miércoles, 17 de junio de 2009

Andrés Mir: poemas

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Tres poemas (inéditos) de Andrés Mir

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Los libros pueden postergarse, la vida no.
No el despeine atento en la mirada, jamás
el paso del cancerbero ante tu puerta y esa especial atención
al olisquear alternados pasos, pasos evaporados quizás.
Mi buen amigo: correr con las manos en la cabeza,
es vida acaso, cómo uno dice: esta boca es mía
en un rostro ajeno; cómo se cansa –atributo persistente en la vigilia–
de tomarse en serio el agua y beberse la existencia; esta boca es mía,
fiel amigo adicto al azogue: esta necesidad de sentirse completo.
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Los libros si, ellos al parecer, nacen del sudor que calma la sed de los ángeles;
esa naturaleza objetual –tan distante la fuga. Pero gozar de este invento
al llenarte el pecho, nada más socorrido
que un día tras otro,
gozar de la contemplación y el devaste del hombro descolgado
es llenar su arquitectura de sentido, impostergables páginas
---------(de postergables libros)
que te vuelan la cabeza con sus disparos a medianoche
mientras (el paso d)el cancerbero alza la vista al cielo y observa
cómo caen con soberbia de lápida
las –trepidantes– hojas del calendario.
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Mis dientes son los dientes que me rodean:
es la mordida del otro costal la que tuerce mi harina,
y nunca lo contrario; soy el que observa al ser observado,
el que acusa en vísperas del veredicto, soy el que mata de vivir
en cada jadeo insoslayable.
No trates de separar mis órganos, definir los tejidos, a cada célula
otorgar un nombre: una sola sustancia soy,
mixtura de azufre y pluma, vienen
a beber las aguas que mi río destila sin sospechar
su partida de nacimiento y muerte, y al hundir
las palmas en esta corriente agotan la danza de mi lengua al robarse
rebanadas del líquido vital y mortífero.
Los muchos seres que soy esperan ansiosos a quienes se suponen fuera de mi:
baja esta sed garganta abajo como un puente y bajo sus tablas
persisten en pasar los de hombros huérfanos en quienes me repito
con fidelidad de sombra. No es mi culpa entonces admitir
el común pecado que mis vigilantes no admiten: albergan
las múltiples naturalezas unívoco germen, semilla de frutos divergentes
que al despeñarse de sus ramas fueron a dar
con la tierra que nadie les prometió.
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Al torcido, bastón; al contrahecho, ropajes de sedas;
nada hay que ocultar en un cuerpo bajo cuya piel carne fluye: las cicatrices siquiera.
Quien presume suele carecer, quien dispone otorga en silencio.
Le veo acaso, altivo miope, sin alcanzar
las humildes lecciones de la hierba y la brisa
que algún día lamerán su breve tumba.
Tanta arquitectura por gusto: habrá quien festeje
no la daga sino el arte de quien forjó su acero,
porque nada en el puño inspira al recuento de verbos.
¿De qué hablamos pues, sino del oficio de los hilanderos o la pericia de algún poeta
que adivinase en un cúmulo de objetos la presencia del vacío?
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Alcanzar la desnudez suele resultar lo más difícil.
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Sobre Andrés Mir, Aquí.

3 comentarios:

  1. Sacando a la vieja guardia; la casa del creador, el Té de Mercaderes, jajaja,

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  2. Contundentes y magníficos. O al revés, da lo mismo.

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  3. Gracias por los comentarios y visitas.

    Saludos.

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