martes, 14 de junio de 2011

"Cirilo Villaverde, el de Cecilia Valdés" por José Miguel Sánchez/ Yoss

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Cirilo Villaverde, el de Cecilia Valdés
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Por José Miguel Sánchez/ Yoss
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El siglo XIX regaló a muchas naciones novelas que se convirtieron en parte inseparable de su identidad nacional. A menudo esto sucedió, más que por su calidad literaria, por reunir en sus páginas muchos de los rasgos que como pueblos las caracterizaban.

Como Italia tiene I promessi sposi de Manzoni, Cuba tiene la Cecilia Valdés de Villaverde.

Cirilo Villaverde nació en 1812 en el ingenio azucarero Santiago (San Diego de Nuñez). Hijo del médico local, disfrutó de una infancia más o menos acomodada y desde muy joven ya leía ávidamente. A los 20 años se recibió de Bachiller en Leyes y en 1834 comenzó a acudir a la tertulia habanera de Domingo Delmonte, famoso mecenas de la cultura criolla a cuyo apoyo se debe la publicación de numerosas novelas y poemas de los literatos cubanos de esos años.

Fue quizás por la influencia de aquel ambiente de apasionantes debates culturales que el joven Villaverde decidió hacerse escritor, y en 1837 comenzó a aparecer en la Gaceta Cubana y de la manera entonces en boga, o sea, por entregas, a lo folletín, su primera novela, La joven de la flecha de oro. Menos de dos años más tarde se iniciaría, del mismo modo fragmentado, la publicación de su obra cumbre: Cecilia Valdés.

Pero mucha agua correría aún bajo los puentes del habanero río Almendares antes de que los lectores cubanos pudiesen disfrutar íntegramente de esta joya del costumbrismo literario nacional. Tras la aparición de su primer tomo, Villaverde pareció olvidarse de la novela. Aunque no de escribir: pese a su dedicación al magisterio, encontró tiempo para ser jefe de redacción de El Faro Industrial, periódico en el que entre 1842 y 1848 vieron la luz muchas de sus obras, siempre folletines: El ciego y su perro; Excursión a Vuelta Abajo; La peineta calada; El guajiro; Dos amores; El misionero del Caroní; El penitente y otras.

Pero no todo era literatura en la vida de Villaverde. Entre fabulaciones y novelas latían en su pecho, como en el de todo cubano que se preciara entonces de serlo, secretas ansias independentistas. O tal vez no tan secretas: el 20 de octubre de 1848 y por orden del entonces Capitán General o gobernador hispano de la Isla de Cuba, Federico Roncali, el ya entonces prestigioso narrador fue detenido en su casa, juzgado y condenado a presidio por el gravísimo delito de conspiración contra la Corona de España.

Por suerte, seis meses después, en arriesgado episodio digno de su propia pluma, lograba fugarse de la prisión en compañía de un preso común y de ¡uno de los carceleros! huyendo los tres en el mismo barco de vela a La Florida, desde donde Villaverde continuaría hasta New York, vía Savannah.

Establecido en los Estados Unidos como redactor jefe de un diario separatista de emigrados cubanos, La Verdad, contrae matrimonio con Emilia Casanova. Trabaja continua e intensamente por la libertad de su patria, tanto en el periódico como en calidad de secretario del general mexicano Narciso López, líder anexionista de los cubanos a cuya inspiración se debe el diseño de la actual bandera nacional, que ondeara por primera vez en 1850, en la fracasada invasión a Cárdenas (localidad que aún hoy ostenta orgullosa el título de “Ciudad Bandera”) hasta 1851, cuando López es fusilado por las autoridades peninsulares.

En 1858 Villaverde se acoge a una amnistía y regresa a La Habana, donde recupera el fragmento inicial de Cecilia Valdés ya editado, así como los manuscritos correspondientes a la segunda parte de su novela. Los separatistas más recalcitrantes no le perdonarían nunca esta “claudicación innoble ante el yugo colonialista” pero habría sido mucho más imperdonable para la literatura que Cecilia quedase incompleta.

Sus incansables afanes separatistas obligan a Don Cirilo a abandonar nuevamente la isla en 1861, y de vuelta en New York comienza a redactar La América. No le sobra tiempo para literatura: la Guerra de los Diez Años ha empezado en Cuba y él es uno de sus más activos promotores y colaboradores en los EUA. Habrá que esperar hasta 1881 para ver la versión definitiva de Cecilia Valdés: tardó más de 40 años en completarla. No en balde en su última hora, en 1894, en vísperas de la definitiva Guerra de Independencia del 95, expirará convencido de haber legado a su patria una obra inmortal.

Y es que aún hoy, en pleno siglo XXI, puede leerse Cecilia Valdés o La loma del ángel con inesperado interés y deleite. La acción tiene lugar principalmente en La Habana, entre 1812 y 1831, en un período indeterminado que es uno de los grandes aciertos de Villaverde.

