domingo, 14 de octubre de 2007


Publicada en Austria, "Editorial Leykam, 2005", "La Utopía Vacía. Intelectuales y Estado en Cuba", aparece aquí, en Efory Atocha, por prima vez (en castellano) y por entregas diarias, íntegra. La Selección y la Nota de Presentación fue realizada por el escritor, Carlos A. Aguilera.
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"La Utopía Vacía. Intelectuales y Estado en Cuba"-

-------------------(4ª entrega)
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Jesús E. Jambrina

LA POLÍTICA DEL GASTO:

LA REVOLUCIÓN CUBANA FRENTE A LOS HOMOSEXUALES (1959-1974).

Yo le sugerí a Haydee Santamaría que invitaran a Los Beatles y me respondió: “Ellos no tienen ideología; nosotros estamos tratando de construir una revolución con una ideología”. Bueno, eso era verdad, pero ¿qué ideología estaban proponiendo? Una burocracia policial que persigue a las locas? Quiero decir, ellos están perdiendo enormes energías en eso…

-------------------------------------------Allen Ginsberg

-----------------------------------(Gay Sunshine Interview, 1974)

---------------------------No soy de los que intentan estudiar los efectos
--------------------------------------de poder al nivel de la ideoligía.
--------------------------------------Me pregunto
--------------------------------------si antes de plantear la cuestión
--------------------------------------de la ideología,
--------------------------------------no fuese más materialista estudiando la
--------------------------------------cuestión del cuerpo y los efectos de poder
--------------------------------------sobre él.

-------------------------------------------------M. Foucault
(Por qué estudiar el poder:"La-cuestión de sujeto",
en Rev. Liberación,N 06, 1984, p. 3)


En la Nochebuena del mismo año de las declaraciones citadas en el primer exergo, Virgilio Piñera leyó en público una carta a su amiga Juanita Gómez[1] en la que le decía:

Nada menos que estaba a punto de ahogarme -¿de ahogarme en qué cosa?- cuando usted, con su vara mágica me sacó de eso en que estaba a punto de ahogarme [...] sabemos que usted es Juanita Gómez y eso basta. Allá la Sanseverina o la duquesa de Guermantes salvando o perdiendo a sus ahogados, a mi me basta con Juanita Gómez, hada, maga y gran dama que me salvó de caer en ese horror que es el escepticismo, en ese escepticismo tan devorador que termina por hacernos creer que no creemos ni en nosotros mismos.

Puesto que para quien posee el don supremo de la imaginación la vida no es esa cosa que nos obligan a vivir sino la vida profunda que nosotros imaginamos, conocer a Juanita Gómez fue una confirmación rotunda de mi imaginación, y en vez de verme obligado a mirar día a día el monstruo que me ponían delante, le superpuse la imagen de Juanita Gómez, hada, maga y gran dama. Ahora podré caminar por el infierno cotidiano acompañado por ella (La Gaceta, 1999).

El tono afectivo de esta misiva revela una conciencia histórica que va más allá de la fantasía burguesa que el autor usa como referente y con la cual, siendo fiel a sí mismo, ironiza. El agradecimiento de Piñera a Juanita Gómez resume (y subraya) la fisura entre las expectativas democráticas de algunos sectores sociales y los actos represivos llevados a cabo por la revolución en contra de las llamadas “conductas impropias”. La carta testimonia ante la raíz fundadora de la nación los desmanes civiles que, bajo la consigna de la defensa de la moral y las buenas costumbres, el poder revolucionario estaba llevando a cabo en contra de una parte de la población. 1974 fue también el año en el que se aprobó la Ley 1267, la cual prohibía todo contacto de personas homosexuales con niños y jóvenes, una recomendación que había sido hecha tres años antes en el Congreso de Cultura y Educación (1971) y que condujo a la expulsión de sus puestos de trabajo a miles de ciudadanos cuya orientación erótica no respondía a las exigencias del estado[2].

