lunes, 9 de febrero de 2009

Poemas de David Lago-González

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Tres poemas (inéditos) de David Lago González

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--------El Hortelano



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----Tributo a Miguel Hernández

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Algunas tardes voy y me tiendo sobre la hierba del bosquecillo de

Pinar del Rey y un hombre que ha soñado con las aguas del mar

se me acerca como transparente, como espuma o como vaho de agosto,

acerrojado en ese olvido que viene con el paso de las estaciones

que se acumulan por años y tornan indiferente al aire.

¡Qué cruel es el hombre multiplicado por miles de hombres que

van perdiendo su sangre de eslabón en eslabón,

entre las voraces mejillas

que se disponen al superfluo beso del pasatiempo!

Tú, que has amado como pocos,

como se ama de veras: queriendo ser el cuerpo yacente de lo amado;

demasiado vehemente para ser recordado,

demasiado parco para el tributo numeroso,

te tocó vivir tus escasos años entre sonidos que el hombre y

el tiempo luego se encargan de atar a las tinieblas del

trueno que no debe ser recordado.

Se entiende que no enlacen sus almas al pasado que

fueron tu presente:tu verso es quedo y demasiado fuerte a la vez

y nadie puede sentir por ti el dolor de la cebolla al perder su piel,

tu piel. Sepas, Miguel, que algunas tardes voy y me tiendo sobre la

hierba y cuando apareces bajando esa casi imperceptible colina

que queda a mi espalda, me alegro de que te eches a mi lado y me

hables de la guerra.

Yo te comprendo: sé lo que es no ser escuchado.

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------Knut Hamsun

--------(Hambre)

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No eres perfecto: eres un inútil.

Escribes una línea,

y sin embargo no eres capaz de colocar el botón que falta a tu pantalón.

Una palabra te ilumina como el dedo de Dios,

pero no sabes partir la leña para el hogar

y ese pulgar divino no es suficiente para no hacerte morir de frío.

Miras a través de la cerradura cómo un hombre y una mujer se refocilan,

pero no ves en el espejo ni una sola figura amable para acompañar tu soledad.

Por unas monedas acarreas carbón y te inflama el calor de la estufa del sótano:

tu cara enrojecida parece la de un borracho

con la lucidez suficiente para almacenar palabras sin futuro.

Yo he visto a un hombre, como un perro, bebiendo de un alcorque

una temprana noche de invierno de 1982 en la calle de Canarias.

Y entonces pensé en ti; y entonces pensé en mí.

Pensé que si tal vez encontramos un trozo de papel podremos escribir un verso,

pero nadie nos dará un vaso de agua por lo que hayamos escrito.

Y eso se llama ser "perfectamente inútil".

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--------Puente en la Oscuridad

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------A Carlos Victoria

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Todo comenzó ya hace algunos años, bastantes y tan pocos.

Fue en una antigua provincia de ultramar: exótica

en la distancia, cuando te acercas vulgar;

de corto nombre que es susurro y es daga al mismo tiempo,

y también por etapas locas que vienen solas y se van siempre con algo tuyo.

Cumplías, y en mitad de la fiesta sentiste el dolor,

más que dolor, algo: un presentimiento que se hizo sangre en los labios;

y despediste los amigos, los refrescos se hicieron un caldo imbebible,

la tarta se fue volviendo viscosa y lenta como el asfalto un día inclemente del verano.

Te acostaste, y desde la cama supiste que ya los juegos nunca serían como antes:

de pronto te habías convertido en un viejo hombre y cansado.

Abrumado de la luz, como si ella no fuera para ti,

tuviste la certeza de que las próximas mañanas

serían la resaca de algo que no habías bebido, ni siquiera imaginado.

En aquel minuto en que lo festivo se convirtió en silencio,

cuando quedaste tan a solas contigo mismo

que podías sentir cómo iban dentro creciéndote los huesos,

desgarrando la sangre su cauce por la selva,

duplicándose la vida en una fuente inmóvil,

dejaste de interesarte por vencer su abismo.

Si aquello equivalía a buscar la liana resistente,

el árbol adecuado y de madera dura, talarlo, serrarlo,

y extender sobre la nada un camino, una línea que uniera el punto

de partida y el destino, buscarías mejor en la oscuridad un puente

ya transitado y llegarías al otro extremo,

lo que era igual a no haberte movido.

Fue entonces el momento en que moriste; no ahora,

ni mañana, ni después,

fue entonces aquél, cuando eras niño.

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Lo demás ha sido buscar el doble que vivía en ti, el que amaba hasta el

roce del amor cuando pasaba a lo lejos, el que no se agotaba en el odio,

el que pretendía la fuerza de la noche y lo simulaba,

el que fornicaba con brillo dislocado en las pupilas,

el que escribía versos que cada vez fueron pareciéndose más a su vida.

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Otros poemas de DLG., en Efory Atocha, Aquí, Aquí.

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David Lago González vive en España. Coordina los blogs, Indicios de Desorden, El Penthause de Heriberto, Strawberry fields forever, you know, the place where nothing is real...



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