sábado, 13 de octubre de 2007

"La Utopía Vacía. Intelectuales y Estado en Cuba" (3)



Publicada en Austria, "Editorial Leykam, 2005", "La Utopía Vacía. Intelectuales y Estado en Cuba", aparecerá aquí, en Efory Atocha, por prima vez en castellano y por entregas diarias, íntegra. La Selección y la Nota de Presentación fue realizada por el escritor, Carlos A. Aguilera.
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"La Utopía Vacía. Intelectuales y Estado en Cuba"
-----------------------(Tercera Entrega)


DESVENTURAS DE LA “CONCIENCIA CRÍTICA” EN LA CUBA DEL “SÍ”

------------------Duanel Díaz

En un conversatorio con escritores cubanos, publicado en un número del semanario Lunes de Revolución dedicado íntegramente a su visita a Cuba, Sartre les advertía: “porque en mi país todavía no he terminado de decir no y estoy tranquilo, pero en un país donde se dice sí, hay un problema especial [...]: Es que la autonomía del arte sea conservada al mismo tiempo que el arte recurre a la acción social.”[1] Prácticamente indistinguibles después de la experiencia soviética, la cuestión de las funciones del intelectual y la de la autonomía del arte constituían, en la Cuba posterior al triunfo de enero de 1959, dos caras de una misma moneda que remitía, en última instancia, a los límites de las libertades del individuo en relación a un estado que, en nombre de su futura desaparición, prevista por la teoría marxista-leninista que la Revolución Cubana adoptó oficialmente en abril de 1961, crece en la misma medida en que supuestamente reduce su distancia del “pueblo”. De hecho, más que la cuestión del intelectual, la de la autonomía del arte es el asunto central del discurso conocido como “Palabras a los intelectuales”, que Fidel Castro pronunció el 30 de junio de 1961 en la conclusión de unas históricas reuniones sostenidas en la Biblioteca Nacional entre los dirigentes de la Revolución e importantes artistas e intelectuales cubanos del momento.[2] “Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada”, el apotegma que en ese discurso formuló la voluntad del gobierno revolucionario de asegurar un amplio espacio de libertad de expresión para todos los creadores, revolucionarios o no, siempre que no cuestionaran la existencia de la Revolución, contra la cual no existían derechos por cuanto ella representaba “los intereses de la Nación entera”[3], ha sido considerado hasta hoy como la guía de lo que se ha dado en llamar la “política cultural de la Revolución Cubana”.

Consecuencia inmediata de aquellas reuniones fue el cierre de Lunes de Revolución y la creación de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Lunes, magazine cultural del órgano del movimiento “26 de julio”, representa cabalmente el espíritu de esa etapa inicial, caracterizada por el entusiasmo provocado por el derrocamiento de la dictadura y por las medidas nacionalistas y populares decretadas por el nuevo gobierno, en que la Revolución era, si no “verde como las palmas”, por lo menos más verde que roja. Dirigido por Guillermo Cabrera Infante, el suplemento cultural del diario Revolución promovió, a partir de una exacerbada pugna generacional, una “nueva literatura cubana” que, en palabras de Virgilio Piñera, debía ser “un acto tan fehaciente como lo es la Reforma Agraria o como la nacionalización de empresas extranjeras.” El nuevo escritor contaría, según Piñera, con todas las libertades para su expresión “pero al mismo tiempo no perderá de vista la realidad so pena de girar sobre sí mismo como hace un astro muerto en el espacio.”[4] Y a la figura de este “nuevo escritor” correspondía, claro está, la del “intelectual comprometido”, tan en boga en la época en que Sartre era el pensador más influyente en todo el mundo occidental.

Fragmentos de su presentación de Les Temps Modernes fueron publicados, con la total adscripción de los redactores a las ideas allí expuestas, en un número dedicado al tema “Literatura y revolución”, en cuyo editorial se declaraba que ni la Revolución, ni Revolución, ni Lunes de Revolución eran comunistas. Después de afirmar que no eran tampoco anticomunistas, los redactores añadían: “Somos, eso sí, intelectuales de izquierda – tan de izquierda que a veces vemos al comunismo pasar por el lado y situarse a la derecha en muchas cuestiones del arte y la literatura.”[5] Y reconocían tanto el aporte de los escritores comunistas a la “literatura de la revolución” como la posición “precaria” y luego “tristemente comprometida” a que fueron reducidos artistas e intelectuales en la Unión Soviética a partir de 1929. La denuncia del estalinismo era justamente el punto de partida de uno de los textos publicados en esa entrega especial del magazine: el manifiesto “Por un arte revolucionario independiente”, firmado en México en 1938 por André Breton, Diego Rivera y León Trotski. Los tres célebres comunistas señalaban allí la diferencia entre las necesarias “medidas impuestas y temporales de autodefensa revolucionaria y la pretensión de ejercer un mandamiento sobre la creación intelectual de la sociedad”, y afirmaban que “si para el desarrollo de las fuerzas productivas materiales, la Revolución ha tenido que erigir un régimen socialista de plan centralizado, para la creación intelectual debe, desde el principio, establecer y asegurar un régimen anarquista de libertad individual.”[6] La utópica conciliación de estos dos regímenes fue, al parecer, uno de los ideales de los redactores de Lunes, visiblemente influidos no sólo por Sartre y Camus sino también por la contracultura angloamericana de la beat generation y los young angry men.

