-
---------"Parábola del buen ser"
-
-
-
---Por Sindo Pacheco
-
-
-
-
-
Durante una semana los inspectores midieron, registraron, hurgaron y rastrearon cada organismo del municipio, con muy pocos señalamientos que hacer, lo cual se hacía notar en la sonrisa cada vez más complaciente del Inspector General.
El penúltimo día la comisión fue invitada a una cena de despedida en la residencia del alcalde, una casona colonial rodeada de árboles ornamentales y cámaras de vigilancia dispuestas por los alrededores.
La cena estuvo deliciosa, relajada, una repetición del año anterior y de los últimos diez años. Se habló de los avances del municipio, totalmente acordes con los logros del país durante el mismo período; y se hicieron notar algunos aspectos, los menos, sobre los cuales debía esforzarse la dirigencia local.
Esa noche, sin embargo, antes de irse a sus habitaciones para preparar el feliz regreso a la capital, el Auditor de Finanzas, llamó la atención del grupo, cuando catalogó de sospechosa la normalidad que reinaba en aquel sitio:
—Parece una paz artificial, como prestada o fuera de lugar. La gente asiente, obedece, aplaude, casi ni habla. ¿Nadie escuchó ninguna crítica al gobierno?
Los inspectores estaban obligados a recoger el estado de opinión de los pobladores con relación a cualquier tema de actualidad.
—Yo escuché algunos comentarios referentes al Cruce Bovino-Porcino-Caballar —dijo el Defensor del Medio Ambiente.
—¿Cómo cuáles? —preguntó el Inspector General.
—Por ejemplo, que cuando se pusiera en práctica tan extraordinaria genética, iba a haber tanta carne combinada, que nadie iba a saber qué hacer con ella.
—Estupendo comentario ése. Anótalo como anécdota curiosa.
—Yo también oí decir a un grupo que gracias a las infusiones, habían bajado de peso, propinándole una derrota al flagelo de la obesidad— señaló el Encargado de Agropecuaria—: pero uno de ellos dijo que el pueblo se estaba muriendo de hambre.
Hubo un pequeño desconcierto en los miembros de la comisión. Lo peligroso no era que la gente tuviera hambre, sino que alguien se atreviera a decirlo.
—¡Infundios! —señaló el Auditor de Finanzas—. Eso no es más que una campaña de nuestros enemigos para desacreditar la confianza en el liderazgo del país. Nuestro plan alimentario es de los más avanzados a nivel continental. El único detalle que realmente llamó mi atención fue la actitud pacífica, discreta, casi disciplinada, de cuanto perro vi merodeando la ciudad. Ni siquiera escuché un solo ladrido. Creo que habrá que felicitar al municipio por implementar la obediencia, la armonía, y la convivencia en esa especie inferior.
El de Agropecuaria estuvo de acuerdo con su colega. Eran los perros más humanos que había visto en su vida.
—Pues yo creo lo contrario —dijo el Prefecto de Asuntos Militares—. La función primaria de ese amigo del hombre, el servicio para el cual está predestinado es la vigilancia. Un perro que no ladre es como un fusil sin municiones, un centinela sin ojos, un ser inútil que contradice la esencia y el fundamento de ser. Únicamente una conspiración, un virus de nuevo tipo introducido al país por manos enemigas, podría justificar semejante conducta.
El de Medio Ambiente alzó su mano, visiblemente preocupado: ¿Y si ese virus letal se expandía a otros animales, cruzando géneros, especies, familias, incubándose, por ejemplo, en aves, reptiles, insectos, contaminando así la envidiable fauna del país…? Todo el entorno sería como una película silente sobre el suelo de la patria.
—Más que un acto contra el Medio Ambiente— señaló el de Cultura y Espectáculos—, sería un sabotaje a la nacionalidad. Dejarían de cantar los gallos, insuperable reloj puesto por la providencia en cada amanecer, faltaría el trinar de los sinsontes, el bramido del toro, el canto de las cigarras, la música de la naturaleza con sus increíbles arpegios desaparecía gradualmente. La poesía y la cancionística del país, portadora de ilustres rimas como monte y sinsonte, cigarra y guitarra, ladrido con gemido, habría que rescribirla pues las venideras generaciones jamás podrían beber en nuestras fuentes tradicionales.