***

En el deslumbramiento nacional e internacional con la revolución cubana confluyeron una serie de factores que van desde la supresión inmediata de una dictadura sangrienta, el nacionalismo de un país subdesarrollado, la lucha contra el racismo e incluso la posibilidad de un cambio en las actitudes hacia la sexualidad, entre muchos otros asuntos[3]. Así de amplio era el espectro de la crítica generacional que los jóvenes de la posguerra llevaron a cabo globalmente en contra de los valores tradicionales de Occidente, los cuales habían conducido a la humanidad al surgimiento del fascismo en la antigua y cultísima Europa, a una Segunda Guerra Mundial en el mismo continente y finalmente al uso en 1945 de la bomba atómica por parte de Los Estados Unidos, la potencia occidental emergente en aquellos momentos.

Los rebeldes entrando en La Habana estimularon entonces la posibilidad de que un cambio verdaderamente radical y humanista era viable y que las ideas de progreso y justicia social para todos tendrían un protagonismo en ese nuevo mundo. En los bares gays de La Habana pre-revolucionaria –como ha escrito Allen Young (1)- había más de una razón para celebrar la caída de Batista y el advenimiento de un gobierno más realista y tolerante con respecto a la sexualidad. Si por una parte la economía turística (neo)colonial permitía cierta aceptación (conveniente) del estilo de vida homosexual, sobre todo en las ciudades, los prejuicios no eliminaban, sin embargo, las famosas recogidas -operaciones policiales- en las cuales grupos de locas eran llevadas a prisión por unas horas, tal vez días, y luego puestas en libertad nuevamente.

Pero estas esperanzas duraron poco y desde muy temprano el nuevo poder comenzó a practicar actos homofóbicos iguales y hasta peores que los del régimen anterior. El escritor Antón Arrufat se ha referido a aquellos años de la siguiente manera:

La revolución heredó de la sociedad anterior la homofobia [...] En la mente de los gobernantes cubanos y de muchos padres de familia, el homosexualismo siempre estuvo ligado a la prostitución. Era muy corriente en las casas de citas de La Habana y Santiago ver a homosexuales atender los clientes, servir las bebidas, recoger los orinales, cambiar las sábanas manchadas. Esa valoración del homosexualismo estaba, y posiblemente todavía permanece, en la mente de muchos cubanos. [...]

Eso forma parte de una tradición que procede de España, pueblo de vieja cultura homofóbica. (Todavía en el siglo XX Antonio Machado y Ramón Gómez de la Serna representaban en la literatura esta tradición). [...] En los primeros años de la revolución se llevaron a cabo redadas, que culminarían en las Unidades Militares de Ayuda a la Producción, las UMAP, a donde eran enviados los homosexuales, pero también testigos de Jehová, practicantes de la religión abakuá, jóvenes católicos y adolescentes que desertaban del Servicio Militar Obligatorio[4].

Ciertamente uno de los sectores más afectado fue el de los escritores y artistas por, entre otras razones, la repercusión inmediata de su labor en el resto de la sociedad[5]. Como ha explicado Marvin Leiner (33, 34), tanto la dirigencia revolucionaria como la comunidad científica de la época, a pesar de no tener pruebas convincentes sobre la (supuesta) patología de la homosexualidad, igual llevaron a cabo políticas y programas de prevención que contradijeron el presupuesto científico –entiéndase objetivo- de la ideología de estado y métodos de estudios escogidos por ellos, así como la vocación humanista de la cultura cubana que, desde años atrás, e incluso durante los propios años sesenta, había indagado filosóficamente en el tema del homoerotismo[6] como aspecto del comportamiento humano y su influencia en el cosmos cultural de la nación[7].

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Puede decirse entonces que en el reconocimiento de Piñera a la actitud de Juanita Gómez estaba a su vez haciéndole un reclamo simbólico al gobierno de su país, el cual lo obligaba a mirar un monstruo diariamente y casi lo hace caer en el escepticismo de no creer ni en él mismo. Lo mismo puede ser atribuido al resto de los contertulios –no todos homosexuales[8]. Y es que tanto Virgilio Piñera como José Lezama Lima, Severo Sarduy, Reinaldo Arenas y Antón Arrufat, junto a una larga lista, como diría Cintio Vitier con respecto a los miembros de Orígenes en los primeros años de la Revolución, “se portaron bien con la revolución y estuvieron dispuestos a trabajar por y para ella. Fue la revolución la que no los aceptó[9]” y los condenó a las catacumbas de la existencia.