La creación de la UNEAC marcó el comienzo de un proceso de institucionalización de la cultura que, acelerado a partir de 1968, culminaría en el Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura, celebrado en mayo de 1971. En torno a los límites de la libertad de creación, los valores del arte moderno y el papel del intelectual en la nueva sociedad socialista se produjo en el decenio que transcurre entre esos dos acontecimientos un intenso debate que involucró no sólo a los intelectuales cubanos, sino también a los latinoamericanos que apoyaban a la Revolución Cubana y la reconocían como el primer capítulo de la inminente revolución a producirse en “Nuestra América”. La copiosa literatura polémica que se derivó de esas discusiones evidencia que, por lo menos hasta 1868, año en que la premiación de Fuera de juego, de Heberto Padilla, y Los siete contra Tebas, de Antón Arrufat, en el concurso de la UNEAC marca el punto de mayor tensión entre los intelectuales y el estado en la Cuba posterior a 1959, predomina entre los primeros la defensa de lo que Breton llamó “un arte revolucionario independiente”. A esto contribuyó indudablemente la derrota del llamado “sectarismo”, una intentona de un sector de los comunistas prosoviéticos del Partido Socialista Popular por hacerse con el poder en 1962, y también el hecho de que la Revolución Cubana coincidiera con la etapa de “desestalinización” en la Unión Soviética, de manera que incluso los intelectuales comunistas que en las décadas anteriores habían seguido al pie de la letra los dictámenes de la Tercera Internacional, se habían distanciado del zdanovismo a partir del reconocimiento público de los “errores” de Stalin que en 1956 hizo el estado soviético por boca de Jrushov.[7]

En “El socialismo y el hombre en Cuba”, una enérgica reafirmación de la originalidad del proceso socialista cubano, Ernesto Che Guevara rechazó a un tiempo el realismo socialista y la decadente cultura burguesa del siglo, fuente y expresión de la enajenación capitalista de la que el “hombre nuevo” se liberaría definitivamente. De esa célebre carta dirigida al comunista argentino Aníbal Quijano las palabras más célebres son, sin duda, aquellas donde el Che afirma que “la culpabilidad de muchos de nuestros intelectuales y artistas reside en su pecado original; no son auténticamente revolucionarios.”[8] Ezequiel Martínez Estrada había sostenido en un extenso ensayo donde igualmente rechazaba el modelo cultural de los países socialistas, “Por una alta cultura popular y socialista cubana”, publicado en Casa de las Américas en 1962, una tesis aun más radical: su crítica no lo era sólo de una mayoría y para el caso cubano, sino del gremio intelectual en tanto tal, y contaba con la fuerza adicional de ser una autocrítica producida desde el interior de ese grupo que, según el ensayista argentino, se había mantenido primero al margen de la lucha social, y, ya en plena revolución, como en el caso cubano, estaba genéticamente predispuesto a convertirse en óbice. Martínez Estrada, que consideraba saludable el hecho de que hasta ese momento los intelectuales cubanos no hubieran tenido funciones ejecutivas o directivas de peso, y recordaba la poca importancia concedida a la inteligencia en el plan del Partido Revolucionario Cubano fundado por José Martí, afirma que “el intelectual de la especie híbrida”, esto es, el que ha cumplido el rol de “espectador impasible de la historia”, “no tiene papel ninguno que representar en los primeros actos del drama revolucionario, sino en la mera condición de ciudadano con los derechos y deberes comunes a todos los demás.”[9] De los actos posteriores nada decía el autor de Radiografía de la pampa, pero de su ensayo, basado en la idea de que los intelectuales, productos y productores de una cultura elitista y ornamental, constituyen un grupo anacrónico cuya única salvación consiste en su plena integración a las masas, aconsejaba tácitamente que estos no contaran como tales en el desarrollo futuro del proceso revolucionario.[10]

Si bien las consideraciones del Che Guevara y de Martínez Estrada no pueden reducirse a ninguna coyuntura específica, es claro que en su fondo se encontraba la escasa participación de la intelligentsia cubana en la lucha que derrocó a la dictadura batistiana.[11] La consiguiente falta de autoridad de los intelectuales y artistas, crucial en sus relaciones con la alta directiva de la Revolución durante los años sesenta, llegó a engendrar lo que en 1969 René Depestre llamó un “complejo de Sierra Maestra”.[12] El deseo de purgar ese flagrante “pecado original” informaba a todas luces declaraciones como las del polémico editorial del segundo número de Revolución y Cultura, firmado por Lisandro Otero, que ponía enfáticamente a la acción como condición sine qua non del intelectual revolucionario.[13] En ese misma entrega de la revista del Consejo Nacional de Cultura se publicó un artículo del comandante Jorge Serguera, entonces director del Instituto Cubano de Radiodifusión, que iba aun más lejos que el autor de Pasión de Urbino: a partir de la crítica a los intelectuales formados dentro de la ideología burguesa y de la afirmación de que “ideología revolucionaria y cultura es la misma cosa”, Serguera combinaba el antiintelectualismo de “El socialismo y el hombre en Cuba” y de “Por una alta cultura popular y socialista cubana” con un pedestre dogmatismo marxista, bien alejado del pensamiento del Che y más aun del de Martínez Estrada.[14]

El que en desacuerdo con las afirmaciones de Otero y Serguera el consejo de redacción en pleno de Revolución y cultura haya renunciado, según se hizo público en una nota aparecida en el número siguiente de la revista, indica que a esas alturas aun existía un considerable margen de discusión en torno a la cuestión de la función del intelectual revolucionario en la sociedad socialista. Contra el creciente antiintelectualismo, el “dirigismo” y el “manualismo”, “el ejercicio de pensar” y de hacerlo “con cabeza propia”, dentro del marco del marxismo, era afirmado, por parte de los jóvenes profesores del Departamento de Filosofía de la Universidad de la Habana que integraban la redacción de la revista Pensamiento crítico, como una necesidad impostergable en la búsqueda de una vía propia en la construcción del socialismo.[15] La crítica abierta del realismo socialista, de la Revolución Cultural china y del dogmatismo en general, la defensa de la renovación del marxismo realizada por autores occidentales como Gramsci y Althousser, la reivindicación de la herencia del arte moderno y el llamado a que no ocurriera en Cuba la escisión entre la vanguardia política y la vanguardia artística característica del socialismo europeo fueron puntos fundamentales de la posición asumida en esos años por un sector mayoritario de los intelectuales de la llamada “generación del 50” o “primera generación de la Revolución”, cuyos principales voceros fueron Roberto Fernández Retamar, Ambrosio Fornet y Edmundo Desnoes. “Su adhesión, si de veras quiere ser útil, - afirmó Retamar en 1966 refiriéndose al intelectual - no puede ser sino una adhesión crítica, puesto que la crítica es “el ejercicio del criterio”.[16]

