lunes, 14 de marzo de 2011

Yunier H. Palao: poemas

-
-
-
-
Tres poemas (inéditos) de Yunier H. Palao
-
-
-

-Lo Verdadero

-

-Para Iván Grizzli

-

-


-

Allí estaba lo verdadero, lo contundente, el deslumbramiento de estos trozos de vidas definidos, tendidos a lo largo de los objetos. Una puerta se abre balanceándose hacia delante, hacia atrás, hacia delante, hacia atrás dejando pasar la luz opaca, de los cristales.

Luz, de silencio, luz que muere –o peor, que hace que muera el instante de las sonrisas.

Corto pedazos de pan. Pienso cuántos se han cortado con este cuchillo. Pienso en las bisecciones, pienso en las necropsias. Pienso. Todo es uno. Todo.

Pero allí estaba lo verdadero. Un hombre llora por la partida. Un muchacho alto sube al ómnibus y desde el asiento que da a la ventanilla puso sus manos encima del cristal oscuro. Aquellas manos humedecieron la superficie, dejando marcada la silueta que el aire borraba.

Todo se entrelaza, busca cauces por donde viaja lo observado, lo que se registra y queda así, de esa forma expuesto.

Pero allí estaba lo verdadero, claramente dibujado por gotas de sudor. La forma de la mano, determinada por momentos, momentos en Galiano, Ánimas, La Avenida del Puerto.

Momentos en que definíamos el litoral recogiendo piedrecitas, pomos para guardar poquitos de sueños.

Sueños que vienen del éxtasis que provoca mirar, la paz que emana de los ojos del mendigo, el profundo olor que desprenden los gatos cuando son aplastados en la calle.

Frente a mí ese color sepia, tierra tostada, por entre los nylon que guardan los huesos. Esos eran los tíos que no conocí. Huesos en nylon transparente de abono.

De nuevo alzo el brazo despidiéndome –no como el hombre que llora por la partida. Era otra la despedida, es otra. Las manos de mi madre humedecían el cristal del féretro en el que llevaban a la abuela, eran otras manos, pero eran las mismas, cientos de manos saludándose por última vez.

Sigo cortando pan, un pan para alimentar el hambre que da entregar un cuerpo a la muerte.

Sigo cortando pan en trozos iguales, rebanadas que se comen con la mayor quietud.

-
-
-
-

No persigo entender lo leído,

como tampoco quiero entender lo visto,

solo siento y llego,

llego.

En mí no hay sonido ni ruidos.

Nadie me habla,

nadie me dice los versos,

solo recibo impulsos,

fragmentos.

Veo lo mejor de la vida en gritos,

escribo bajo la presión de los lamentos.

A mi alrededor todo es desorden.

Las miradas no dialogan y la palabra se vuelve dura,

ataca.

Solo llego a recoger apuntes.

La pasividad del sol,

los plateados peces que brillan bajo la luz.

En mi cabeza hay mucho ajetreo,

no llego a organizar las ideas,

solo alcanzo a comprender voces.

-

Un hombre al subir al ómnibus golpea al chofer,

le fractura la cabeza.

Otras de mis camisas manchadas de sangre.

Escribo,

solo eso,

escribo.

El que lee podrá organizar.

Tarde en la noche un extraviado perro me acompaña,

no recuerdo el último que camino junta a mí.

Encuentro sosiego cuando busco en los recuerdos

las tardes en que mi madre me habla de su juventud,

su voz ya para siempre grabada en mis oídos.

Como cuando marcan a las vacas con yerros calientes.

Un imperceptible olor a cuero quemado se expande por los patios.

Algunas no llegan a dolerles,

cuando el hierro no traspasa la dura piel de los animales.

-

Aún cuando el dolor no se siente

su marca queda.

Los edificios se caen,

se vuelven polvo los objetos,

llegan a morirse las personas.

Pero unos siguen en contacto con cosas que no se sabe el porqué.

Que no entiende el estremecimiento que se siente ante lo desconocido.

El dolor funda lazos agradables

lazos indestructibles,

aunque parezca difícil

las marcas de la felicidad son como esos pequeños ríos

que sólo en primavera hacen sus crecidas

y se reverdecen las márgenes.

En cambio el dolor es inmenso

cuando esos ríos desembocan

en las salobres aguas negras de los océanos.

Saber que toda felicidad termina allí,

es un dolor que marca.

-

-
-
Vaciado

-

-

Veo a un niño que me recuerda a Ángel David, así debió ser en su infancia, así. Su cuello fibroso, lleno de venas, sus manos de dedos largos. Estoy regresando de mi segundo viaje. Nunca apareció, no dejó señales. Camino despacio atrayendo a mi interior todo lo que mis ojos ven y más lo que mis ojos se imaginan. Y tú no estabas presente, tú no fuiste a mi encuentro. Permanezco en el cuarto de alquiler, acostado boca arriba, examino estas paredes, recordando. En ellas hay manchas hechas por el agua que se filtra, hay también otras por los cuerpos sudorosos que se apoyan en ellas, marcas de los fluidos de la piel que tiembla. Que pudiera hacer para no perder tanto, para no quedarme vacío. Qué pudiera hacer. La camioneta va lenta, a través de los huecos que funcionan por ventanillas, veo los júcaros que se enlazan, es árido el paisaje, las piedras brillan entre el pasto seco. En aquellos días disfrutaba del amanecer, la luz inicia su viaje al país por aquí. La luz de las primeras horas nos iluminaba, fue así en dos ocasiones, saliendo del cuarto del alquiler, así quedas, en mi cabeza. Avanzo por la autopista camino a Santiago, me siento en el asfalto agrietado por los insistentes temblores. Todavía creo ver en algún momento tu rostro, al frente están las montañas, a un costado las casas de guano. Recuerdo el roce de las yemas de tus dedos saciando en mí cualquier ambición, despoblándome. Las yemas de tus dedos, el roce de ellas en mi rostro me vaciaba. Como cuando mi madre saca con una cuchara de aluminio muy gastada las semillas de las guayabas para hacer dulce. Ese dulce es delicioso, pero me produce dolor ver el montón de frutas en almíbar huecas, sin semillas, e imagino un país agotado, con seres indiferentes, y no es que se hayan gastado o que se escondan, es que hemos sido esterilizados. Lo mejor de nosotros fue vertido en praderas secas muy parecidas a las que observo, donde sólo se atreven a volar las aves negras, que se alimentan de lo muerto. Las manos que saben tocar aniquilan con amor.

-
-
-
-
-
YHPalo en Efory Atocha, Aquí.
.
-

No hay comentarios:

Publicar un comentario