sábado, 21 de junio de 2008

Octavio Armand: la voz del otro (Dossier Armand)

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-------Octavio Armand: la voz del otro*

Por José Antonio Parra

A veces, en medio de mí nebulosa memoria me he preguntado desde hace cuánto conozco a Octavio Armand; creo que es una pregunta truculenta dado que a Armand uno le conoce desde siempre y hasta siempre. Su voz siempre ha estado ahí, es la voz del otro, la voz que recorre en el vértigo de la luz a través de los tiempos, la voz de todos y cada uno; es la voz del loco que en el pequeño pueblo de Ann Arbor gritaba cerca de la arcada: "soy Napoleón, soy Julio César..." al toparse por un azar que no busco entender con Octavio, quien desde lo abismal le respondía: "yo también soy Octavio". Esta anécdota fue recogida en su poema Meditaciones para sentenciar diciendo: "y tal vez yo conocí a Marco Aurelio". Armand, como él mismo dice, ha sido tantos que se agobia, ese ser tú y yo, pronombres límite en la experiencia inefable que trasciende a lo dicho.

Su persona, circunscrita al espacio tiempo, inicia su experiencia vital en Guantámano, Cuba, en 1946, pertenece a la estirpe del exilado, en su caso del doblemente exilado, un peregrino cuyo paso a través de las ciudades se da en medio de la experiencia inaudita, una que Octavio recrea con la palabra, cubriendo al vacío y a la cosa misma con un signo novedoso, oscuro, trasgresor, uno derivado de la tradición hermética.

En su poesía está claro el influjo del barroco cubano, pero como sostiene María Ramírez Ribes, éste es más luminoso que la experiencia de Carpentier o Lezama; no obstante, nos encontramos frente a un escritor imposible de colocar en una u otra tendencia, aunque su posición, ubicada en los límites del lenguaje cuando expresa "estoy contemplando algo para lo cual no tengo lenguaje", lo sitúan en la misma esfera filosófica de Wittgenstein y estéticamente cercano a Apollinaire y Huidobro. Podría apreciarse un matiz surrealista en su estética; hecho que más que matiz, es la comunión entre su palabra y su vida, una donde aparecen los vasos comunicantes de Breton cuando vuelve el loco de cualquier ciudad ¿qué importa la procedencia? A pronunciar nombres y más allá de ello a disolverse no en el otro, sino en lo otro y cito: "estamos sobre la tierra desnudos / vestidos por la luz / como el paisaje". En definitiva, esta dificultad para encasillarlo lo colocan en una perspectiva de vanguardia.

Como se aprecia; su palabra sólo es para el iniciado, tratamos de Octavio Armand; el artista que camina contracorriente, que como el mismo sostiene: "más que un escritor de boom, un escritor de boomerang"; un poeta cuya trascendencia puede ser ejemplificada en palabras de Jean Cocteau cuando éste dice respecto al acto creador: "Si escribo, molesto. Si ruedo una película, molesto. Si pinto, molesto. Si muestro mi pintura, molesto, y molesto si no la muestro. Molestaré después de mi muerte. Mi obra tendrá que esperar la otra muerte lenta de esta facultad de molestar. Quizá salga victoriosa, libre de mí, desenvuelta".

Quizá sea por ello que Octavio afirma que es un romántico que se ha acercado a la poesía concreta y conceptual para enfriar un poco la efusividad del corazón; no resulta extraño entonces comprender por qué Ramírez Ribes lo tacha con el emblema de zen-tro.

La palabra de Armand desborda al vacío, busca significar lo indecible, el rasgo diminuto, un llamado al lector para que participe en el misterio profético de la luz o desista. Por un lado provoca y por el otro quiebra a la palabra en pos de una lectura más activa, una donde el plano está intervenido por una espacialidad sensual, tal y como se aprecia en su poema Bonsai. Respecto a esta plasticidad, Octavio sentencia que ello tiene que ver con la separación de sus padres y de lo suyo, la realidad del exilado y nuevamente los vasos comunicantes; también vengo de una familia que ha vivido el exilio.

En su obra, el mitema está en ejercicio permanente, confrontándonos con el espejo de lo uno y lo otro, su vivencia puede ser tan cotidiana que resulta imbricada de un misticismo paradójicamente profano, su palabra es una plegaria: "Padre nuestro / si estas en los cielos / baja de una vez / y siéntate a la mesa con nosotros" o "que no regresen los dioses / ni los héroes / no hacen falta".

Yendo ahora al otro lado de las cosas, a la fascinación de Armand por la cinta de Moebius nos encontramos justo en ese otro lado, que no es sino el territorio de su prosa; aquí doy vuelta a su propia palabra y digo: ella no es sino un aquietamiento de su poesía.

Sus ensayos están cargados de un lirismo objetivo, de una textura exuberante; "la locura lo cura". En ellos se establecen profusas analogías entre el macro y el microcosmos, entre la perspectiva histórica y la hechura que somos de ella, el cuerpo que se disecciona y la geografía es desmenuzada. En estas construcciones encontramos sutilezas estéticas como la autonomía de significados entre el título y el corpus, cada uno continente y contenidos independientes que sólo se cruzan en niveles de coherencia muy profundos, casi inconscientes. Cargado de una vasta erudición, Octavio atraviesa el pasillo atemporal donde se cruzan tanto Colon como Paracelso, Vesalio o Galeno. En otras circunstancias, un tanto extrañas para el lector, Octavio es el mismo Francois Villon. Armand, el peregrino que llega a Caracas y se topa con el edificio de la compañía telefónica (la CANTV) para decirnos lo que nadie nos había revelado: Caracas está, inadvertida y tranquilamente, bajo el escrutinio de Lacan.

Todavía me recreo cada vez que recuerdo las tantas veces que Octavio y yo conversamos de las velocidades hiperlumínicas y de tantas otras curiosidades del mundo fenoménico, de lo inexplicable de la experiencia, mientras escuchábamos a Luis Bacalov yendo en el auto a comprar habanos; pero cuánto lo celebro por ti Octavio porque como bien dice el epígrafe que elegiste de Théophile Gautier, en tu poema Todas las palabras se llaman Juan: "...pues desde el momento en que se deja de ser poeta, hay que decirlo, la vida se hace posible" y cómo lo celebro porque su vida, vuestra merced, siempre será un imposible, el arte de lo insólito; ahora, sin más que decir, te dejo en tus palabras: "saludo a quien sabe arder".



José Antonio Parra, escritor venezolano. Coordina, La Casa Azulada. (Este texto fue leido en la presentación del recital de poemas que diera O. Armand, el 26 de Abril pasado, en Librería Las Musas, Quinta Mitos, Calle Coquivacoa, carretera vieja de Baruta, Caracas Venezuela)

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