lunes, 30 de mayo de 2011

"José Martí: el escritor y el apóstol"

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José Martí: el escritor y el apóstol
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Por José Miguel Sánchez/ Yoss
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Por su influencia en la historia, el pensamiento y la ética de Cuba, ninguna figura puede compararse con José Martí. Pocos cubanos pueden comprender cómo su Héroe Nacional, preclaro prócer independentista y escritor extraordinariamente prolífico, sea apenas conocido más allá de sus fronteras, sobre todo lejos de Latinoamérica, si en la isla todos desde pequeños dominan prácticamente cada detalle de su vida y decenas de citas de sus escritos y discursos.

Hijo de un valenciano, Mariano Martí, y una canaria, Leonor Pérez, José Julián Martí y Pérez nació cubano el 28 de enero de 1853 en la Habana Vieja, en una modesta casita biplanta de la calle de Paula, hoy convertida en museo. Desde muy joven fue lector ávido y alumno aventajado de Rafael María de Mendive, pedagogo heredero de las doctrinas humanistas de José Antonio Saco y Félix Varela. Su talento para la poesía lo evidenció aún adolescente, con su drama en verso Abdala, sobre un héroe nubio que pese a los temores de su madre toma las armas contra los invasores de su patria, aunque tal decisión pueda costarle la vida. El parlamento principal del personaje responde al credo independentista que guiaría toda la corta pero tremendamente fructífera vida de su autor:

El amor madre a la patria

No es el amor ridículo a la tierra

Ni a la hierba que pisan nuestras plantas

Es el odio invencible a quien la oprime

Es el rencor eterno a quien la ataca

Pero “Pepe” Martí no se limitaba a pergeñar versos incendiarios. Todavía jovencísimo, se vió envuelto en los violentos sucesos del Teatro Villanueva, cuando la soldadesca ibérica disparó a mansalva contra el público asistente a la función por corear lemas separatistas… y poco después, en 1870, una patrulla ocupó en su casa una comprometedora carta en la que llamaba sin ambages “apóstata” a un compañero de estudios por haberse unido al tristemente célebre Cuerpo de Voluntarios Españoles.

Por esta carta Martí y su amigo Fermín Valdés Domínguez fueron llevados a juicio, y el colonialismo peninsular tuvo por primera vez muestras de la entereza del que sería años después su principal enemigo: las letras de ambos estudiantes eran casi idénticas, tanto que los peritos grafólogos no eran capaces de identificar qué mano había escrito la carta, pero Martí se atribuyó toda la responsabilidad del hecho: Fermín fue condenado a seis meses de arresto mayor, él a dos años de prisión.

Solo tenía 17 años, era delgado y de baja estatura, y el presidio político en Cuba no era precisamente un juego de niños. Martí, cargado con pesados grilletes de hierro que le ocasionaron un varicocele que padecería hasta su muerte, picó piedras en las canteras de San Lázaro. Todavía hoy se puede visitar en La Habana la Fragua Martiana, interesante museo ubicado en la cantera que fuese lugar de trabajo y sufrimiento de Martí y de tantos presos políticos.

Allí estuvo a punto de morir de consunción. Por suerte, su madre movió sus influencias, y la pena le fue conmutada por el exilio. Indultado y más decidido que nunca a luchar contra el dominio español sobre su patria, Martí marchó llevando en su dedo un anillo hecho con el hierro de sus cadenas, primero a España y luego a los Estados Unidos, donde paradójicamente viviría la mayor parte de sus años este cubano por excelencia.

Durante los años siguientes, el joven independentista se ganó la vida de modos diversos: como diplomático, fue cónsul en los EUA de varias naciones sudamericanas y delegado a la importante Conferencia Monetaria de 1891.