Hacia 1968 el debate en torno al papel del intelectual estaba a la orden del día, tanto que en el Congreso Cultural de La Habana, celebrado en enero de ese año con la participaron de más de 500 intelectuales extranjeros, se le dedicó al tema una comisión completa.[17] En el discurso de clausura del seminario preparatorio a ese congreso, efectuado a finales de noviembre del 67 con la asistencia exclusiva de los delegados cubanos, el entonces presidente de la República, Osvaldo Dorticós, afirmó que “se ha logrado producir en estos años de definiciones [...] una conciliación entrañable y excepcional entre los conceptos de libertad y expresión artística y los conceptos del deber revolucionario de escritores y artistas”.[18] Hoy no puede uno más que sonreír cuando lee que el hecho de que ni una sola voz haya tenido que alzarse en el seminario para reclamar esa libertad de expresión indica “que de veras estamos entrando en el reino de la libertad”. Pues precisamente a finales de 1967 el cambio del consejo de redacción de El caimán barbudo, suplemento cultural del periódico Juventud Rebelde, órgano de la Unión de Jóvenes Comunistas[19], indicaba que la conciliación estaba quedando atrás, cosa que en el propio año crucial de 1968 confirmaron los sucesos relacionados con el otorgamiento de los premios UNEAC en poesía y teatro a Fuera del juego y Los siete contra Tebas, respectivamente. Aunque con una extensa nota en la cual el Comité Director de la institución expresaba su “total desacuerdo” con los premios por considerarlos “contrarios ideológicamente a nuestra Revolución”[20], los libros de Padilla y Arrufat fueron publicados; luego no lo sería ningún texto que se considerara portador de “problemas ideológicos”. La clausura del espacio de la crítica y la expresión para intelectuales y artistas aumentó visiblemente en los años siguientes hasta que 1971 marcó un parteaguas con el caso Padilla, el cierre del Departamento de Filosofía de la Universidad de la Habana y de la revista Pensamiento crítico, y la celebración del Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura.

Un conversatorio sobre el tema del intelectual y la Revolución, organizado por Casa de las Américas en 1969 y en el que intervinieron reconocidos intelectuales cubanos y extranjeros, es muy ilustrativo del estado de la cuestión en ese momento crítico. La posición radicalmente antiintelectualista, cada vez más extendida entonces, la representó entre todos los participantes el escritor uruguayo Carlos María Gutiérrez, quien sostuvo que los intelectuales cubanos conservaban aun la noción burguesa de la “sociedad intelectual” como grupo de poder aislado de las masas. Gutiérrez planteó que el hecho de que recién apareciera la contradicción entre “la construcción del socialismo y la solidaridad internacional”, esto es, que la intelectualidad progresista que había apoyado a la Revolución comenzara a distanciarse de ella, no era sino una consecuencia necesaria de que en su décimo año la Revolución se hubiera decidido a echar mano de la superestructura cultural: “no es que la dirigencia entre ahora, tardíamente, en el campo de la cultura (objetivo que estuvo siempre en su gaveta); es que la intelectualidad no supo o no pudo entrar desde el principio en el campo de la política, aquilatar adecuadamente el papel a la vez humilde y magnífico que le está reservado en la Revolución”.[21]

Otro fue el criterio sostenido por Roberto Fernández Retamar, Edmundo Desnoes y Ambrosio Fornet. Este último criticó también el papel asumido por los intelectuales cubanos desde 1959, pero lo hizo a partir de presupuestos muy diferentes a los de quienes afirmaban que había que “revolucionar a los intelectuales y no intelectualizar a la Revolución”.[22] Fornet planteó que, a pesar de que en el Congreso Cultural de La Habana se había aceptado como punto de partida la definición gramsciana del intelectual, por su función en el conjunto de las relaciones sociales era una muy distinta la que en los años anteriores había prevalecido en Cuba. Temerosos del fantasma del realismo socialista, abocados principalmente a preservar “las conquistas del arte contemporáneo” y aquejados de “un oscuro sentimiento de culpa por la falta de participación activa en la lucha insurreccional”, los intelectuales cubanos no habían actuado, según Fornet, como verdaderos intelectuales revolucionarios.[23] Si en su ensayo de 1966 Fernández Retamar alertaba contra el peligro de que los intelectuales cubanos, únicamente ocupados en cuestiones de orden estético, se vieran “confinados en límites gremiales”, tres años después Fornet confirmaba el cumplimiento de esta limitación al afirmar había sido a la larga un lastre para ellos el que, como conjunto, sin politizarse demasiado, se hubieran visto reducidos a su terreno: un jardín donde se había sentido “el choque de dos fuerzas reaccionarias: el dogmatismo, vástago ideológico del sectarismo; y el liberalismo, hijo bobo del idealismo pequeño burgués.” La política basada sólo en evitar los errores de otros países socialistas había derivado en la falta de un clima tenso y dinámico, reflejado incluso en la ausencia de secciones culturales en la prensa.[24] “Nosotros tuvimos durante mucho tiempo la exclusiva como intelectuales, - afirmó Fornet - pero en realidad lo único que conservábamos era el nombre; la función de intelectual revolucionario iban a cumplirla, en la práctica, el dirigente o el cuadro político.”[25] Pero esa duplicidad de “intelectuales nominales” e “intelectuales funcionales” no podía perpetuarse, lo cual, según Fornet, había comenzado a verse claro a medida que la Revolución se había ido radicalizando. Para quienes habían defendido una literatura crítica, - reconocía - el problema se complicaba porque esta opera con un “margen de ambigüedad que la hace inquietante” y no siempre “se entiende”.

