--
-----"Meditando el Graffiti"
-----------------Dossier Arte & Calle
-
-
Por Maldito Menéndez
-
-
Hola, fui un grafitero y aún lo llevo dentro.
Empiezo así porque cada vez que leo un escrito sobre el graffiti, siempre comienza haciendo la historia del tabaco, tratando de relacionarlo con las cuevas de Altamira, los jeroglíficos egipcios realizados en el interior de las pirámides y el origen italiano de la palabra. Los autores de esos escritos no son graffiteros, ni poseen sobre ese mundo mayor conocimiento que el que ostentan los astrólogos sobre la naturaleza del planeta Marte. El graffiti no se estudia en ninguna cátedra de historia del arte o de sociología; tampoco se imparte la asignatura del graffiti en las escuelas y academias de bellas artes, porque es imposible aprender a grafitar en las paredes de un aula. Por eso solo los grafiteros tienen, hoy por hoy, la autoridad para hablar sobre la naturaleza del graffiti. Es ridículo que los grafiteros aprendan sobre su arte a través de ensayos escritos por historiadores, críticos y curadores, como mismo es ridículo que un indígena del Amazonas estudie su cultura mediante las ponencias de antropólogos europeos.
Tratar de definir si el graffiti es arte popular o arte “culto”, es como tratar de establecer si el rap es verdadera música o no. ¿A quién le importa eso? Tanto el rap, como el graffiti, versionan y parodian sonidos, textos e imágenes establecidos, impuestos por la sociedad, para poner en tela de juicio la realidad que se esconde tras los conceptos que entrañan dichos elementos. El virtuosismo formal, tanto musical como plástico, no es fundamental ni en el rap ni en el graffiti; lo importante es el contenido de lo que se dice y, sobre todo, la actitud de quien lo expresa. ¿Qué rapero se dejaría instruir sobre el rap por un aburrido profesor de musicología? De la misma manera, compañeros grafiteros, no se dejen engañar por nadie que no haya sentido nunca la adrenalina segregada por pintar bajo el ritmo ilegal del metrónomo de la realidad callejera.
Cualquier intento de emparentar al graffiti con el arte rupestre y con los frescos y murales de la antigüedad es solo eso, un intento superficial, una manipulación de críticos y curadores al servicio del mercado del arte, para fabricar un falso pedigrí del graffiti que justifique su inserción y comercialización dentro de galerías y museos. La cultura occidental ha perfeccionado la habilidad de absorber y corromper todo aquello que se enfrente al sistema socio-económico que abandera para neutralizarlo y, de paso, ganar dinero con ello. Cuando en los años 50 y 60, los jóvenes comenzaron a usar prendas de mezclilla(tejido barato que se empezó a utilizar en Europa, desde la Edad media, para confeccionar ropa de trabajo) y los cabellos largos (pese a que a lo largo de la historia los hombres gustaron de llevar barbas y melenas, durante la segunda guerra mundial se impuso la estética rasurada del corte militar, que evitaba los piojos durante las campañas, como símbolo de virilidad y provecho social, en contraste con los peludos que, obviamente, eran civiles inhabilitados para la lucha o desertores. Pasada la guerra se siguió asociando a los peludos y a todas aquellas personas que se resistían a llevar el ”look uniformado”, con traidores, cobardes y afeminados) como forma de criticar a la sociedad de consumo y a los falsos valores burgueses, materialistas e imperialistas; la policía, el ejército y otros instrumentos represivos del poder les persiguieron y reprimieron, con resultados bastante contraproducentes, hasta que los genios malignos de las grandes compañías textiles y de la moda descubrieron que no era necesario combatir las amenazas si se podía corromper sus principios y objetivos para obtener beneficios: la mezclilla, antaño tela de monos y atuendos de mecánicos y obreros, se convirtió, mediante el simple truco de multiplicar su precio y asociarla con los jóvenes rebeldes, como James Dean, en el tejido de las prendas de moda, inevitables para los todos los jóvenes de su tiempo y del nuestro. Gracias a ese truco, simples marcas de ropa de trabajo, confeccionadas con tela de carpas y remaches de cobre, para hacerlas más resistentes al trabajo en las minas y el campo, fundamentalmente, como Levi Strauss & Co., se transformaron en multimillonarias y mundiales firmas de ropa de vestir. Ese truco aún se sigue estudiando como uno de los golpes de marketing más grandes e inspiradores de la historia del capitalismo. No solo se enriquecieron con esa maniobra, sino que consiguieron uniformar y neutralizar a varias generaciones de rebeldes bajo el paternalista y venenoso cliché de “rebeldes sin causa”; jóvenes descerebrados a los que no había que combatir, sino solo seguir la corriente, como a los locos y a los niños.
