jueves, 2 de junio de 2011

Algunas cartas de José Martí (I)

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Algunas cartas de José Martí (I)
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New York, 23 de marzo de 1892

Sr. Francisco María González,
Secretario de la Comisión Recomendadora de las Bases y Estatutos del Partido Revolucionario Cubano

Distinguido compatriota:

Sobre Ud. como Secretario, y sobre mí como Presidente, recayó el honor y la obligación de mediar entre los clubs cubanos organizados y que se organizaran en la emigración, y la Comisión Recomendadora de las Bases y Estatutos del Partido Revolucionario Cubano que fueron unánimemente aprobadas en las dos solemnes sesiones de Cayo Hueso por la junta representativa de que formaban parte, entre probados patriotas de ese venerado asilo, los presidentes de los clubs que hasta aquella fecha existían. Y sobre mí recayó además la misión de proponer las Bases y Estatutos a los clubs organizados o que se organizaran en el Continente. Transcurrido ya con largueza el tiempo que la cordura y el respeto aconsejaban dar al libre estudio de las Bases y Estatutos que habían de ratificar los clubs cuyos presidentes los habían aprobado ya, -tiempo que se debió dejar transcurrir para que no pareciese esta obra trascendental y por tantos años anhelada, un mero alarde de patriotismo pasajero, o abuso de un noble entusiasmo, vengo a cumplir, y a invitar a Ud. a que cumpla, el deber de reunir, en descargo de nuestra misión, a los presidentes de los clubs de esa localidad, a fin de darles conocimiento de las gestiones de la Comisión ante los demás Clubs, y convidarlos solemnemente a declarar formado en definitiva el Partido Revolucionario Cubano, y proceder a los detalles de elección y proclamación que lo pondrán en obra.

Es lo primero, Sr. Secretario, mostrar justo regocijo por el patriotismo, impaciente a la vez que juicioso, con que los clubs de Tampa y New York acogieron por unanimidad, en el día mismo de su presentación, las Bases y Estatutos. Una sesión bastó en Tampa para su acogida en la “Liga Patriótica”, y en el Club “Ignacio Agramonte”. Una sesión también bastó en los clubs “Independientes”, “José Martí”, “Pinos Nuevos”, “Borinquen” e “Independientes de Cubanacán”. Cada uno de ellos, salvo estos dos últimos, remitió a Ud. a su hora por el cable el anuncio de su ingreso en el partido; y la virtud de los cubanos del Cayo se habrá visto recompensada y entendida en la confianza y hermandad con que Tampa y New York, sin una sola voz de disentimiento, respondieron a su convite. Y como para que no pudiera abrigarse duda del alma unánime de los cubanos revolucionarios de New York, y de los puertorriqueños que con igual unanimidad generosamente se les juntan, acordaron los presidentes de los clubs convocar a una ratificación pública de las Bases y Estatutos, en cuya ocasión memorable resplandecieron el efecto por las emigraciones hermanas, -la convicción de que el demorar su unión sería hoy verdadera complicidad con el enemigo, -y el ansia apenas contenida de poner inmediatamente nuestras fuerzas en empleo. Y es justo decir que en aquella fiesta, como en las sesiones de aceptación en Tampa, emuló la emigración la grandeza patriótica de los días ejemplares y recientes en que los cubanos del Cayo aprobaron de antemano, con una fuerza de fe que fuera delito desviar o entibiar, y con tácito y firme decreto que no se puede desatender, el propósito de unir las fuerzas revolucionarias de Cuba en los momentos en que el país se madura para la revolución, y está en peligro de que se pongan a su cabeza, por la ventaja del lugar, los elementos coloniales que no alientan con el espíritu verdadero.

Y es de deber y conveniencia pública tomar nota del hecho, fausto para el porvenir, de verse unidos hoy en el trabajo patriótico aquellos factores que por una razón u otra se habían mirado antes con sequedad o con desvío. Un fuego igual anima al hombre de armas y al patriota del destierro, al artesano y al de otras labores, al cubano de un color y al de otro; y es de advertir, para que jamás renazcan los recelos que la mala guía de la época anterior pudo sembrar entre los emigrados revolucionarios, -que mucha parte de los afiliados a los clubs procede de nuestro Cayo noble, -y que saludan todos con alborozo la era nueva de la obra común, así como repelerían con indignación la tentativa de hacerles llevar, o solicitar directa o indirectamente, voz de preferencia en los asuntos en que el triunfo es posible sólo con un plan de equidad donde ningún grupo de emigrados funja como señor de los demás. Goza profundamente con este respeto mi corazón republicano.