Pero fue principalmente su incansable pluma la que le aseguró el pan en tierra extraña: escribió innumerables artículos sobre los temas más variados, desde científico-técnicos, como el automóvil eléctrico, hasta esotéricos, como la visita de Madame Blavatsky a Norteamérica, pasando por apasionantes crónicas periodísticas, como la del injusto proceso a los Mártires de Chicago en cuyo honor los trabajadores del mundo entero aún conmemoran el Primero de Mayo, y profundos análisis sociales, como los que dedicó al socialismo utópico y al marxismo, doctrina de la que desconfiaba profundamente, por más que hoy los estudiosos oficiales cubanos traten de ignorarlo.

Martí también escribió para niños: fue director-redactor de una revista infantil extraordinaria, La Edad de Oro, cuyos cuatro números reunidos, el primero de sus libros que todo cubano lee, incluyen apasionantes versiones de cuentos clásicos como El camarón encantado, versos bellísimos como Dos príncipes o Los zapaticos de rosa, y hasta artículos de divulgación histórica o científica, simples pero no ñoños, como Tres héroes, La historia del hombre contada por sus casas, Historia de la cuchara y el tenedor y Las ruinas indias

Tradujo magistralmente la novela Ramona, de la norteamericana Helen Hunt Jackson, y también escribió una: Amistad funesta o Lucía de Jerez, lamentablemente folletinesca en su argumento, aunque de prosa bellísima como todo lo que salía de sus manos.

Pero Martí fue sobre todo un poeta excepcional. Su obra la forman unos pocos libros: Versos Sencillos, Versos Libres y el tiernísimo Ismaelillo, dedicado a su único hijo, todos bendecidos con una vibrante luminosidad heredera de la mejor poesía española. Maestro de la métrica, se le considera uno de los primeros modernistas hispanoamericanos; Rubén Darío, que lo idolatraba, comentó adolorido su muerte en el campo de batalla cubano: “Maestro ¿qué has hecho?” lamentando que los afanes del independentista privaran al mundo de los versos del poeta.

Veamos si no algunos ejemplos de Versos Sencillos, cuartetas engañosamente simples que todo cubano recuerda, y que muchas veces hasta intercalan en canciones tradicionales como la celebérrima Guantanamera:

Mi verso es como un puñal------ Tiene el leopardo un abrigo

Que por el puño echa flor-------- En su monte seco y pardo

Mi verso es un surtidor-----------Yo tengo más que el leopardo

Que da agua de coral------------- Porque tengo un buen amigo

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Para el amigo sincero-------------------Por la tumba del cortijo
Que me da su mano franca------------Donde está el padre enterrado

Cultivo una rosa blanca
---------------De uniforme de soldado

En julio como en enero
-----------------Del invasor, pasa el hijo

Y para el cruel que me arranca
-----El padre, un bravo en la guerra

El corazón conque vivo
--------------- Envuelto en su pabellón

Cardos y ortigas cultivo-------------- Alzase, y de un bofetón

Cultivo una rosa blanca
-------------- Lo tiende muerto por tierra
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Yo sé de un pesar profundo----- Un rayo reluce, zumba
Entre las penas sin nombre
----- El viento por el cortijo

La esclavitud de los hombres
----- El padre recoge al hijo

Es la gran pena del mundo
----- Y se lo lleva a la tumba
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Yo soy un hombre sincero---------- No me pongan en lo oscuro
De donde crece la palma
------------ A morir como un traidor

Y ante de morirme quiero
---------- Yo soy bueno, y como bueno

Echar mis versos del alma
--------- Moriré de cara al sol
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Pero ese poeta sensible, ese hombre bueno y generoso, culto, trabajador, que ya se había casado dos veces y era padre de un niño que era la luz de sus ojos, tenía una gran pena en su corazón: Cuba no era libre. Como había hecho desde su más temprana juventud, como un obseso o un cruzado, puso cuerpo y alma al servicio de la organización de la que llamaba la Guerra Necesaria, la definitiva, la que triunfaría contra el yugo español como la de los Diez Años (1968-1878) había fracasado por rencillas regionalistas y caudillistas.