—Bueno, bueno, bueno— lo interrumpió el Inspector General—. No hay que exagerar. Están haciendo una tormenta en un vaso de agua. Mañana veremos los pasos a seguir.
Los visitantes se repartieron por la ciudad, mientras el Inspector General se dedicó a empacar sus bártulos.
A las once y un minuto se hallaba
El primer informe lo hizo el Encargado de Agropecuaria. Se había cruzado con doce perros callejeros, los cuales habían mostrado la más absoluta indiferencia.
—Eso no luce nada interesante. Deben estar habituados al trato humano y, por su exquisito olfato, seguramente conocen a todos los moradores.
—Sí, camarada Inspector General, pero tampoco es menos cierto que soy un extraño en la ciudad. De cualquier manera debían por lo menos haber mostrado su asombro. Por otra parte, casi finalizando el recorrido llegué hasta un establecimiento estatal, cerrado por ser domingo, y un Pequinés, echado sobre sus patas traseras, no solamente no movió un solo músculo de su peluda anatomía, sino que luego de varios segundos ni siquiera se dignó a seguir los movimientos de este inesperado transeúnte.
—¿Podía hablar más directo, Agropecuario, dejarse de tantos floripondios de peluda anatomía ni inesperado transeúnte…? Ni que fueras el Delegado de Cultura y Espectáculos.
—Sí, camarada Inspector, el asunto fue ése, que no escuché el más mínimo ladrido durante mi extenso periplo por céntricas plazas y barrios marginales. Incluso, vi que entraban a los comercios, olisqueaban, salían, esquivos, obedientes, mirando todo en silencio como personas nobles y educadas.
—¿Usted quiere decir que los perros son como los ciudadanos?
—No, Inspector, al contrario, los ciudadanos son como los perros.
—Ese comentario es ofensivo, Agropecuario, puede ser analizado a otros niveles —lo amenazó el Inspector General.
El Prefecto de Asuntos Militares pidió la palabra y tosió dos veces para aclarar su voz.
—Mi recorrido arrojó el siguiente resultado —extrajo una hoja de su bolsillo y comenzó a leer:
PERROS CALLEJEROS
A menos de cinco pasos: 2 Ladridos escuchados: 0
Entre cinco y diez pasos: 7 Ladridos: 1
A distancias mayores: 5 Indiferencia total.
PERROS GUARDIANES
A menos de cinco pasos: 1 Reacción a mi presencia: ninguna.
A más de cinco: 2 Reacción: Indiferencia o apatía.
El resto de los miembros fue señalando cosas por el estilo acerca de aquel desconcertante proceder, y cuando ya eran las dos de la tarde, el Inspector General puso fin al debate, señalando que no había evidencias suficientes como para llevar el asunto hasta las altas esferas. Nuestros ministros estaban enfrascados en tareas de otra envergadura, para ocuparse de cuestiones tan irrelevantes.
Con eso concluyó la visita y emprendieron el regreso a la capital.
En Inspector General debía informar los resultados al Ministro de Seguridad, por lo que al día siguiente se dirigió a su despacho. En la garita de entrada fue recibido por los guardias del ministerio, cuyos perros ladraban amenazantes al recién llegado. Esto hizo recapitular al inspector, y cuando terminó su exposición al ministro y le entregó los papeles, le comentó el caso de los perros de Paraísa, como una anécdota graciosa para relajar la tensión del momento.
Sin embargo, el Ministro de Seguridad frunció el entrecejo, y lo hizo abundar en los detalles de tan extraña conducta, y el Inspector General, visiblemente perturbado, contó a su superior lo expuesto en este relato.
—Ordene recoger los perros de ese pueblo. Creo que hay gato encerrado, o mejor dicho, perro encerrado en este asunto —sentenció el Ministro—. Si descubrimos ese virus letal, habremos propinado una derrota humillante al enemigo. Presentaremos las pruebas en los organismos internacionales, lo cual nos dará un capital político nada despreciable, ¿no le parece, Inspector?
—Si usted lo dice, Ministro.
Inmediatamente la prensa divulgó la noticia de que un virus letal y sospechoso había sido detectado en algunos cachorros de la localidad de Paraísa, por lo que Salud Pública había tomado la decisión de examinar los ejemplares caninos de dicha localidad con la rapidez que ameritaba semejante caso.