Mentadas en más de una ocasión, la premiación y publicación del libro de Padilla estuvieron todo el tiempo en el trasfondo del debate. Si en el contexto burgués era legítimo poner énfasis en el poder de impugnación de la literatura, “en un contexto eminentemente revolucionario sería ridículo por parte del intelectual el querer ser más polémico y más rebelde que los hombres de acción que han hecho la revolución”[26], afirmó René Depestre, que sin embargo polemizó con Gutiérrez y mencionó la posibilidad de que la Revolución, que era “conciencia crítica”, se adormeciera o atrofiara, aunque rápidamente añadió que “esto es otra cosa que no nos incumbe aquí”. Retamar, por su parte, recordó la temprana advertencia de Martínez Estrada de que el intelectual se podría convertir en obstáculo si insistía en copiar actitudes de individualismo y excentricidad en una revolución cuyo acento estaba en las masas, y discrepó de Vargas Llosa, defensor de la función de crítica permanente del escritor en cualquier sociedad. En las antípodas del gran escritor peruano, Gutiérrez afirmó, por su parte, que “Si el intelectual revolucionario [...] piensa que su conciencia crítica puede pasar a través de la ordalía de una revolución y seguir cumpliendo su principal mérito”, deja de serlo pues “insistir en ser conciencia crítica en la sociedad revolucionaria, cuyo primer efecto es la desalienación, es un anacronismo que conduce a la contrarrevolución.”[27]

La avalancha del dogmatismo marxista y antiintelectualista, que había tenido una clara y agresiva formulación en los artículos publicados en noviembre de 1968 en la revista Verde Olivo bajo el seudónimo de Leopoldo Ávila[28], ponía en una posición extremadamente incómoda a quienes intentaban resistirse a ella. Pues los “moderados” también discrepaban de las opiniones de Vargas Llosa y debían marcar su diferencia de principio con el polo “liberal” representado por este tanto como con el polo “dogmático” representado por Gutiérrez. Retamar defendió el derecho a la crítica que, en tanto hecha por los revolucionarios, es autocrítica colectiva. Fornet distinguió la crítica del “gusano”, monótona y estéril, de la del revolucionario, que se realiza en nombre de la Revolución y de sus fines. “El intelectual que se ha politizado al revés, a la europea, - afirmó – siente tarde o temprano la nostalgia de esa función que parece haberle arrebatado el dirigente y el cuadro político. Pero sigue imaginándola como una actividad intelectual: lleva en el tuétano la idea de que un intelectual, por aislado que esté, por desvinculado de las masas que esté, es la conciencia crítica de la sociedad. Esa idea es inconcebible en una sociedad como la nuestra, en la que hasta un miembro del Partido pierde su autoridad moral desde el momento en que se desliga de las masas.”[29] Crítica desde dentro pero no externa “conciencia crítica” era, en resumen, la divisa de este antidogmatismo revolucionario que evidentemente se batía cada vez más en retirada.

Fornet dejó en suspenso la pregunta que resumía su percepción del problema del intelectual en la Cuba de entonces: “¿cómo puede dejar de ser un intelectual nominal para convertirse en un intelectual funcional?” En ese momento semejante transformación no parecía posible. Los aires soplaban más en consonancia con las ideas de Gutiérrez, que recordaba con insistencia las modestas pero vitales funciones del “intelectual de transición”.[30] El Primer Congreso de Educación y Cultura sancionó inequívocamente este papel subordinado, rechazando la noción de “conciencia crítica” e incluso la crítica desde dentro propugnada por Retamar, Desnoes y Fornet durante la década del 60. Su “Declaración final” acusaba de “traidores”, “tránsfugas” e “intelectuales burgueses seudoizquierdistas” a los escritores latinoamericanos que rompieron con la Revolución Cubana a raíz del caso Padilla. El documento rechazaba de manera categórica su pretensión de “convertirse en la conciencia crítica de la sociedad”, a la cual oponía la afirmación de que “la conciencia crítica es el pueblo mismo, y, en primer término, la clase obrera”.[31] La idea del intelectual como “conciencia crítica” fue asimismo impugnada en tanto básicamente contrarrevolucionaria en muchos otros textos donde se legitimaban las tesis del Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura y se replicaba a las dos cartas enviadas a Fidel Castro en protesta por la prisión y posterior autoacusación pública de Padilla. Un buen ejemplo es “Literatura y Revolución”, de Juan Marinello, publicado en Casa de las Américas.[32] “Calibán”[33], el conocido ensayo de Fernández Retamar divulgado en esa misma revista, también refleja claramente este nuevo contexto en el que Lisandro Otero afirmaba: “Si en un momento polemizamos sobre cuál era el papel social del intelectual en una Revolución, y hubo discrepancias entre los que respaldaban el rol de conciencia crítica, señalando y acusando las deficiencias en la construcción revolucionaria y los que propugnaban la inmersión del intelectual en esa misma construcción, ahora parece que hemos llegado a unificar un criterio en torno a la última posición”.[34]

Resulta obvio, sin embargo, que no se trató en modo alguno de un consenso alcanzado por los intelectuales, sino de una determinación procedente de otras esferas: no es casual que la tribuna fundamental de la ofensiva del dogmatismo a finales de los sesenta haya sido justamente la revista Verde olivo, órgano de las Fuerzas Armadas Revolucionarias. Es obvio asimismo que el congreso de 1971 no fue, como afirmó tres años después uno de los más brillantes intelectuales adscritos al Partido Socialista Popular, José Antonio Portuondo, el resumen de las polémicas de la década anterior, sino el fin de toda polémica y el triunfo de un dogmatismo de corte estalinista que decretó el ostracismo para un importante grupo de escritores e intelectuales cubanos. “Itinerario estético de la Revolución Cubana”, la más amplia legitimación de las tesis del fatídico congreso, escribe la historia desde el punto de vista de los vencedores: en esa conferencia Portuondo afirmó, por ejemplo, que Lunes de Revolución, oscilante entre una posición filomarxista y otra existencialista e informado por un individualismo “francotirador”, representaba una actitud rebelde, pero no una auténticamente revolucionaria, fundada sobre una concepción científica que deviene guía en la lucha de clases.[35] Y redujo lo revolucionario a los dictámenes de la “Declaración final” del congreso, donde se decía, entre otras cosas, que “el arte es un arma de la Revolución” y que “nuestro arte y nuestra literatura serán un valioso medio para la formación de la juventud dentro de la moral revolucionaria, que excluye el egoísmo y las aberraciones de la cultura burguesa”.

