sábado, 24 de marzo de 2007

CHAGO ME PIDE UN CUENTO: Yo os escribo una Carta. Un Relato de Kike Turrón. Escritor del Barrio de Hortaleza. Madrid.


Chago me pide un cuento: yo os escribo una carta.
Kike Turrón.

Me he vuelto a encontrar con Chago (en su pasaporte Santiago Méndez, je, je) y me ha recordado lo que me viene pidiendo por correo electrónico desde hace meses.
Por correo me es fácil escabullirme y darle largas, pero en persona te atrapan más tentáculos y no mola quedar de bocazas.

Chago y Yoyo (Jorge, aunque nadie le llama así) son la cuba que conozco. Se produjo aquello de la montaña y Mahoma y, al no viajar yo a la isla caribeña, esta se encargó de arrojarme dos trozos bien significativos de su peculiaridad: El Chago y el Yoyo. Uno a la escritura, otro a la música, dos pedazos de cuba deambulando por este Madrid cada vez más triste, riéndose de lo que nosotros llamamos problemas y disfrutando de las ricas tapas y raciones que ofrecen nuestros bares. En el caso de Chago, siempre asegurándose que haya chancho en la comanda… me temo que es uno de los recuerdos que se trajo de su tierra, las muchas veces que escaseaba el cerdo.

Le da a la poesía, sobre todo.

Chago ha venido a vernos a un bar de Vallecas. Le mola mi grupo, los King Putreak. Yoyo toca (es bajista) con nosotros, a veces. El poeta, en cuanto puede, se escapa y se viene a nuestra actuación; se tira desde la prueba de sonido hasta que los vapores de la borrachera empiezan a difuminarlo todo. En la cena siempre pide chancho, si puede se pide su bocata, que con las tapas uno siempre se engaña y no da cuenta del hambre en su justa medida, en definitiva, que las tapas son más de charlar y beber y el bocata más de comer y Chago siempre tiene hambre.

Me habla de su recién estrenado blog digital, de las visitas que tiene, de los contenidos, relatos, poemas… y me pide que colabore con un relato, con un cuento. Por lo visto la peña quiere que todo el mundo sepa lo que están cociendo sus neuronas y abren sus diarios en la web… verás cuando se vaya la luz y nos sumamos en la más absoluta incomunicación.

Ahora mismo cumplo mis seis primeros meses de paternidad, eso si que es un estreno. Un bebe precioso, varón, flaquito y gracioso. Desde que nació he aparcado casi todos esos momentos en que me podía tirar horas delante de un puñado de frases, dibujando historietas con palabras, revisando trozos de relatos y añadiendo, retocando… nada, al bebé le gustan los brazos y es normal, aún no se mantiene erguido y el pobre se va de lado a la mínima intentona de alcanzar algún sonajero o peluche, que, por el momento, son sus más urgentes inquietudes.

Hace poco me ha llegado la respuesta al recurso que puse a la empresa que controla los parquímetros. Me multaron mientras dábamos a luz en la maternidad cercana. Noventa eurazos. Mandé papeles del hospital asegurando que estaba pariendo a esa hora. Me han dicho que vale, que me lo perdonan, que son razones de peso. ¡Menos mal!
Tengo otra causa pendiente con un juez. Éste me dice que a mi hijo no le puedo llamar Tom, que eso es un diminutivo y no vale, que o Tomás o Thomas. Pensaba yo (y mucha más gente) que ya se había acabado esa dictadura, que se podía llamar a tu churrumbel como te saliese del nabo… pues no, al menos en los juzgados de la calle Pradillo en Madrid. Me dijo la piva que si aquello parpadeaba en su pantalla del ordenador que había que consultar a un juez o jueza. De seis meses a un año tardarán en darme la respuesta. Ah, y me informó: “tienes que darme un nombre alternativo, si no, el funcionario correspondiente le pondrá uno a su elección”. Me quedé flipado. Pero la verdad que no tenía demasiado tiempo para cagarme en su burocracia desde mi limbo, abajo tenía aparcado el coche y el parquímetro corría y cada media hora tenía que bajar a añadir un eurito a la maquina. El pequeño Tom tenía apenas dos semanas de vida y ya me sentía estresado y vilipendiado por el sistema. Justo bajo y una chavala me esta multando… sacamos los sables: “mira, han pasado tan solo siete minutos del límite, estoy registrando a mi hijo”. Ella: “no, ocho, han pasado ocho”. Finalmente me ofrece la posibilidad de pagar seis euros y olvidamos la multa. Acepto, no me queda otro remedio… o si, pero lo mismo si la mato voy a la cárcel. Meto el billete y las monedas en un sobre y me dice que tengo un niño muy guapo, que mucha suerte.