Aprobadas desde su presentación las Bases y Estatutos del Partido Revolucionario Cubano por los clubs de Tampa y New York, pude desde aquel instante, cediendo al afán público, solicitar de Ud., como lo hago hoy, que, en descargo de nuestros deberes, invitara a los clubs de Cayo Hueso, por medio de sus presidentes, a hacer pública la ratificación, y constituir definitivamente el partido; y la tentación en mí fue mucha, por el anhelo que me consume de poner mano, en la medida de mi capacidad, a la ordenación de las energías, aisladas hoy,

que necesitamos para la victoria, y por el grave temor de que caigan sobre la guerra los mismos intereses y los mismos miedos que torcieron y defraudaron la guerra pasada. Del pueblo es la guerra, y hay que ordenarla de modo que no defraude al pueblo. -Pero la ansiedad del patriotismo hubiera podido parecer como el deseo de violentar la franca opinión de los cubanos del Cayo, que a estas horas sin duda habrán ya hecho lo que, en respuesta a su invitación, tienen hecho de tiempo atrás sus hermanos. A tiempo pedí a Ud. que moviera a los señores presidentes a hacer examinar, y ratificar si lo creyesen bien, las Bases y Estatutos aprobados; y antes dudaré de mí que de un patriotismo de cuyo vigor y pureza fui, en días inolvidables, tan agradecido como indigno objeto. Mas toda premura en el cumplimiento de mi deber como presidente de la Comisión Recomendadora, por mucho que la recomendara y excusase la activa santidad del patriotismo, habría podido parecer como el intento de aprovechar con algún otro fin la nobleza pública de mis compatriotas: y yo por sobre todas las cosas aborrezco la tentativa de pesar indebidamente sobre el ánimo de los hombres libres. Estimo, por mi parte, que no habrá habido demora innecesaria, y que no serán los cubanos del Cayo, proclamadores entusiastas de la unión cubana en una visita reciente, los que demoren o entorpezcan la unión de los cubanos.

Es, en verdad, caso de angustia para todo corazón patriótico, -y de remordimiento, después de saber cuánto podemos, -la menor dilación en congregarnos con autoridad y fuerza y respeto bastantes para juntar los elementos revolucionarios del país, y juntarnos con ellos, no en nombre de un entusiasmo desvanecido e impotente, sino en el nombre poderoso de todos. El deber principal de la emigración es ordenar los elementos de la guerra que no se puede ordenar en el país, y el patriotismo de las emigraciones habría sido pueril e inútil si no cumpliese con este deber. (Ya hoy mismo pueden los cubanos enemigos de la revolución, los cubanos autonomistas, decir, como han dicho en su última asamblea, que ellos son la única fuerza organizada que vela por el país, -y hay que pasar por la vergüenza de no contestarles, porque nosotros no nos hemos organizado aún, y es la verdad que ellos son la única fuerza organizada! Para combatir a nuestros adversarios, tenemos que mostrarnos superiores a ellos. Y la ansiedad de nuestro patriotismo debe ser mayor ahora que, abocándose cada día más a la guerra del país, pudiese ir cayendo naturalmente la dirección de la guerra, por nuestra desidia, en manos de los que no llevasen a ella la experiencia de la política de la guerra, y la vasta humanidad, y el ánimo republicano, que llevamos nosotros. Si la guerra cae en esas manos, -si el último esfuerzo del país es abatido por haberlo dejado ir a esas manos, no sabríamos donde esconder nuestras cabezas culpables. Sería nuestra la gran culpa.


Pero yo sé sobradamente que hemos visto el mal, y le ponemos a tiempo el remedio. Y como urge recoger discreta e inmediatamente las fuerzas revolucionarias del país, -como urge convidar a la obra a todos los que tienen historia y prestigio y capacidad para ella, -como urge allegar toda especie de medios y simpatías y fondos, -como urge impedir que la guerra caiga bajo la guía de los que perviertan su espíritu o después de ella hagan otras guerras necesarias, -debemos acudir, y acudimos, Ud. como Secretario y yo como Presidente de la Comisión Recomendadora, a rogar a los presidentes de los clubs que hubiesen ya aceptado las Bases y Estatrutos, caso de que la mayoría de ellos unida al voto unánime de Tampa y Cayo Hueso compusiese mayoría patente e indisputable, -que, en acuerdo con la disposición de los clubs de Tampa y New York, le doy fe, fijen para un día dado, que pudiera ser el 8 de abril, la fecha de elección de Delegado y Tesorero, y constitución consiguiente y efectiva del Cuerpo de Consejo, que completan el Partido, -y otra fecha para su proclamación unánime en el extranjero, que pudiera ser, señor Secretario, nuestro glorioso Doce de Abril.

