lunes, 29 de junio de 2009

Elena Tamargo: palabras para Raúl Ortega + Poemas inéditos de R. Ortega

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Sin grasa y con arena
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Unas palabras para acompañar la poesía de Raúl Ortega
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---Por Elena Tamargo
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----------Y donde el humano suele enmudecer en su tormento,
-----------un dios me concedió el don de decir cuánto sufro
-----------------Goethe
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Es recurrente en mi escritura tomar en cuenta la poesía alemana, como también lo es mi apego por la poesía del dolor, pero de manera especial, aquella cuyo sufrimiento ha sido provocado por una ideología, por el exilio, por la retirada del sitio natural de enunciación, tal vez porque en esos modelos poéticos los discursos se ven muchas veces obligados a estructurarse sobre la base de lo otro, y se tejen con un hilo invisible que se resuelve en parábolas, como único modo de liberación de las posibilidades confinadas del testimonio; un trabajo semejante al de la incineración, porque, bien lo sabemos, toda escritura nace como una necesidad testimonial, interrogándose sobre la naturaleza de aquello que no puede dar fe de su existencia, esa otra no lengua que se habla sola, de la cual nace, en una perpetua renovación, el lenguaje útil del poeta.
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Por comodidad nombramos esta escritura de lo exiliar, como si alrededor del exilio, de cada propia interrogación todas las preocupaciones encontraran su verdadera significación, y no una huella que visita sin permiso la memoria, un mandato impostergable que plantea sus exigencias más allá de las simulaciones y los abandonos, una distancia que se proyecta desde su opaca lejanía y pinta con colores ideales una visión del mundo que se realiza y se da sentido a sí misma en esa búsqueda.
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¿Por qué no somos nada sin aquella tierra? La cubanía como opción, otros modos de nombrar la patria, la experiencia humana y el exilio primordial, la doble pertenencia, la acumulación ilimitada de los préstamos culturales, el exilio de la palabra o la palabra exiliada, son generalmente las invocaciones y los reclamos de un poeta cubano fuera de su tierra. Sin embargo, Sin grasa y con arena, el más reciente poemario de Raúl Ortega, “dedicado” a la ciudad de Miami, es un libro de una extraña y trágica reclamación, con formulaciones polémicas, rápidas, visionarias, donde el poeta se rebela contra la supuesta ciudad del amparo.
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Por efecto de una extraña dialéctica, en este libro se padece un hallazgo creativo que se erige contra la más permanente fantasía de un cubano, que es cruzar el mar y tocar Miami, pero una de las mayores virtudes de Raúl Ortega al enfrentar la crítica en este poemario es hacerlo sin las limitaciones de la cercanía ni los compromisos políticos e ideológicos que tanto han estorbado y limitado el despliegue libre del pensamiento intelectual cubano, como también sin desencanto, más bien con un digno y justificado rencor, porque el hombre de esta escritura es, al decir de Tzvetan Todorov, el hombre desplazado, el que se rinde ante la evidencia de no llegar a ser jamás, plenamente, ni siquiera cubano, porque en esa ciudad del mito y de la esperanza es, precisamente, donde el poeta ha encontrado la mayor de las soledades, linguísticas y carnales, que no es ni siquiera la tragedia de perder la cultura de origen a condición de adquirir otra, ni de sustituir la lengua madre, que como todo lo materno es insustituible, se trata de una tragedia mayor, la de haber arribado tal vez a la conclusión de que nuestro pueblo, con la madurez que le otorga una historia azarosa y un tanto injusta, en vez de construir a veces parece estar destruyendo una identidad que se escabulle hacia un ámbito donde unas voces reclaman sus derechos e impiden los de otros. El poeta que emerge de estos versos intenta sepultar la última de las opciones, la última de las ciudades, consciente de que uno de los mayores sufrimientos de un poeta es topar con aquello que no remita a sí mismo. Y para Raúl Miami ha sido la amenaza de hacer del origen un peso muerto, una visita melancólica.
