra, tan cara a María Zambrano. Sólo quiero recordar, a manera de incitación, que en una carta a María Luisa, María cita un fragmento de un poema de Lezama, presumiblemente “Censuras fabulosas”, al igual que “Rapsodia para el mulo”, de La fijeza, donde se lee: “La roca es el Padre, la luz es el Hijo. La brisa es el Espíritu Santo”. La imagen del mulo, descendiendo a los ínferos, a lo sagrado y devolviendo árboles, parece avenirse con la imagen también anagógica de la palma real: “Surge y sube la luz como una palma real”. Más esotérica es la entrevista relación, diálogo, respuesta del corazón de la palma (su fruto, médula blanca, la pulpa del coco), ¿de la luz? con “el rayo de luz verde”. El fruto de la tierra como imagen de la luz que asciende. Pasa entonces a la referencia de la “Muerte auroral”: el descendimiento del sol en el mar como imagen del descendimiento a las entrañas, a lo sagrado, “lo inacabable”, apeiron primordial. Y el rayo verde como respuesta[27], imagen creadora del sacrificio necesario, imagen pues de Lezama, el Poeta, y de la misma Razón poética.

Se hace necesario introducir aquí un extenso pasaje de la primera versión, “José Lezama lima: Hombre Verdadero”, sobre el rayo verde. Nótese que la relación del rayo verde y el árbol es explícita, así como las referencias al “agua ígnea” del poema de Lezama. Escribe María:

El rayo verde del crepúsculo cubano –tropical- que se eleva detrás del último recorte, perfil del Sol perfecto hasta lo último a imagen de sí mismo, el rayo verde tan enigmático, dio su sentido cierto, su imperativo en el Poeta. No es espejismo, ni refracción aunque físicamente lo sea, espada de la luz que no refleja ni (¿) la aparición sin figura, imperativo del ángel que no habla Arcángel del Verbo que exige desde el principio la abstención del fantasear, la pulcritud de la sensación, de los sentidos y sentires en sus raíces lavadas con el agua ígnea. Espada el rayo verde que no cae desde el cielo sobre las cabezas de los hombres y su pensamiento, que no corta el aliento, el simple aliento de la libertad y no solo su cuerpo, que surge desde abajo detrás de la imagen del sol incandescente que cede porque va a extinguirse -¿sólo por eso?- a ser mirada sin castigo de ceguedad –allá en el trópico-, espada hacia arriba como una planta que viene de lo hondo de la tierra, una raíz lograda. Que si el cielo le permite con naturalidad tanta ha de ser, quizás, porque de él cayó la semilla o porque en la tierra oscura alguna semilla privilegiada alienta que solo instantáneamente muestra su tallo, indicio del árbol nunca habido, quizás escondido en alguna clara gruta al borde del mar, quizás en el mar mismo, más allá de su oscuro fondo donde tanta luz se alza.[28]

En definitiva, Lezama como encarnación del Verbo, memoria del verbo genésico: “y ese fuego que devora, que atraviesa el mar de llamas y permite al hombre, inevitablemente arrojado a él, transitarlo, encontrar el sutilísimo paso y todavía en la vida inmediata ir memorizando el verbo”, escribe María. Y en el acápite siguiente, titulado “Una meditación”, Lezama reaparece como el ángel o “poeta guardían” que ha sabido sortear el peligro, el hechizo, del hermetismo de lo sagrado, porque lo devuelve como meditación (claridad, luz) o respiración. Ya refiriéndose concretamente a su novela Paradiso, dice que es “una meditación sobre el principio en el tránsito en que se hace origen, sobre el Padre y la Madre donde el laberinto del hijo se aclara”. Recordar que si el hijo es el Espíritu Santo, también es el Poeta (Cemí), y que Lezama se opone a la imagen de Heidegger del hombre –el poeta, enfatiza Lezama- como un ser para la muerte, con la del poeta como un ser para la resurrección. En otro momento María le agradece a Lezama su frase: “No hay espíritu absoluto porque hay Espíritu Santo”. Todo este extenso pasaje en el ensayo de María es la ilustración del centro mismo de la cosmovisión poética lezamiana, su agón órfico-católico, su lucha trágica por no quedar apresado, luego de su descendimiento, en el mundo de lo sagrado sin redención, sin ascender de nuevo hacia la luz: ángel que surge de “los abismos de la luz”. Dice finalmente María:

El fuego reacio al aire y que nunca llegará a ser aliento si el poeta guardián no lo conduce a ser llama dándose él mismo en ella, si es preciso, como salamandra que danza y se escapa en el aire y en la luz. La fijeza ha liberado la movilidad de los elementos, “raíces del ser”, para que la sustancia y la palabra se manifiesten sin desarraigarse y para que el hombre, como árbol único, alcance su verdad única.

Luego pasa al comentario del poema de Lezama, “Las siete alegorías”, en el acápite titulado “Agua Ignea”, donde entra de lleno en la consideración de la imagen en Lezama, tema que no podemos agotar aquí. Pero recordemos que Lezama cifró todo su llamado Sistema poético del mundo en su teoría de la Imagen. Si el hombre perdió su semejanza, su identidad con Dios, sólo le queda la posibilidad de ser imagen, recuerda siempre Lezama. “La imagen tiene que empatar o zurcir el espacio de la caída”, dice también. O cita la frase de Pascal: “como la verdadera naturaleza se ha perdido, todo puede ser naturaleza”. Entonces será la Imagen la que llene ese vacío, la que cree una sobrenaturaleza. La imagen o, como él dice, “el cubrefuego de la imagen”, la imagen como la mediadora entre lo telúrico y lo estelar, será la respuesta del hombre, del poeta contra la fijeza, el enemigo rumor, la resistencia que opone el mundo tantálico o tanático de lo sagrado sin redención. Imagen que, además, y esto es acaso lo más importante, “no pierde nunca la primordialidad de donde procede” (lo que queda). Y para Lezama la mayor imagen es la de la resurrección, como dice expresamente en muchos de sus ensayos, y cómo manifiesta en acto en el final de sus tres poemas arquetípicos en este sentido: “Muerte de Narciso”, “Rapsodia para el mulo” y “El pabellón del vacío”. Finalmente, reparemos en que esa imagen de la transcendencia en Lezama es una imagen encarnada: variante lezamiana de la razón poética de María Zambrano. Dice María a propósito del hombre verdadero y de Lezama Lima: “Sólo el verbo en el hombre verdadero se memoriza” En la primera versión de este texto es más explícita: “Y el poeta verdadero se da a ver como lo que no ha podido dejar de ser, una manifestación del Hombre Verdadero”, y también: “En el centro de la danza imposible, el hombre verdadero, sin desfallecer el poeta verdadero, nunca solo, nunca a solas”[29]. Y Lezama pudiera responderle desde uno de sus más antiguos sonetos. Ante la pregunta del final de uno de ellos: “¿Y si al final no nos acuden alas?”, responde Lezama en el siguiente: “Pero sí acudirás; allí te veo, / ola tras ola, manto dominado, / que viene a invitarme a lo que creo: / mi Paraíso y tu Verbo, el encarnado.” Todo lo comprende perfectamente María Zambrano en su acápite siguiente y conclusivo, titulado “La zarza ardiente” (y nótese que aquí está implícito el símbolo de la transfiguración católica, imagen también de las nupcias de lo sagrado y lo divino, de las metamorfosis salvadas con la transfiguración, de lo analógico con lo anagógico, de lo horizontal con lo vertical, de lo telúrico con lo estelar, de los Dioses con el Dios único, del Espíritu encarnado en suma, aunque también el símbolo de la Cruz), cuando expresa: “Para que allá, en la infinitud, al hombre encomendada y no sólo prometida, la imagen sea memoria-pensamiento, se vaya dando la encarnación, la sustancialización de la imagen en la que lo amorfo de la sustancia se redima y su muerte inevitable se encamine así a la resurrección”. Permítaseme transcribir íntegramente el último párrafo del ensayo de María Zambrano que he venido comentando, “Hombre verdadero: José Lezama Lima”, para apreciar cómo la exégeta andaluza (digo con frase de Rubén Darío) resume todo con la certera imagen de una razón poética en acto. Ante la pregunta del propio Lezama, que reitera María ya descifrándola: “La zarza ardiente, ¿fuente quizá del Agua ígnea?”, concluye este su texto ya acaso no tan hermético:

El agua ígnea que “tiene de la hoguera y del pez -pero se detiene y nombra el aire”, se nos figura que sea el Mar de Llamas en el que se baña una y otra vez junto a los dioses el Hombre verdadero y a la vez el río que los deposita al borde de la Zarza ardiendo del Dios único, que abrasará los dioses que le rendirán su esencia. Y hará del Hombre llama suya dándole una muerte auroral, señal del sacrificio aceptado.

“¡Oh luz manifestada! / que iguala al ojo con el sol.”[30]

Lezama era la encarnación viviente –como ella- de la razón poética. Por ello, cuando acaso el mayor poeta vivo le regala su mayor elogio: las nupcias de lo telúrico, las entrañas, lo sagrado, con lo estelar, en el poema que le dedicó, donde escribe: “María es ya para mí / como una sibila / a la cual tenuemente nos acercamos, / creyendo oír el centro de la tierra / y el cielo del empíreo, que está más allá del cielo visible. Vivirla, sentirla llegar como una nube, / es como tomar una copa de vino / y hundirnos en el légamo”, acaso la mayor pensadora viva le devuelve el elogio con igual jerarquía: “Y gracias por su vino y por el légamo. Tuvo Ud. siempre la virtud de que los ínferos, lo de abajo, lo que queda, aparezca salvado sin dejar su ser. Dios se lo pague”.

De la Historia

Por último, no quiero concluir esta ya larga introducción sin aludir a un tema que ha devenido algo polémico últimamente, y que tiene que ver con “el modo de vivir la historia” de María Zambrano. Ya en mi introducción a La Cuba secreta y otros ensayos, aludí extensamente a las concurrencias entre la visión de la historia por parte del pensamiento poético origenista y a la vivencia de la historia de María Zambrano. En un ensayo reciente, “El legado de María Zambrano en Cuba”[31], amplio y matizo esa relación. Fue precisamente María quien en “La Cuba secreta”, aludió a la relación con la historia del origenismo, cuando expresa: “Los Diez poetas cubanos nos dicen diferentemente la misma cosa: que la isla dormida comienza a despertar como han despertado un día todas las tierras que han sido después historia”. A través de estas palabras pueden comprenderse mejor los juicios de Lezama sobre la imagen como causa secreta de la historia, su tesis de la profecía, desarrollada en un comentario sobre un poemario de Cintio Vitier, Extrañeza de estar, así como el tema común a Orígenes del imposible histórico, y la fe lezamiana de la encarnación futura de la imagen, de la poesía, en la historia. Ella misma aclara enseguida: “es de esperar que no se interprete este pensamiento como negación de lo que Cuba ha conquistado de Historia, ni como desvalorización de lo que ha producido y anda en vías de producir de pensamiento. Despertar poético, decimos, de su íntima substancia, de lo que ha de ser el soporte, una vez revelado de la Historia y que ha de acompañar el pensamiento como su música interna”. A partir de este pensamiento, Cintio Vitier ha ido articulando la profecía ontológica y poética de María Zambrano con su propia lectura teleológica de Orígenes, según la cual este movimiento formaba parte de una cultura para la Revolución. Con una suerte de lectura antrópica y francamente teleológica, Vitier ha querido ver en la revolución cubana el fin de -como le llamaría María Zambrano- una historia apócrifa; ha querido ver en esa revolución el cumplimiento de la profecía lezamiana sobre la encarnación de la Poesía en la Historia; y, reduciendo todavía más el alcance cosmovisivo y trascendente, tanto de Lezama como de María Zambrano, ha querido ver, retrospectivamente, la justificación de Orígenes con la revolución cubana. Pero ha ido más lejos, y ha relacionado simbólicamente la partida definitiva de María Zambrano de Cuba en 1953 con el hecho totalmente inconexo de que ese mismo año sucede el asalto al Cuartel Moncada, que inicia la insurrección armada del Movimiento 26 de julio contra la tiranía de Fulgencio Batista. Este es un tema de muy vasto alcance, por lo que no puedo agotarlo aquí[32]. Ciertamente, tanto Lezama, como el propio Vitier, en el momento del triunfo de la revolución cubana, pensaron legítimamente que el imposible histórico había llegado a su fin. Lezama llego a escribir “que todos los conjuros negativos han sido decapitados”, que es “el alba de la era poética entre nosotros”, y quiso ver en la época naciente a la última de sus eras imaginarias… Ahora bien, la historia continuó su curso inexorable e imprevisible, y, ciertamente, el propio Lezama no pudo suscribir con posterioridad aquel comprensible júbilo, aquel idealismo romántico que sustentó en los albores de la revolución. La historia es conocida: Lezama terminó sus días en un completo ostracismo. Cuando muere, en la versión inicial que escribe María Zambrano de “Hombre Verdadero: José Lezama Lima”, la autora de Persona y democracia es muy clara con respecto a aquel controvertido acontecimiento histórico, y derrotando toda posible lectura teleológica viteriana, expresa:

