viernes, 20 de junio de 2008

"De un Octavio a otro". (Dossier Armand)

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---De un Octavio a otro
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Por Leonardo Rodríguez

La primera vez que lo vi, Octavio Armand era un nombre. Su tocayo Paz, en texto recogido en In/mediaciones, acusaba recibo de Entre testigos, poemario segundo de Armand, entonces poeta en Nueva York. No hay otro ensayo de Paz, que yo recuerde, donde comente un libro dirigiéndose directamente al autor. Es tal vez la única carta suya a un joven poeta. Tenía, cosa infrecuente en el subgénero, el tono de la conversación, no el de la clase magistral ni el de la confesión sublime, tampoco el de la demagogia zalamera ni el del perdonavidas consagrado. Así que Armand fue de entrada un poeta que era a su vez un lector que era un escucha. Un poeta vivo, en todo sentido.

Conocí a Octavio por Paz, y luego a través de Armand he conocido y me he interesado por muchas cosas, más sin duda de las que yo pueda asimilar. Ha sido un amigo-sabio, disparatado, exigente- en la conversación y en la escritura. Nunca contento con entonar un aria más o menos subyugante, nada cómodo en los avatares del narcisismo ni del canibalismo intelectual, Armand es un conversador feliz. Lo es también su escritura. Ni el corral ni el comité, ni el salón de clases (aunque ha podido ser un gran profesor) ni el auditorio, tampoco el bar (aunque no le hace ascos al whisky) o la biblioteca (es uno de los pocos escritores que conozco que no exhibe sus libros) sino el banquete. Octavio es como un Sócrates embrujado, es decir, fumador de puros, o un brujo socrático con apetito por la poesía. Apuntes para Humboldt: Armand es un filósofo con voz de canto y pulmones de trompetista de free jazz, un poeta heredero de la palabra afilada de Villon y de Quevedo, un exiliado que sacó de su isla cautiva, en un acto de contrabando fantástico, un equipaje de voces y epifanías.

Todo en Armand se convierte en conversación (para él, la materia de la poesía), con los muertos (entre los que se siente muy a gusto), con los vivos (cuya sombra tiene muy presente), con los sobrevivientes (a los que se siente pertenecer). Es un coleccionista de fantasmas, maestros, impostores, melodías, llaves, imágenes y objetos enterrados. Coleccionista aquí es casi igual a contrabandista, por aquello que dice en uno de sus admirables ensayos: “La metáfora es una forma instintiva de contrabando”. Armand es uno de los grandes contrabandistas de la literatura hispanoamericana contemporánea. Y además secreto. Conste aquí como denuncia.

Su tono-igual en la conversación de café que en la literaria-va de la polémica a la evocación, de la dramatización paródica a las anécdotas de los amigos, de las digresiones históricas al juego de palabras. Imaginación, humor, inteligencia, todo junto. Una salvedad: como conversador, Armand es un apasionado contador de historias, un rasgo que no aparecía hasta ahora en su literatura, tal vez por una reticencia manifiesta hacia los ordenamientos impositivos de la Historia, la diosa de los tiranos y los demagogos. Imposición e impostura riman en este interminable concierto épico, orquestación mimética que Armand diseccionó en varios ensayos de Superficies. La Historia, dice, es un disco rayado. A la orquesta le faltan músicos, y música, y le sobra batuta. Ese verso –“yo soy un hombre sincero”-repetido hasta el vértigo, no pasa de slogan. Esa voz no nos deja hablar. “Sin patria pero sin(g)amos”.

Hay diálogos que crean un paisaje. Hay otros que crean al interlocutor. Mejor dicho: que lo sacan del letargo o la compulsión, del mimetismo o el ocultamiento, y lo instan a la reflexión y la invención. Aunque en su obra caben muchas cosas-el paisaje y los asombros de su infancia, los desplazamientos y los asombros de su madurez, las confusiones y las confesiones de la edad-la palabra de Armand es de las que invitan a inventar, a inventarse. Varias veces, después de despedirme de él, fui directo a escribir algo. Lo mismo me ha ocurrido, estando a mares de distancia, al leer algunas de sus páginas. No hay palabras, no, sin consecuencia.