Y el señor Secretario se servirá comunicarme el resultado, para dar noticia oportuna a estas emigraciones ansiosas.

Saluda a Ud., con afectuosa consideración,

Su compatriota,

José Martí

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New York, octubre 20, 1884

Sr. Gral. Máximo Gómez
N.Y.



Distinguido General y amigo:

Salí en la mañana del sábado de la casa de Ud. con una impresión tan penosa, que he querido dejarla reposar dos días, para que la resolución que ella, unida a otras anteriores, me inspirase, no fuera resultado de una ofuscación pasajera, o excesivo celo en la defensa de cosas que no quisiera ver yo jamás atacadas, -sino obra de meditación madura: -¡qué pena me da tener que decir estas cosas a un hombre a quien creo sincero y bueno, y en quien existen cualidades notables para llegar a ser verdaderamente grande!- Pero hay algo que está por encima de toda la simpatía personal que Ud. pueda inspirarme, y hasta de toda razón de oportunidad aparente: y es mi determinación de no contribuir en un ápice, por amor ciego a una idea en que me está yendo la vida, a traer a mi tierra a un régimen de despotismo personal, que sería más vergonzoso y funesto que el despotismo político que ahora soporta, y más grave y difícil de desarraigar, porque vendría excusado por algunas virtudes, embellecido por la idea encarnada en él, y legitimado por el triunfo.

Un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento: -y cuando en los trabajos preparatorios de una revolución más delicada y compleja que otra alguna, no se muestra el deseo sincero de conocer y conciliar todas las labores, voluntades y elementos que han de hacer posible la lucha armada, mera forma del espíritu de independencia, sino la intención, bruscamente expresada a cada paso, o mal disimulada, de hacer servir todos los recursos de fe y de guerra que levante este espíritu a los propósitos cautelosos y personales de los jefes justamente afamados que se presentan a capitanear la guerra, ¿qué garantías puede haber de que las libertades públicas, único objeto digno de lanzar un país a la lucha, sean mejor respetadas mañana? ¿Qué somos, General?: ¿los servidores heroicos y modestos de una idea que nos calienta el corazón, los amigos leales de un pueblo en desventura, o los caudillos valientes y afortunados que con el látigo en la mano y la espuela en el tacón se disponen a llevar la guerra a un pueblo, para enseñorearse después de él? ¿La fama que ganaron Uds. en una empresa, la fama de valor, lealtad y prudencia, van a perderla en otra?- Si la guerra es posible, y los nobles y legítimos prestigios que vienen de ella, es porque antes existe, trabajado con mucho dolor, el espíritu que la reclama y hace necesaria: -y a ese espíritu hay que atender, y a ese espíritu hay que mostrar, en todo acto público y privado, el más profundo respeto; - porque tal como es admirable el que da su vida por servir a una gran idea, es abominable el que se vale de una gran idea para servir a sus esperanzas personales de gloria o de poder, aunque por ella exponga la vida.&emdash;El dar la vida constituye un derecho cuando se la da desinteresadamente.

Ya lo veo a Ud. afligido, porque entiendo que Ud. procede de buena fe en todo lo que emprende, y cree de veras, que lo que hace, como que se siente inspirado de un motivo puro, es el único modo bueno de hacer que hay en sus empresas. Pero con la mayor sinceridad se pueden cometer los más grandes errores; y es preciso que, a despecho de toda consideración de orden secundario la verdad adusta, que no debe conocer amigos, salga al paso de todo lo que considere un peligro, y ponga en su puesto las cosas graves, antes de que lleven ya un camino tan adelantado que no tengan remedio. Domine Ud., Gral,. esta pena, como dominé yo el sábado el asombro y disgusto con que oí un inoportuno arranque de Ud., y una curiosa conversación que provocó a propósito de él el Gral. Maceo, en la que quiso- ¡locura mayor!-darme a entender que debíamos considerar la guerra de Cuba como una propiedad exclusiva de Ud., en la que nadie puede poner pensamiento ni obra sin cometer profanación, y la cual ha de dejarse, si se la quiere ayudar, servil y ciegamente en sus manos.-¡No: no por Dios!:-¿pretender sofocar el pensamiento, aun antes de verse, como se verán Uds. mañana, al frente de un pueblo entusiasmado y agradecido, con todos los arreos de la victoria? La patria no es de nadie: y si es de alguien, será, y esto sólo en espíritu, de quien la sirva con mayor desprendimiento e inteligencia.

