lunes, 12 de septiembre de 2011

La mejor mujer en el sexo por Adán Echeverría "El orgasmo de los ídolos"

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"El orgasmo de los ídolos"
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La mejor mujer en el sexo
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Por Adán Echeverría

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En la confianza y la decisión puede recuperarse la esencia del placer. Juana lo supo con Federico. Los 200 kilos del hombre no tenían importancia para ella, su creatividad la tenía más que entusiasmada. Había leído sin reparo muchos de sus cuentos, sus ensayos y algunos de sus poemas, y esa admiración la condujo hasta su casa la tarde que decidió conocerlo en persona. Federico estaba sentado en la sala de estar. Roberta, el ama de llaves, la recibió: Pase señorita, el maestro espera, déme su chamarra me haré cargo, ¿quiere café?

- Gracias Roberta, puedes retirarte. La voz del maestro era el espacio de intimidad que Juana buscaba. La sala se abría para el olor a madera limpia de los libreros. Podía sentir la presencia de mundos diversos que esperaban ser visitados en los libros que cubrían las paredes. Al fondo, Federico rebosante y paciente.

Los 200 kilos eran grotescos a primera vista, pero la calidez de su voz, y esa mirada de vaca marina que bebe conciencias, eran la trampa de luz que atraía a Juana como un insecto sin voluntad.

- Vine, dijo de manera estúpida la chica.

- Siéntate a mi lado. -Ella pudo imaginar con antelación la ridícula escena de su diminuto cuerpo, aun no cumplía los 20, a un costado de la mole que formaba el maestro sentado en el sofá.

El reforzado mueble contuvo la respiración al sostenerlos. No fueron más de cinco minutos de plática para que Juana se dejara hurgar la entrepierna. Había tomado con ambas manos la enorme cabeza del maestro y se había dejado besar, besar o consumir que para el caso y el momento significaban lo mismo, y supo que debía aprovechar tamaño y volumen. Escaló sus hombros para ofrecer la vagina, hervidero de agujas, para que el maestro, con su lengua como prótesis, degustara y la arrastrara entre sus pliegues.

La erección del monstruo era irreal. La grasa hacía imposible que Juana tuviera una visión completa del miembro endurecido, sin embargo, impulsiva como era, hundió sus dos brazos entre los enormes y pavorosos muslos de Federico para atraparle el miembro y, triunfante, lo consiguió. Era pequeño, gordo y durísimo como un rubí. Sobó y sobó, mientras dejaba que la enorme lengua entrara y saliera de ella, fornicándola.

-Señorita su chamarra. -La joven se arropó repasando el momento en una larga exhalación, con la confianza que para ese entonces encerraba saberse dueña de sí.

El maestro, el filósofo, lloraba emocionado, agradecido de que al fin los años de cultivar su mente y perder su cuerpo, fueran recompensados por la enorme voluntad de amor que Juana le dispensará.

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AEcheverría en Efory Atocha, Aquí
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