La palabra, y más la palabra poética, es hacedora de relaciones y correspondencias. La palabra, y más la palabra crítica, desface entuertos y desenmaraña sentidos. La obra de Octavio Armand combina los experimentos de la vanguardia con el ensayo antropológico, Aristóteles con Darío, Apollinaire con Montaigne, la pintura del Renacimiento y la pintura americana contemporánea. Combinación paciente, irónica, transfiguradora. Don de crítica y también de admiración. Su profunda libertad creadora se inscribe en una doble tradición hispanoamericana: la del ensayo como acuciosa reflexión cultural y la de la poesía como “sacudimiento” (el término es suyo) de la prosa. Por un lado, los ensayistas: Rodó, Reyes, Pedro Henríquez Ureña, Picón Salas, Gabriel Zaid. Por otro, los hijos del limo: César Vallejo, Westphalen, Sánchez Peláez, Blanca Varela. A veces esas dos tradiciones se juntan: Borges, Paz, Lezama, Rafael Cadenas, Octavio Armand. Contrastes filosos, dramáticos: mito y crítica, libertad y generosidad, imaginación y pensamiento, disparate y trauma, lenguaje en relación y lengua deshecha. ¿Un rito de fecundidad?

En algún lugar, Armand dice que si se hiciera una historia del cuerpo en Cuba, habría más torturadores que amantes. Más heridas y cicatrices que estatuas, más guerra que paz, más odio que convivencia, más plomo que goce erótico. Los tatuajes del cautivo, o de ese cautivo paradójico que es el exiliado, son la subversión de esa historia. Armand ha leído parte de la literatura cubana y latinoamericana, coro menos engañoso, por inventivo, que su Historia, como un tatuaje.

“La mirada barroca, como Velázquez testimonia, nunca descansa”, escribe. No descansa la mirada del censor ni la de su testigo en la sombra. Diferentes desvelos, distintas inquisiciones, pero un escenario compartido. Lezama, a quien Armand le dedica un notable ensayo-diario-conversación con el origenista del exilio Lorenzo García Vega, necesitaba señales para ver lo invisible. Sus palabras preciosas eran limosnas de ciego. Armand, como Severo Sarduy, es un heredero directo de esas cifradas monedas lezamianas. En “Una lectura de la luz”, uno de sus ensayos más memorables, Armand habla del poeta ciego, ese avatar homérico y bíblico, que encuentra señales a su paso. Según una tradición, esas señales casi siempre son de naturaleza profética, sagrada, adivinatoria. En otra, es un canto de fabulación y de mendicidad. ¿No habíamos dicho algo sobre tradiciones que confluyen? Dador de revelaciones o mendigo de palabras, el Ciego-un como Golem poético- habla desde una íntima pobreza. En un poema de Son de ausencia, Armand escucha a su padre decir: “Hijo, toda esta pobreza es tuya”. En una entrevista, confiesa: “Mi punto de partida es siempre la carencia de un lenguaje”. Extrema generosidad, radical desafío: aceptar la pobreza como herencia. La más dura de las pobrezas ¿no es la falta de palabra, ese suelo del exilio? ¿Sería por eso que una vez tuvo a bien regalarme una bolsa de semillas de ya no recuerdo qué planta, traídas por un amigo de Colombia? “Para crecer, me dijo Octavio von Humboldt entre otras indicaciones técnicas, necesita sol y sombra”.

Una vez me contó que, en una cena ofrecida al compositor y musicólogo Natalio Galán, autor del importante Cuba y sus sones, Armand comparaba la precariedad de aquella mesa con la de los agasajos a los poetas y artistas de la española generación del 27. “Banquetes zen, los nuestros”, me dijo. Eso fue en su época de Nueva York, antes de irse a vivir a Caracas para que algunos lo pudiéramos conocer. Frase que yo interpreto a mi aire: el banquete de Octavio Armand son sus palabras. Abundantes, ácidas, amargas, cordiales, crudas y cocidas, presocráticas e ilustradas (de la tendencia Goya), con matices de curry y aceites mediterráneos, con deje venezolano y reflejos neoyorquinos, con temple de jazzista endemoniado pero melódico, con vinos de Cleopatra la reina y Grecias-o es Gracias- de Rubén Darío. Es hora de que lo celebremos.
Leonardo Rodríguez, escritor venezolano. Reside en Madrid.

1 comentario:

  1. Excelente trabajo sobre Octavio Armand, brillante collage o compuesto alquímico de cientos de elementos eterogéneos resultantes del inesperado proceso de acercamiento a una buena parte del ser del poeta, lleno de humor y respeto, investigación que orienta al lector, gracias.

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