Estos criterios fueron ratificados en 1975 en las tesis sobre la cultura artística y la correspondiente resolución del Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba.[36] La ecuación entre el desvío de la norma y la rebeldía, severamente castigada, no dejó en esos años resquicio para la discusión y la pluralidad. El dictum de Fidel Castro, esgrimido en la década anterior por quienes se oponían al realismo socialista, amparó entonces a los partidarios de la línea “dura” en su acallamiento de quienes propugnaban mayores espacios para la crítica y la creación. El resultado es ampliamente conocido y en parte reconocido oficialmente, pero aun no superado del todo: durante los años setenta la cultura cubana languideció y la sociedad intelectual conoció su peor momento en toda la historia de la República. En la década siguiente la marea estalinista comenzó a retraerse; después del Primer Coloquio de Literatura Cubana y bajo la orientación del Ministerio de Cultura, que había sido creado en 1976, sobrevino un tímido “deshielo” que fue entendido, marcando la continuidad con los principios fundacionales por sobre la ruptura con las normas del eufemísticamente denominado “quinquenio gris”, como una correcta puesta en práctica de la divisa del Comandante en Jefe.

La renovación que se produjo en los ochenta desbordó sin embargo en una importante medida los límites establecidos. El vigoroso movimiento plástico que irrumpió con la célebre exposición “Volumen I”, asumiendo a lo largo del decenio la vanguardia del arte y la intelectualidad cubanos, forcejeó con la institución, la cuestionó y se proyectó fuera de sus fronteras. Aquella “cultura disonante” de los ochenta, como le llamó Iván de la Nuez en un ensayo donde citaba, significativamente, a Gramsci como alternativa frente al marxismo soviético y al socialismo de estado[37], se hizo a finales de la década intolerable para las instituciones: la ruptura ocurrió en 1989 con la clausura del “Proyecto Castillo de la Fuerza” y el caso de “Paideia”.

Fundamentalmente diverso se nos aparece el panorama de los años noventa, marcado por la diáspora de la intelligentsia contestaria de la década anterior y la crisis en todos los órdenes que provocó en Cuba la caída del Muro de Berlín. Gramsci, que ya había retornado a finales de los 80 –por ejemplo en el mencionado artículo de De la Nuez y en otro, también significativo, donde Victor Fowler abordaba la cuestión de los intelectuales[38]– se convierte en figura tutelar de reflexiones sobre la “sociedad civil” producidas desde un marxismo revitalizado gracias al forzoso reconocimiento de la obsolescencia de los manuales soviéticos.[39] En la ideología del estado se produce sin embargo un notable corrimiento hacia el nacionalismo. Es así que algunos elementos que en la década anterior pertenecieron de algún modo a la “cultura disonante” que celebró De la Nuez, se vuelven ahora consonantes. Tal es el caso notable del origenismo en general y en particular de Cintio Vitier, cuyo discurso viene a relevar al maltrecho dogmatismo marxista en la deslegitimación de la crítica en tanto imprescindible función específica del intelectual.

En unas palabras para una mesa redonda sobre “Martí y el desafío de los noventa”, Vitier afirmó que si Europa, durante el apogeo de Sartre y de Camus, intentó aleccionarnos con la tesis del intelectual comprometido, la Revolución nos ha enseñado, por un lado, que los que desde ese dogma resultan evadidos, como Casal y Lezama, trabajan “en aras de fundar una imaginación deseable para la futuridad de la patria”; y por el otro que “la teoría del intelectual como “conciencia crítica” de la cultura frente al poder, nos resultaba tan postiza como una chistera londinense.”[40] Si bien, en contraposición a la doxa de años anteriores, el discurso de Vitier, centrado sobre el encuentro entre Orígenes y la Revolución y sobre lo que él mismo ha llamado “el redescubrimiento de la originalidad nacional de la Revolución Cubana”, reivindica las posiciones no militantes como contribuyentes secretas del proceso nacional ascendente, impugna tan enérgicamente como aquella a la “conciencia crítica”. El de Vitier es un antiintelectualismo idealista, que no se fundamenta en la lucha de clases sino en la identidad nacional. Si en los setenta se opuso la “conciencia crítica” al rol de “participante activo” y se equiparó esta oposición a la contradicción básica entre el burgués y el revolucionario, ahora Vitier contrapone a la crítica la creación y la participación “poética”.

Según el autor de Ese sol del mundo moral, la Revolución “nos” enseñó que “lo que nos hacía falta no era lo que Octavio Paz ha llamado “el mito de la crítica”, mito de la modernidad europea según el cual la única verdad es la crítica misma, sino el martiano “Amar: he ahí la crítica”, porque de lo que se trata es de engendrar justicia.” En el pensamiento de Vitier, típico de los que Leszek Kolakowsky ha llamado “intelectuales contra el intelecto”[41], el rechazo de la “conciencia crítica” forma parte de un reacción contra la crítica en tanto tendencia analítica y escéptica rectora de la modernidad europea y corrosiva del orbe de la catolicidad que fundamenta la auténtica poesía. La entraña antiilustrada de este ideario se manifiesta de manera ostensible cuando Vitier afirma una libertad determinada por la autoctonía definida en la palabra martiana y su comprensión de “Nuestra América”. En medio de la profunda crisis económica y social que siguió en Cuba al derrumbe del socialismo en Europa del Este, Vitier hace un llamado a “no quedarnos con el no de la resistencia” pero tampoco a “procurar una mimética “libertad” tan importada como aquella “conciencia crítica”, que sea brecha real del enemigo”. Si el realismo socialista fue definitivamente derrotado en Cuba en el primer lustro de la década del 80, el proceso contra la “conciencia crítica” aun no ha terminado.