El graffiti de galerías y museos es como esos vaqueros caros: una nueva versión light del graffiti, asociada, mediante anuncios y pelis de encargo, con adolescentes patinadores y bailadores callejeros que, a través de su arte, se sobreponen a la criminalidad de los barrios controlados por los malvados e inescrupulosos traficantes de drogas. De esa forma, cuando vemos vaqueros o graffitis, pensamos en moda, sexo, droga, diversión e inmadurez; no en objetores de conciencia, luchadores por los derechos humanos y civiles, ecologistas, sindicalistas, pacifistas, revolucionarios, antisistema, antiglobalización o, como en mi caso, antidictadura.
Mis aventuras en el graffiti sucedieron en los años 80, en La Habana, con Artecalle, un grupo de adolescentes que vimos en el arte callejero una forma libre y directa de dialogar con el sistema sin pasar por su lento y vacuno sistema digestivo de censura y burocratismo. No éramos, en ese entonces, anticastristas ni contra revolucionarios, pero opinábamos que la revolución se estaba yendo a pique a causa de la corrupción de parte de su cúspide y no contábamos con ningún canal de comunicación o forma de expresión que no fuese controlada y censurada por los mismos mecanismos oficiales que sustentaban la corrupción y la doble moral. Nuestros graffitis no estaban hechos con sprays y rotuladores, porque de eso no había en Cuba y su aspecto general distaba mucho de las coloridas y estéticas pintadas que he visto después en Europa y en Estados Unidos; sin embargo, nuestros textos reflejaban el sentir del pueblo y por eso, aunque feos, nos ganamos la simpatía de la gente y la represión policial y política.
Para mí hay dos tipos de graffiti: el de verdad, que se caracteriza por sufrir la represión del sistema dominante en las ciudades en que se manifiesta, y el falso, aquel que es absorbido por dichos sistemas, reconocido dentro del mundo del arte aceptado y recompensado monetariamente, a cambio de desenfocar su crítica hacia formas potables e inocuas, dentro de los cauces pre establecidos del sistema imperante. El graffiti es arte, pero eso no importa; lo importante es que convertirlo en arte comercial es cortarle las alas, encerrarlo en una jaula de oro. Actualmente hay muchos jóvenes talentos de clase media-baja que ven en el graffiti una forma de escapar del barrio y acceder al sueño americano (ilusión contagiada al resto del mundo, como el consumo de Coca Cola) y concentran sus esfuerzos en pulir su estilo y hacerlo más agradable y atractivo dentro del contexto urbanístico. Eso no es graffiti, solo murales exteriores que sueñan con ser murales interiores. Un verdadero graffitero sueña con un mundo mejor, no con una ciudad más bonita y para hacer un mundo mejor, de nada valen colores y formas bellas, solo textos valientes y agudos, con trazos fuertes y agresivos. ¿De qué vale pintar bonito si la obra será tapada en breve? Lo importante es transmitir una idea actual, inmediata y desechable, como lo hace un periódico. El graffiti es el periódico de los que no tienen poder para comprar una imprenta, ni tiempo para esperar a que los diarios de los poderosos comenten sus problemas.
