martes, 27 de noviembre de 2007

Alejandro García Caturla (Remedios, 1906-1940)

Contaba Lalo, que fue Barbero toda su vida, que una vez llegó un joven figaro a la casa de los Caturla, hoy día oxidado museo, y que le brindaron chocolate caliente, algún dulce. Una vez terminado el corte del cabello del señor Don Alejandro García Caturla, éste le dejó una generosa propina.
Al otro día, el barberito se encontró en la calle con el músico-juez, y, ingenuo, le saludó con efusiva confianza, tal vez con un compadre, alguna aproximación que Don Alejandro no estaba dispuesto a tolerar, y ante la cual eligió dejarle en claro a su nuevo estilista que, era éso y nada más: "usted me corta el pelo y yo le pago por su trabajo. Esto no quiere decir que seamos amigos"

Por alguna razón, ellos sabrán cuál, los viejos del pueblo, en general, no es que tuvieran una buena opinión del músico-juez. Me consta, pues en alguna ocasión intenté abundar sobre su vida. Una vida compleja y truncada de un par de balazos en una calle que ni siquiera a día de hoy lleva su nombre.

En un pueblo que seguramente no merecía ni su vida, ni su muerte.

Recuerdo pedazos de este texto de Carpenti
er escrito en diferentes espacios de la casa-múseo-Caturla. Lo reproduzco, pues por estos días hizo un años más de su asesinato.

Algo curioso, la música de Caturla, casi, no está grabada, en Cuba.

--


Alejandro García Caturla
Alejo Carpentier


Dos nombres dominan la música cubana de alcance sinfónico, de proyección universal, en los comienzos de este siglo, situándose en plano paralelo al de Carlos Chávez (en México), Blas Galindo, más adelante; y, dentro de una tendencia que ilustró de una manera particularmente genial, brillante, amplia, exhaustiva, Heitor Villa-Lobos, de quien hemos hablado en charlas anteriores. Esos dos hombres son Amadeo Roldán y Alejandro García Caturla.

Podemos decir que una conciencia musical nueva nace con estos dos compositores. Por haber sido contemporáneos, por haber aparecido en un mismo momento, por haber compartido ideas afines, se suele decir que esas dos figuras resultan inseparables. Sin embargo, una cuestión de tendencia y de cronología, no debe hacernos olvidar que sus naturalezas sean absolutamente distintas y que, si bien trabajaron en sectores paralelos, sus obras ofrecen características diametralmente opuestas.

Amadeo Roldán, ya lo dijimos, se había formado en el Conservatorio de Madrid, bajo otro tipo de enseñanza; en tanto que Alejandro García Caturla recibió lecciones y enseñanzas de quien era entonces director de la Orquesta Filarmónica de La Habana, el maestro español Pedro Sanjuán, y luego, de Nadia Boulanger. Nadia Boulanger es una de las figuras más ilustres de la música europea. Nadia Boulanger formó un número extraordinario de compositores, entre ellos al norteamericano, harto conocido, Aaron Copland.