Buena parte de la extensa obra martiana (¡27 tomos!) la componen cartas incendiarias que llaman a la unidad y discursos casi barrocos por su sintaxis, como Nuestra América o Los pinos nuevos, cuya sincera retórica fascinaba y catalizaba a los cubanos exiliados, aunándolos finalmente en la herramienta ideal para la libertad: el Partido Revolucionario Cubano. Fundada en 1892, esta organización, con Martí como Delegado, jugó tan importante papel en el financiamiento y coordinación del esfuerzo bélico cubano, que los máximos líderes militares de la Guerra de los Diez Años, el recio Mayor General mulato Antonio Maceo y el Generalísimo Máximo Gómez, el dominicano que más ha hecho por Cuba, terminaron por reconocer que solo su Delegado, aquel hombrecito de aspecto frágil que nunca había estado en el campo de batalla, podía dirigir y poner de acuerdo a los cubanos.

Y Martí, sólidamente erguido sobre lo mejor de la tradición humanista de Occidente, parecía tener bastante claro qué clase de gobierno quería para su Cuba Libre. “Yo quiero que la ley primera de nuestra República sea el culto a la dignidad plena del hombre”; “Con todos y para el bien de todos”; “Ser cultos es el único modo de ser libres”; “La Patria ha de ser ara, y no pedestal”; “La mejor manera de decir es hacer” son algunas de las frases más famosas extraídas de sus inspirados discursos.

El ideario martiano, además del independentismo, el antirracismo y la plena igualdad de derechos entre hombres y mujeres, constaba de otro eje cardinal: su antiimperialismo. En su carta a Manuel Mercado, virtual testamento político, escribe: “Ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber, de impedir a tiempo con la independencia de cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, como esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy y haré es para eso. En silencio ha tenido que ser, porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas…”

Todo el que vivió en Cuba durante los años 80 recuerda bien esas palabras: constituían la presentación de cada capítulo de la famosa serie televisiva En silencio ha tenido que ser, sobre el trabajo de los agentes encubiertos de la Seguridad del Estado revolucionaria. Una vez más, una cita martiana era el espaldarazo idóneo para justificar uno de los oficios más detestables del mundo: el de espía.

El 24 de febrero de 1895, tres frenéticos años de recolectar fondos, comprar armas y organizar expediciones para hacerlas llegar a manos de los cubanos, la Guerra Necesaria estalló finalmente. Pocas semanas después Martí, Máximo Gómez y Flor Crombet desembarcaban temerariamente en Playitas de Cajobabo, desafiando la marejada. En su Diario de Campaña, su última obra literaria, el Martí barroco de los discursos en EE. UU. se metamorfosea en un sorprendente estilista del laconismo: “Al fin en tierra. Dicha grande”

Por varias semanas recorrieron los montes, revólver y machete al cinto, mochila y fusil al hombro, hasta encontrarse con Maceo y su tropa, en La Mejorana. Gómez, temiendo un encontronazo entre el caudillo militar por excelencia y el organizador máximo, había previamente concedido a Martí los grados de general, para que no se sintiera en inferioridad de condiciones. Pero el remedio parece haber sido peor que la enfermedad: Antonio Maceo, probablemente indignado o ¿por qué no? celoso ante aquel ascenso a su juicio inmerecido otorgado a alguien que nunca había demostrado su valía en el campo de batalla, cruzó palabras fuertes con el Delegado y…

Lo que ocurrió realmente es uno de los grandes enigmas de la historia de Cuba, porque faltan tres páginas del Diario de Campaña martiano. Las especulaciones al respecto son tan numerosas como los historiadores. Algunos dicen que el Mayor General llegó a ¡abofetear al Delegado! Otros que Gómez habría apoyado al recién nombrado general contra su admirado lugarteniente mulato, y que a la muerte de Martí arrancó las páginas para que aquella diferencia de opiniones no se convirtiese en germen de futuras discordias como las que dieron al traste con la Guerra de los Diez Años.

