lunes, 7 de marzo de 2011

Alessandra Molina: poemas

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Tres poemas (inéditos) de Alessandra Molina

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El guardián

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Dentro del barrio, entre las casas de familia, abrieron la explanada. Es la nueva oficina de leer direcciones, matasellos. Hacia el mediodía el cuadrilátero está lleno de bultos con anillos postales y ribetes de colores. Los envíos poco a poco desaparecen y las almendras que caen cubren el asfalto. Se ve al pájaro picar, a los destinatarios que han llegado tarde alzarse desconsolados sobre las cercas. La explanada está vacía, las oficinas cerradas. Alguien, ahora un hombre joven, vela ese espacio. La caja de las cajas, un cuadrilátero de sol, líneas que convergen y forman una incandescencia, fulgores de una promesa que podrían ser atravesados. El guardián va por los bordes, donde hay sombra, el hormigón está húmedo, las hojas amontonadas. Su silencio es el silencio de la tarde. Asoma por un ángulo, ve a los pasan y es él quien acecha. De pasos lentos, cada vez más estático, ni los colores del uniforme recién estrenado simularían la ráfaga de una sexualidad avivada por el tedio, el vacío, el dulzón bochorno de esa hora, y que se sabe presa.

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Patria del idioma

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El invierno no había terminado

pero en los árboles sonaba el corazón de una hoguera,

el rumor de los brotes que hinchan la vieja piel

y parten las puntas más finas de las ramas una a una.

Con sus alas, con su breve posarse,

con su pico y sus garras minúsculas,

los pájaros llenaban el aire del color y los fragmentos

de aquel fuego primaveral

que volvía a hacer sus primeros anuncios.

A semejanza, teníamos el ánimo de unos estudiantes extranjeros

que hubiesen llegado al país

un poco antes de la fecha acordada.

Sobre la mesa

los cítricos mostraban un lustre incandescente

que aquella mañana no nos parecía artificial. Convidábamos

y hasta hubo un momento de refutación poco solemne,

alborotada,

cuando alguien advirtió –se lo había dicho su madre-

que comer mandarinas en exceso

era causa de una enfermedad llamada escorbuto.

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El invierno volvió, arremetió,

el rumor de los brotes se apagó contra el viento,

los pájaros aparecían a deshora.

Sólo las frutas, con sus pulidos destellos

conseguían retener aquella promesa de la primavera.

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Primavera.

Mandarinas.

Escorbuto.

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¿Dé que gajo secreto, torcido y nudoso, colgaban las palabras?

¿Y hacia dónde colgaban con su error o su verdad?

Recordé con vergüenza tan fácil refutación,

y su madre que desde hacía años estaba muerta…

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Convalecencia

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Pasados varios meses crece el junco:

del norte le llega la humedad,

del sur una inflexión, el viento.

Este

papel, cabellos, las ciudades,

polvo astro tornándose al oeste. Remolinos.

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Seco el junco

se vuelve una varita, un arco, un garabato

antepuesto al paisaje.

Una mueca.

Traspiés en el camino del enfermo.


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AMolina en Efory Atocha, Aquí.
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Imagen tomada de la Web.

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