Alejandro García Caturla llegó un día a París, ávido de completar su formación musical. Inmediatamente me pidió que lo pusiera en contacto con Nadia Boulanger; y Nadia Boulanger era una persona que dominaba cuanto pudiera saberse en materia de música y ahí están “Los madrigales”, de Monteverdi, grabados bajo su dirección, que resultan una de las ejecuciones más hermosas que se han hecho de música renacentista, para testimonio de ello. Nadia Boulanger, repito, le preguntó lo siguiente: “¿Está usted dispuesto a venir a dar su primera clase a las seis de la mañana? Pues yo tengo el tiempo sumamente ocupado”. Caturla le dijo: “Sí, a eso he venido; iré a las seis de la mañana a su casa”. Y después Nadia Boulanger, con esa generosidad maravillosa, esa mujer ejemplar, me llamó por teléfono por la tarde y me preguntó: “¿Su amigo Caturla tiene medios de pagarme las clases que le voy a dar?” Y yo le digo: “Bueno, no es que tenga muchos, pero creo que sí le puede pagar algo”. Dice: “Bueno, dígale que no se preocupe absolutamente por nada. Si él no tuviera medios de pagarme las clases, yo se las daría exactamente de la misma manera... Ahora, si él puede dar algo, que dé exactamente lo que él pueda, porque, en fin de cuentas, yo vivo de algo”.
Nadia Boulanger se encontró con Alejandro García Caturla, ante uno de los temperamentos musicales más fabulosos que haya producido nuestro continente. Un día me confió que pocas veces en su vida había encontrado un discípulo con semejante fibra. Es más, ni siquiera se dedicó, diríamos, a ejercer una labor pedagógica sobre él, sino que lo que hacía era muy sencillo; le decía: “Compóngame un movimiento sinfónico para la semana que viene y ambos vamos a leer ese movimiento sinfónico, vamos a criticarlo y vamos a ver qué fallas técnicas pueda tener”.
Alejandro García Caturla fue, además, uno de los temperamentos más curiosos que yo he conocido en mi vida. La primera vez que lo vi fue un día que me llevó un tiempo de cuarteto de cuerdas que había escrito, que se está ejecutando actualmente en todos los conciertos conmemorativos de su obra y que es, indudablemente, una página de una originalidad extraordinaria para la época, por una especie de inmovilidad, por una especie de ausencia total de énfasis, de pathos, en ese sentido, que era realmente una cosa excepcional en aquellos años
y me refiero ahora, probablemente, al año 1923 ó 1924. Alejandro García Caturla estaba estudiando la carrera de Derecho, con una inteligencia tal, que pudo, “por la libre” como se llamaba entonces es decir, sin seguir los cursos regulares, pero sí presentando exámenes, realizar en unos meses lo que otros alumnos de la Universidad, estudiantes de la Facultad de Derecho, realizaban en años. Era un hombre superdotado. Pero, a la vez, como un joven necesita llevar un poco de dinero en el bolsillo, se dedicaba a tocar piano en un cine de la esquina de Tejas por las noches. Y allí, viendo él mismo la película película que él desconocía, pues se ponía a tocar foxes, danzones, melodías; improvisaba, exactamente como hacían algunos pianistas de cine en la época, en el mismo ritmo de la película.
Graduado de abogado, su familia, a modo de recompensa por la rapidez con que había logrado la carrera y desconfiando en cierto modo de su vocación musical
no se veía que esa vocación musical, desde el punto de vista de ellos, fuera una cosa que les interesara enormemente, lo mandó a Europa, donde empezaron como dije hace un momento sus estudios con Nadia Boulanger.
Generalmente, el joven latinoamericano que llega a París se deja deslumbrar un poco por la capital. Pierde tiempo; pasea; va a visitar distintos monumentos; sube, incluso, a la Torre Eiffel. Caturla fue todo lo contrario. Se instaló en un pequeño hotel del barrio de Montparnasse, y se puso a trabajar con una regularidad absolutamente increíble, desde las ocho de la mañana hasta las ocho o nueve de la noche. Esto le permitió responder al encargo que le hiciera el joven director de orquesta francés Marius François Gaillard, de escribir una obra sinfónica para ser estrenada en la Sala Gaveau. Esa obra fue su “Bembé”, obra antológica, movimiento sinfónico de una fuerza, de una energía, de una cohesión singular, con la cual nuestra Orquesta Sinfónica Nacional inició sus actividades hace tres años.
A Alejandro García Caturla se le podía decir: “Escríbeme una obra sinfónica para dentro de dos semanas”. Él, como artesano consciente, con un espíritu artesanal admirable, se planteaba el problema y trabajaba. En París tuvo grandes amistades con los poetas del grupo surrealista. Hay una carta de él que yo publiqué recientemente en la Nueva
Revista Cubana, donde se hace mención de su amistad con el poeta surrealista francés, el gran poeta Robert Desnos después, héroe de la resistencia francesa, y donde Caturla cuenta cómo va a salir con él una noche para ir a ver una función del teatro yidish que estaba actuando en aquel momento en París.
Entre los encargos que se le hicieron en aquel momento, hubo el de dos melodías para voz femenina y piano. Me pidió la letra de ambas
mucho habríamos de colaborar, Caturla y yo; incluso, él ha dejado una ópera póstuma, que Erich Kleiber quería estrenar en La Habana, con decoraciones de Wifredo Lam, pero no se pudo realizar este proyecto por haber tenido Kleiber que regresar a Europa.

De ahí surgieron nuestros dos “Poemas afrocubanos”, publicados, desde entonces, por las ediciones de Maurice Sénart, de París. En la versión que vamos a oír, desde el punto de vista musical, es absolutamente perfecta la canta la soprano Phillis Curtin; sin embargo, no diré que la letra sea del todo clara en el sentido de que Phillis Curtin se está expresando en un idioma que no es el suyo. Vamos a escuchar ahora los dos “Poemas afrocubanos”, de Alejandro García Caturla.

