miércoles, 10 de junio de 2009

Elena Tamargo: palabras para Felix Luis Viera

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"La que se fue": palabras para Felix Luis Viera

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Por Elena Tamargo

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-----------------------------------------------¿Quién llega a la cantina

------------------------------------------------exigiendo su tequila,

------------------------------------------------exigiendo su canción?

------------------------------------------------José Alfredo Jiménez

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Todo espíritu creador cae infaliblemente en lucha con su demonio, y esa lucha es siempre épica, ardorosa y magnífica, pero hay poetas que se juegan en esa lucha algo muy alto: lo definido, la perfección, mientras que otros luchan únicamente por la inmensidad. A estos últimos pertenece Félix Luis Viera, un corazón elevado que se atormenta, al decir de Dostoievsky, un espíritu inquieto que se extiende sobre el propio ser hacia interrogaciones peligrosas, que abre a martillazos, a través de los duros bloques de piedra, la galería de su vida.

La que se fue es nadie y ninguna, es la misma y todas, la posible y la imposible, la que estuvo y ya no estará para siempre. El poeta sabe que está solo frente a toda la tensión, y que esa fuerza es casi siempre mortal, no ahorra nada de esa breve felicidad cotidiana que constituye el precio que debe pagar por su misión. Sin patria editorial, como él mismo suele llamarse, Félix Luis ha encontrado en la escritura un asilo amable donde refugiarse, al huir de ese país extraño donde lo que uno es se rompe.

La que se fue es un libro de amor en el que, como en los anfibios, el lenguaje vive en los dos mundos: el de la prosa y el de la poesía, son historias narradas en versos, historias impacientes donde se apresuran los sucesos hasta hacerlos llegar a un ardor tal que pareciera que el poeta vive en lo maravilloso sin creer en ello y que plasmara la realidad sin amarla.

También, como José Alfredo Jiménez, podría decir, “yo se bien que estoy afuera” o “les diré que llegué de un mundo raro” o “yo me cuento entre la gente que no tiene falsedad”, porque, como José Alfredo, Félix Luis se inspira en el mismo impulso que lo devora, y vive su propio latifundio espiritual.

Las de ellos son almas que se contraen ante la esencia poética, aquella esencia que nunca puede ser esencial; buscan precisamente lo esencial en lo que los fuerza a decidir si en lo venidero tomar en serio la poesía y cómo; están en el punto decisivo porque esa poética está cargada con la determinación de poetizar la propia esencia del poeta. Sólo que poetizar, para estos poetas ¿no es acaso la señal de confesión de una carencia de plenitud del mundo? Es indudable que el camino por el que logramos la respuesta es una salida. Poetizar es enteramente inofensivo e ineficaz, parecerían decirnos, es un juego de palabras sin lo serio de la acción. Cantan los poetas cuando le escriben al amor, cantan sin responsabilidad, y con el más peligroso de los bienes: el lenguaje.

Félix Luis Viera y José Alfredo Jiménez viven como poetas, y eso significa ser tocado por la esencia cercana de las cosas. Hombres que han amado a muchas mujeres, que han bebido por muchas mujeres, que han tomado decisiones importantes en sus vidas por mujeres. Hombres cuya existencia poética no constituye un mérito sino una donación.

Hay seres para los cuales la poesía no es un adorno que los acompaña sino el fundamento que soporta su historia, y la poesía amorosa es el lenguaje más primitivo de un pueblo histórico. Así es que dos hombres de esta estatura, han quedado ya inscritos en una misma página, en una misma cultura, en una misma poética, y hasta en alguna misma cantina, con un bien peligroso, pero para ser usado en la más inocente de las ocupaciones, que ¿quién duda que sea la poesía?

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CASA

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Esta es la casa donde no habitamos.

Esta es la casa con su jardín elemental,

aquí el librero, la lámpara

a la medida de inmensas jornadas de lectura,

aquí los muebles; en el centro –o ya

no sé si en una esquina, no recuerdo--

un haz de flores (naturales, claro)

Esta es la casa donde no habitamos,

discreta y honda hacia la sangre como un verso,

la casa

donde dos –o tres, ya no recuerdo—niños

ensayan sus colores.

Esta es la casa donde no hay un gesto

que no haya partido del amor.

Aquí su dormitorio, sus sábanas azules –o

blancas, no recuerdo—

donde no nos acostamos.

Esta es la casa que dibujamos de memoria,

la que hoy apenas podríamos (tú o yo) describir,

la que ha quedado

como una semilla rota al borde del camino.

Suerte

que la vida

se hace también de las cosas que no fueron.