Pocos días después, el 19 de mayo de 1895 José Martí y Pérez se enfrentaba a su primer combate. Su jefe de escolta, curiosamente llamado Angel Perfecto de la Guardia Bello, un hombre bello y corajudo que amaba al combate tanto como a las mujeres, lo abandonó imprudentemente en la retaguardia para lanzarse contra las filas españolas, tras probablemente indicarle que permaneciera allí. Nunca se sabrá, porque murió en la acción.

Pero Martí, ansioso por demostrar su valor, desoyó la prudente recomendación del encargado de su protección, y seguido por su ayudante, Panchito Gómez Toro, el hijo del Generalísimo Máximo Gómez, sacó el revólver y cargó contra los españoles. La fatalidad lo acechaba: una bala hispana lo alcanzó en el pecho y lo derribó del caballo. Murió como siempre había querido: dando la vida por su patria, como Abdala, y de cara al sol. Panchito, que trató de recuperar el cadáver, fue también abatido por el nutrido fuego de fusilería del cuadro español, la formación habitual de las columnas peninsulares contra las cargas de caballería cubanas.

El cuerpo de Martí, recogido por los colonialistas y una vez identificado, fue apresuradamente enterrado sin mortaja ni ataúd. Luego se le conduciría a Santiago de Cuba, al cementerio de Santa Ifigenia, donde aún yace en el centro de un sencillo pero impresionante monumento, construido de modo que cada 28 de enero un rayo de sol toca el escudo de Cuba libre, la patria por la que dio todo.

Tras la muerte de Martí la guerra prosiguió con creciente ventaja para los independentistas cubanos, pero sin su genio político para encausar las victorias militares, y con Antonio Maceo también muerto poco después en combate, ni siquiera Gómez pudo evitar que una oportunista intervención norteamericana les escamoteara la victoria. Y la república que Martí había querido nació lastrada por la injerencia yanqui, con su constitución ultrajada por el infame apéndice de la Enmienda Platt.

Durante las primeras 5 décadas de esa república burguesa a la sombra de Washington, todo político, ya fuera liberal o conservador, invocaba las ideas de Martí, el Maestro, en sus demagógicas arengas. Las monedas y billetes cubanas llevaban muchas su efigie. Un halo casi de santidad lo fue rodeando: todo cubano creía que las cosas habrían sido diferentes si él viviese. Una cantinela popular decía:

Aquí falta señores una voz

Ese sinsonte cubano, ese mártir hermano

Que Martí se llamó, ay se llamó

Martí no debió de morir, ay de morir…

Hasta el punto de que, siguiendo a uno de los mayores estudiosos de su vida y obra, Jorge Mañach, muchos empezaron a llamarlo El Apóstol. Todas las escuelas tenían un busto suyo junto al asta de la bandera. En el Parque Central de La Habana se alzó una hermosa estatua suya de mármol, célebre porque su profanación por marines norteamericanos en los años 50 desatara una oleada de ira popular.

En 1953 se conmemoró el centenario de su natalicio de muchas formas: se emitió una serie especial de monedas de diferentes denominaciones. El presidente Fulgencio Batista construyó la Plaza Cívica, mejor conocida después de 1959 como Plaza de la Revolución, en la que al pie de un obelisco con planta en forma de estrella de cinco puntas, se alza una inmensa efigie de Martí pensativo en mármol blanco. El cineasta mexicano Emilio “Indio” Fernández filmó La rosa blanca, un biopic casi hagiográfico con un actor de asombroso parecido facial, aunque mucho más alto de lo que debió ser Martí en vida.

Y, lo más importante: Fidel Castro asaltó el Cuartel Moncada autonombrándose continuador de las ideas martianas, y llamándolo autor intelectual de la acción comenzó la lucha que seis años después derrocó a Batista.

Muchos años después, sus acérrimos enemigos políticos de Miami llamaron ¿paradójicamente? a una de sus emisoras más visceralmente anticubanas Radio Martí. Y a su proyecto de TV, Tele Martí.