La homosexualidad de estos escritores, como la de los pintores René Portocarrero, José Milián, Servando Cabrera Moreno y Raúl Martínez, no les impidió ofrecer una visión genesiaca y luminosa del nuevo momento histórico, vinculada siempre a una concepción amplia y democrática de lo nacional. A fin de cuentas, casi todos habían experimentado la frustración política republicana y sus obras mismas era interpretadas como una crítica acérrima de la situación (neo)colonial. El caso de Piñera fue el más connotado en la medida en que había sido él uno de los pocos autores cuya estética era percibida como la representación del sin sentido de las relaciones sociales durante los años que van desde finales de los años treinta hasta los cincuenta. Sus obras de teatro y sus cuentos, sobre todo, describían la atmósfera de disloque y caos existencial de la época previa y en cierta medida, como la de sus contemporáneos en general, vislumbraba la necesidad de una transformación consecuente de la realidad en todas las direcciones[10].

Piñera –como la mayoría de la población en un inicio- festejó el cambio en 1959 y su participación en las nuevas publicaciones como la revista Casa de las Américas y el seminario Lunes de Revolución, reconocen a un escritor comprometido con su práctica profesional: la literatura, pero también con su circunstancia histórica: una revolución popular-democrática triunfante[11]. Ni siquiera su breve encarcelamiento en Octubre de 1961 como parte de la famosa redada en la noche de las tres P (Pájaros, Prostitutas y Proxenetas) lo apartó de su gesto participativo[12]. No estoy blanqueando la figura de Virgilio Piñera. Sí creo que se recuerda con demasiada frecuencia la muerte civil -como él mismo le llamó- a que fue finalmente sometido por la maquinaria cultural a partir de 1969 sin tener en cuenta que el autor de Presiones y diamantes (1967) dio su batalla y resistió la censura escribiendo y haciéndose visible, mientras pudo, en cuanta actividad literaria le fue permitido. Ciertamente no fue fácil callarlo, como aquella tarde -mortal para él- en la Biblioteca Nacional en la que dijo que, como muchos de sus colegas, él sentía miedo frente al rumbo que venían tomando los pronunciamientos sobre la cultura en el país – en esos mismos días Fidel Castro pronunció sus conocidas Palabras a los intelectuales (1961) en las que se incluye la frase “dentro de la revolución todo, contra la revolución nada”.

Tanto Allen Young, como Marvin Leiner e Ian Lumsden coinciden en que, si bien las políticas homofóbicas estigmatizaban los comportamientos homosexuales, estos muchas veces estaban reducidos sólo a su versión más afeminada, precisamente con la que, según todos los testimonios, se identificaba a Piñera y que, según la mentalidad machista, era (es) contagiosa[13].

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Uno de los efectos represivos de la cultura homofóbica es el silenciamiento público de las voces abiertamente homosexuales. La represión en Cuba de esas voces respondía no sólo a una circunstancia nacional, sino internacional. Puede decirse que, una vez en el poder, la revolución cubana, contradictoriamente, en cuanto al tema de la liberación sexual, corrió en el sentido contrario a su tiempo, posponiendo cualquier debate serio sobre el asunto. Los tres principales estudiosos del tema citados anteriormente, también coinciden en que la descalificación social de la figura de los sujetos homosexuales se inscribe en los discursos que igualmente disminuyen el protagonismo femenino.

La cultura cubana, como la latinoamericana en su conjunto, es machista, y lo era mucho más en los años sesenta y setenta cuando la principal formación moral de la población provenía principalmente de las religiones cristianas y africanas, cuyas enseñanzas, casi siempre, se manifiestan activamente en contra de la diversidad sexual. En todas estas formas religiosas, la mujer es el símbolo de lo débil, lo subordinado, pero sobre todo de lo no atendible cuando de asuntos públicos se trata –entiéndase políticos y civiles. La mujer cumple aquello que el hombre estipula, apoyándolo en su condición de líder del hogar. Para este código de valores, los homosexuales, tipificados generalmente en la loca, ni siquiera son ciudadanos por completo, sencillamente no existen, no tienen voz en el espectro de las decisiones sociales importantes[14].