A una guerra, emprendida en obediencia a los mandatos del país, en consulta con los representantes de sus intereses, en unión con la mayor cantidad de elementos amigos que pueda lograrse;-a una guerra así, que venía yo creyendo-porque así se la pinté en una carta mía de hace tres años que tuvo de Ud. hermosa respuesta- que era la que Ud. ahora se ofrecía a dirigir;- a una guerra así el alma entera he dado, porque ella salvará a mi pueblo;- pero a lo que en aquella conversación se me dio a entender, a una aventura personal, emprendida hábilmente en una hora oportuna, en que los propósitos particulares de los caudillos pueden confundirse con las ideas gloriosas que los hacen posibles; a una campaña emprendida como una empresa privada, sin mostrar más respeto al espíritu patriótico que la permite, que aquel indispensable, aunque muy sumiso a veces, que la astucia aconseja, para atraerse las personas o los elementos que pueden ser de utilidad en un sentido u otro; a una carrera de armas, por más que fuese brillante y grandiosa, y haya de ser coronada con el éxito-, y sea personalmente honrado el que la capitanee;-a una campaña que no dé desde su primer acto vivo, desde sus primeros movimientos de preparación, muestras de que se la intenta como un servicio al país, y no como una invasión despótica;-a una tentativa armada que no vaya pública, declarada, sincera y únicamente movida del propósito de poner a su remate en manos del país, agradecido de antemano a sus servidores, las libertades públicas; a una guerra de baja raíz y temibles fines cualesquiera que sean su magnitud y condiciones de éxito - y no se me oculta que tendría hoy muchas - no prestaré yo jamás mi apoyo.-Valga mi apoyo lo que valga, y yo sé que él, que viene de una decisión indomable de ser absolutamente honrado, vale por eso oro puro ,-yo no se lo prestaré jamás.

¿Cómo General, emprender misiones, atraerme afectos, aprovechar los que ya tengo, convencer a hombres eminentes, deshelar voluntades, con estos miedos y dudas en el alma? -Desisto, pues, de todos los trabajos activos que había comenzado a echar sobre mis hombros.

Y no me tenga a mal, General, que le haya escrito estas razones. Lo tengo por hombre noble, y merece Ud. que se le haga pensar. Muy grande puede llegar a ser Ud.,-y puede no llegar a serlo. Respetar a un pueblo que nos ama y espera de nosotros, es la mayor grandeza. Servirse de sus dolores y entusiasmos en provecho propio, sería la mayor ignominia.- Es verdad, Gral., que desde Honduras me habían dicho que alrededor de Ud. se movían acaso intrigas, que envenenaban, sin que Ud. lo sintiese, su corazón sencillo; que se aprovechaban de sus bondades, sus impresiones y sus hábitos para apartar a Ud. de cuantos hallase en su camino que le acompañasen en sus labores con cariño, y le ayudaran a librarse de los obstáculos que se fueran ofreciendo - a un engrandecimiento a que tiene Ud. derechos naturales.- Pero yo confieso que no tengo ni voluntad ni paciencia para andar husmeando intrigas, ni deshaciéndolas. Yo estoy por encima de todo eso. Yo no sirvo más que al deber, y con este, seré siempre bastante poderoso.

