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Tres poemas (inéditos) de Amada Hernández Velázquez
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Comunes
La noche es un cuerpo roto,
respiro sus astillas para escapar de la mirada del amante
que oscurece la intención que le tiembla en los labios.
Me basta respirar para tragarme la muerte,
para amputarle el deseo al abrazo,
para posar mi memoria masturbada entre el vientre que duerme.
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Soy mujer de verjas abiertas al olvido,
de amoríos con estrellas fugaces,
de calles extraviadas en un orgasmo,
de pechos que se extirpan en la seducción,
de sombras de conciencia,
de tiempos acabados.
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Soy mujer porque es lo único que queda.
Se acabó el vacío,
el silencio,
la ternura de la raíz podrida,
el beso con vulvas,
la palabra que enciende las cenizas del sonido.
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Todo es común,
tan común como el final,
como la medianoche
o la muerte.
Sólo se salva la mujer en la pisada del desprecio,
en el aliento del abandono,
en la frazada de la caricia.
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Comunes, tan comunes como las esquinas de un cuerpo.
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Discurso de la sombra que se niega a morir
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Yo te parto en dos,
noche.
Yo escupo tu grandeza
con la oscuridad de mis adentros taponeada
por el fuego de otro cuerpo.
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Yo soy grande,
más que tú.
Yo le exprimo la vida a la vida
y después me vacío del latido extranjero que late dos veces.
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Mira cómo estoy en mi trono:
con las piernas abiertas,
mis brazos asfixiando a otra voz
y el grito de tu miedo latiéndome en la cara.
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Soy tu noche,
noche.
La oscuridad que te oscurece,
y te opaca,
y se planta,
para verte humillada,
a la sombra del garfio que te niegas a olvidar.
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Cuando no me envidias,
también soy tu orgullo.
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Cuando no te vejo
también eres yo.
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Para matar la herida
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Una quiere asfixiar la herida con un beso.
Quiere hilvanar con roces
los vacíos que al hombre le caben en el pecho.
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Shh…
No hables del césped que mastico
para acercar nuestra distancia.
Apaga la vela
con la humedad de mi voz que se escondió debajo de tu uña,
los secretos dan miedo
y mueren en la sombra.
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Platícame del hueco que cargas debajo del rostro,
del que traté de llenar con la mirada.
Te diré mi secreto.
La mujer es una nube
que carga el milagro entre las piernas
para soltarlo como un temporal en mitad de los cuerpos.
La mujer también es un foco apagado
que regala su brillo,
un secreto de dioses,
y el secreto es un eco del olvido.
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Amada Hernández Velázquez (Ciudad Mante, Tamaulipas, México, 1984). Licenciada en Ciencias de la Comunicación (Universidad Autónoma de Tamaulipas). Ha publicado sus poemas en revistas literarias impresas y electrónicas de España y Estados Unidos.
Muy bonita la jevita. Y escribe bien. Que bien.
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