En pocos días, tres pelotones del equipo de Búsqueda y Captura atraparon a los perros callejeros, un total de 39 y luego recogieron a las mascotas que totalizaron 245, con la promesa de someterlos a rigurosos análisis, y aquéllos que no produjeran resultados serían devueltos en la brevedad a sus legítimos dueños.
Seis camiones jaulas llevaron el cargamento hasta la capital. El personal de laboratorio del Cuerpo Nacional Antivirus, estaba impresionado con los animales, que llegaron apilonados en pequeñas jaulas, hacinados uno contra otros, pero sumamente tranquilos y felices, con sus miradas dulcísimas y mansas, casi agradecidas.
Fueron alojados en cómodas celdas y se les sometió a un régimen especial de alimentación, con doble ración de proteínas mientras diagnosticaban sus condiciones de salud. A partir del quinto día se escuchó por primera vez un aullido en aquel armonioso convento. Para el octavo día, ya nadie podía acercarse a las perreras, por la energía con que los canes mantenían su sostenido concierto de ladridos. No fue hallada anormalidad alguna en composición sanguínea, orina, heces, secreciones, ni ningún otro parámetro vital, salvo una prolongada anemia XY de tipo paralizante.
La semana siguiente fueron llevados de vuelta. Iban fajados por el camino, ladrando, gruñendo, atacándose los unos a los otros, exigiendo un lugar y un espacio a su perruno acontecer. El Ministro de Seguridad, por su parte, mandó a buscar al Inspector General.
—Increíble, Inspector, no había tal armonía ni sumisión. Los perros estaban paralizados por el hambre, una desnutrición acumulada día tras día, semana tras semana, mes tras mes. Lástima que no encontramos nada tenebroso. Hubiera sido un formidable argumento político.
—Olvidaba un detalle, Ministro. Durante nuestra visita, el Encargado de Agropecuaria comparó a la gente con los perros en la forma obediente que tenían de conducirse, opinión ésa incompatible con su cargo, y con la confianza depositada en él. ¿No va a tomar ninguna decisión al respecto?
El Ministro abrió los ojos, ante aquella revelación inesperada.
—Dígale que quiero verlo mañana aquí en mi despacho.
El Inspector General se despidió del Ministro, lamentando la suerte de su subalterno, pero satisfecho de haber cumplido con la patria, depositaria final de los afanes de sus hijos; sin embargo el Encargado de Agropecuaria, lejos de ser amonestado, fue ascendido a Consejero Principal. Su singular observación mostraba un área oculta en la relación del poder con las masas, los símiles y ciertas figuras literarias eran valiosos recursos para comprender y prorrogar la concordia, sobre todo con la galopante hambruna de los tiempos venideros.
Sindo Pacheco (Cabaiguán, Cuba 1956) Ha publicado Oficio de Hormigas (cuentos, 1990) Premio Abril a las mejores obras dedi
cadas a los jóvenes; y las novelas Esos Muchachos y María Virginia está de Vacaciones. Esta última recibió el premio latinoamericano Casa de las Américas, el premio anual La Rosa Blanca que concede la Unión de Escritores y Artistas de Cuba a las mejores obras dedicadas a niños y jóvenes, y el Premio de la Crítica a las mejores obras publicadas en Cuba durante 1994.
En 1995 recibió el premio Bustar Viejo, de Madrid, España, por su cuento Legalidad Post Mortem.
Cuentos suyos han aparecido en antologías del género en Cuba en diferentes revistas como Bohemia, Letras Cubanas, Casa de las Américas. Algunos de sus cuentos han sido publicados en México, Rusia, Venezuela y España. En 1998 la Editorial Norma, Colombia, publicó su novela juvenil María Virginia, mi amor; y en el 2001, su novela Las raíces del tamarindo, fue finalista del Premio EDEBÉ, y publicada por dicha editorial en Barcelona. En el 2003 la Editorial Plaza Mayor, de Puerto Rico reeditó su novela María Virginia está de vacaciones.
Imagen tomada de la Web.
Oye, gracias por la publicación. Un saludo
ResponderEliminarsindo
No, gracias a ti Sindo.
ResponderEliminarSaludos.