jueves, 29 de mayo de 2008

Tres poemas de David Lago González, Camagüey, 1950, Cuba.

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Tres Poemas Inéditos de David Lago González, Camagüey, 1950, Cuba.

A Coruña

para Maruxa, una muller singular

Sangue é un delgado fío do mar que une dúas beiramars invisibles.

Sangue é curiosidade, misterio.

Sangue é precaución, é temor, receo.

Sangue é saber, mais tamén é non saber.

Sangue é descubrir, e sangue é defraudar.

Ó contrario do amor, a sangue é nunca ter ca decir “quérote”*.

Sangue é pertencer sen preguntarnos porqué.

Sangue é respirar o ar do un lugar endexamais visto

e sentir que respirase pola segunda vez.

Sangue é identificar o xesto do un morto en o ademán do un vivo.

Sangue é confiar e desconfiar.

Mais sangue é tamén coñecer.

Cuando amence, a sangue me levará ao porto

e o A Coruña eu verei o sol abrollar lentomente sobre a difusa ribeira do Camagüey.

*Juego de palabras alrededor de la famosa frase de la película “Love Story”: “...love is never have to say you’re sorry”. Aquí se diría: “blood is never have to say ”.

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Licor de herbas



    pra Antonio.


Xélido e ardente queima meu padal

este licor de herbas que escancio na túa copa

pra beber ás avesas o que en ela depositeu,

que, ardente e xélido, volve a miña boca

pra facer ezvarar novamente cristal abaxo

por esa gruta sem fin de túa carne branca.

E traspaso aquelo que eu sorbo,

e libo as paredes do alxibe,

aspiro o que en ti verto,

case sem fin, case sem fin, ata que oruxo e herbas do campo

fungense com dondo queixume, como porta

recentemente lubricada por o pracer doutra visita inesperada.

Ah, caraxo, qué ditoso seu, e qué ditoso fagoteu,

e qué contento danos beber sem beber,

e refrescar o que escalda, queimar o frío

dos labios de enriba aos abaxo,

e dos abaxo ós de arriba

cruzando a escuridade do ponte que se estende entre ambos.


Gélido y ardiente quema mi paladar / este licor de hierbas que escancio dentro de tu copa / para beber del revés lo que en ella deposité, / que, ardiente y gélido, vuelve a mi boca / para hacerlo deslizar nuevamente cristal abajo / por esa gruta sin fin de tu carne blanca. / Y traspaso aquello que sorbo, / y libo las paredes del aljibe, / aspiro lo que en ti derrocho, / casi sin fin, casi sin fin, hasta que orujo y hierbas del campo / gruñen con suave quejumbre, como puerta / recién aceitada por el placer de una visita esperada. / Ah, carajo, qué dichoso soy, y qué dichoso te hago, / y qué contento nos da beber sin beber, / y refrescar lo que escalda, quemar el frío / de los labios de arriba a los de abajo, / y de los de abajo a los de arriba, / cruzando la oscuridad del puente que entre ambos se tiende. (Traducción del autor)

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Los dictadores

(Tributo a Friedrick Reck-Mollecsewem, un caballero prusiano)



          En el restaurante casi desierto podría haberle disparado con facilidad. De haber tenido la menor idea del papel que esa inmundicia iba a desempeñar, y de los años de sufrimiento que iba a infligirnos, lo habría hecho sin pensarlo dos veces. Pero lo vi como un personaje salido de una tira cómica, y así no le disparé.

          En los consejos del Altísimo, nuestro martirio había sido ya decretado. Si en aquel punto se hubiera cogido a Hitler y se le hubiera amarrado a las vías del ferrocarril, el tren habría descarrilado antes de alcanzarlo.

                    Friedrich Reck-Molleczewen*

                  (de su diario "Tagebuch eines Verzweifelten")



Me es ajeno el alborozo de lo impune o lo punible.

Me es ajeno el ruidoso descorche de una botella de champaña.

Me son ajenos los recodos de una justicia oscura y tardía.

Si hoy estuvieras tú en el lugar del otro general,

me sería indiferente la suerte final de tu litigio:

un "sí" o un "no", la balanza

de esa ciega dama inclinada a la derecha o a la izquierda,

no van a hacer que el pergamino donde se escribió mi vida

se enrolle nuevamente para comenzar desde el principio.

Si mañana desaparecieras en la incierta sombra de lo desconocido,

no habré de sonreír ni de llorar, no saltaré de gozo,

no se humedecerán mis manos de alegría incontrolada;

cuando más, me echaré sobre el sofá, cerraré los ojos,

y por los párpados prietos pasará una imagen lejana, furtiva o lenta,

o tal vez se detendrá el mundo por unos pocos minutos,

pero no más: luego me levantaré,

me sacudiré el polvo del camino y volveré a mis quehaceres;

volveré a mi pequeña alegría,

a mi pequeño dolor,

a mi mísera espera.

He llevado la vida que has querido;

nada en mí ha sido una decisión estrictamente personal;

sólo he sido más libre cuando en tus cortas horas de desidia,

he hurtado de ese descuido algunos minutos para pecar

―y se entiende por "pecar" desde besar hasta codiciar el designio de un verso―.

La cicatriz en la rosa de mi pecho

quedará intacta cuando tú te marches.

No se borrará. Nada, nada se borrará.

Tu peculiar manera de desafiar la historia

saqueó las carnes de aquellas almas que puedas llevar sobre los hombros,

y de la equidad de ese peso ya te ha descargado la pubescencia del soñador justiciero.

Quedan los vivos, pero ¿qué son los vivos sin los muertos?

No me complazco en acariciar el verdugón,

pero sólo a mí me duele la cicatriz sobre la rosa de mi pecho,

y te la perdono. No te dispenso, en cambio,

del pánico disimulado de mi madre, y de mi padre, la lágrima del exceso

y el profundo silencio de la inutilidad de tu existencia.

Y qué son estas intangibles huellas frente a tu sagrada gloria.

Nada, nada se borrará.

Y la rosa de mi pecho perderá sus pétalos,

y la cicatriz quedará sobre la tierra

como el indescifrable jeroglífico de una civilización extinta.

*Friedrich Reck-Molleczewen falleció el 16 de febrero de 1945 de un tiro en la nuca en el campo de concentración de Dachau.

David Lago González vive en España. Coordina los blogs, Indicios de Desorden, El Penthause de Heriberto, Strawberry fields forever, you know, the place where nothing is real...

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