En todo caso, el único nexo verdadero que podemos establecer entre el graffiti y el arte culto es a través del arte conceptual, pues este, al igual que el auténtico graffiti, concentra la mayor parte de su fuerza en la creación y proyección de textos e ideas y en la investigación de formas alternativas de comunicación con el público. De hecho, muchos artistas conceptuales prefieren el contexto urbano al artístico convencional para desarrollar sus performances, videos, intervenciones, etc, porque están más interesados en la comunicación real con el pueblo que en el diálogo ilusorio con la élite cultural de la sociedad. Pero, por favor, no me hablen de dibujos en las cuevas prehistóricas, ni de ritos mágicos animados con pinturas para propiciar la caza y la fertilidad, o de frescos y murales de la antigüedad, porque esas manifestaciones artísticas solo coinciden con el graffiti en el hecho formal y superficial de que están realizados sobre muros y paredes. La diferencia no es formal, sino de actitud: arte complaciente o arte de incordiar.
El graffiti es un fenómeno popular y marginal, la mayoría de las veces anónimo, de autoafirmación, desahogo y/o rebeldía que se expresa mediante textos que expresan el sentir de una persona o de un grupo en un momento dado; emociones súbitas, sentimientos secretos, contraseñas, mensajes en clave, ideas prohibidas, protestas, burlas y maldiciones; el graffiti es todo aquello que no nos atrevemos a decir en público, pero que necesitamos emitir y lo hacemos a solas, de noche o cuando nadie nos ve, pero grande o visible y en un lugar transitado, para que al día siguiente mucha gente lo descubra y lo comente, antes de que los afectados se enteren y lo tapen. El graffiti es un fenómeno urbano que nació en los primeros caminos, creció en las carreteras y maduró en las calles. No hay motivo para hacer un graffiti si no confiamos en que alguien pasará después y lo descubrirá y pensará en nosotros. La gracia con la que esté redactado y plasmado es el vehículo para captar la atención del transeúnte y obligarle a entender y solidarizarse o escandalizarse con la idea que se intenta transmitir. No está concebido para que alguien se pare y lo estudie minuciosamente como en un museo, sino para que lo capte al vuelo, de pasada, al ritmo de los pasos o del fluir de un vehículo. No se avisa ni se anuncia, como el circo o como una exposición de pintura, porque queremos que todos lo lean, tanto amigos como enemigos, sin darles tiempo a decidir si deben hacerlo o no. Es un acto violento, aunque sin violencia, porque obliga e impone y democrático, porque es un ejercicio de libertad, tanto en su creación, como en su recepción. Tanto para exponer, como para espectar, en un museo u otro espacio aislado, hay que pagar un precio, ser invitados o aceptados de algún modo por los dueños, poderosos o influyentes; hay que amoldarse a su espacio y a sus reglas y entrar por el aro; sin embargo, las calles son gratis, amplias y todos pueden expresarse y receptar en ellas como les dé la gana.
No es hasta finales del siglo XIX y principios del XX, con la aparición y desarrollo de la fotografía, que despojó a la pintura de su función documental, que el arte comenzó a investigar nuevas formas de expresión y a admitir los textos como elementos artísticos posibles, más allá de su carácter literario o textual. En todas las épocas los pintores valoraron el uso del texto como elementos secundarios de apoyo a la imagen, pero con el Dadá, la gráfica política y publicitaria, la Abstracción Sígnica, el Pop y el fotorrealismo, entre otros, hasta el Conceptualismo y el Arte Conceptual (no son lo mismo. El Conceptualismo es un ísmo correspondiente a un determinado período de tiempo del siglo XX, mientras que el Arte Conceptual es todo el arte de ideas que se realizó y se realiza posteriormente), el texto y con él la idea, cobra protagonismo en la obra de arte, muchas veces por encima de las imágenes y demás elementos formales. Antes del Pop y el Conceptualismo, a nadie se le hubiera ocurrido pensar seriamente en los graffitis como una forma de arte. Hablamos de la época de la posguerra y la guerra fría, la misma en la que nació la música Pop y Rock, los jóvenes empezaron a usar vaqueros y a protestar contra la guerra en Vietnam; hablamos de Mayo del 68 en Paris, de las revueltas de negros y puertorriqueños en New York, de la revolución Cubana, del Ché, etc. Acontecimientos y fenómenos todos marcados por el uso del texto y del graffiti como un arma más, junto a las balas, las barricadas y las huelgas.