Es la enésima versión del drama eterno de Romeo y Julieta, ahora a la cubana: el hijo del poderoso terrateniente Don Cándido Gamboa, Leonardo Gamboa, un señorito rico y calavera que estudia sin gran empeño para Bachiller en Leyes, queda prendado de Cecilia Valdés, una hermosísima mulata libre que “parece blanca”, hija de Ña Chepilla, una esclava liberta, y por la que se bebe los vientos sin esperanza José Dolores Pimienta, un músico también libre y mulato.

Pero el matrimonio de Leonardo con Isabel Ilincheta ya ha sido concertado hace mucho por sus padres. Por bella que sea, una mulata pobre no es rival para una rica señorita de buena familia. Don Cándido le prohíbe a su hijo volver a ver a Cecilia y lo envía lejos, al ingenio de la familia, para evitar el escándalo. Es joven, todo pasará…

Y entonces, como en las tragedias clásicas, las cosas se precipitan: el despecho y los celos de la hermosa mulata abandonada la hacen contárselo todo a José Dolores Pimienta, calculando astutamente que él tomará cartas en el asunto. Pero, aunque la aterrada Cecilia le grita “¡a él no! ¡a ella! ¡a él no!”en plena misa el celoso y violento músico mulato mata a puñaladas a Leonardo.

Llenos de dolor, Don Cándido y Ña Chepilla revelan solo entonces el secreto que juraron esconder hasta la muerte: Ña Chepilla fue amante del terrateniente, Cecilia es su hija, ella y Leonardo eran hermanos. Y al saber que su amor estaba condenado desde siempre, la joven mulata enloquece, mientras su vengador, Pimienta, es condenado al patíbulo, y la nunca casada Ilincheta se viste de viuda.

No es una novela perfecta, sino bastante tremendista: incesto, celos, secretos ocultos hasta el último momento, desenlace vertiginoso que en menos de una página resuelve de un plumazo conflictos que han requerido cientos de páginas para ser planteados. Tiene todos los ingredientes y fórmulas del folletín clásico, y cuando fue publicada tuvo muchos detractores que la estigmatizaron por esto, pero sobre todo por lo que hoy es posible reconocer como su principal valor: su retrato realista, no edulcorado de la época.

Nunca antes la pluma de un escritor cubano había descrito tan bien lo que era la esclavitud en la colonia, en todas sus caras. Sus pinturas de los horrore de la trata negrera, de las diferencias entre los esclavos de la ciudad y los del ingenio, de las fiestas de cabildos negros y mulatos, de las procesiones, de los castigos aplicados por los implacables mayorales a su negrada, tiene todos los tintes del realismo impresionista. Hay también humor, al ridiculizar tanto a encopetadas autoridades peninsulares como a incultos esclavos fugitivos obligados a la delincuencia, y en otros muchos episodios, como aquel inolvidable del médico que en una consulta tiene que extraer un frijol del conducto auditivo de su paciente y le cobra por ello varias onzas de oro.

Numerosos creadores cubanos del siglo XX han revisitado la obra de Villaverde. El músico Gonzalo Roig compuso una zarzuela homónima de la que casi todos los cubanos conocen la espléndida aria de entrada de Cecilia. El dramaturgo Abelardo Estorino la versionó libremente en su magnífica puesta en escena Parece blanca; al cineasta Humberto Solás se debe la hasta hoy única versión para la pantalla grande, a principios de los 80: Cecilia, una muy discutida superproducción hispano-cubano, que con el famoso actor español Imanol Arias en el papel de Leonardo Gamboa, casi agotó el presupuesto del ICAIC.

Cecilia Valdés, la mulata hermosa y sensual que lo arriesga y pierde todo por amor ¿o por soberbia?, es el primer arquetipo de la literatura cubana, y en calidad de tal es que ha llegado hasta nuestros días. Hoy, casi puede decirse que en el pueblo hay muchas Cecilias, o que en cada mujer cubana hay un fragmento de ella.

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JMS/Yoss en Efory Atocha, Aquí
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Imágenes tomadas de la Web.
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3 comentarios:

  1. "Cecilia Valdés" se publica inicialmente como relato en "La Siempreviva".

    Algunos capítulos que releo a cada rato son los que se refieren a la finca La Tinaja, sobre todo por la manera ingenua y deliciosa en Villaverde describe Vuelta Abajo.

    Y Leonardo Gamboa, para mí, es el diseño original del cubano de hoy.

    Saludos.

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  2. Saludos Manolo, gracias por pasar.

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  3. Es importante para Cirilo Villaverde -algo que nunca se dice-la amistad que tuvo con las norteamericanas hermanas Peabody, que fueron célebres en Estados Unidos posteriormente en su lucha por los derecgos de la mujer. Que pasaban largas temporadas en una finca de Pinar de Río cercana a la de Villaverde y que es seguro que le dieran a leer "La Letra Escarlata " de Nathaniel Hawtorne como precisa en un estudio el profesor santiaguero Ricardo Repilado. Saludos. Alberto Lauro.

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