martes, 17 de mayo de 2011

"Pingología básica cubana" por José Miguel Sánchez/ Yoss



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Pingología básica cubana
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Por José Miguel Sánchez/ Yoss
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A Elizabeth, a Abenábar, a Alina y a Zárate con quienes discutí el tema en una de nuestras deliciosas tertulias de los sábados por la noche. Mirén cómo puede uno ponerse serio y doctoral...
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Recuerdo bien que, allá por los principios de los ya lejanos años 80, estando aún en la secundaria, vi un día cómo mis compañeros de aula se pasaban de mano en mano, subrepticiamente y en medio de los turnos de clase, cierto libro misterioso.

Al lector compulsivo que ya entonces era le llamó sobre todo la atención cómo todos, incluso los menos aficionados a la literatura, se reían al leerlo. La intriga me mataba: ¿se trataría de una de esas novelitas pornográficas que a finales de los 50 escribía para la colección Molino Rojo el muy admirado, aunque siempre oculto tras su seudónimo Petit John?

No, parecía un texto editado por la Revolución. Yo ya tenía noticia de las luego muy buscadas ediciones cubanas de 1984 de Orwell y La nueva clase de Milovan Djilas, aparecidas a principios de los 60… pero aquel libro parecía bastante posterior. ¿Erótico, de humor, tal vez? Pero, entonces ¿por qué todo aquel clandestinaje?

Sólo al último turno del día mi curiosidad y mi paciencia fueron finalmente premiadas, y pude tener mis manos el volumen en cuestión. Entonces lo comprendí todo: sus páginas estaban llenas de malas palabras, pero no soeces ni gratuitas, sino colocadas donde debían estar, donde cualquier cubano las pondría al hablar.

Aquella novela que tan bien reflejaba el habla popular de la isla, sin censuras ni amaneramientos era La Odilea, de Francisco Chofre, deliciosa transposición actualizada de la inmortal epopeya homérica a la cubanísima ciénaga de Zapata. Todavía hoy recuerdo de memoria algunos de sus pasajes, cuya lectura convocaba inevitablemente la hilaridad de los jóvenes más o menos ingenuos que entonces todavía éramos. Uno de los más suaves era el de Telémaco diciendo “yo no me voy a fajar porque soy un poquito pendejo…”

El efecto de lectura prohibida que nos provocaba la obra del gallego Chofre, pese a estar editada oficialmente, se debía, por supuesto, al espontáneo desenfado con que dejaba a un lado las estrictas reglas que profesores y padres trataban de imponernos cotidianamente: “habla bien” “no digas malas palabras” eran frases que mis compañeros y yo estábamos más que cansados de oír.

Por lo mismo nos provocaban incontenibles carcajadas el simple hecho de buscar en el diccionario la palabra pinga y descubrir que así se llamaba la inocente vara con la que, por ejemplo, los chinos, llevaban colgados de los hombros toda clase de cargas; que singar era fundir metales y que templar era aumentar su grado de dureza, mientras que bollo no era sino un inofensivo panecillo… cuando nosotros sabíamos bien que sus significados cotidianos eran muy distintos.

Ingenuos juegos de palabras bilingües, como los de decir “canta una canción”[1] o “pistola rosada”[2] en inglés o “¿tu mamá trabaja”[3] en ruso, también nos convocaban a la hilaridad, como años antes lo había hecho el mucho más infantil de repetir rápidamente muchas veces la en apariencia inofensiva y por completo sin sentido palabrita “gapin”.

Lo mismo que tantos chistes de Pepito… como aquel inolvidable en el que, precisamente por decir “pinga” en clase, la maestra le exige que traiga al día siguiente a su madre o a su madre. Que resultan ser aún más mal hablados que él… con lo que la cantidad de “pingas” por segundo del cuento va in crescendo, hasta llegar al absurdo final cuando el hermanito, aún lactante, suelta el pezón de su madre para decir, mostrando la dentadura, y él también en el mismo espíritu: “¿Cómo pinga que no tengo dientes? ¿y qué pinga es esto, tú, so comepinga?”

Pero, y no entraré aquí a discutir si para bien o para mal, lo innegable es que hoy aquella magia semántica que convirtió a La Odilea prácticamente en un best-seller popular semiclandestino se ha perdido por completo. Tras un largo combate, las no muy bien llamadas malas palabras han ganado definitivamente la batalla, y acabado por jugar un papel insustituible, no sólo en el habla popular, sino también en lo que normalmente se considera directo reflejo de la lengua viva: la literatura.

Sin embargo, el que con antediluviana mojigatería, aún continúen siendo consideradas censurables y prohibidísimas en los medios de difusión sociales (televisión, radio y prensa escrita) ha generado una curiosa doble norma lingüística, que a menudo confunde lamentablemente a los extranjeros que intentan dominar el español “cubano” y que para muchos no es más que la enésima manifestación de la peor enfermedad de la sociedad cubana: la doble moral.