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Cuando el poeta judío alemán Paul Celan no sentía ya necesidad de justificar su origen ni su pertenencia a una cultura asesinada, al ser interrogado acerca de por qué aún seguía escribiendo en la lengua de los que habían matado a sus padres, dijo, “porque el poeta en otra lengua miente”. Celan, como otros tantos, eligió el papel del testigo sobreviviente, del que alcanza el umbral de lo indecible, pero no deja de decir. Raulito Ortega, que tanto tiene de este poeta, que tanto lo ha leído, siente confirmado que cuando un hombre decide escribir no tiene más que una lengua, la poética; y vino a buscar esos oídos a la ciudad con que han soñado muchos, pero lo que se ha encontrado es que la ciudad de Miami, la última ciudad fundada por el hombre, una de las más modernas, la ciudad del delirio, del cuerpo, del triunfo, la ciudad creada por la fantasía de un pueblo triste, ha sido arrebatada también a ese pueblo por una epidérmica espiritualidad. Eso nos dice este excelente poemario.
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Y si hay un poeta que resume una década, la de los ochenta, una Dassein (esencia), al decir de Heidegger, una transgresión y una honradez, ese es Raúl Ortega, quien más alto ha puesto a la mujer cubana de los peores años, quien ha visto el cuerpo femenino como un templo y no como un performance, a quien la realidad lo obsesiona, y por eso incorpora su pérdida, la reitera para agotarla definitivamente, la funda en la ausencia, porque él sabe que no se escribe porque se está en un sitio, sino porque ya no existe un sitio posible donde escribir.
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Este es un libro sobre el odio. El poeta puede acordarse de la gran seriedad con que alguna vez cultivó su fantasía, y poniéndola en igualdad con sus ocupaciones que se suponen serias, arrrojar la carga demasiado pesada que le impone la vida y conquistarse la elevada ganancia de placer que le procura el rencor, estos versos dan fe de mis palabras: Sí, sí hace falta el rencor, tanto como la silla eléctrica, la inyección, la soga, el martillo, el vaso de agua debajo de la cama. No he visto a nadie sonreír con la bota del prójimo encima de los ojos, aunque después afirme que sí delante de las cámaras. Quienes aconsejan poner la otra mejilla, dicen que el rencor es dañino, veneno para el alma, bolo fecal que no debe quedar dentro. Mas se equivocan. Para odiar también hay que tener valor, y hay flores que le deben su vida al excremento; brotan sobre las plastas que deja el ganado en el potrero, y esa flor es el orgullo necesario para volver a sonreír, después del chorro de meado sobre el rostro.
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Dicen que la fantasía acompaña hasta la muerte a los verdaderos poetas, esa que viene de la infancia, la que le hizo decir a Holderlin que la poesía es “la más inocente de todas las ocupaciones”, y a Miguel Hernández recomendarle a su hijo, “desperté de ser niño, nunca despiertes”, entonces ha de ser para un poeta un crimen enfrentar la destrucción de una fantasía, o de la última de las fantasías, sobre todo si prescindimos de los poetas que recogen materiales ya listos y consideramos a los que parecen crearlos libremente, esos que nos procuran el goce genuino de la obra poética que proviene de la honestidad, la valentía y la liberación de tensiones en el interior de nuestra alma. A estos últimos pertenece Raúl Ortega, que como el propio Holderlin, también piensa que los poetas deben entrar con la cabeza descubierta hasta el mismo centro de la tempestad.
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4 poemas (ineditos) de Raúl Ortega



