viernes, 3 de diciembre de 2010

Manuel Sosa: poemas

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Poemas (inéditos) de Manuel Sosa
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Instinto residual, vaciando un busto de Lombroso
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Puedes volver las páginas, puedes hacerlas correr
hasta encontrar el boceto, el único vestigio de sensatez
que permanece en el cuaderno de notas, acaso la primera bitácora
evitada por el Orden, negadores de lo predestinado
y las marcas de nacimiento: darás con el instigador
de tanta obsesión clínica, estudiarás su rostro
para imaginarlo en el espacio, en su aparente equilibrio,
apoderándose del ámbito
que le tocó presidir. Un rostro que ya sabía disfrazar
su animalidad en la curvatura de otros,
esculpidos antes por la mano imprecisa
del Orífice, ese que sobrevive apenas
en tablillas ilegibles y heráldica vencida.
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Puedes componer un mundo ya librado de atavismos
a partir de fisonomías ecuánimes, indiferentes a la pobreza
de los gestos, a la riqueza de las fábulas; miradas muertas
por la insistencia del símil; sonrisas vanas
en la neutralidad del rebaño que no busca el portón.
Puedes iniciar un vaciado eficaz como quien asienta
una piedra de ángulo, y que entonces emane de cada rostro
su propia imagen redentora, proyectada sobre la tela
y la tramoya de turno,
para que así el antifaz vuelva a ser objeto de lujo,
y no una mera repetición ante cristales ahumados.
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De quienes nos gobiernan, sólo nos queda
el consuelo de memorizar sus fisonomías, y describirlas
al auscultador que sueña plasmarlas como artículos
que se resisten a la eugenesia, que impiden el progreso:
expedientes y apuntes
para sustentar una tesis contraria a la usura sociológica;
rasgos anómalos llamados al Poder, humanoides que saltan la regla
y demuestran su provecho cuando escrutan el miedo
de otros, aguzando sus sentidos, salivando ante la presa,
ebrios de instinto.
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Mal gobernados entonces y hoy despojados de hacienda,
no tendremos otra salida que la minuciosidad, el auxilio
de la memoria cuando nos pidan una descripción fiel,
y así esbozarlos, castigarlos, reproduciendo sus caras
en el papel o en el mármol: el asno, el cerdo, el simio
y sus tonos oliváceos; las fauces y el hocico triunfales,
el grasiento tejido capilar, la dentadura amarilla
que refulgía desde el podio, las comisuras
y los cuencos insondables; así legar retratos por haber gastado
el otro caudal de palabras, ahora inexpresivas
cuando se presiente aún la cercanía del aliento enfermo,
la respiración del cuadrumano que nos custodia
más allá del cierzo y las tradiciones, del animal investido
que ansía recuperarnos y cuya paciencia es implacable,
asentada en el bronce, intemporal.
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Mundos disponibles
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para Sonia Díaz
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Nunca habría dado testimonio de este raro gozo
que es recorrer casas muertas si permaneciera aún
entre los otros escombros, los restos humeantes
y el hemiciclo donde se asienta el clan más antiguo,
acaso nuestra verdadera ascendencia, avivando
el hogar y soñando una sucesión de poderes o símbolos
para resistir hasta el alba.
Allí estaría, ensanchando la pobre franja donde simulaba
el juego, como todos, puliendo instrumentos
que borrarían la angustia, si acaso una vez;
allí me veo haciendo promesas, inclinado
ante la cena indigente, recitando las preces,
apagando luego los rescoldos
para maldecir el espacio que seguía faltando
y matando la imaginación. Porque en las casas muertas
se puede acomodar cuanta febrilidad hemos heredado,
y en las casas de hacinamiento, las verdaderas,
no existe posibilidad de desdoblarse, o de añadir
personajes y tramas secundarias.
En las casas muertas se miente con ingenio,
el propio aire envilecido abre paso
al huésped irreal, al amigo exhausto que busca pausa
en su itinerario.
En las casas muertas no falta recitación, o voz punzante
que prefiera someterse al susurro.
Los aliados forman el círculo, la reina y su sierva se acomodan
en la pieza contigua, los emisarios vuelven
y traen confirmación de las otras casas, las verdaderas,
que se siguen hacinando en el estío, en la indiferencia.
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Otras colaboraciones de MSosa en Efory Atocha, Aquí.
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2 comentarios:

  1. Alla por los ochenta, en un jurado del premio Avila, tuve una fuerte discusion con Jesus Lozada (que presencio mi amigo Reynaldo Garcia Blanco) porque yo queria premiar un libro de Manuel Sosa. Al fin de la batalla, Lozada logro que la balanza se inclinara hacia el; pero al ano siguiente (ese mismo cuaderno de Sosa, mas extenso) fue premio UNEAC. Ese dia llame a Lozada a Camaguey y le recorde, que la poetica de Sosa era como un bosque encantado, donde podiamos encontrar los caminos del hombre, los hilos de la vida.
    Pedro A. Assef

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  2. Es cierto, ahora que regreso de todo descanso y he venido a encontrar buenas lecturas como es costumbre en esta bitácora, encontrar a Sosa es un encantamiento, seguro, poderoso, de prosa culta que no culterana y con mucho poder en su discurso. Creo en lo que inspira y creo en el hombre que asume sus riesgos y su forma de pensar con tanta transpariencia, eso se agradece. Abrazos Sosa.

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