[1] “Sartre conversa con los intelectuales cubanos en la casa de Lunes”, Lunes de Revolución, La Habana, 21 de marzo de 1960. Reproducido en Sartre visita a Cuba, Ediciones R., La Habana, 1961, p.41.

[2] Conmemorando el cuarenta aniversario de esas reuniones, realizadas a raíz de la prohibición por el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) de la exhibición en pantalla grande de un documental titulado P.M. (pasado meridiano), bajo el argumento de que la cinta era “nociva a los intereses del pueblo y su revolución”, La gaceta de Cuba publicó en su entrega de julio-agosto de 2001 cuatro textos escritos por algunos de sus participantes: “Cuarenta años después”, de Roberto Fernández Retamar; “Cuando se abrieron las ventanas de la imaginación”, de Lisandro Otero; “Memoria del desarrollo”, de Julio García Espinosa; “Un debate en el torbellino de la historia”, de Graziella Pogolotti.

[3] Fidel Castro, “Palabras a los intelectuales”, en Revolución, letras, arte, Letras Cubanas, La Habana, 1980, p.14. Incluido también en Política cultural de la Revolución Cubana. Documentos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1977.

[4] Virgilio Piñera, “La nueva literatura”, Lunes de Revolución, La Habana, 5 de diciembre de 1960, p.1.

[5] “Una posición. Haciendo lo que es necesario hacer”, Lunes de Revolución, La Habana, 6 de abril de 1959, p.1.

[6] “Por un arte revolucionario independiente”, Lunes de Revolución, La Habana, 6 de abril de 1959. En la breve nota de presentación se informa que Diego Rivera abjuró del manifiesto después de haberlo firmado.

[7] Mirta Aguirre, “Apuntes sobre la literatura y el arte”, Cuba socialista, octubre de 1963. También Carlos Rafael Rodríguez en el conversatorio con los estudiantes de la Escuela Nacional de Arte (ENA) que se publicó en el primer número de la revista Revolución y cultura, 1 de octubre de 1967, con el nombre de “Problemas del arte en la Revolución”.

[8] Ernesto Guevara, “El socialismo y el hombre en Cuba”, en Revolución, letras, arte, Letras Cubanas, La Habana, 1980, p.45.

[9] Ezequiel Martínez Estrada, “Por una alta cultura popular y socialista cubana”, en su En Cuba y al servicio de la Revolución Cubana, Unión, La Habana, 1963, p.159.

[10] “Presenciando el espectáculo de un pueblo que está aplicando todas sus fuerzas a la construcción de una sociedad de justicia, de confraternidad y de paz, he llegado a la conclusión de que los intelectuales debemos resignarnos, con buen sentido práctico, a construir primero, en unión de los demás ciudadanos, los cimientos y las paredes de ese templo de mañana que comienza siendo hoy un taller, una granja, una cooperativa y una escuela, y no pensar por ahora en colocarle una cúpula y embellecerlo con pinturas y estatuas, con música y representaciones coreográficas.” (Ibidem, p.163)

[11] Lo cual fue señalado en otros textos del momento que abordaban el tema de los intelectuales y la Revolución como “El escritor en la revolución cubana”, de Lisandro Otero, en Casa de las Américas, La Habana, mayo-agosto de 1966, y “Hacia una intelectualidad revolucionaria en Cuba”, (septiembre de 1966) , de Roberto Fernández Retamar, en su Ensayo de otro mundo, Instituto del Libro, La Habana, 1967.

[12] René Depestre, en Roque Dalton, René Depestre, Edmundo Desnoes, Roberto Fernández Retamar, Ambrosio Fornet, Carlos María Gutiérrez, “Diez años de Revolución: el intelectual y la sociedad”, Casa de las Américas, septiembre-octubre, 1969, p.45.

[13] Lisandro Otero: “Che: la razón en la caballería”, en Revolución y cultura, No. 2, 15 de octubre de 1967. “Algunos dirán que el escritor tiene su propia misión específica que no es la del soldado y esto es aceptable siempre que el escritor no se autotitule revolucionario. Porque el método del oficio revolucionario es el combate y quien lo rehúye no puede decirse tal. Y en definitiva quien esté al margen de la acción ¿podrá reflejar realmente la necesidad revolucionaria u ofrecerá una visión contemplativa del acontecer histórico? Desde los observatorios las imágenes siempre se perciben deformadas o inexactas?” (p.4) Conviene decir que Otero fue uno de los pocos intelectuales que participó en la lucha antibatistiana, aunque no en la Sierra Maestra, sino en tareas de la clandestinidad urbana.

[14] Jorge Serguera, “El intelectual y la Revolución”: “¿Puede llamarse intelectual revolucionario quien conoce e incluso es capaz de recitar trozos completos de Shakespeare y no conoce o entiende “El capital”? ¿Quién en un país agrícola sabe toda la filosofía platónica desde los diálogos Fedón o del alma y no sabe la diferencia entre una gramínea y una leguminosa? ¿Puede concedérsele crédito como intelectual revolucionario a quien es capaz de narrar todas las peripecias de Aníbal en el cruce de los Alpes y no sabría escoger o explicar las características topográficas de una emboscada guerrillera?”(p.12)

[15] Fernando Martínez Heredia, “El ejercicio de pensar”, en El caimán barbudo, febrero de 1967. Este artículo se presenta como una contribución, desde la filosofía marxista, a la definición de las funciones propias de la actividad intelectual. Fue incluido además en el segundo tomo de Lecturas de filosofía, Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1968.