De esa danza sacro-profana que si hubo al alboreo del “momento Histórico” se rompió por obra de los poderes que mandan desde las oficinas del tedio –ese tedio que aun como tufo a distancia despiden los lugares del poder donde la sonrisa se congela en máscara. Y así se prosigue sonriendo cuando se decreta patriarcal y de otro lado fraternalmente la asfixia de la imprevista aurora, y de este modo la danza se quiebra por el poder uno o dual o quíntuplo -¿qué más da?- y aparece en lugar del corro sacro, las cadenas. Y la palabra puesto que siempre hay que usarla se usa, se usa, se derrama, la palabra dicha en vano (En el centro de la danza imposible, el hombre verdadero, sin desfallecer el poeta verdadero, nunca solo, nunca a solas) Y al ser así no seguirá la danza sacra dándose bajo la historia, por encima de la historia, en lo remoto invulnerable, cielo donde la semilla imprevisible reiteradamente cae.

Si de profecías se trata, prefiero quedarme con la que le expresa en una carta Lezama a María:

Desde aquellos años está en estrecha relación con la vida de nosotros; eran años de secreta meditación y desenvuelta expresión. La veíamos con la frecuencia necesaria y nos daba la compañía que necesitábamos. Eramos tres o cuatro personas que nos acompañábamos y nos disimulábamos la desesperación. Porque, sin duda, donde usted hizo más labor de amistad secreta e inteligente fue entre nosotros. De ahí empezábamos ya a verla con sus ojos azules, que nos daban la impresión de algo un tanto sobrenatural que se hacía cotidiano. Yo recuerdo aquellos años como los mejores de mi vida. Y usted estaba y penetraba en la Cuba secreta, que existirá mientras vivamos y luego reaparecerá en formas impalpables tal vez, pero duras y resistentes como la arena mojada[33].


* Este Texto es el estudio preliminar que Jorge Luis Arcos realizó para la edición del volumen, Islas, de la colección, Verbum Mayor, Editorial Verbum, 2007, y que por su extensión publicamos en tres entregas. Agradezco a Yoyi Arcos su colaboración con Efory Atocha.


[1]Esta “coda” puede leerse a la luz del esclarecedor ensayo de Jesús Moreno Sanz “Guías y constelaciones”, presidido por la sura 113 del Corán, “La aurora”, que comienza así: “Me refugio en el señor de la aurora...”. En: María Zambrano. 1904-1991. De la razón cívica a la razón poética. Madrid, Residencia de Estudiantes / Fundación María Zambrano, 2004, p. 209-252.

[2] Véase: Jorge Luis Arcos. “María Zambrano y la Cuba secreta”. En: María Zambrano. La Cuba secreta y otros ensayos. Ed. cit.