Porque no es cierto que el decir malas palabras en TV lleve a la total relajación de la moral y la pérdida de las buenas costumbres… que si así, fuera, la televisión española, especialmente esos shows de cotilleos como Aquí hay tomate, cuyos protagonistas pronuncian una notable cantidad de polla, coño y joder por minuto, ya habría hundido a la Península.

Pero ya se sabe, no es lo mismo en la madre patria que en nuestra patria de madre…

Ejemplos de equívocos y situaciones más o menos tragicómicos en torno a esta doble norma hay muchos.

Comenzando por aquella semilegendaria, y para muchos falsa, pero igualmente célebre anécdota[4] de Armando Calderón, el Hombre de las Mil Voces, soltando de los más orondo una mañana de domingo de los 80 en medio de su muy llorado programa La Comedia Silente aquel inolvidable “¡y esto es de pinga, queridos amiguitos![5]” que hizo aparecer de inmediato el patrón de pruebas en los televisores de toda la nación.

Más recientemente, el gran actor español Juan Echenove, de visita en La Habana e interrogado por Raquel Mayedo en el programa Contacto sobre cómo se sentía, soltó muy campechanamente “me siento de pinga” y ante la tímida protesta de la conductora televisiva, ruborizada de modo muy irreal, pero también muy políticamente correcto ante la palabrota, preguntó si había dicho algo malo, ya que los cubanos usaban aquella palabra para todo…

Tambien quisiera referir, de mi experiencia personal, y como reverso de la medalla, para ejemplificar la incomprensión nacional ante la mención por un extranjero de lo que a todas luces es una mala palabra “del cubano”, la de cierta despistada muchachita en una de aquellas madrugadas inolvidables de Festival de Cine Latinoamericano, en plena tertulia trasnochadora en el Bar Esperanza del Hotel Nacional.

Se conversaba sobre las bebidas favoritas de cada uno, y después de que algunos mencionaran exquisiteces al nivel del whisky Chivas Regal u otro whisky, el bourbon Knockando, otros el vino húngaro Tokay o el brandy griego Metaxa, una preciosa brasileña dijo en suave portuñol que “ella lo que le gustaba era la pinga”, que para los cariocas no es más que cachaza, aguardiente de caña… a lo que la joven farandulera, un tanto molesta, replicó que… bueno, a ella también le encantaba, pero ¡no era como para decirlo así delante de tanta gente fina!

Y es que en el lenguaje callejero cotidiano del cubano, la palabra pinga, que originalmente no fue más que una más entre todas las utilizadas para referirse más o menos eufemísticamente al miembro viril masculino[6], así como todas las voces de ella derivadas, constituyen casi piedra angular de la expresividad popular, verdadero comodín del diálogo, cuya mención, ¡cosa desconcertante para cualquiera no nacido y criado en la isla! lo mismo puede tener connotaciones positivas que negativas, según el tono y el contexto wen que se emplee.

Veamos si no algunas de las acepciones y expresiones de más frecuente uso:

-¡Pinga! como exclamación, simplemente, el non plus ultra de la emoción. Interjección bisílaba por excelencia. Se grita o ruge pinga (o cojones, según la preferencia personal por uno y otro órgano genital masculino) cuando uno se da un martillazo en un dedo, de esos ricos que hacen ver estrellas. ¡Ay pinga! O cuando el cuarto bate de tu equipo de pelota favorito se poncha con las bases llenas. ¡Manda pinga! Para inquirir qué clase de actitud es esa: ¿qué pinga te pasa?; describir que alguien dice tonterías: como habla pinga; o la más rotunda negación: no le voy a dar ni pinga; para decir que una persona no es de fiar: fulano es un pinga. Sirve además como palabra genérica, al igual que tareco, cacharro, cosa: ¿qué pinga es eso? Tráeme esa pinga que está allá arriba. Pero también, y algunos dirán que más lentamente, más bajo y más disfrutando cada sílaba de la palabra, se emplea cuando algo nos impresiona de modo en extremo favorable: en un grupo de amigos, ante el paso de una mujer de formas vertiginosas ¡esa jeva está de pinga!; ante la visión o para referirse a algo muy grande o muy sofisticado, como un supercarro o el último modelo de teléfono celular de Nokia ¡está empingaísimo! Hacer algo a puro valor, sin recursos: ¡a pinga limpia!

De ahí deriva directamente:

-¡Repinga! como evidente y comprensible superlativo.

-¡De pinga! Ya con el agregado de la preposición, la palabra más universal del cubano deja de ser interjección. Pero todavía conserva la mayor parte de su fuerza, tanto negativa como positiva, aunque siempre describiendo algo superlativo. Por ejemplo ¡de pinga el caso! suele referirse a sucesos desagradables: desde la muerte del padre de un amigo hasta la rotura del único pantalón que nos quedaba limpio cinco minutos antes de ir a la fiesta. Ponerse de pinga es sinónimo de montar en cólera o adoptar una actitud intransigente, negada a toda negociación ecuánime. Cuando te hablan de eso te pones de pinga. Indica también que la situación está complicada: la cosa está de pinga. Pero ¡de pinga! también está una mujer hermosa, un libro bueno, una comida sabrosa. Nada raro que los extranjeros se confundan: hasta los mismos cubanos, cuando no estamos siguiendo punto por punto el relato, dudamos por un momento.