Subrayo la condición de loca porque, como en muchos países de la cuenca caribeña, en Cuba tradicionalmente homosexual es aquel que asume una posición pasiva en el acto sexual, mientras que el activo conserva su hombría, si no intacta, al menos aceptada en la comunidad masculina a la que pertenece. En los años sesenta y setenta prevalecían a nivel popular los criterios sexuales que describe, por ejemplo, una novela como Hombres sin mujer (1938), de Carlos Montenegro. Ese texto, uno de los pocos best seller en la historia de la literatura cubana, nos ofrece una galería de sujetos homosexuales que van desde la folclórica loca de carroza hasta la del macho a todo que se enamora de un adolescente, así como la de un viejo convicto, quien expone su sabiduría con respecto al amor entre hombres y el intelectual, cuyas reflexiones filosóficas asumen la bisexualidad como el estado universal de la naturaleza humana.

El reconocimiento de ese espectro, incluso en sus arbitrarias jerarquías, sin embargo, representaba un problema mayor para una política gubernamental que, lejos de educar a la población en el respeto de la libertad sexual, buscaba reforzar en ella los valores judeocristianos que veían (ven) en la actividad erótica de los cuerpos sólo su función reproductora y no placentera. No obstante, como diría años más tarde Michael Foucault, la implementación de mecanismos represivos acerca del sexo, a la vez nos enseña un saber distinto sobre la sexualidad[15]. Al interior de las ficciones homofóbicas del estado cubano -como les llama el poeta Carlos Alberto Aguilera a las políticas anti-homosexuales de la época- se escuchaba el susurro milenario de un deseo que resistía (y resiste) su aniquilamiento.

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En perfecta sincronía con el resto del mundo en materia de reflexión y representación de los deseos homoeróticos, en la cultura cubana se había venido gestando un cambio importante con respecto al tema y, como casi siempre sucede, la histeria machista no habría de impedirlo; por el contrario, su obstaculización lo haría más eficaz porque recibiría mucha mayor atención nacional e internacional. Me refiero a la novela Paradiso (1966), de José Lezama Lima. El excentricismo piñeriano había hecho que a su autobiografía La vida tal cual (1961) le fueran censuradas las partes explícitas sobre el descubrimiento de su erotismo[16], pero las volutas barrocas del tabaco Lezamiano –y su posición dirigente en la UNEAC- permitieron que la novela saliera publicada, incluidos fragmentos homoeróticos explícitos, salvando a la intelectualidad cubana, al menos simbólicamente, de su responsabilidad ante la historia. (Las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP) habían sido establecidas en 1965 y durarían hasta 1969).

Sobre la homosexualidad en Paradiso se ha escrito bastante a lo largo de estos años, casi siempre desde una posición retrospectiva, es decir a partir de las conclusiones que el propio Lezama Lima presentó en Oppiano Licario (1977), la continuación de su primera novela y en la que básicamente rectifica sus opiniones previas sobre los actos homosexuales. Gran parte de los estudios aceptan que con sus reflexiones sobre el homoerotismo, el autor de Muerte de Narciso (1937) buscaba revaluar los criterios cubanos al respecto y acabar con el estigma de entender al sujeto homosexual como agente improductivo ergo desechable en la construcción de la nación.

Como ha escrito Arnaldo Cruz Malavé, el proyecto de Paradiso es fundar sobre la esterilidad homosexual la imagen paterna de la nación[17]. Emilio Bejel, por su parte, relaciona homosexualidad y estética en el autor afirmando que la primera se constituye en un exceso a través del cual se accede a lo nuevo y lo desconocido poético[18]. El pudor histórico, sin embargo, de la mayoría de la crítica cubana todavía demora en reconocer las profundas conexiones que existen entre los proyectos nacionales y las concepciones sobre la sexualidad humana. Por el contrario, como hizo Cintio Vitier con respecto a Emilio Ballagas en 1955, posición analizada (y contrarrestada) por Piñera en “Ballagas en persona” (revista Ciclón, 1955), el patrón canónico insiste en desviar la atención sobre aquello que el texto Lezamiamo articulan en sí mismo: Homosexualidad y nación y que se convertiría en casi una obsesión en las obras de Reinaldo Arenas y Severo Sarduy.

