lunes, 19 de mayo de 2008

"El Macho, La Selva Y El Periodo Especial"

El Macho, La Selva Y El Periodo Especial

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-------Por Camilo Loret de Mola


Quiso la suerte que me tocara compartir con Manelic Ramos Ferret mi primera visita a Santiago de Cuba, esa especie de musa criolla que alegró la vida de todo el que le anduviera cerca en los difíciles, especiales y habaneros años 90.

Ella, santiaguera de mucha alma y poco cuerpo, consagración de canela a falta de natillas, figura obligada entre nosotros, disfrutar de su guitarra, versos y escritos se convertía en un rito al que nos entregábamos gustosos, una vez extenuados de la cacería de difíciles y alados dólares o del naufragio diario en el agro mercado.

Manelic se fumaba sus pupilas, que como dos inmensos luceros, nos llevaban a trovar hasta el amanecer entretejiendo los bucles de la rubia cabeza de Fonseca.

Entre sus virtudes destacaba haber logrado publicar un magazín cultural de dudosa oficialidad, “Cubaneo”, que sin importar su exigua cantidad de ediciones, nos lleno los desvelos en las horas perdidas del laberinto habitual del apagón.

Este personaje asumió mi bautizo en tierras calientes y luego de horas de ensayos de cuanta catedral, plaza o puesta de sol conoceríamos, montamos juntos, con más bolsas que merienda, el carro de agua negra, que nos llevaría a sus predios de familia.

El camino de Santiago fue todo un carnaval gracias a ella. Sus ocurrencias, piropos a mulatas, cantos y declamaciones, nos hicieron olvidar lo sinuoso del trayecto, ella le puso brisa y alcohol al recape de las ruedas, además de su natural habilidad para remendar con cáñamo cualquier descosido del redoblante, que no dejó de repiquetear.

Fue tanto su empeño en alegrarnos la vida que cuando propuso paráramos todos en su casa, nadie se opuso, sería la consagración de las mareas, la luna llena imprescindible en enramadas.

Llegamos, su abuela, de la familia; lo principal, salio a recibirnos a la acera y luego de efusivas muestras de cariño la anciana nos aseguró que esa noche quedábamos en sus muros a probar su cocina divina y sazonada hospitalidad, que miseria entre muchos toca a poco, que burlarse del dolor hace florecer naranjos, pero entonces sucedió la tragedia.

La abuela, ente abrazos y revuelos de saya, le anunció a Manelic que en la casa, con ella, vivía un macho, confesión que provocó en Manelic una metamorfosis inmediata, Transformo en una especie de bestia que escupía improperios y espumas, pateaba el piso y gesticulaba como orate. Acuso a la abuela de loca, irresponsable, senil y cuanto adjetivo denigrante pudo recordar en ese estado de febril ataque.

En mi no cabía que un ser tan elevado y libre de prejuicios pudiera celar de esa manera el romance otoñal de su abuela, no lograba defender la menor de las coincidencias entre la poeta que iluminó el camino y el minotauro que ahora con bufidos de poseída y pasos de atleta olímpico, entraba en la casa.

Detrás corrimos todos, éramos fila, Manelic, sobrino, abuela y yo, disfrazados de mediadores, seguros del desplante que montaría y prestos a evitar que en su violencia repentina, echara del viejo castillo al intruso que, al parecer, perturbaba el equilibrio hogareño y se aprovechaba de una lujuriosa abuela, víctima de falsas pasiones de mancebos, en aquel país de pocas casas y muchas pretensiones.

La estampida breve terminó en la cocina, donde por fin y para mi total asombro, pude conocer al polémico macho.

En el espacio justo entre el inmenso óxido azul del refrigerador y las gastadas losetas del fregadero, reducido tras la endeble rejilla que servía de improvisado corral, un descomunal cerdo blanco, orinaba sonoramente, mientras con la punta de su hocico jugueteaba con los platos que, en equilibrio habitual y apilados unos contra otros, entrechocaban, mientras escurrían un destilado a base de agua, detergente y saliva de “macho”.

La abuela, a dos tiempos, esmerada en ocultar la marisma en que flotaban los plátanos y medusas del almuerzo de aquella especie de oso ártico, insistía en calmar a Manelic asegurándole que la bestia se llama Lorca en su honor, a lo que la mulata de mano en la cintura y sonrisa insultada, respondió con un ramalazo de verdor,

“Ese bicho de Federico lo que yo de puta”. . .

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Manelic hoy vive en España, lejos de su isla, sus poemas acusan una tristeza conocida para todos los que desde enfrente, en puntillas, tratamos de recuperar al menos, una brizna verde, aquí una de sus lágrimas.

A CUBA

A Cuba

Como cada vez mi pensamiento vuela

Un enjambre de abejas diminutas lo guía

Y una brisa de boleros a voces clamando

Su destino de sacrificio interminable

Ya perdido todo atisbo de avaricia

Diezmada la eficacia de mis sentidos

A Cuba vuelven siempre

mis ojos desgarrados

Un caminar y un caminar

Y unos versos de camino que apestan

a nostalgia.

Escojo el centro del patio y allí me planto

Junto al níspero y al abierto marpacífico

Miro la suerte de sus raíces

Los vestidos de sus estaciones

Y me siento encima la viudez de Cuba

Mi pelo cae en largos cogollos

Y mis pies se elevan con la hojarasca

Cegando la rebeldía del patio:

Yo solo tengo ojos para Cuba

Unos deseos como explosiones brillantes.

Huyo del sueno y de la mañana me salgo

Como el vidrio de su atmósfera

Para sus marañones y sus guayabas

Para sus mestizas razones

Alimento mi pájaro volador

Mis ojos sobre un mar extraño

Divagan pensando si el Caribe tan pícaro

Habrá colado alguna ola ...

A Cuba

Mis versos de camino apestan a regreso.

Manelic Ramos.

1 comentario:

  1. I agree with you about these. Well someday Ill create a blog to compete you! lolz.

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