lunes, 26 de mayo de 2008

Tres poemas de Heriberto Hernández Medina

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Tres poemas del libro inédito, "Verdades como Templos". (Antología- 1998-2006).
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Por Heriberto Hernández Medina, Camajuaní, 1967, Las Villas.
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EN EL RETIRO DE ENZO FRANCESCOLI

Horacio (“la pepa”) Valdezari comenta las imágenes

en el “Resumen Deportivo”.

No estoy hablándoles

de una alegría o un dolor ajenos.

Sé que ha pasado el tiempo,

muchos de los que hoy se pintan la cara

o se atan un pañuelo azul o crema al cuello

no pueden entender

el dolor de ese hombre

que corre hacia un lugar impreciso,

que patea los recuerdos para poder sonreír.

No estoy hablándoles de un vacío

que no pueda llenarse con palabras.

Este hombre corre hoy sobre la alfombra falsa

en que se confunden

las fibras innúmeras de toda despedida.

Este hombre está cruzando coronado las puertas de la nada,

está siendo condenado por la inmensa ovación

a mirar como yo desde la inexistencia,

o a existir apenas

en las renovadas esperanzas de El Municipal.

Por eso pienso en el dolor,

ese vacío en el que pueden alojarse

las efímeras glorias del pasado.



DOMINGO EN CHOCICA

Que no es subir al cielo,

decirlo no pudieras.

En lo alto del cerro sólo existe el descenso, sólo
-el recuerdo del descenso que no hemos de iniciar; hemos salvado ya

las delicadas pendientes de un silencio sin nombre,

hemos recorrido sin sentirlo apenas

la pradera infundada en que pastan las bestias como simples

/palabras.

Ésta es la irrealidad, acá pudiera

penetrar sin dudarlo el silencio insondable,

el más justo silencio en que tejes desnuda los hilos del recuerdo.

Ésta es la irrealidad,

una verdad mayor, la luz,

los ojos mirando apenas, más sintiendo, deshacerse

los sueños que quizás nunca fueron

o fueron tanto que es preciso olvidarlos.

Escucha la música, yo no sé si hay vacíos

que no puedan llenarse con palabras, escucha,
-la música ha inundado cada sitio en el que uno u otro no estamos,
-ha penetrado el sitio angosto en el que a veces solemos encontrarnos.

No puede ser que no recuerdes nunca

la holgada puerta o el rumor del agua, la dulce voz

del poderoso árbol que en sombra se deshace.

Éste es el sitio en el que dios pasea descalzo los domingos,

allí la oculta puerta entre los árboles, breve y alucinada como tu

/corazón,

como tu mano breve.

El patio sevillano, en el que ya se escuchan

las aguas que corren desde el canal con su lamento antiguo,

no podría dibujarlo,

no podría
-recordar las macetas, la casita en que se amaron, ha tiempo, extraños

/visitantes,

recordar no podría siquiera el olor, fresco supongo,

de los arbustos o el césped que imagino pisábamos.

No podría, y no quiero siquiera imaginarlo,

verte alejarte hacia el rincón oscuro

que algunos llaman soledad, yo miedo,

miedo a la vida que de vivir nos mata.

El settler irlandés corre a recibirte como si regresaras de un viaje hacia la

/nada,

puedes olvidar que existo,

yo pasearé junto al camino tras los chicos -Oliver Twist, Becky

/Teacher indiferente,

Huck, el sombrero oscuro hasta los ojos-,

me detendré un momento antes de entrar, junto al piano de las

/veladas al calor del fuego,
-sueño de música, verde sueño de sonora madera e historias para ser

/contadas.

Esta es la casa en que la vida comienza todas las semanas,

en la terraza soleada tenderé, en tanto estés ausente,

como un lento lagarto mis recuerdos.

- Sostenida por una leve brisa, por una breve sombra,

extiende su mano mi árbol, mi sitio de estar sola,

ella me devuelve el hambre de estar viva;

nos conducirá, no has de dudarlo,

hacia la nada en que todo se resuelve.

Cuanta ave detenida en su vuelo, el plumaje de la historia,

el manto de la muerte.

Corre el agua desde el canal hacia sus ojos,
-podemos escucharla, pero ella cuenta las monedas en el arcón de

/madera,

pone las monedas antiguas

del lado de los días turbios de soledad

y cuenta con ojos de gacela

las lustrosas monedas del más cálido amor.

Santa Rosa de Lima, no importan

las rosas con su olor a destierro,

es ésta la ciudad sobre las aguas sostenida, es ésta

la verdad de una mujer que mira al cerro y el cerro le responde.

Pueden subir las aguas, no hemos de temer,

el tiempo es nada,

nos conduce de la mano una muchacha breve como el silencio.

Siento en la sien el hongo, alucino,

nada escucho, he recorrido del páramo a la duna

y no he ido a sitio alguno.

Sólo puedo escuchar la voz del tiempo, las palabras que callas para mí,

el camino trazado en el silencio

en el que entré una vez para perderme.

Acá el Eros se apoderó del barro, esto es lo que ha quedado;

allá los grandes ídolos colgados, con hilos invisibles,

de un muro inexistente, y la escalera

sostenida por el fin del viaje, por la nada que aún tiene una sorpresa.

Ésta no es una ventana, es la ventana,

el muestrario del mundo al que hemos de volver,

estas palabras fueron escritas allí después que nos marchamos.

Yo continúo escribiendo en el lugar en el que ya no estamos,

son éstas las palabras que he robado,

las palabras que escribo por temor a decirlas.

Ésta es la ventana, desde ella he de mirar dentro de ti

hasta encontrar el sitio que tu silencio esconde.

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A MEDIA CUADRA

A media cuadra de ese lugar absurdo

en que la soledad se ha conformado

de muchas ausencias corriendo a perderse entre los transeúntes;

a media intención, con todos los deseos a medias satisfechos,

basta la pregunta menos certera.

Basta el más leve apunte, y comienza a dibujar en el dócil silencio que

/cortamos

una estación de trenes, tendidos como puentes falsos

hacia una república que sólo existe en fotos

o cuelga como un fruto

del árbol excesivo de innombrables recuerdos.

Intencional, nada sutil, el ojo clínico: la falda

antecediendo las insinuaciones eternas de la danza;

caminaremos unas cuadras no más, cantando solo en la intención

como quien retrocede.

En la cocina, el pisco sour seco como el silencio, los girasoles que sólo

/podré ver entre la niebla;

éste es el sitio, equidistante de todo,

el portero ausente de toda puerta posible.

No es que cante, sólo recuerda a todos como se quiebra el hielo,

como pueden quebrarse todos los emblemas,

todas las costumbres que sostienen nuestra soledad.

No es que cante, no es que su voz no alcance a llenar

ese vacío en que hemos puesto

a duras penas nuestro cuerpo salpicado de amarga cerveza;

no es, y no hay un silencio mayor.

No puede ser menos, se abre una ventana y aún existe otra, y aún;

vuelve a callar y puede que el humo sea

menos confiable y una sonrisa un triste argumento

donde coincidir.

Heriberto Hernández vive en el exilio desde 1997. Coordina el blog, La Primera Palabra.

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