Resulta irónico que una de las cosas que más nos inspiraba a los miembros del grupo Artecalle eran las pintadas del M-26-7 (Movimiento 26 de Julio, el brazo clandestino de los rebeldes castristas en las ciudades, durante la lucha contra la dictadura de Fulgencio Batista), algunas de las cuales todavía se pueden ver en ciertas calles de La Habana y de Santiago (desde luego, el gobierno castrista las restaura para que todos las puedan ver. Exactamente lo contrario que hacían con nuestros graffitis). Carteles veloces y torpes, en letras negras o rojas, sin ningún adorno o preocupación estética, solo los textos: “Abajo Batista”, “Viva Fidel”, “26 Julio”, “Muerte al Tirano”, etc. Tres palabras como máximo que transmitían gravedad e inminencia y provocaban miedo y/o complicidad. Esos grafiteros anónimos fueron nuestros maestros imaginarios; jóvenes ilusionados e intensos que imaginábamos sigilosos en la noche; un vigía en cada extremo de la calle y un tercero que sacaba vertiginosamente de la mochila brocha y lata de color y pintaba el texto, casi a ciegas, en unos pocos segundos; y luego desaparecer.
Y es que el graffiti y la política van de la mano. El mero hecho de transgredir las normas y leyes para plasmar una idea o transmitir un mensaje en un lugar público, es un acto político. Al grafitar sin permiso de las autoridades, independientemente de lo que grafitemos, estamos afirmando que no estamos de acuerdo con todas las leyes que nos gobiernan; que creemos que es necesario violar algunas para poder expresarnos y, por tanto, que vivimos en un sistema injusto y no estamos dispuestos a quedarnos callados. Todo eso con un simple trazo o firma en la pared. Si encima el graffiti consiste en un texto que ataca al gobierno, a la policía, los militares o a los bancos, tenemos un expediente asegurado en los archivos de la policía. No importa si el país está gobernado por una dictadura o por una democracia de derecha o de izquierda; si pintamos en la calle un cartel contra los poderosos, la policía hará fotos de nuestros graffitis, luego los tapará y nos investigará.
En vez de preguntarnos si el Rap es música, si el graffiti es arte, deberíamos preguntarnos si siguen siendo herramientas de protesta, armas de la lucha pasiva contra las dictaduras y las falsas democracias. Ambos fenómenos son de origen popular, no académico o institucional y, por tanto, no debemos analizarlos bajo la lupa de las reglas académicas y oficiales, con su manía de etiquetarlo todo, sino bajo los dictados de la visión popular. Estamos hablando de cultura y contra cultura. No habría rap, ni graffiti, ni contra cultura, en una sociedad justa y equilibrada. El graffiti es un elemento clave de toda contra cultura, por eso, la verdadera pregunta que todo graffitero debe hacerse no es “¿soy un artista?”, sino “¿qué es lo que yo tengo que decir?”. Si grafitamos bajo esa premisa, el arte vendrá solo y si no llega, al menos habremos hecho algo útil por la sociedad.
Olvidémonos de todas esas reglas formales que separan y dividen la creatividad en innumerables etiquetas como dibujo, pintura, escultura, cerámica, performance, video-art, instalación, arte digital, graffiti, etc.; solo sirven para limitar el talento y las posibilidades de expresión y así poder controlarnos mejor. Recuerden que las reglas las hacen los mediocres, porque los talentos están muy ocupados en crear. Por eso los científicos, en vez de gobernar el mundo, están gobernados por los militares y los artistas, en vez de dirigir la cultura mundial, son conducidos, como un rebaño, por los mercaderes del arte. Lo que trato de decir es que no tiene sentido etiquetar al graffiti como arte mural, callejero, popular, conceptual, etc. Un graffitero, actualmente, no tiene que limitarse a pintar en las calles, también puede grafitar sus textos e ideas en video, en internet, en camisetas o en las pancartas del 15 M. La Spanish Revolution y todos los movimientos similares que están sucediendo en el mundo, conforman una revolución grafitera: Se basan en el texto, en la fuerza de la idea, en la toma pacífica de los espacios públicos, reales y virtuales; en transgredir las normas sin violencia, pero con firmeza y en proponer y exigir un mundo mejor; y son anónimos, como un buen graffiti. Es la hora de la contra cultura, de reinventar el arte y la sociedad, de extender los límites de la libertad y de los proyectos humanos y los creadores jugarán un papel decisivo. No importa si vienen de facultades o de las calles, si rapean o tocan el violín; lo importante es lo que tengan que decir y la actitud con la que avalen sus palabras.