Hoy por hoy, para la Revolución, Martí es el modelo, el inspirador, el ejemplo. Su vida y escritos se estudian casi con devoción religiosa. Sus defectos, que debió tenerlos como todo humano, son cuidadosamente minimizados o ignorados a priori como burdas calumnias: no es cierto que fuera un bebedor y que le apodaron Pepe Ginebrita. Tampoco que fuese un mujeriego impenitente y que María Mantilla, la niña a la que dedicó tan hermosos versos, fuese hija ilegítima suya. Ni que el actor César Romero fuese su nieto, también ilegítimo. Martí es perfecto, y sus frases son el non plus ultra de la sabiduría, sentencias inapelables… hasta cuando son apócrifas, como ese famoso “robar libros no es robar” que cada año muchos cubanos atrapados in fraganti en la Feria del Libro invocan como excusa definitiva.

Martí también es figura del enorme e irreverente acervo de chistes políticos cubanos. Unas veces se apela a su esencia como figura paternal, a la vez benévola y autoritaria, que revive para asombrarse, deprimirse, desentenderse o denunciar los errores de su supuesta continuadora, la Revolución; otras, a su omnipresencia para hilvanar gags mucho más irreverentes sobre borrachos o tontos populares.

En el 2003, el sesquicentenario de su natalicio fue celebrado con bombo y platillo, pero también con cierto desgano. Quizás porque el pueblo cubano, aburrido de la retórica demagógica de sus dirigentes actuales como ya una vez lo estuvo de la de liberales y conservadores, piensa que ya es hora de hechos y no de palabras. O sea, en vez de citar tanto al Maestro, imitarlo un poco.

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JMS/Yoss en Efory Atocha, Aquí.
Imágenes tomadas de la Web.
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5 comentarios:

  1. Un texto elegante y sobre todo oportuno de Yoss, un escritor cubano del cual hemos leído obras muy apreciables. Es oportuno porque, como señala razonablemente, José Martí es poco conocido fuera del ámbito cubano y latinoamericano, o al menos no es bien conocido en la esencia de su pensamiento y su obra.

    Sin embargo, quiero comentar algunos aspectos que a mi modo de ver debilitan este trabajo y el valor de su intención.

    -Panchito Gómez Toro, el hijo del Generalísimo Máximo Gómez, no murió junto a Martí, sino junto a Antonio Maceo, en el trágico y aleccionador combate de San Pedro, el 7 de diciembre de 1896.

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  2. -El concepto de imperialismo, aun cuando ha sido utilizado indistamente para referirse a las estrategias económicas y políticas invasivas a lo largo de la historida humana, es en acuñado en rigor por Vladimir Lenin para referirse a un fenómeno definido en el siglo XX. A fuerza de ser manipulado por las ideologías comunistas o marxistas (que no marxianas) para aludir sobre todo a EEUU, termina por ser ahistórico y encubrir la conducta imperialista que también tuvo el paradigma del comunismo mundial, la otrora URSS. No es que esté mal utilizado, es que no debiéramos hacernos cómplices de connotaciones reductivistas. NO a cualquier imperialismo, no solamente al norteamicano, sino también al que ideológica, política y militarmente ha representado la peor caricatura construida en la humanidad sobre sus aspiraciones de justicia y respeto al derecho ajeno; caricatura que todos conocemos y que sigue en funciones en Cuba, regida por un gobierno que ha hecho juego siempre al imperialismo de estilo comunista, y que dio su espaldarazo a la invasión soviética de Checoslovaquia, tan condenable como todas las invasiones norteamericanas. La única diferencia que ha puesto un límite a las soberbias, sutiles y vanidosas pretensiones de los líderes "socialistas" cubanos ha sido la carencia de los recursos materiales y militares para consumar una expansión internacional que a la postre hubiera sido otra expresión plena de imperialismo, por mucho que ha sustituido esa carencia con la diseminación de su doctrina a través del eufemístico "internacionalismo proletario". La alerta martiana lamentablemente no ha sido reconocida por gran parte del pueblo venezolano, y en general por muchos sectores sociales de Latinoamérica que a pesar de sustentar ideas y aspiraciones justas, humanistas, se han vuelto con un candor increíble y poco investigativo hacia el "ejemplo" de "Cuba" (reducido obviamente al símbolo que convencionalmente es llamado Castrismo).