[16] “Hacia una intelectualidad revolucionaria en Cuba”, (septiembre de 1966) en su Ensayo de otro mundo, Instituto del Libro, La Habana, 1967, p.186. Retamar también expresó este criterio en su introducción a la encuesta sobre “El papel del intelectual en los movimientos de liberación nacional”, Casa de las Américas, marzo-abril, 1966, p.89. En un ensayo escrito en 1967 Edmundo Desnoes defendió asimismo la necesidad de mantener la función eminentemente crítica del intelectual en una radicalización antiburguesa que significaría, en un país subdesarrollado, la descolonización total de los valores. Para el autor de Memorias del subdesarrollo la obligación del intelectual revolucionario era “exponer el peligro del mimetismo, escarbar en todos los aspectos de nuestra conducta social, conocer nuestros prejuicios sociales y raciales y sexuales, pensar en el individuo mientras los dirigentes políticos se preocupan por el conjunto de la sociedad, vivir para explorar y no para repetir consignas.” Más adelante sostenía: “Y me niego a considerar que no es conveniente por el momento poner en duda los valores del mundo nuevo que estamos constituyendo; todo lo contrario; la incertidumbre es profundamente revolucionaria.” Edmundo Desnoes, “El mundo sobre sus pies”, en su Punto de vista, Instituto del Libro, La Habana, 1967, p.104, 105. Por su parte, Ambrosio Fornet afirmó en una ponencia presentada en el Congreso Cultural de 1968 que puesto que “la responsabilidad específica del intelectual” es crear una sociedad nueva este “está obligado a ser crítico de sí mismo e instrumento crítico de la sociedad”. Ambrosio Fornet, “El intelectual en la Revolución”, Revolución y cultura, 29 de febrero de 1968, p.46. “Es responsabilidad suya – añadió - que al final del camino no aparezca un muñeco domesticado y satisfecho, sino ese nuevo hombre liberado al fin de su enajenación que el Che señaló, poco antes de morir combatiendo por él, como “la última y más importante ambición revolucionaria.””

[17] Algunos de los textos que abordaban la cuestión fueron incluidos en los números 4, 5 y 6 de Revolución y cultura, dedicados íntegramente a dar a conocer ponencias presentadas en el Congreso. En el No. 4, 15 de febrero de 1968: Mario Benedetti, “Sobre las relaciones entre el hombre de acción y el intelectual”. En el No. 5, 29 de febrero: Roberto Fernández Retamar, “Hablar de la responsabilidad”; Ambrosio Fornet, “El intelectual y la Revolución”; Jorge E. Adoum, “El intelectual y la clandestinidad de la cultura”; Catherine Varlin, “Concepto de intelectual”; Jesús Díaz y Juan Valdés Paz, “Vanguardia, tradición y subdesarrollo”; Adolfo Sánchez Vázquez, “Vanguardia artística y vanguardia política”; Graciella Pogolotti, “Sobre la formulación de una conciencia crítica”. En el No.6, 15 de marzo: Hernet José de Souza, “El intelectual y la lucha ideológica”; León Rozitchner, “Actividad intelectual y subdesarrollo”; Luca Pavolini, “Los intelectuales de los países subdesarrollados”; Abilio Duarte, “El intelectual y los problemas del Tercer Mundo”.

[18] Osvaldo Dorticós, “Discurso en la clausura del seminario preparatorio al Congreso Cultural de la Habana”, en Revolución y cultura, No. 3, 30 de noviembre de 1967, p.7.

[19] Jesús Díaz, “El fin de otra ilusión. (A propósito de la quiebra de El Caimán Barbudo y la clausura de Pensamiento Crítico)”, en Encuentro de la cultura cubana, No. 16/17, Madrid, primavera/ verano de 2000.

[20] “Declaración de la UNEAC acerca de los premios otorgados a Heberto Padilla en poesía y a Antón Arrufat en Teatro” (fechada el 15 de noviembre de 1968), en Heberto Padilla, Fuera del juego, Edición conmemorativa 1968-1998, Ediciones Universal, Miami, 1968, p.115.

[21] Roque Dalton, René Depestre, Edmundo Desnoes, Roberto Fernández Retamar, Ambrosio Fornet, Carlos María Gutiérrez, “Diez años de Revolución: el intelectual y la sociedad”, Casa de las Américas, septiembre-octubre, 1969, p.16. Ese mismo año fue publicado en México por la editorial Siglo XXI con el título El intelectual y la sociedad.

[22] Vicente Carrión, “Un mundo en Revolución”, Revolución y cultura, No. 9, 30 de abril de 1968, p.31. Este ensayo obtuvo una de las menciones concedidas en un concurso convocado por el Consejo Nacional de Cultura sobre el tema “Actitud del intelectual revolucionario”. En ese mismo número de la revista se publicaron también el premio y las otras tres menciones.

[23] “No teníamos ninguna autoridad como revolucionarios. Podíamos hablar desde la Revolución, pero no en nombre de ella, con la autoridad de un dirigente político.” Ibidem, p.18.

[24] “Por ignorancia, mala fe o cobardía, por falta de verdadero espíritu revolucionario, se congeló todo debate intelectual, se acallaron las diferencias alegando pretextos tácticos, se abogó abierta o tácitamente por compromisos que solo podían conducir al más lamentable oportunismo.” Ibidem, p.19.

[25] Ibidem, p.19.

[26] René Depestre, Ibidem, p.24.

[27] Ibidem, p.29.