Como es bien sabido, Paradiso fue recogida de las librerías habaneras en 1966, lo cual no impidió que fuese leída ampliamente, sobre todo por la elite intelectual, ya que el estilo de su autor, lleno de referencias clásicas y teológicas, la hacía difícil para el lector común. Otra vez: lo que me llama la atención es que, en medio de la represión contra los homosexuales, esta novela haya salido a la luz lo que, sea cual fuesen las estrategias que se usaron para ello, nos da la medida de que la comunidad intelectual no estaba dispuesta a simplemente aceptar los impulsos autoritarios del estado. De hecho, según reportan los estudios citados antes –Young, Leiner y Lumsden-, no fueron pocas las discusiones que sobre la UMAP se llevaron a cabo en el seno de la Unión Nacional de Escritores y Artistas Cubanos (UNEAC) de entonces y que, según algunos, junto a las quejas internacionales, contribuyeron a la erradicación de dichos campos de trabajo forzado.

No debemos entender las batallas ideológicas de aquellos años, quizá tampoco de estos, sólo en términos de quién(es) tiene(n) el poder de facto, sino también cómo y en qué campo(s) se llevan a cabo, es decir en el de la política diaria, entendida en las leyes, los decretos, la represión policial, los medios de comunicación o en el orden simbólico, esto es el mundo de la subjetividad y las sensibilidades, el conocimiento y los códigos culturales. La población homosexual cubana, los artistas y escritores incluidos, como otros grupos subordinados históricamente alrededor del mundo, especialmente las mujeres y los negros, encontraron la forma de resistir inteligentemente las particulares circunstancias de opresión contra ellos y elaborar un sistema de referencia y una cosmovisión que lejos de alienarlos de los intereses de la nación, los convirtió en uno de los más agudos defensores de la misma, erigiéndose así, como recuerda el personaje de Diego en “El bosque , el lobo y el hombre nuevo”, cuento de Senel Paz, en “la piedra en el zapato de la política revolucionaria”.

Ni Lezama, ni Piñera, ni Sarduy, ni Arenas fueron seres improvisados en términos de compromiso político como los ideologemas seudorevolucionarios intentaron hacer(nos) creer durante varios años: la propuesta de sus textos, ya sea en el orden epistemológico o estrictamente político están fundamentadas en la comprensión de la nación como una totalidad diferente de los proyectos nacionalistas hegemónicos[19]. Esta es la razón principal por la cual su homosexualidad adquiere un lugar protagónico ante los ojos de sus censores: la diferencia radical que contenían (y contienen) sus versiones de lo nacional atentaban (y atentan) contra la Arcadia tropical que las utopías fundamentalistas buscaban (y buscan) para la isla.

Este es un aspecto que los críticos y pensadores contemporáneos deben sumar a los estudios sobre la literatura y el pensamiento de estos autores en el contexto de la revolución cubana. Aunque la homosexualidad fue mal vista desde el principio por la dirigencia del país, no todos los intelectuales homosexuales fueron reprimidos de igual manera, hubo quienes escogieron (auto)reprimirse, a pesar de las evidencias, e incluso estuvieron en primera fila aplaudiendo la declaración del Congreso de Cultura y Educación en 1971, otros se pusieron al servicio de las nuevas condiciones y otros simplemente heterosexualizaron sus vidas públicas guardando sus deseos íntimos en el closet. Lo importante para el estado era contener la imagen creciente entre las (entonces) nuevas generaciones de que todo estaba bien con ser homosexual, que sus gustos y actitudes eran normales y que sus presencias no contenían mayores riesgos para la nación. Como diría Allen Ginsberg: “perdieron enormes energías en eso” (1974).

