-
-
José Lezama Lima: Muerte de Narciso en el Paradiso
-
Por José Miguel Sánchez/ Yoss
-
-
Toda literatura como Dios (o el diablo) manda tiene sus “raros”, ya sea por marginales o por eruditos. Para las letras cubanas, José Lezama Lima, poeta, narrador y ensayista, era las dos cosas, y mucho más.
Su padre José María Lezama Lima y Rodda, ingeniero y coronel de artillería, fue director de la academia militar capitalina de El Morro, donde el joven José vivió varios años y tuvo sus primeras crisis de asma, enfermedad que lo acompañaría toda su vida, siendo probable causa, según algunos estudiosos, de su exótica, entrecortada puntuación.
Su padre participó, como todo el cuerpo de artillería constituido por el primer presidente cubano, Tomás Estrada Palma, en la férrea represión de la llamada Guerrita de los Negros en 1912, conflicto en el que murieron grandes próceres de color, como Quintín Banderas Betancourt, general de tres guerras. Parece que durante estas acciones ordenó el fusilamiento del padre del después Poeta Nacional Nicolás Guillén, que nunca se lo perdonó a Lezama, lo que podría explicar la fría, casi desconfiada actitud oficial que según muchos mantuvo la UNEAC (Unión de Escritores y Artistas de Cuba) respecto al gran escritor, su hijo, mientras Guillén fue su presidente.
En 1918 el coronel José María Lezama Lima y Rodda se presentó voluntario para luchar junto a las tropas norteamericanas en la primera guerra mundial, y se trasladó junto con toda la familia a Pensacola, Florida, donde murió de influenza a principios de 1919. La profunda impresión que causara este deceso en su joven hijo está perfectamente reflejada en los primeros capítulos de su más importante novela, Paradiso, una de las obras cumbres del barroco literario latinoamericano.
De vuelta a La Habana, la familia viviría en la casa de su abuela, en Prado 9, durante diez años, que el Lezama adolescente aprovechó para concluir sus estudios primarios, durante los que se produjo su primera lectura de Don Quijote de La Mancha, y más tarde recibirse de segunda enseñanza como Bachiller en Ciencias y Letras. Luego, mientras comenzaba sus estudios universitarios de Derecho, la deteriorada situación económica obligó a la familia a mudarse a una casa más modesta, en Trocadero 162, donde el gran intelectual viviría durante el resto de su vida.
El 30 de septiembre de 1930 el estudiante de Derecho José Lezama Lima participó en la famosa manifestación de protesta estudiantil que marcó el principio del fin de la sangrienta dictadura del general Gerardo Machado. Los sucesos de ese día histórico también los refleja en Paradiso, capítulo IX.
La Universidad permaneció cerrada hasta 1936, y en ese interregno Lezama conoció al poeta Angel Gaztelu, quien además se preparaba para ordenarse sacerdote. También publicó por ese entonces sus primeros poemas y ensayos.
Tras reiniciar su carrera de abogado que no concluiría hasta 1938, conoce al poeta español Juan Ramón Jiménez y entabla sólida amistad con él. Publica el poemario Muerte de Narciso, de madura y sofisticada estética, en cuyos versos por primera vez se insinúa su uranismo, preferencia sexual luego considerada una de las causas más probables del silencio que sobre su persona y obra trató de tender lo más recalcitrantemente intolerante de la oficialidad cultural en los años revolucionarios.
En 1937, un gran triunfo: la revista literaria Verbum, fundada y animada por él, alcanza tres números. Esta clase de proyectos editoriales, más o menos efímeros y quijotescos, serían una constante en su vida: luego vendrían Espuela de Plata, que le permitió conocer a los poetas Gastón Baquero, Cintio Vitier y Eliseo Diego; Nadie parecía, con Manuel Gaztelu, y finalmente, la culminación, Orígenes, en cuyas páginas aparecieron colaboraciones de figuras internacionales de la talla de Juan Ramón Jiménez, María Zambrano, Wallace Stevens y T.S. Elliot, además de escritores del patio como Eliseo Diego, Cintio Vitier, Fina García Marruz, Lorenzo García Vega, el ya padre Angel Gaztelu y Virgilio Piñera.
En Orígenes vieron también la luz en 1949 los primeros capítulos del indiscutible opus maximus lezamiano: Paradiso. Esta revista, lejos de ser efímera, publicó decenas de números, gracias al mecenazgo del rico y culto señorito José Rodríguez Feo. Al binomio Lezama Lima-Rodríguez Feo se unió pronto el dramaturgo, poeta y narrador Virgilio Piñera.