[3]En carta a José Lezama Lima, fechada el 15 de febrero de 1975, le dice a su amigo: “¿No le parece que el presente puro y verdadero, tiempo de la certeza y de la diafanidad, nace de esta fidelidad? Los infieles no conocen el presente porque perdieron el pasado, cerrándoseles el futuro. Sólo están colgados del porvenir y por él arrastrados. / Cuando le vi aquella noche entre tantas gentes que allí había, se me destacó de todas ante todo por eso, porque le vi en el presente, un presente que no le abandonará nunca...”. En: María Zambrano. La Cuba secreta y otros ensayos. Ed. cit., p. 229. Otra descripción de ese “ancho presente” la desenvuelve María en “Calvert Casey, el indefenso, entre el ser y la vida”: “El tiempo: un ancho presente que se abrió. Ese presente no fugitivo, ese centro del tiempo que no sólo fluye sino que llama. Y esa llama que arde sin ser notada. Y ese ocaso sin melancolía.”, en Ibid., p. 196.

[4]A. Colinas. “Sobre la iniciación. Conversación con María Zambrano”. Cuadernos del Norte. (38): 4, 1986.

[5]María Zambrano. La Cuba secreta y otros ensayos. Ed. cit., p. 207-208.

[6]Este ensayo debe comprenderse, en primer lugar, como un complemento del ensayo de Jesús Moreno Sanz, “Insulas extrañas, lámparas de fuego (...)”, ya citado. En realidad sería imprescindible hacer una lectura simultánea de ambos, pues la experiencia en la otra isla, Puerto Rico, es equivalente a su experiencia de Cuba. Véase, por ejemplo, el capítulo de Delirio y destino, “15 de junio de 1940”, tan cercano a “La Cuba secreta” e, incluso, a “Las catacumbas”.

[7]En: Cintio Vitier, comp. Juan Ramón Jiménez en Cuba. La Habana, Ed. Arte y Literatura, 1981. Dicho ensayo fue publicado por primera vez en Revista Cubana. La Habana, enero, febrero, marzo de 1938.

[8]Carta fechada en La Habana, en 1941. En: María Zambrano. La Cuba secreta y otros ensayos. Ed. cit., p. 201.

[9]Cintio Vitier. Obras. 2. Lo cubano en la poesía. La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1998.

[10] Cintio Vitier. “De las cartas que me escribió Lezama”. En: Obras. 4. Crítica 2. La Habana, Editorial. Letras Cubanas, 2001.

[11]Jesús Moreno Sanz. “Cronología y genealogía filosófico-espiritual”. En: María Zambrano. La razón en la sombra. antología crítica. Ed. cit., p. 681.

[12]María Zambrano. La Cuba secreta y otros ensayos. Ed. cit., p. 250.

[13] Ibid., p. 248.

[14] Para aproximarnos al significado espiritual de “el mar en llamas”, véase: Jesús Moreno Sanz. “Insulas extrañas, lámparas de fuego (...), en Ob. cit., p. 213.

[15]Ibid., p. 231.

[16]Ibid. (Publicado originalmente en El País. Madrid, noviembre de 1977). Recientemente Javier Fornieles Ten ha encontrado entre los manuscritos de M. Z. en la Fundación otra versión titulada: “José Lezama Lima. Hombre verdadero”, y publicada en Correspondencia entre José Lezama Lima y María Zambrano y entre María Zambrano y María Luisa Bautista. Edición de Javier Fornieles. Sevilla, Ediciones Espuela de Plata, 2006. Es muy probable que esa sea la primera versión que, como ella ha contado, comenzó a escribir en 1976, cuando se enteró de su muerte. Muchas de las ideas del texto publicado son el desarrollo de ideas que están ya esbozadas en la versión primera.

[17]Ibid., p. 231. En otra carta anterior, cuando la visita de José Angel Valente a La Habana, le dice: “Déle a ver a nuestro amigo la ceyba (sic), la hoja del yagrumo, a sentir el terral –a las 10 de la noche- y otros secretos de los que Ud. es depositario, de la felicidad que circula y se remansa en esa su Isla, un poco también mía o yo de ella, donde aprendía a mirar el alba y a acordar el oído al ritmo de la respiración de la noche, tan viviente”, p. 214. Es muy significativo cómo María fija, conserva la vivencia de estas realidades naturales, sagradas: en otra carta muy posterior, de 1979, le dice a Cintio Vitier: “Saludos (...) a la sacra Ceiba -y al yagrumo y al viento que hace el Mar Verde, Verde y transparente, y al Cielo....”. En: Ibid., p. 277. Lo mismo le acontece con el paisaje de Puerto Rico cuando lo describe en Delirio y destino. En este libro tienen mucha importancia, como revelaciones de lo sagrado, las realidades naturales, específicamente el mundo vegetal, que luego potenciará, ya dentro de su razón poética, en sus relaciones con el hombre y el animal, en sus vislumbres sobre el tiempo y los sueños. No es casualidad que en “Hombre verdadero: José Lezama Lima”, María destaque “la presencia de los árboles únicos, de los animales únicos, de los seres únicos...”.