Iowa City, Estados Unidos

Enero del 2004

Bibliografía

Bejel, Emilio: Gay Cuba Nation, Chicago and London, The University of Chicago Press, 2001

Dossier sobre Virgilio Piñera: La Gaceta de Cuba, # 5, La Habana, Sept.-Oct., 1999

Leiner, Marvin: Sexual Politics in Cuba. Machismo, Homosexuality, and AIDS, Boulder, San Francisco, Oxford, Westview Press, 1994

Lumsden, Ian: Machos, Maricones and Gays. Cuba and Homosexuality, Philadelphia, Temple University Press, 1996

Pérez Cruz, Felipe de J. : Homosexualidad, homosexualismo y ética humanista, La Habana, Editorial Ciencias Sociales, 1999

Young Allen: Gays under the Cuban Revolution, San Francisco, Grey Fox Press, 1981



[1] Juana Gómez era la hija del prócer Juan Gualberto Gómez, una de las figuras emblemáticas de la Guerra de Independencia (1895-1898), quien igualmente se opuso a la Enmiendad Platt (1902), derogada en 1934; Gómez falleció en el 33. Juan Gualberto fue un hijo libre de esclavos que con la ayuda de los dueños de sus padres se educó en Francia. A su regreso a Cuba conoció a José Martí, quien luego lo propondría como delegado del Partido Revolucionario Cubano (PRC) en La Habana. Fue Gómez quien recibió y trasmitió la orden del alzamiento final contra España. Fue un defensor incondicional de la independencia democrática, la cual promovió en las diversas publicaciones en las que colaboró y en algunos casos dirigió. Juan Gualberto promovió una educación humanista en su familia original. Juana Gómez y sus hermanas realizaban tertulias en las dos casas principales en las que vivieron en La Habana desde su nacimiento, una de ellas “la quinta desvencijada”, llamada por Juan Gualberto Villa Manuelita (en honor a su esposa) y por Piñera en los años 70 La ciudad celeste (en referencia a la galería destechada donde se llevaban a cabo las tertulias).

[2] La Ley del trabajo de 1978 eliminó la prohibición contra los homosexuales, pero según Marvin Leiner, en una visita que él hizo a Cuba en 1980 todavía existía una orientación escrita que era seguida en el Ministerio de Educación y otros empleadores. Por otra parte, en 1973 se había emitido la Ley 1249 –reformada en 1979- que sancionaba a 3 y 9 años por “ostentación pública de la homosexualidad”. No obstante, desde finales de los años 80 es evidente una flexibilización en las políticas de empleo, así como de acceso a diversas carreras universitarias. En general, la visibilidad de la comunidad gay y lésbica cubana ha aumentado considerablemente, aunque igual es afectada por las restricciones a las libertades civiles no permitiéndosele un trabajo educativo con el público ni una defensa legal contra los actos homofóbicos que, aún en la actualidad, persisten como parte de la ignorancia de gran parte de la población con respecto a la diversidad sexual.

[3] Uno de los síntomas notables con respecto a esto último es la revista Ciclón (1956-1958) en la cual el tema de la sexualidad fue tratado en varios de sus escasos números.

[4] En Carlos Espinosa Domínguez: Virgilio Piñera en persona, Denver, Colorado, U.S., Término Editorial, Colección Ideas, 2003, pp177-178.

[5] Por su visibilidad social, es a través de los escritores y artistas que se pueden estudiar mejor la implementación de estas políticas, pero el lector no debe olvidar que, como menciona Arrufat en la cita anterior, hubo otros sectores que también sufrieron la inclemencia de la homofobia institucionalizada, incluidos los maestros y profesores a todos los niveles de la enseñanza, los médicos y los deportistas.

[6] El término homoerotismo refiere en este trabajo a una red discursiva cuyo fin es connotar identificaciones entre sujetos del mismo sexo. Este proceso se da en diferentes niveles y bajo determinada conciencia de representación, es decir bajo la puesta en practica de matrices discursivas comprometidas en -o al menos no reticentes a- visualizar más o menos problemáticamente al sujeto homosexual.