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  3. -El famoso episodio de la profanación de la estatua de José Martí en La Habana por parte de unos marines norteamericanos, tuvo su origen en un fotógrafo cubano que "casualmente" ideó pagar 20 pesos a los dos marines, a los que vio transitar ebrios por el parque, cerca de la estatua en la noche, con el fin de obtener una imagen escandalosa, la que fue publicada y desató el episodio "casualmente" utilizado por Fidel Castro para hacerse notar en el ambiente político ce la época. Este dato lo confesó un periodista hace algunos años, ya en su vejez y quizá avergonzado de una imprudencia que, como se ve, ha sido manejada como símbolo de los tejemanejes politiqueros y sensacionalistas, más allá de intolerable presencia norteamericana en la isla. Vale mencionar esto, no como un error histórico en el texto de Yoss, sino para apercibirnos en el uso de los datos en las historias oficiales,siempre y en todas partes adoleciendo de manipulaciones.

    -Martí no fue un hombre perfecto, no lo es ningún ser humano. Someterlo a un juicio de valor de esa imposibilidad no es justo ni siquiera con su gigantesca dimensión. Por eso tampoco fue ingenuo cuando se lanzó a una labor tan ingrata y desafiante como organizar una guerra "justa" (¿acaso ha habido alguna que lo sea, ni siquiera cuando es emprendida como respuesta defensiva o en nombre del bien?), de modo que, al tanto de las ocultas maniobras de todo gobierno y toda empresa enfocada en la política, no ignoró la existencia de los brazos invisibles que han sido las labores de "inteligencia" a lo largo de la historia humana (quien lo dude, lea la Biblia) y creó la correspondiente sección en la guerra revolucionaria que aceptó encabezar. Sin embargo, el propósito de la "inteligencia" mambisa no es comparable con la labor insidiosa y represiva (aunque muy aventajada en sus aprendizajes de las tristemente célebres Stasi y KGB), que ha llevado a cabo la Seguridad del Estado del gobierno en Cuba ("Inteligencia" ni cubana ni revolucionaria).

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  4. Creo que lo primero es reconocer de una buena vez que Martí es nuestro verdadero poeta nacional y lo segundo es que defender a la Patria es también evitar que mueran hombres como él. Qué legado nos hubiera dajado si hubiera vivido 80 años como Tagore? Antonio Maceo: vailente, sí, héroe, sí, corto de miras, pues también!

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  5. Es verdad que las palabras sirven par decir todo lo que se le ocurra al dueño de ellas. Me alegra que se escriba sobre Martí y que se precise que es el apóstol de la independencia de Cuba e inspiración de los cubanos, por lo menos de los que realmente amamos a Cuba. No creo, a no ser que sea un chiste, que la foto sobre la estatua de Martí mancillada haya sido idea de un fotógrafo cubano y no la barbaridad de ese marine, que ni sabía que es lo que estaba haciendo, porque si se le para una de Washigton delante, se sube y la orina también, porque sabemos que los soldados americanos son...Ustedes saben.
    Y si, la guerra fue necesaria, y fue noble y rápida, los crueles fueron los españoles que prefirieron arruinar a la Isla y masacrar a su población que permitirle su independencia y soberania, a quién le importa ser una autonomía española, a quién le importa ser parte de la Unión Europea, eso es una estupidés mayúscula el pensarlo y mucho más el decirlo. Cuba siempre debió ser de los cubanos y estoy orgulloso de que así sea, muy orgulloso de la historia de mi país, a pesar de todos lo errorres que se hayan cometido. Es cierto que Martí no fue perfecto, coincido en que nadie lo es, pero dejó un pensamiento humanista sin comparación, lleno de amor, a pesar de continuar una guerra que por si sóla estallaría en cualquier momento, porque Cuba estaba decidida a expulsar a españa de sus dominios nacionales. Y mantendrá esa postura siempre hayan potencias con interés y deseos de dominarla.

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