[18]María Zambrano. “Desde La Habana a París”.

[19]María Zambrano. “San Juan de la Cruz”. En: La Cuba secreta y otros ensayos. Ed. cit. Para otras relaciones “cubanas” de María y san Juan de la Cruz, véase: Jorge Luis Arcos. “María Zambrano y la Cuba secreta”, en Ob.cit.

[20] Citado en “María Zambrano y la Cuba secreta”, en Ob. cit.

[21] María Zambrano. La Cuba secreta y otros ensayos. Ed. cit., p. 226.

[22] Ibid. p. 237.

[23] Véase sobre este tópico: Jesús Moreno Sanz. “Guías y constelaciones”. En: María Zambrano. 1904-1991. De la razón cívica a la razón poética. Madrid, Residencia de Estudiantes / Fundación María Zambrano, 2004, p. 242, nota 74, pues la relación simbólica del rayo verde con estas piedras preciosas puede apreciarse en este pasaje: “Más allá donde el horizonte se deslíe, se vislumbra la perla naciente, sin envoltura alguna, sola. No está dentro ni fuera de nada; no está, y por ello no puede ser visible mostrándose tan a las claras. Pura claridad de un cuerpo sin espesor ni condensación. Y que ya no se consume, por ser transparente. Llama pálida sin centro oscuro, sin resplandor, prenda, adelanto de una pura visión, sin horizonte ya, más allá de la pasión que engendra el horizonte y de la voluntad que lo sostiene, más allá del padecer, del penar por ser, por ver, y aun por tocar, satisfacción también de los sentidos que buscan su materia. Ya no hay más que pensar cuando la perla por sí sola se da. La intangible y viviente perla, don, adelanto de un cuerpo glorioso”.

[24] Ibid., p. 251-252.

[25] Ibid., p. 222.

[26] En otro poema muy anterior, “Un puente, un gran puente”, de Enemigo rumor (1941), libro que elogió María, Lezama escribe: “En medio de las aguas congeladas o hirvientes, / un puente, un gran puente que no se le ve...”, donde ya está implícita la visión del “mar de llamas” como tránsito.