[28] Leopoldo Ávila, “Las respuestas de Caín”, 3 de noviembre de 1968; “Las provocaciones de Padilla”, 10 de noviembre; “Antón se va a la guerra”, 17 de noviembre; “Sobre algunas corrientes de la crítica y la literatura en Cuba”, 24 de noviembre. Este último artículo ofrece conclusiones que coronan los análisis de casos puntuales de los anteriores, dedicados a atacar a Guillermo Cabrera Infante (y de paso a Lunes de Revolución), a Heberto Padilla y a Antón Arrufat, respectivamente. Ávila afirmó que la crítica y la literatura cubanas del momento sufrían de despolitización, que el temor al panfleto había conducido a un inaceptable rechazo del “punto de vista militante” y a “una indigencia ideológica realmente lamentable”. Citó largamente las “Palabras a los intelectuales” y también la frase del Che sobre “el pecado original” de los intelectuales cubanos en “El socialismo y el hombre en Cuba”. “Nuestros criterios – afirmó – no forman parte de las viejas polémicas de figurativos o abstractos, metáforas o lenguaje directo, retórica o antirretórica, teatro absurdo o realista, etc. Eso lo dejaron atrás, en Cuba, el arte y la política desde hace mucho rato. Este es un problema de revolución o contrarrevolución”.(p.17.) A lo largo de todo el texto rechazó el efectismo, el snobismo, la pornografía y el sensacionalismo proliferantes en la literatura cubana. Finalmente llamó a “limpiar nuestra cultura de contrarrevolucionarios, extravagantes y reblandecidos”. (p.18)

[29] Ibidem, p.21. En el mismo sentido, Fernando Martínez criticó en 1971 el desprecio-exaltación del literato y el artista propio del mundo burgués. “Una resultante perversa es la absurda posición del intelectual como “conciencia crítica de la sociedad” – otra vez el intelectual fuera de la realidad – en vez de la conciencia y la actuación crítica de los revolucionarios sobre su sociedad”. “Educación, cultura y revolución socialista”(ponencia leída en el Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura), publicada por primera vez en El corrimiento hacia el rojo, Letras Cubanas, La Habana, 2001, p.127.

[30] Ibidem, p.37. “Olvidarse por un momento que ustedes no son el proletariado de esta Revolución – les advirtió a los intelectuales cubanos – sino un grupo social sobreviviente que, sobre la base de un agobiante sacrificio y un gran desgarramiento individual, se despojó de su condición burguesa consciente para ser, no protagonista, sino partero de este acto histórico, es correr el riesgo de perder pie en el verdadero papel a desempeñar.”

[31] “Declaración del Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura”, Casa de las Américas, La Habana, marzo-abril, 1971, p.17.También fueron criticados en el discurso de clausura del congreso, pronunciado por Fidel Castro el 30 de abril de 1971 y publicado en Casa de las Américas, mayo-junio, 1971.

[32] Juan Marinello, “Literatura y Revolución”, en Casa de las Américas, La Habana, septiembre-octubre, 1971.

[33] Casa de las Américas, La Habana, septiembre-octubre, 1971.

[34] Lisandro Otero, “Notas acerca de la funcionalidad de la cultura” (enero de 1971), en su Trazado, UNEAC, La Habana, 1976, p.164.

[35] José Antonio Portuondo, “Itinerario estético de la Revolución Cubana” (charla ofrecida en el Museo Nacional de Bellas Artes, el 12 de enero de 1974), en Revolución, letras, arte, Letras Cubanas, La Habana, 1980, p.186-187.

[36] En Política cultural de la Revolución Cubana, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1981.

[37] Iván de la Nuez, “El cóndor pasa”, La gaceta de Cuba, La Habana, junio de 1988, p.11.

[38] Víctor Fowler, “Pequeña teoría de la censura”, en El caimán barbudo, octubre de 1989. Eliades Acosta le respondió en la misma revista, en el número de abril de 1990, en “Pequeña teoría del diletantismo”.

[39] Fernando Martínez Heredia, “Notas sobre sociedad y cultura desde la Cuba actual”, “En el horno de los noventa. Identidad y sociedad en la Cuba actual”, en su El corrimiento hacia el rojo, Letras Cubanas, La Habana, 2001. Rafael Hernández, Mirar a Cuba. Ensayos sobre cultura y sociedad civil, Fondo de Cultura Económica, México D.F., 2002; “¿Pero acaso hay un debate en Cuba sobre la sociedad civil?”, en Hablar de Gramsci, Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello, La Habana, 2003. Jorge Luis Acanda, “Luces y sombras: la apropiación de Gramsci en Cuba en el último decenio”, en Hablar de Gramsci; “El malestar de los intelectuales”, en Temas, La Habana, abril-junio, 2002; Sociedad civil y hegemonía, Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello, La Habana, 2002. Milena Recio, Jorge Luis Acanda, Berta Álvarez, Haroldo Dilla, Armando Hart, Rafael Hernández, Miguel Limia, Isabel Monal, Raúl Valdés Vivó: “Sociedad civil en los 90: el debate cubano”, en Temas, La Habana, octubre de 1998-junio de 1999.

[40] Cintio Vitier, “Resistencia y libertad” (1992), en su Resistencia y libertad, Unión, La Habana, 1999, p.102. Se publicaron, con el nombre de “Martí y el desafío de los noventa”, en La gaceta de Cuba, septiembre-noviembre, 1992.

[41] Leszek Kolakowski, Intelectuales contra el intelecto, Tusquets, Barcelona, 1986.



1 comentario:

  1. la culpa es del embargo20 de octubre de 2007, 7:16

    ...Pues pediré asilo político all´, antes de que cieren el super de las sorisas gratis, la poesia derramada por por la luz de cada mañaa, el corazón entrenado a generoso, los y las valientes porque eso es digno..Antes de que me lo cierren huiré de aquí donde está prohibido ser feliz si no eres rico...Pablo Milnes hoy a las 20.00h en Las Rozas, Auditorio Joaquin Rodrigo

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