domingo, 15 de junio de 2008

José Kozer: "Hablando se entiende la gente" (Dossier Armand)

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HABLANDO SE ENTIENDE LA GENTE
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----------Por José Kozer

Durante décadas existió dentro del exilio cubano un pique amargo entre Octavio Armand y yo. --

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Sucede que en una ocasión, ambos jóvenes y con pocos años de destierro, di yo una lectura de poemas con un par de amigos en un bar de mala muerte del bajo Manhattan (St. Adrian’s) que, si no me equivoco, por primera vez acogía una presentación hecha por tres poetas, o dizque poetas, que leerían sus textos dos de ellos en inglés y yo en castellano (sin traducción).

Al terminar la lectura, mucha asistencia de golfos y briagos, se me acerco un tipo que recuerdo simpático y delgado, y me dijo ser Octavio Armand: sé que reaccioné como suelo hacerlo en tales circunstancias, con cordialidad y actitud abierta, recuerdo le comenté sería bueno, siendo ambos cubanos desterrados, reunirnos a conversar, conocernos (intuí haríamos buenas migas).

Pasó tiempo, y tal vez una década más tarde, me empiezan a llegar ataques solapados contra mi persona, que procedían de diversos puntos, entre otros del espacio ingente ocupado por don Octavio Paz. Y que dichos ataques nacían de la lengua, que por aquel entonces consideré viperina, de Armand. Me sentía consternado, no entendía bien a qué se debía el constante señalarme, entre otras cosas, como “comunista” y “sicario del régimen” y cuánta cosa más. A mí que me había largado de mi país porque no toleraba aquella ni ninguna tiranía, sin comerla ni beberla, de pronto, por esta inusitada vía, se me acusaba de una ideología que detesto desde la ubre de mi madre, desde los primeros vagidos nonatos.

Como no soy santo contraataqué, me figuro que a veces fui despiadado, otras me encogí de hombros. En todo caso, este pique, duró varias décadas: a veces me llegaban asaltos renovados, a veces la presencia de Armand desaparecía por completo de mi existencia. En ocasiones se comentó el asunto con algunos amigos que tenemos en común, y que siempre hablaron de Armand con enorme respeto, con interés auténtico por su obra, muy en particular su ensayística luminosa y de una integridad ética y estética, que merece estar entre las más leídas del continente. En lo que a mí respecta ya todo aquello dejaba de molestarme, actitud en mí que ahora formaba parte de una nueva tendencia a vivir diluyendo malestares. La labor de Armand en Escandalar siempre me pareció extraordinaria, yo mismo codirigí una revista que no le llegaba a los tobillos a Escandalar (tampoco teníamos los medios presupuestarios para hacer gran cosa) y cuando al final del proceso de publicación de la revista dirigida por Armand se decidió sacar un último número (el veinte) dedicado a la literatura cubana y no se me incluyó, mucha gente lo comentó como una falla inexplicable: yo, que no gusto del papel de víctima, aceptaba el asunto con una sonrisa de lado a lado, la pura verdad es que a aquellas alturas de mi vida, no ser incluido me dejaba frío, lo cual no es óbice de que haber sido incluido me habría traído calorcillo rico a la zona izquierda donde late el músculo fatal.

Treinta años después, en una mañana soleada, en un encuentro de poetas en Caracas, aparece Octavio Armand, corpulento, algo pálido, se me acerca y me dice, ¿tú eres Kozer? En efecto; siéntate, por favor; y se sienta: le agarro el brazo de inmediato y le suelto, sin retrancas: escucha, yo contra ti no tengo nada. Y él: he venido a aclararte la situación. Y para mi alegría más íntima y mi mayor consternación, Octavio me cuenta que él viene de un padre con un odio tal al comunismo, que ese odio lo lleva inscrito en el sistema circulatorio con tal fuerza que a veces lo ciega. Y bien: que el día de aquella lejana lectura en el St. Adrian’s, cuando vio que uno de mis compinches de lectura era un poeta dominicano que por aquel entonces hacía galas de un comunismo galopante, en ese instante Armand no pudo dejar de asociarme con esa ideología, y de ahí en adelante creo que odiarme a muerte, o al menos, considerarme un enemigo.

En aquel instante, el velo de la separación, la fuente de la discordia, se esfumaron. Sentí un enorme alivio, sentí que recuperaba a un amigo potencial, y que habiendo tristemente despilfarrado años de enriquecedora amistad, había que actuar haciendo del momento una concordia, un acto de compatible ligazón. Creo que mi rostro le debe haber mostrado al amigo Armand el giro que daban los acontecimientos, y lo contento que me sentía. Le expliqué que en quince minutos me pasaban a buscar para dirigir un taller de poesía al que debía atender como parte de la invitación que se me hiciera a aquel Encuentro prechaviano de poetas, el último de una larga serie de encuentros realizados por un grupo de poetas venezolanos de primera fila. Octavio, al tiro, me pidió acompañarme. Por supuesto que lo invité a hacerlo, nos fuimos hablando y recuperando el tiempo perdido, al sitio donde nos esperaban los talleristas. Octavio se sentó al fondo de la mesa, le pedí que se sentara a mi lado y que codirigiera el taller conmigo. Así hizo, y fue una de las jornadas de trabajo, con poetas que buscaban orientación, más inolvidables que recuerde: la lucidez, el conocimiento vivo y profundo de Octavio Armand en asuntos relacionados con la literatura, era conmovedor. Estaba cómodo entre los grecolatinos y los románticos, los cubanos del XIX o los origenistas, los franceses surrealistas o los alemanes expresionistas: una cultura abierta, ecuménica y que, más importante aún, a la hora de comunicar, se segregaba con toda naturalidad, sin esfuerzo “postal” ni aspavientos, y desde una tranquila humildad que implica haber llegado a un punto álgido de vida donde lo personal desgarrado y dolido dejaba paso, ya sin fricción, a una serena visión de la existencia.
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Texto enviado por el autor. Foto tomada de Internet

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