[7] Para estudio sobre las relaciones revolucionarias entre psiquiatría, legalidad y homosexualidad y sus consecuentes repercusiones ver: Pedro Marqués de Armas: “Psiquiatría para el nuevo Estado; algunos documentos”, en la revista literaria online La Habana Elegante No 36, Invierno 2006, sección Panóptico Habanero: http://www.habanaelegante.com/Winter2006/Panoptico.html

[8] La familia Gómez celebró sus tertulias todos los sábados entre Julio de 1974 y mayo de 1977. Además de Virgilio Piñera, asistían frecuentemente el coreógrafo Ramiro Guerra, los pintores Antonio Canet, Jaime Bellchasse, César Bermúdez, Juan Boza, El dramaturgo José Triana y su esposa Chantal du Maine, Abilio Estévez, Reinaldo Arenas estuvo una o dos veces, el fotógrafo Oscar Macías, Max Figueroa, Urania Vilches, Angel Luis Fernández, entre otros. En el caso de Piñera, además de los sábados, iba también algunos los miércoles a tomar la sopa o comer el postre con la familia. Además de Juanita Gómez participaban de las tertulias sus hijas Olga y Serafina, así como su hijo Yonny. En su libro Una Broma Colosal(1988), Piñera dedicó varios poemas a cada uno de los miembros de esta familia, así como el relato “Ars longa vita brevis” es una recreación de las historias que le contaron allí.

[9] Intervención pública de Cintio Vitier en los conversatorios en la Casa de las Américas durante la celebración de los 50 años de la revista Orígenes en 1994.

[10] Al respecto, el crítico José Rodríguez Feo escribió: Las cosas que ocurrieron desde el gobierno de Machado (que es el momento en que se forma intelectualmente Piñera), hasta la Revolución del primero de Enero, no podían presentarse en un esquema racional. La historia íntima de este acontecer pertenece más bien al mundo de la demencia (“Hablando de Piñera”, Lunes de Revolución, 1960). Es válido aclarar que a medida que la política revolucionaria se fue endureciendo en todos los ordenes de la vida social cubana, Piñera acentuó las estrategias de representación no racionales, haciendo definitivamente del absurdo y lo fantástico el rasgo distintivo de su producción narrativa dentro del período 1959-1979. El sentido crítico de una parte de la cultura pre-revolucionaria se basaba en la utopía de un cambio radical de la sociedad, es decir lo mismo a nivel económico que espiritual. Frente a los retos políticos de dichos cambios, el campo intelectual se transformó, quedando al descubierto las contradicciones mismas de esa utopía y con ellas rediseñándose los proyectos creadores de los propios escritores y artistas, así como sus posiciones públicas frente al nuevo estado y sus instituciones.

[11] En un artículo próximo a publicarse, el crítico Thomas F. Anderson, autor de Everything in its place: the life and Works of Virgilio Piñera (Bucknell University Press, 2006), estudia los artículos revolucionarios del escritor entre 1959 y 1961 en los cuales muestra su apoyo incondicional a la nueva situación política. osición que, como es sabido, rectificó años después.

[12] Ver “El fantasma de Virgilio” en Enrico Mario Santí: Bienes del Siglo. Sobre Cultura Cubana, México, FCE, 2002, pp. 229-243.

[13] Según cuenta el escritor Antón Arrufat, Carlos Franqui, director del periódico Revolución, publicación oficial del Movimiento 26 de julio, le pidió a Virgilio Piñera que usará un seudónimo para publicar sus artículos en ese órgano. El autor firmó entonces como El escriba, pero ante la curiosidad del público, se le permitió que firmara con su verdadero nombre.

[14] Ver nota 2

[15] Michael Foucault: “Las relaciones de poder penetran los cuerpos”, en Microfísica del poder, Ediciones La Piqueta, Madrid, 1992, pp. 155-156.

[16] La versión sin editar se publicó en la revista Unión, No. 10, La Habana, 1990. Posteriormente se ha publicado otros textos en los cuales hace abierta referencia al tema homosexual como en Tres elegidos (1945), en la edición de Poesía y Crítica, México, 1994, el poema La gran puta(1960), en La gaceta de Cuba, Sept.-Oct., 1999, y el relato Fíchenlo si pueden (1976), en Cuentos Completos, Ediciones Alfaguara, 1999.

[17] Arnaldo Cruz Malavé: El primitivo implorante. El sistema poético del mundo de José Lezama Lima, Ediciones Rodopi, Amsterdam-Atlanta, 1994

[18] Emilio Bejel: Gay Cuban Nation, The University of Chicago Press, 2001, p. 122.

[19] Como ejemplo véanse La isla en peso (1943), de Piñera, De donde son los cantantes (1967), de Severo Sarduy o Antes que anochezca de Reinaldo Arenas.

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