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-Un cuento que no es cuento

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-------------------------------------------A Carlos A Díaz Barrios

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----De niño coleccionaba amebas, hojas secas, piedrecillas mordidas por el mar, instrumentos que tenían que ver con la ternura. En cuanto le llamaron hombre, le obligaron a tirar su colección por la taza del baño, y comenzó a juntar erizos, alambres de púas, aguijones, ponzoñas, dardos envenenados que tenía que disparar de cuando en cuando; pero sobre todo se rodeó de cactus, chicos, medianos y enormes cactus, y él parado en el centro, así, vigilante, con un pico en el hombro… por si acaso.

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Fue la única manera que encontró para defender lo que había sido.


Higiene bucal o Caperucita Roja de la mano con el lobo mientras lo acompaña al dentista

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Qué alegría saber que la patria es un negocio, o una perra sarnosa a la cual se le da una patada, y ella mueve la cola agradecida; o una palabra con ladillas en la boca de los oportunistas, o un globo que se infla para viajar en primera clase hasta el pueblecito de los que tienen casa sobre los precipicios.

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Qué gran tranquilidad arrojarse de cabeza en el mapa y no tener hacia dónde nadar, ni tropezarse con una boya puesta por un náufrago, o un coco seco a la deriva que te salga al encuentro sin decirte su nombre.

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Y qué orgullo cuando busqué en mí mismo, e introduje la mano hasta ese agujero donde dicen que se esconde la rata que es el alma, y disfruté de un lindo viaje por las alcantarillas.
Desde entonces me levanto temprano y beso a mi mujer, y ella me dice, sonriendo, que ya no tengo en la boca ningún sabor que le recuerde la amargura.

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--------El viaje

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----Ya no nos vamos a reunir nunca más: ni tú, ni yo, ni éste o aquél. Puede que nos volvamos a encontrar arrinconados contra cualquier esquina de la Tierra, pero juntarnos como antes a decir que era redonda y que giraba, ni soñando. Ahora estaremos muy entretenidos en la manera más exacta de utilizar el odio.

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-------Sin grasa y con arena

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----En cuanto uno aterriza con la idea del sueño ―aunque eso de aterrizar no sea más que un eufemismo― ya te están esperando para ponerte en cuatro patas, hasta que todos miren por el ojo de atrás y se te vea la garganta, la desnudez del grito. Más tarde, cada uno por su lado ―sin excepción repito― se encargan de esconder cada gota de grasa (hablo de la esperanza, digo) para que ni pienses que podrás resbalar sobre un solo minuto de la vida. Y con un trozo de madera que mojan una y otra vez en el cinismo, y una y otra vez restriegan en un montón de arena (que tienen preparado en una de sus playas), te atraviesan con saña, como si estuvieran limpiando la boca de un cañón.
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--Poco importa si gritas o te quedas callado. Se trata de empujarte a comprar la pistola para que termines disparando contra ellos en medio de un mercado y se te cumpla el sueño.
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Raúl Ortega Alfonso, La Habana, Cuba, 1960. Publicación del poemario Las mujeres fabrican a los locos, Editorial Abril, La Habana, Cuba, 1992. Colaborador de la sección “Noterótica” de la edición Mexicana de Playboy, 1996, México, D. F. Columnista del suplemento cultural Sábado, del periódico UnomásUno, México, D. F., 1997-1998. Publicación del poemario Acta común de nacimiento, Editorial Praxis, México, D. F., 1998. Publicación del poemario Con mi voz de mujer, Editorial Arlequín, Fonca, Guadalajara, México, 1998. Segunda edición del poemario Las mujeres fabrican a los locos, Editorial Praxis, México, D. F., 2003. Publicación del poemario La memoria de queso, Editorial La Torre de Papel, Miami, Florida, 2006. Publicación del libro-objeto de poemas y grabados Desde una isla, en colaboración con el pintor Carlos Alberto García, 1997, México, D. F. Actualmente radica entre la ciudad de México y Miami.-
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ELENA TAMARGO: La Habana, Cuba. Premio de Poesía de la Universidad de La Habana, 1984; Premio Nacional de Poesía “Julián del Casal”, de la UNEAC, 1987. Germanista y Filóloga; Doctora en Letras Modernas. Académica, ensayista y poeta. Traductora de la obra de F. Hölderlin. Entre sus libros de encuentran: Sobre un papel mis trenos, Habana tú, El caballo de la palabra, El año del alma, Poesía de la sombra de la memoria y Bolero, clave del corazón. Después de una estancia en Rusia y otra en México, ahora vive en Miami.
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1 comentario:

  1. Felicitaciones para Elena y para Raúl. Agradecido va abrazo.

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