Considero más auténticos graffitis ciertas frases que leí en las pancartas del 15-M que tantísimas pintadas, muy bonitas, pero que no dicen nada, que observo a diario por las calles. Textos como: “Pienso, luego estorbo”; “Apaga la tv y enciende tu mente”; “La lucha está en las calles, no en las urnas”; “Seamos realistas, pidamos lo imposible”; “Desde arriba nos mean, los diarios dicen que llueve”; “Manos arriba, esto es un rescate”; “cerrados por revolución, disfruten las molestias”; “Nuestros sueños no caben en vuestras urnas”, etc., poseen el mismo espíritu crítico, rebelde e ingenioso que el verdadero graffiti de protesta socio política. El futuro del graffiti no radica en formas más complejas y bonitas, ni en novedosos materiales y herramientas, ni mucho menos en ser reconocido y comercializado por la cultura oficial; sino en rescatar y mantener su espíritu original y extenderlo más allá de los muros de las calles, hasta los muros de internet, por ejemplo, dónde se fragua la maqueta del nuevo mundo.
La publicidad de las empresas y multinacionales invade los espacios públicos; se apropian de las fachadas, marquesinas, vallas, azoteas, parques, carreteras, plazas, de la ropa, los alimentos, de todo y el gobierno se los permite, de hecho los legitima y los defiende. Si nos capturan grafitando sobre una valla publicitaria, nos detienen y nos multan y si reincidimos nos encarcelan. El graffiti es un sarpullido, una alergia popular a la opresión consumista y a la deshumanización que alimenta al sistema. El graffiti debería ser un derecho ciudadano y la gente debería poder grafitar libremente sus opiniones sobre cualquier valla comercial o política e incluso tacharla totalmente si no le gusta. A fin de cuentas son nuestros ojos y cerebros los que tienen que lidiar todo el día con la propaganda. Políticos y millonarios nos han arrebatado el derecho al texto, a escribir ideas en nuestro entorno, a narrar nuestra propia realidad. Claro, como existen problemas aparentemente mayores, como la capa de ozono, el calentamiento global, la superpoblación, el terrorismo y la crisis económica, pocos se percatan y menos dan importancia a esta dictadura textual; pero yo les digo que ese es el verdadero problema: reconquistando las palabras que nos rodean, reordenando las ideas sobre las que transitamos, obtendremos el control de todo lo demás y podremos reinventar el mundo.
Todos podemos y debemos grafitar a nuestro paso; no por fama o por dinero, ni concibiéndolo como arte, tan solo por opinar, por apoyar o criticar, como twittear, pero no solo en la realidad electrónica, también en el mundo real. Y divertirnos al hacerlo, ser creativos, sin pensar en beneficios, represalias ni en el arte, que está muy sobrevalorado. Si en una misma noche cada habitante del planeta escribiera lo que piensa en la fachada de su casa, a la mañana siguiente el mundo entero habría cambiado. Así pues, a grafitar.
¿Y tú qué quieres ser de grande?
--
-
Entradas relacionadas, Aquí
-
Imagen tomada de la Web.
-
-
Aldo Damian Menéndez López, (MM), Cuba, 1971. Estudió bellas artes en 23 y C y en San Alejandro, La Habana. Miembro del Grupo ARTECALLE y del Taller René Portocarrero. Abandona la Isla en 1991. Creador del espacio "La Clínica del Arte", en Miami, y de los talleres artísticos "Fuera de Serie" y "Fusión Gráfica, en Madrid. Autor del libro "La Obra Entornada". Actualmente vive en España. Tiene su blog, Aquí
-
-
-
BRAVO ALDITO¡¡¡. YA ESTÁ DICHO: A VOMITAR EL ALMA PARA GRAFFITAR LAS MUROS DE LA VIDA. ABRAZO
ResponderEliminarJulio Fowler
Si Señor!!ME llega este texto Aldito.Genial!!.Nilo
ResponderEliminar