¿Se ha acercado a Ud. alguien, Gral., con un afecto más caluroso que aquel con que lo apreté en mis brazos desde el primer día en que le ví? ¿Ha sentido Ud. en muchos esta fatal abundancia de corazón que me dañaría tanto en mi vida, si necesitase yo andar ocultando mis propósitos para favorecer ambicioncillas femeniles de hoy o esperanzas de mañana? Pues después de todo lo que he escrito, y releo cuidadosamente, y confirmo,- a Ud., lleno de méritos, creo que lo quiero: - a la guerra que en estos instantes me parece que, por error de forma acaso, está Ud. representando, -no:-

Queda estimándole y sirviéndole

José Martí

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Montecristi, 26 de febrero de 1895

Sr. General Antonio Maceo

Al General escribo hoy, aún más que al amigo: la guerra, a que estamos obligados, ha estallado en Cuba. Y a la vez que la noticia de ella, que por obedecer a nuestros anuncios y arreglos nos revela su importancia, y nos llena de solemne deber, recibo de New York la confirmación de su declaración de Ud. -que a quien le conociese menos que yo parecería un obstáculo, injusto e imprevisto, pero que para mí no lo es. El patriotismo de Ud. que vence a las balas, no se dejará vencer por nuestra pobreza, -por nuestra pobreza, bastante para nuestra obligación.

El vapor del Norte sale momentos después de recibidos estos cables, y mi resolución tiene que ser inmediata. Conociendo hombre por hombre la fuente de nuestros recursos, y seguros de que no tendríamos más de lo imprescindible, ni menos, -una vez desviados nuestros vapores, escribí a Ud. a mi acelerada salida de New York, diciéndole que, ajustado con la Isla y a petición de ella el alzamiento- y teniendo presente lo que en Costa Rica vi, y traté con Flor y dije a Ud., sobre los modos de ir, -puse a su disposición, la suma de $2,000 en oro, única que podría ofrecerle, para un plan de salida igual al que lleva al General Gómez y a mí. Decidido rogué a Ud. que me pusiera por cable, lo que quería decir que Ud. estaba dispuesto a ir con ese plan; pero el cable me decía a la vez que necesitaba seis mil pesos, suma hoy imposible de allegar. Y hoy, estallada ya la revolución en Cuba, recibo otra vez la noticia de que Ud. considera indispensable, para su salida, la suma de cinco mil pesos oro: -suma que no se tiene, siendo así que se tiene en la mano la de dos mil, y está enfrente, ardiendo ya, la revolución en Cuba.

¿Qué hacer en este conflicto? Ud. debe ir, con su alta representación, y los valientes que están con Ud. Pero me dice una vez y otra que requiere una suma que no se tiene. Y como la ida de Ud. y de sus compañeros es indispensable, en una cáscara o en un leviatán, y Ud. ya está embarcado, en cuanto le den la cáscara, -y yo tengo de Flor Crombet la seguridad de que, con menos de la suma ofrecida, puede tentarse con éxito la salida de los pocos que de ahí pueden ir en una embarcación propia, -decido que Ud. y yo dejemos a Flor Crombet la responsabilidad de atender ahí a la expedición, dentro de los recursos posibles, porque si él tiene modo de que Uds. puedan arrancar de ahí con la suma que hay, ni Ud. ni yo debemos privar a Cuba del servicio que él puede prestar. Y él pondrá a las órdenes de Ud. la labor que Ud. me reitera que no puede hacer en su San José, sino por una suma hoy imposible, -y que no puede quedarse sin hacer, cuando hay quien la echa sobre sí, por una suma que se tiene, y la pondrá echa en manos de Ud. Ahora, detalles, abnegación, abandono de todo, menos de la idea de subir al tren y a la mar, costo de los pocos de San José que deben bajar a la costa, olvido inmediato de las cosas tentadoras de la tierra, para lo cual se requiere más valor que para encararse al enemigo ¿cómo he de proponerme yo hablar de estas cosas con Ud.? ¿A pedirle virtud? ¿A permitir que nadie dude de que la mostrará suprema? ¿A creer que hay en nadie más valor y desinterés que en Ud.? Cuba está en guerra, General. Se dice esto, y ya la tierra es otra. Lo es ya para Ud. y lo sé yo. Que Flor, que lo tiene todo a mano, lo arregle todo como pueda. ¿Que de Ud pudiera venirle el menor entorpecimiento? ¿De Ud. y Cuba en guerra? No me entrará ese veneno en el corazón. Flor tendrá sus modos. Del Norte irán las armas. Ya sólo se necesita encabezar. No vamos a preguntar, sino a responder. El ejército está allá. La dirección puede ir en una uña. Esta es la ocasión de la verdadera grandeza. De aquí vamos como le decimos a Ud. que vaya. Y yo no me tengo por más bravo que Ud., ni en el brío del corazón, ni en la magnanimidad y prudencia del carácter. Allá arréglense, pues, y ¡hasta Oriente! Cree conocerlo bien su amigo,
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Campamento de Dos Ríos, 18 de mayo de 1895

Señor Manuel Mercado:

Mi hermano queridísimo: Ya puedo escribir, ya puedo decirle con qué ternura y agradecimiento y respeto lo quiero, y a esa casa que es mía y mi orgullo y obligación; ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber-puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo-de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso. En silencio ha tenido que ser y como indirectamente, porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas, y de proclamarse en lo que son, levantarían dificultades demasiado recias para alcanzar sobre ellas el fin.