Entre Piñera y Lezama no podía menos que surgir una curiosa amistad: eran a la vez parecidos y diferentes. Uno era irreverente y cultivaba un estilo directo de engañosa simplicidad. El otro, ceremonioso y barroco hasta en los menores detalles de su vida cotidiana. Cultísimos y gays ambos (Rodríguez Feo también lo era, por cierto) el menudo y delgado Piñera prefería a los hombres violentos y viriles, especialmente de origen africano, y nunca lo disimulaba, mientras que el alto y obeso Lezama se decantaba por los andróginos efebos. Se cuenta que al coincidir una noche en un célebre prostíbulo masculino cerca del puerto de La Habana, Lezama preguntó a Piñera “¿tú también vienes a la caza del jabalí?” a lo que Virgilio respondió, “no, vine a templarme a un negro”. Sus discusiones fueron memorables, sobre todo una en la que el menudo Piñera la emprendió a pedrada limpia con el enorme Lezama, que no hacía más que bramar y amenazarlo, pero sin acercarse.
Tras 1959 Lezama sería colaborador más o menos habitual de otras publicaciones periódicas: Lunes de Revolución, La Gaceta de Cuba, El Caimán Barbudo, Casa de las Américas y Cuba Internacional. Pero en los finales de los 30 y principios de los 40, tales posibilidades parecían aún muy lejanas; así que trabajó como abogado, primero en un bufete o estudio legal, luego en el Consejo Superior de Defensa Social, situado en la prisión vedadense del castillo de El Príncipe.
Desde 1945 hasta 1959 su creciente prestigio como ensayista, conferencista y narrador lo hizo pasar a la Dirección de Cultura del Ministerio de Educación: Cuba aún no disponía de un Ministerio de Cultura propiamente dicho.
En los primeros años de la Revolución, las cosas mejoran para el erudito intelectual: lo nombran director del Departamento de Literatura y Publicaciones del Consejo Nacional de Cultura, donde gestiona importantes colecciones de libros clásicos y españoles. Es también elegido delegado al Primer Congreso de Escritores y Artistas Cubanos (1961), donde a su vez lo eligen para una de las vicepresidencias de la UNEAC. Trabaja en el Centro Cubano de Investigaciones Literarias hasta 1965, cuando se convierte en investigador y asesor del Instituto de Literatura y Lingüística de la Academia de Ciencias, encontrando aún tiempo para publicar su monumental e indispensable Antología de la poesía cubana.
En 1964 hay grandes cambios en la vida familiar hasta entonces sosegada de este hombre que, pese a su cultura enciclopédica, solo viajó una vez fuera de Cuba[1]: muere su madre y pocas semanas después se casa con María Luisa Bautista. Muchos suponen malintencionadamente que se trató tan solo de un matrimonio de conveniencia, casi profiláctico, pues ya se anunciaban las primeras persecuciones extremistas a los homosexuales en las artes y las letras que desembocarían en las tristementes célebres UMAP[2], pero todos los que conocieron y visitaron a la pareja insisten en que se profesaban un cariño auténtico y que ella lo admiraba sin reservas.
En 1966 se publica finalmente Paradiso, que las paranoides editoriales cubanas no reeditarían hasta bien entrados los 90 por “decadente y poco comprometida”: la edición más famosa en español fue por mucho tiempo la 1970, por la mexicana editorial Era, revisada por Carlos Monsivais y Julio Cortázar, ambos amigos personales de Lezama.
En 1968 es delegado al Congreso Cultural de La Habana, donde lee su famosa ponencia Sobre la poesía. Al año siguiente comienza a trabajar como asesor literario en Casa de las Américas y en 1970 aparece su tomo de ensayos La cantidad hechizada.
1972 fue un año de merecidos reconocimientos para el ya sexagenario escritor: su Poesía Completa le merece el Premio Maldoror en Madrid, y Paradiso (¿edición de Einaudi?) conquista el premio a la mejor obra hispanoamericana traducida al italiano en dicha nación.