[27] El misterioso “rayo verde”, fenómeno estrictamente físico, óptico, que puede observarse en el trópico, por ejemplo, en la costa norte de Cuba, preferentemente en los meses más calurosos, de junio a principios de septiembre, cuando el mar está en absoluta calma (mar de plato, se dice entonces), y en el instante en que, con un cielo también absolutamente despejado, la punta de la corona del sol se hunde en el horizonte y despide en un instante un rayo de luz verde, puede acaso relacionarse con esa “perla”o “esmeralda”, también evocada por María Zambrano en la carta citada a María Luisa Bautista, viuda de Lezama, y como es descrita en “La perla”, de Notas de un método, como tan bien me ha hecho ver Jesús Moreno Sanz en “Guías y constelaciones”. Ob. cit., p. 242. Asimismo, la conjunción del cielo azul, el mar azul más oscuro o casi verdinegro, y el sol, ya no amarillo sino casi rojo, ofrecen, en un abrir y cerrar de ojos, la creación del rayo verde. Muy relacionado con esto vale el siguiente comentario de Jesús Moreno Sanz: “Es en el diapasón –el recorrerlo todo, el a través de todo- de los pensadores espirituales y poetas que no se han desprendido del antes y el tras de la idea, del envés de la idea, como Zambrano recorre el amplio espectro y el arco iris de la luz de los místicos, y lo ve todo ello simbolizado en las islas; en la sim-bolé, en la unión que ellas significan de los elementos: del agua, la tierra, el fuego y el aire; y alguno más sutil que Zambrano comenzará a ver en el rayo verde de la aurora habanera”. Esta última confusión de Jesús Moreno Sanz, cuando sitúa el rayo verde en la aurora y no en el ocaso, es significativa, pues, en realidad, esos dos momentos son simbólica y espiritualmente equivalentes para María Zambrano. Digamos que, en Cuba, tanto la aurora o el alba y el ocaso, son dos de sus vivencias carnales de lo sagrado. No por gusto, también relacionado con el rayo verde, en “Hombre verdadero: José Lezama Lima”, María evoca la “muerte auroral” de Lezama como “Muerte auroral de comunión de evaporada y escondida forma, de forma pura más allá de su promesa”. Incluso, el verso gnóstico lezamiano, que tanto cita –y con el que reza- María: “Oh luz manifestada que iguala al ojo con el sol”, alude de hecho a esa fusión simbólica (y sagrada) del ser que mira y lo mirado. El rayo verde ¿qué es en última instancia sino fruto de esa combustión? La creación de lo mirado, que transforma a lo que mira. Pero, recordemos, con Nietzsche, que el abismo también nos mira... Pero como todo lo que preserva su misterio, el rayo verde ¿no es también imagen de la resurrección?: acaso “la llamita de la resurrección, ya”, como le dice María a Cintio Vitier en una carta... Hay que recordar enseguida que simbólicamente el verde es un color mediador, de tránsito entre todos los colores (aunque también en la simbología cristiana se asocia a la esperanza) Como los mulos lezamianos que siembran árboles en el abismo, como todo símbolo anagógico, que une lo telúrico con lo estelar, lo sagrado con lo divino. El rayo verde es el más poético, o sobrenaturaleza, el súbito, fruto de ese espacio gnóstico lezamiano; es la creación pura, sobreabundante del espíritu universal. Y el rayo verde ¿no es también, digo ahora siguiendo a Jesús Moreno Sanz, esa luz que queda, que nace, que se salva de y en lo obscuro: lámparas de fuego o, incluso, zarza ardiente?

[28] Correspondencia… Ed. Cit., pp. 302-303.

[29] Correspondencia… Ed. Cit., pp. 304 y 305, resp.

[30] Dice, antes de citar este mismo texto, Jesús Moreno Sanz: “Ya en 1977, año final en La Pièce, escribirá María Zambrano su texto más hermético y hermoso sobre este hombre verdadero en “Lezama Lima: hombre verdadero”. Y allí encontramos todas estas temáticas –y a la que se añade esa danza de figuras que constelan a la mujer –en Perséfone hermana del poeta (‘¡Emilio, hermano, hijo!’), y en la rueda y el árbol único, y lo inmóvil creando el ordenado movimiento, y sus raíces del ser, y al fin constelado todo con el rostro que queda: el ángel que ha surgido de los abismos de la luz, guiando ya, como luego hará con Nietzsche y Ortega, al propio Lezama Lima a su rostro más verdadero, interpretándole no sólo como católico-órfico, como él se había definido, sino en una clarísima, y muy luminosa, simbología gnóstico-sufí al fin reconducida a la guía única de la aurora. La guía-aurora que se ejercitará de pleno en el libro De la Aurora es la que literalmente incendia este escrito en el elemento que recoge los cuatro clásicos, y lo deja en el borde, en el confín de lo que ya había denominado ‘la santa Realidad sin nombre’ en Claros del bosque.” En: “Guías y constelaciones”. Ob. cit., p. 234. Véase también, en la misma fuente, la nota 78, sobre la aurora y la palabra, en p. 245, y la nota 81, sobre “el ojo purificador”, en p. 248.

[31] Entregado para su publicación a la revista Revuelta. Puebla, México, enero, 2007.

[32] Sobre esta problemática he publicado dos artículos recientes en el periódico digital Encuentro en la red: “El barroco carcelario” y “Contra las oficinas del tedio”, martes 4 de julio, 2006, y miércoles 15 de noviembre, 2006, resp.

[33] M. Z. La Cuba secreta y otros ensayos. Ed. Cit.

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