Las mismas obligaciones menores y públicas de los pueblos-como ese de Ud. y mío, -más vitalmente interesados en impedir que en Cuba se abra, por la anexión de los imperialistas de allá y los españoles, el camino que se ha de cegar, y con nuestra sangre estamos cegando, de la anexión de los pueblos de nuestra América, al Norte revuelto y brutal que los desprecia, -les habrían impedido la adhesión ostensible y ayuda patente a este sacrificio, que se hace en bien inmediato y de ellos.

Viví en el monstruo, y le conozco las entrañas: -y mi honda es la de David. Ahora mismo, pues días hace, al pie de la victoria conque los cubanos saludaron nuestra salida libre de las sierras en que anduvimos los seis hombres de la expedición catorce días, el corresponsal del Herald, que me sacó de la hamaca en mi rancho, me habla de la actividad anexionista, menos temible por la poca realidad de los aspirantes, de la especie curial, sin cintura ni creación, que por disfraz cómodo de su complacencia o sumisión a España, le pide sin fe la autonomía de Cuba, contenta sólo de que haya un amo, yanqui o español, que les mantenga, o les cree, en premios de oficio de celestinos, la posición de prohombres, desdeñosos de la masa pujante, -la masa mestiza, hábil y conmovedora, del país, -la masa inteligente y creadora de blancos y negros.

Y de más me habla el corresponsal del Herald, Eugenio Bryson: -de un sindicato yanqui-que no será-con garantía de las aduanas, harto empeñadas con los rapaces bancos españoles, para que quede asidero a los del Norte; -incapacitado afortunadamente, por su entrabada y compleja constitución política, para emprender o apoyar la idea como obra de gobierno. Y de más me habló Bryson, -aunque la certeza de la conversación que me refería, sólo la puede comprender quien conozca de cerca el brío con que hemos levantado la revolución, -el desorden, desgano y mala paga del ejército novicio español, -y la incapacidad de España para allegar en Cuba o afuera los recursos contra la guerra que en la vez anterior sólo sacó de Cuba. -Bryson me contó su conversación con Martínez Campos, al fin de la cual le dio a entender éste que sin duda, llegada la hora, España preferiría entenderse con los Estados Unidos a rendir la Isla a los cubanos. -Y aún me habló Bryson más: de un conocido nuestro y de lo que en el Norte se le cuida, como candidato de los Estados Unidos, para cuando el actual Presidente desaparezca, a la Presidencia de México.

Por acá yo hago mi deber. La guerra de Cuba, realidad superior a los vagos y dispersos deseos de los cubanos y españoles anexionistas, a que sólo daría relativo poder su alianza con el gobierno de España, ha venido a su hora en América, para evitar, aún contra el empleo franco de todas esas fuerzas, la anexión de Cuba a los Estados Unidos, que jamás la aceptarán de un país en guerra, ni pueden contraer, puesto que la guerra no aceptará la anexión, el compromiso odioso y absurdo de abatir por su cuenta y con sus armas una guerra de independencia americana.

Y México, ¿no hallará modo sagaz, efectivo e inmediato, de auxiliar, a tiempo, a quien lo defiende? Sí lo hallará, -o yo se lo hallaré. -Esto es muerte o vida, y no cabe errar. El modo discreto es lo único que se ha de ver. Ya yo lo habría hallado y propuesto. Pero he de tener más autoridad en mí, o de saber quién la tiene, antes de obrar o aconsejar. Acabo de llegar. Puede aún tardar dos meses, si ha de ser real y estable, la constitución de nuestro gobierno, útil y sencillo. Nuestra alma es una, y la sé, y la voluntad del país; pero estas cosas son siempre obra de relación, momento y acomodos. Con la representación que tengo, no quiero hacer nada que parezca extensión caprichosa de ella. Llegué, con el General Máximo Gómez y cuatro más, en un bote en que llevé el remo de proa bajo el temporal, a una pedrera desconocida de nuestras playas; cargué, catorce días,

