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Postal para Juliette
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Por Leonardo Rodríguez
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Después de haber pasado horas en un avión, en un asiento estrecho, con un televisor encendido sobre mi cabeza, incesante, y haber soportado una reciente película con Juliette Lewis, no resisto la tentación de enviarle una postal a esa actriz. Una postal crítica, porque los amores, al menos los imaginarios, incluso cuando no han sido excesivos, tienen sus noblezas. ¿O es la crítica, también aquí, una de las bajezas de la pasión?
Como muchacha, Juliette Lewis era la delicadeza mezclada (siempre híbrida) con un toque de violencia liberadora, irrenunciable, nada autista. Era la posibilidad de un diálogo nada sumiso pero todavía cortés con el mundo. En alguna oportunidad la mezcla era al revés: Juliette era una violenta delicada, una matona que canturreaba dulcemente, como una Ofelia homicida, en su locura de sangre y encierro. Su rabia, aunque caótica y hasta nihilista, era siempre, de alguna manera, lúcida, aunque tal vez anecdótica. Todavía no tiene el don de la blasfemia. Eso con Oliver Stone, que vive en la edad de piedra y no acostumbra ser demasiado lúcido. Juliette tenía otras caras. En Maridos y esposas, de Woody Allen, es un prospecto de crítico literario que dejaría en pañales a muchas intelectuales que conozco y tantas otras que no conozco. La crítica que Juliette le hace en el metro a su profesor, el salaz Woody, por su machismo, su esquematismo psicológico y sus manías sexuales, es de antología. En cuestión de tan grave (gravísima) importancia como la crítica literaria personal, Juliette conservaba su estilo amable pero incisivo. Después de su proeza de lectora, pierde el manuscrito, el único, verdadero objeto de seducción literaria. Woody, pícaro siempre doliente, busca el manuscrito por media Nueva York. En eso se le va la vida.
Tal vez Juliette Lewis también perdió su propio manuscrito y no lo ha encontrado. Tal vez no tenga la valentía de reconocerlo. En esta película que veo, que ya vi y no quiero volver a ver, el guión la ha obligado a ser fiel a todo menos a su vieja ironía casi shakesperiana, un cruce delicioso de irreverencia y cake de chocolate. Es ahora la ex novia de un Don Juan de pueblo americano, enlatado, casi afásico, sin otro talento que la chatura no arrogante. Es Juliette misma vista en un espejo sarcástico.
Juliette Lewis ya no sabe ser ingenua como una ninfa terrible bajo los dientes del sátiro, como en Cabo de miedo, donde Robert De Niro es un resentido mimético hasta la brillantez. También: seductor. Dos de las mejores seducciones cinematográficas que he visto han sido ésa y la de Al Pacino como (¡adivinen!) Ricardo III instigando a la princesa ¡Wynona Ryder! Vale la pena detenerse en ese cuadro de costumbre sentimental: dos adolescentes a un tiempo agresivas y modosas, histérica la Ryder, mistérica la Lewis, ambas judías americanas; dos complejos (y completos) hijos de puta, ambos ítalo-americanos, con un hambre desmesurada por ciertos dones de la vida: el poder, la belleza femenina, el don terrible de matar.
Quienes quisimos a Juliette Lewis-y sospecho que éramos un coro discreto pero afanoso-fuimos el matón shakesperiano en Cabo de miedo, el infantil troglodita Woody Harrelson en Natural born killers, el silencioso y adolorido Johnny Depp en ¿A quién ama Gilbert Grapes? Tuvimos varias caras. Fuimos también Woody Allen errante en busca de su manuscrito por la ciudad de su vida. No recuerdo ahora otras películas, pero fue más que suficiente para un amor temprano, tal vez decisivo. Una pasión, hay que reconocerlo, signada por las ganas de poseerla. (Sólo Johnny Depp, tan esquivo, se sale de ese combo.)
Esta Juliette de avión, sin dolor, sin risa, apenas patética, ni sangrienta ni literaria ni comprensiva, no tiene ninguna verdad que defender con su personaje. No aspira nuestro deslumbramiento, nuestra inquietud, nuestro reconocimiento, si acaso nuestra lástima. Tiene, sí, un hijo, pero ya no se tiene a sí misma.
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Leonardo Rodríguez, escritor y ensayista Cumanés, 1977. (Venezuela) Reside en Madrid.
Otras colaboraciones de L. Rodríguez, Aquí, Aquí, Aquí...
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Foto de JL tomada de Internet.
Yo en cambio, reconozco que la muy zorra me gusta mucho. En algún avión le he titado y aunque no recuerdo la peli, será la que dices, me bastó un primer plano a su boquita.
ResponderEliminarA ver si le da por venir a chillar a Madrid y te aviso y nos las desquitamos.
La verdad es que existe gente como este INDIVIDUO con tan poca sensibilidad para captar la esencia perdida en una persona, la verdadera belleza y atracción de esta mujer en la gran pantalla...El zorro eres tu INDIVIDUO...
ResponderEliminarEscribes triple BBB...Que gusto leer tus escritos, de verdad que si...tanto que mientras leia tu Postal para Juliette, me vi sentada a tu lado en ese avión, cansada por las horas de vuelo y preguntandome ¿X que cuando uno viaja siempre proyectan pelis malas? parece que se empeñaran en mostrarnos la peor faceta cinematográfica de los actores...
ResponderEliminarPero aun como tu compañera de vuelo en el relato más no de cuerpo presente, x que de verdad no he visto la peli que viste tu en el avión, tu me has llevado a imaginarme su calibre, y estoy de acuerdo contigo, Juliett ha perdido su encanto, su magia de mujer dulce e irreverente al mismo tiempo, yo hace mucho que no veo ninguna peli con esta actriz, donde más la recuerdo es en ¿A quién ama Gilbert Grapes? y ya...y es que no sólo ha perdido su encanto, se ha perdido de la gran pantalla también...
Pero no perdamos las esperanzas, a veces es necesario perderse para encontrarse de nuevo...
Saludos de una paisana.