José Lezama Lima muere en 1976. Su influencia y prestigio, lejos de desaparecer, se han ido incrementando con el tiempo. Por años su obra tuvo para los cubanos todo el encanto de lo prohibido, volviéndose extrañamente popular pese a su sofisticación, epicureísmo y hermetismo… o precisamente gracias a tales cualidades, que quizás se veían como una protesta o alternativa de élites intelectuales contra el chato realismo socialista fomentado por la cultura oficial. Y aún hoy ningún creador se atreverá a preciarse de medianamente culto si no hace al menos una referencia a quien muchos todavía llaman pomposamente “El Maestro”, quizás en alusión a su vocación magisterial para con jóvenes escritores, evidenciada en el famoso Curso Délfico que impartiese, y al que asistieran grandes nombres de las letras cubanas como José Pratts Sariol. Otros creadores, como Reinaldo Arenas, también reconocen la benéfica influencia del gordo y asmático erudito de Trocadero 162 sobre sus obras.
Los cineastas cubanos Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío, directores de la premiada Fresa y chocolate, respetaron atinadamente en su film del 93 muchas de las citas que el personaje de Diego, culto homosexual, hacía de Lezama en el premiado texto original de Senel Paz que inspiró el guión: El lobo, el bosque y el hombre nuevo. Incluso, cabe señalar que el “almuerzo lezamiano” con que Diego premia a David por sus cuentos, con el menú que aparece en Paradiso, se ha convertido a su vez en el codiciado premio de un concurso de literatura erótica del municipio capitalino de La Habana del Este: el Farraluque, también nombrado así en honor a uno de los personajes de dicha novela.
Recientemente el director cubano Tomás Piard concluyó la filmación de una película inspirada en este texto. Aunque todavía se encuentra en postproducción, ya existen grandes expectativas en torno al filme, pues muchos consideran imposible traspasar a la pantalla tanto las exquisitas descripciones como la personalísima sintaxis de Lezama.
Lezama fue un poeta incluso cuando no escribía versos. Sus ensayos, lúcidos pero enrevesados, se disfrutan más por el estilo y el despliegue de vocabulario que por su casi incomprensible dialéctica. Su prosa de ficción se limita a Paradiso y a la novela inconclusa Oppiano Licario, especie de continuación de la primera. Escribió un escueto puñado de cuentos: Fugados; El Patio Morado; Para un Final Presto; Cangrejos, Golondrinas y el más famoso, que figura en toda antología de relatos fantásticos latinoamericana que se respete: Juego de las Decapitaciones un semimetafísico divertimento magistralmente ambientado en la convulsa e ignota China medieval.
Pero basta esta relativamente pequeña cantidad de textos para hacerlo merecedor de un lugar especial en las letras cubanas y latinoamericanas. Su prosa es enrevesadamente barroca, pero principalmente en cuanto a concepción, sin caer en los laberintos de sintaxis de un Alejo Carpentier o un Severo Sarduy. Distintiva también es su costumbre de adjetivar el sustantivo al adjudicarlo a un sujeto: nunca escribía “su implacabilidad”, sino “su implacable”
En Paradiso se aprecia toda la magia lezamiana. Novela de aprendizaje o bildungromans que narra la maduración del joven José Cemí, no es ni mucho menos de fácil lectura. De hecho, muchos analistas han llegado a considerar los primeros capítulos, que relatan la muerte del padre del protagonista, como una especie de “barrera disuasoria para lectores superficiales” que así ni siquiera se aventurarían en el corpus principal del texto.
Pero Paradiso es una novela total en la que, por no faltar nada, no falta ni siquiera un erotismo exquisito, a la vez apolíneo y dionisiaco: el famoso capítulo VIII, el primer fragmento que, bien aconsejados, suelen leer los que se acercan a la novela. La detallada relación de las aventuras amatorias de Farraluque, el “leptosomático macrogenitosoma” que por el resto de la historia es apenas un personaje de segunda fila respecto a José Cemí y su amigo Fronesis, funcionan como divertida, relajante digresión en un texto que, como las cartas del tarot, a veces se le antoja al lector poseedor de tantas interpretaciones como intérpretes se le aproximen.
[1] A Jamaica, en 1950
[2] Unidades Militares de Ayuda a la Producción, especie de campos de trabajo en los que eran internados a la fuerza todos aquellos que no correspondían exactamente al modelo del “hombre nuevo” propugnado por la Revolución.
Imágenes tomadas de la Web.
-
-
JMS/Yoss en Efory Atocha, Aquí.
-
-
...y además supo regenerarse, que su libro que no mencionas, Fragmentos a su imán, sirve de buen ejempo. Caso raro, exclusivo de los grandes...
ResponderEliminar