a pie por espinas y alturas, mi morral y mi rifle; -alzamos gente a nuestro paso; -siento en la benevolencia de las almas la raíz de este cariño mío a la pena del hombre y a la justicia de remediarla; los campos son nuestros sin disputa, a tal punto, que en un mes sólo he podido oír un fuego; y a las puertas de las ciudades, o ganamos una victoria, o pasamos revista, ante entusiasmo parecido al fuego religioso, a tres mil armas; seguimos camino, al centro de la Isla, a deponer yo, ante la Revolución que he hecho alzar, la autoridad que la emigración me dio, y se acató adentro, y debe renovar conforme a su estado nuevo, una asamblea de delegados del pueblo cubano visible, de los revolucionarios en armas.. La revolución desea plena libertad en el ejército, sin las trabas que antes le opuso una Cámara sin sanción real, o la suspicacia de una juventud celosa de su republicanismo, o lo celos, y temores de excesiva prominencia futura, de un caudillo puntilloso o previsor; pero quiere la revolución a la vez sucinta y respetable representación republicana, -la misma alma de humanidad y decoro, llena del anhelo de la dignidad individual, en la representación de la república, que la que empuja y mantiene en la guerra a los revolucionarios. Por mí, entiendo que no se puede guiar a un pueblo contra el alma que lo mueve, o sin ella, y sé cómo se encienden los corazones, y cómo se aprovecha para el revuelo incesante y la acometida el estado fogozo y satisfecho de los corazones. Pero en cuanto a formas, caben muchas ideas, las cosas de hombres, hombres son quienes las hacen. Me conoce. En mí, sólo defenderé lo que tengo yo por garantía o servicio de la revolución. Sé desaparecer. Pero no desaparecería mi pensamiento, ni me agriaría mi oscuridad. Y en cuanto tengamos forma, obraremos, cúmplame esto a mí, o a otros.

Ya sé sus regaños, callados, y después de mi viaje. ¡Y tanto que le dimos, de toda nuestra alma, y callado él! ¡Qué engaño es éste y qué alma tan encallecida la suya, que el tributo y la honra de nuestro afecto no ha podido hacerle escribir una carta más sobre el papel de carta y de periódico que llena al día!

Hay afectos de tan delicada honestidad...

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-Carta inconclusa dirigida a su amigo mexicano Manuel Mercado, desde el campamento de Dos Rios, el 18 de mayo de 1895, un dia antes de morir.


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José Martí en Efory Atocha, Aquí.
Imagen tomada de la Web.
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1 comentario:

  1. "Un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento: -y cuando en los trabajos preparatorios de una revolución más delicada y compleja que otra alguna, no se muestra el deseo sincero de conocer y conciliar todas las labores, voluntades y elementos que han de hacer posible la lucha armada, mera forma del espíritu de independencia, sino la intención, bruscamente expresada a cada paso, o mal disimulada, de hacer servir todos los recursos de fe y de guerra que levante este espíritu a los propósitos cautelosos y personales de los jefes justamente afamados que se presentan a capitanear la guerra, ¿qué garantías puede haber de que las libertades públicas, único objeto digno de lanzar un país a la lucha, sean mejor respetadas mañana? ¿Qué somos, General?: ¿los servidores heroicos y modestos de una idea que nos calienta el corazón, los amigos leales de un pueblo en desventura, o los caudillos valientes y afortunados que con el látigo en la mano y la espuela en el tacón se disponen a llevar la guerra a un pueblo, para enseñorearse después de él? ¿La fama que ganaron Uds. en una empresa, la fama de valor, lealtad y prudencia, van a perderla en otra?- Si la guerra es posible, y los nobles y legítimos prestigios que vienen de ella, es porque antes existe, trabajado con mucho dolor, el espíritu que la reclama y hace necesaria: -y a ese espíritu hay que atender, y a ese espíritu hay que mostrar, en todo acto público y privado, el más profundo respeto; - porque tal como es admirable el que da su vida por servir a una gran idea, es abominable el que se vale de una gran idea para servir a sus esperanzas personales de gloria o de poder, aunque por ella exponga la vida.&emdash;El dar la vida constituye un derecho cuando se la da desinteresadamente"

    GRACIAS

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