Desde entonces, el tiempo, amigo Chago, ha tomado otra dimensión. Una dimensión que lo hace más breve de lo acostumbrado. Una hora ya no son sesenta minutos, ahora esa medida es un par de paseos por el pasillo, o prepararle un biberón y entretenerle mientras tanto, o bajar a comprar al super con él pegado a mi pecho mediante una ingeniosa sillita que me deja las manos libres. Una hora vale bien poco si le da por llorar o no se duerme a gusto. Y mira que, en la vida normal, una hora es bien poco.

Dejo la guitarra en su soporte tras probar el sonido en el bar, apago el ampli, miro la medida del micrófono y aparto a un lado el pedal de distorsión. Chago se me acerca con un tercio de Mahón en la mano. Chago es oscuro y malcarado, melenudo apretado. En un callejón oscuro y tenebroso estaría más en su sitio que en la sala de espera de un ambulatorio. Él admite que su aspecto despierta sospecha a la mínima de cambio. No se bien el motivo de su estancia en Madrid, seguro que me lo ha contado cientos de veces, pero yo me he quedado con el detalle del chancho. Chago está tranquilo si hay comida en abundancia.

Yo, sin embargo, no pruebo bocado antes de tocar. Esta vez hablo con Chago en un bar cercano al lugar de la actuación, mientras algunas migas del pan que cubre sus tres lonchas de panceta caen a su pechera en caída libre pero mullida. Se me cierra algo ahí dentro cuando tengo que actuar y me es casi imposible meterme algo que no sea líquido… y mejor con alcohol. Una cerveza, por favor… al pasar el camarero.

Chago es poeta, poeta cubano en el exilio. Me parece recordar que Yoyo me contó una vez que tenía problemas por asuntos políticos en su patria, que allá no gustaba oficialmente lo que él escribía. No lo recuerdo exactamente.

Se le nota que es cuba en cuanto abre la boca. Antes de la acción de las palabras, podría ser de muchos lugares. Digo yo que escribiendo le pasará lo mismo, la escritura disimula mucho el acento de cada uno, o lo puede simular o disimular…

La actuación no ha estado mal. A bar lleno me es difícil mantener una atenta charla, voy de un lado para el otro balanceando un tercio de cerveza fresca en mis manos. Es complicado concentrarse en algo. Pasadas unas horas (esta vez si pasan lentas, quizá demasiado) Chago me dice que nos vamos al coche a por unos “pasecitos”. Chago ya esta en situación… se que no ha olvidado el hambre, pero se que lo tiene bien distraído con el pedo que lleva… Me ha dicho en la prueba de sonido que fuma mucha hierba, mucha, mucha. No me dice nada del cuentecito que le tengo que entregar, el relato que le he prometido bajo palabra.

Esta noche es de copas gratis, rayitas generosas y caras sonrientes… en cuanto veo que hay hueco, me piro. Me subo en mi coche. Arranco el contacto y me empiezo a llenar de silencio… han sido unas cuantas horas (de las que duran mucho) de ruido, música, voces… me voy llenando de silencio y subo el escaso kilómetro y medio de callejuelas que hay desde el bar a mi casa. Entro en el portal. Llamo al ascensor. Entro en casa. Me desnudo y saco la ropa a la terraza para que el olor a tabacazo no inunde todo el salón. Me lavo los dientes. Apago las luces y me tumbo en la cama, junto a mi chica y nuestro hijo. Trato de dormir. Sigo dándole vueltas a lo que me ha pedido Chago… un día de estos me pongo con ello.

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Solo decir que prometo Respuesta...en breve, mi versión



L. Santiago Méndez Alpízar / Chago.

..........Y mañana: Domingos con: Caramelo






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