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Tres poemas de "La que se fue"Antología de Felix Luis Viera

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DESCUBRIMIENTO

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Y harto y extenuado y empolvado por tan extenso

recorrido

buscando la tierra indescubierta

o quién sabe si la ruta más cercana

entre las manos y la exactitud del sueño

he aquí que de pronto alguien desde mi propio

palo mayor

grita “tierra” y sucede que enquillo

--cuando ya no quedaba ni siquiera hambre en

las bodegas—

violenta, inesperada, sorpresivamente en tus

arenas

y véote y créote efectivamente como la tierra que

buscaba

y dígome es ella al fin después de tanta ruta

y te desembarco y jamás ojos humanos

tocaron tanto trino

ni jamás antes que yo, el descubridor,

sintió tanto recorrido

de flauta en su mirada

ni vio nunca tanto pájaro suelto cantador

dulcemente enfurecidos de colores

y toqué tu tierra, tus minerales,

y las ramificaciones inalcanzables de tus árboles

y había y vi que los nidos y las colmenas

se multiplicaban a cada toque del sol en tus laderas

y fue así cuando ya cansado de la boga

más bien esperaba el arrullo mortal de la

última tormenta

alguien desde mi propio palo mayor dijo

“tierra”

y sobrevolé tus nidos y bebí de tus colmenas

y a días de andar alelado

como descubridor y descubierto

comprobé que tu cielo si acaso tronaba

era con amorosos relámpagos

y fue así que decidí e hice zozobrar mi

embarcación y clavé mi tronco eternamente en tu

subsuelo

y para que no ocurriese como en otras ocasiones

no dije ni a Reyes ni Reinas ni cortesanos el hallazgo

no hice poner en latitudes exactas tu presencia

sino que enterré mi tronco eternamente en tu

subsuelo

y ellos que me den por náufrago totalmente

digerido,

yo mejor cierro bien los bloques del secreto

y así ningún libro te dará por existente,

ningún mapa dibujará tus formas, tus puntos

interiores y exteriores

y así ningún sediento excepto yo, el descubridor,

podrá beber en tu tierra la vida hasta la muerte.

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LEYENDA

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Cierta vez, hace milenios según los historiadores (o

rapsodas o los acuñadores de mitos) salieron

todos los hombres de la tierra

--casi toda vegetación, bestias y pájaros entonces—

a buscar la ternura que, según ellos, no había sido incluida

en la receta por quien los inventara.

Naturalmente, como eran hombres sin ternura, eran

todos bárbaros, tercos, sólo colmillos y diatribas, garrotes,

eructos y palabras obscenas (que ya

en aquel tiempo se decían).

Salieron estos hombres en busca de la ternura, porque

aun sin haberla sentido nunca la sabían ausente, según

comprobaban cuando al mirar las pestañas de un niño nada

comprendían, cuando

miraban, insensibles, los pétalos que corren

por las mejillas de una mujer enamorada.

Es decir, que estos hombres bárbaros así, piedras

andantes así como eran, no obstante

intuyeron que les faltaba un ingrediente, pues

además,

convenían,

no era normal que ante ellos

se abriera un lirio y no pasara nada, si

acaso

deseos de morderlo, machacarlo, hacerlo

jugo.

Y así estos hombres que parecían anatemas

--pero, aun sin ternura, indiscutiblemente nobles si

atendemos a la sublime divisa que los guía— partieron

hace milenios en su busca

sin saber adónde estaba y mucho menos cómo era,

pero firmemente esperanzados.

Y así continuaron según los historiadores

(o los rapsodas o

nosotros los fabricantes de mitos)

varios milenios más en pos de la ternura,

de manera

que quienes, al fin, la encontaron, eran

remotos descendientes

de aquellos los primeros que fueron a buscarla.

De eso del hallazgo también hace milenios, pero

menos, claro.

Y estos los halladores les contaron a los de más acá

(a los rapsodas, los historiadores, los poetas, los

locos de más acá)

que la ternura estaba sentada, hacía milenios, en una

piedra alta, visible

desde todas las esquinas de la Tierra. O

sea, que tú,

estabas sobre esa piedra,

hacía milenios.

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ELENA TAMARGO: La Habana, Cuba. Premio de Poesía de la Universidad de La Habana, 1984; Premio Nacional de Poesía “Julián del Casal”, de la UNEAC, 1987. Germanista y Filóloga; Doctora en Letras Modernas. Académica, ensayista y poeta. Traductora de la obra de F. Hölderlin. Entre sus libros de encuentran: Sobre un papel mis trenos, Habana tú, El caballo de la palabra, El año del alma, Poesía de la sombra de la memoria y Bolero, clave del corazón. Después de una estancia en Rusia y otra en México, ahora vive en Miami. Otras colaboraciones de ETamrgo en Efory Atocha, Aquí

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Félix Luis Viera (Santa Clara, 1945).

Poeta y narrador. Es autor de los libros de cuentos Las llamas en el cielo y En el nombre del hijo, y de la novela Un ciervo herido (2003), entre otros. Obtuvo el Premio Nacional de la Crítica en dos ocasiones (1983 y 1988).
La que se fue. (Antología de amor ), de Félix Luis Viera. Red de los poetas salvajes, México, 2008

1 comentario:

  1. Bueno, más q "palabras",(las d Elena Tamargo), esto cuenta como el clásico homenaje.
    "Casa", ya conocía el poema, y ahora mismo no recuerdo los otros, pero debí haberlos leido..Pero "Casa" no lo olvido nunca, pq esos últimos versos se volvieron indispensables para mi desde hace algunos años..
    Saludos desde mi rincón del Mundo Efory.

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