MARI-SABEL

El solar se ha dormido
bajo su manta de tejas.
Sueño, calor y silencio...
En el patio una camisa ñáñiga
cuelga como un estandarte vencido.
Por la calle desierta
cruza la sombra de un aura
ebria de luz...

”¿Maní, maní... !”
Un pregón que se pierde
por la lejanía...

”¿Aé, aéee... !”
”¡Maní, maní... !”

Crujió
la puerta azul
y en la quietud del mediodía
apareció la mulata Mari-Sabel
haciendo danzar su chal rojo
como un fuego de Bengala.


(1927)

JUEGO SANTO

Ecón y bongó,
atabal de timbal,
ecón y bongó,
timbal de arrabal.

Rumba en tumba,
tambor de cajón.
bogue le zumba!

Ecón con ecón,
timbal y bongó,
tambor de cajón.

Por calles de Regla
lleva la comparsa
juego santo
en honor de Ecoriofó.

Farola en alto,
anilla de oro,
chancleta ligera,
pañuelo bermejo...

Ataron el chivo,
mataron el gallo,
asaron cangrejos,
sacaron el diablo...

¡Baila, congo,
ya suena el empegó!
Son toques de allá
Los cantos de Eribó.

Ecón y bongó,
atabal de timbal,
rumba en tumba,
timbal de arrabal.

(1927)

Una de las obras capitales de Alejandro García Caturla es, indudablemente, su movimiento sinfónico titulado “La rumba”. El título no debe llevarnos a engaño. No se trata, ni mucho menos, de un intento, diríamos, de adaptación folclórica a la orquesta, de un determinado giro popular. Lo que ha hecho Caturla, en esa obra de proporciones considerables, es llevar el espíritu de un género de música a los medios sinfónicos posibles. Se trata de una partitura para un considerable aparato orquestal, donde Caturla ha dado, realmente, su más alta medida de sinfonista. Igualmente, debe citarse su “Obertura cubana”, obra de un logro singular, donde utiliza magistralmente los medios de la percusión.
Las principales obras de Caturla son: las “Tres danzas cubanas”, para orquesta, breves, finas, admirablemente escritas, que le fueron publicadas en París y que constituyen la primera partitura de él que haya visto la luz en la prensa de un gran editor internacional; el “Bembé”, que yo he mencionado; “Yamba’ O, movimiento sinfónico; “La rumba”, de la que acabo de hablar; y una serie de partituras corales, de composiciones musicales sobre poemas escritos por Nicolás Guillén. Y, en conjunto, la obra de él, que incluye una serie de obras pianísticas
él era un excelente pianista, una serie de obras para diversos instrumentos, incluye, también, aquello que seduce siempre y atrae al compositor.
En una charla reciente oímos el “Chôros No. 7”, de Villa-Lobos, que es una magistral solución de un problema de escritura para un conjunto reducido. En disco, apareció hace pocos años una versión dirigida por Jorge Scipin, de la “Primera suite cubana”, de Alejandro García Caturla, escrita para ocho instrumentos de viento y piano. Esta versión en disco, que ha sido poco escuchada hasta ahora, es la que vamos a oír, con dos de sus movimientos: el segundo movimiento, titulado “Comparsa”, y el tercer movimiento, titulado “Danza”.

Octubre de 1965

Notas

1 Alejandro García Caturla y Carpentier acariciaron la idea de marcharse juntos a París, justamente por lo que representaba de escuela para completar sus respectivas formaciones profesionales. Las circunstancias hicieron que Carpentier viajara primero, en marzo de 1928. Poco después, se encontrarían en París (hecho al que alude Carpentier).

2 Alejandro García Caturla: Dos poemas afrocubanos. Mari-Sabel y Juego Santo, París, Éditions Maurice Sénart, 1929.

3 Estas piezas que se escuchan provienen de un disco titulado Afro-Cuban and Latinamerican Songs. Phillis Curtin, soprano. Gregory Tucker, piano. Cambridge CRS-203, 1953.
Tomamos los textos de Alejo Carpentier: Obras completas. México, Siglo xx Editores, t.I, 1986, pp.217-219.

No hay comentarios:

Publicar un comentario