jueves, 19 de junio de 2008

"Una tarjeta postal para Octavio Armand" (Dossier Armand)

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Una tarjeta postal para Octavio Armand

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---Por Jorge Ferrer

«Hola, soy Jorge Ferrer», me presenté, era noche cerrada aquí en Barcelona, la tarde allá –muy tarde para una amistad que debió haber comenzado antes–, cuando te llamé a Caracas para pedirte recordáramos juntos la prodigiosa aventura de escandalar. Hablé como mejor pude. Soy torpe pidiendo favores, y malísimo conociendo gente. Enseguida se me nota que no es ejercicio que me dé especial alegría, que no es trámite del que suela salir airoso. Pero nadie parecía tener una dirección a la que escribirte, así que no podía recurrir a las letras, soldaditos que tan útiles nos son a los misántropos, y marqué tu número en Caracas. ¿Te acuerdas?

«Un dossier», expliqué, «los empeños editoriales del exilio, escandalar… Quiero que usted escriba, que usted recuerde…», y algo más habré dicho que ya he olvidado. Salí de esa conversación sin tener la certeza de que tendría tu texto que creía era el pilar que iba a sostener aquel dossier. Algo en lo que no me equivocaba.

Repaso ahora los mensajes que nos cruzamos en los días siguientes. Corría el mes de abril de 2005. ¿Los recuerdas? Tu primera propuesta fue que escribiera yo mismo sobre escandalar. Preferías que fuera otro el que levantara el espejo, antes que tomar tú mismo el pincel. Pero me bastó leer el primero de esos mensajes y llegar al final, avanzando a trompicones sobre tu prosa epistolar –sí, querido, tienes, además, una «prosa epistolar», ¡y tremenda!–, para saber que no ibas a poder escurrir el bulto, que esa batalla la ganábamos los dos: «Soy un solitario. Además siempre he vivido en Mongolia. O en la frontera entre Guantánamo y Mongolia. Un abrazo de su amigo, oa», escribiste.

¡Y ya eras mío! Mío, en el sentido en que lo es una ofrenda que te hace la literatura –esa venturosa patria de los solitarios– o la vida, o incluso ese espacio amplísimo en que son una y la misma cosa. No porque haya nacido yo en Ulan-Baatar o Guantánamo, ciudades ambas que no conozco, sino porque, escribiéndonos, los dos ganábamos lo que perdíamos: la capacidad de resistirnos a la seducción de la palabra escrita.

A partir de ese momento comenzamos a desenredar y a desenredarnos. Fueron mensajes largos en los que descubríamos qués y por qués, como cuando niño me embelesaba con aquella sección de El Tesoro de la Juventud: «El libro de los por qué». Alzheimer y Heidegger, Céline y Octavio Paz se pasearon por ahí. Y fue precisamente una paciente del primero, Auguste D., la que acabó haciendo que ganáramos la partida los dos, pero sobre todo los lectores de esas memorias-que-no-son-memorias que tuviste la delicadeza de titular «Una tarjeta postal para Jorge Ferrer».

La generosidad, mi querido Octavio, es un animal tan raro como el lobo de Tasmania. (Yo sostengo, contra toda evidencia, que del último quedará algún ejemplar asomándose por las noches a beber agua fresca del río Derwent.) La que me demostraste, y la que me regalas desde entonces, parece más un vicio que un regalo. Los últimos vienen envueltos en el celofán de una palabra muy manoseada; los primeros –en un mundo tan plano que ya parece convexo /converso/– son estrategias que nos permiten ufanarnos de la capacidad de sorpresa que todavía lo dota a uno, como al de Tasmania, para vivir cuando se nos da por extinguidos, para seguir juntando palabras, versos y prosas vivas, por mucho que tengamos el lomo tan rayado como el dizque extinto lobo meridional.

Te agradezco siempre que estés allá y aquí, y que practiquemos juntos la recia gimnasia de la palabra compartida.

Tu amigo,

jf

p.s. Continúa viento en popa la industria de los afectos: sigo circulando entre buenos lectores los libros que me haces llegar. Los elijo con mimo, ya sabes. Este tráfico de letras, que ojalá sea tráfico de influencias (literarias), me complace como pocas cosas.



Jorge Ferrer;escritor cubano exiliado en Barcelona.
Escribe el blog, "El Tono de la Voz"

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