-¡Pa´ la pinga! sigue teniendo carácter de exclamación admirativa que describe una circunstancia asombrosa o al menos notable. Pero mandar a alguien pa´ la pinga ya es un insulto al que ningún cubano que se precie de tal puede no responder, ya que implica que no hay solución negociada posible, que lo mejor es que uno se desaparezca. ¡Te vas pa´ la pinga, que no estoy pa´ti!

-En casa e´la pinga, usado como toponímico, implica distancia, difícil acceso, algo recóndito. Un pueblo perdido en las montañas de la Sierra Maestra está en casa e´la pinga. Pero también, como voz imperativa, conserva las connotaciones insultantes de la acepción anterior, aunque algo más moderada: no es tan ofensivo decirle a alguien te vas pa´casa e´la pinga como espetarle un breve y rotundo te vas pa´la pinga.

-Le ronca la pinga es algo extremo. A un hombre muy valiente le ronca la pinga. Una situación complicada o extraña: le ronca la pinga cómo se ha puesto eso.

-Dar pinga es expresión completamente cargada de connotaciones sexuales; más concretamente, referidas al coito. Para un hombre, copular sin mayores implicaciones sentimentales es simplemente dar pinga. Describir el encuentro con una mujer con las palabras le di tremenda pinga o le di pinga de to´s colores implica satisfacción por el propio desempeño sexual y nada más. Está buena pa´darle pinga es una valoración simplista del atractivo sexual de una mujer… siendo todas estas expresiones muy machistas, claro.

-Dar un pingazo es directa derivación de la anterior, si bien suele implicar mayor brevedad, un encuentro puntual sin consecuencias. Sin embargo, también se usa para describir un golpe o choque fuerte y doloroso. Iba en el carro y un camión me dio tremendo pingazo. Me fajé y me dieron un pingazo por el ojo que casi me dejan tuerto.

-Despingar, contra lo que muchos extranjeros podrían lógicamente suponer, no se refiere de ningún modo a la castración. Despingar a alguien es darle una soberana paliza. Despingarse o darse tremenda despingá es tener un accidente. La despingazón es una bronca tumultaria o gran catástrofe. Despingao está alguien cuyo físico es lastimoso. Está más flaco y despingao que el Quijote. Estar despingao (temporalmente) es no servir para gran cosa. La fiesta del sábado por la noche me dejó despingaísimo.

-Despingante, sin embargo es una especie de superlativo. Bueno, buenísimo, tremendo, despingante…

-Apingante, bien que de uso mucho menos frecuente, también tiene ese significado.

-Empingar es montar en cólera. Se dio tremenda empingá. Pero empingao, a la vez que califica a alguien en pleno ataque de rabia, puede también usarse como expresión de suprema calidad, y admite además superlativos. Bueno, buenísimo, empingao. Fulano es un socio empingao. Esa película está empingaísima.

-Pinguero, una de las más recientes acepciones, indica al prostituto masculino, que lo mismo le da pinga a hombres que a mujeres, con tal de que le paguen. Es curioso que, en el imaginario machista popular cubano el homosexual masculino activo o bugarrón, que sólo da pinga, no está tan despecrtivamente considerado como el pasivo, al que le dan pinga (o sea, acepta el coito anal pasivo). Y en general se considera que los pingueros pertenecen a la primera categoría… aunque ya se sabe que lo de pasivo y activo, como todo, es relativo. De pinguero, deriva, por supuesto, pinguear, para referirse a dicha clase de prostitución masculina tan frecuente en estos tiempos, principalmente con extranjeros.

-Pingón, obviamente, es una pinga grande. Nunca tiene otras connotaciones que esta, directa y sexual. Pero resulta muy interesante el que también, dada la curiosa ambivalencia de género del miembro sexual masculino en la cultura popùlar cubana, exista pingona.

-Pingú o pingúo define al poseedor de un pingón o una pingona, claro… pero, por extensión, sirve para describir al prepotente, temerario o que posee un valor por encima de lo corriente (también se usa cojonú) Como es lógico, existe también pingúa, para definir a las mujeres de armas tomar.

-Pingüencia es una actitud típica del pingú o pingúo; es decir, una temeridad o prepotencia total.

-Comepinga es el superlativo del casi aceptado comemierda, pero ya mucho más insultante. Estar comiendo pinga es estar en la bobería sin remedio. No comas más pinga con la pelotica y ponte a estudiar.

-Llevar con la pinga e´ palo a alguien es sinónimo de total intransigencia, de no dejarle pasar una, de encono y ensañamiento inclusive. En la escuela me están llevando con la pinga e´palo con los exámenes finales.

La pinga pa´ to el mundo! es el clásico “pitazo” o desafío general, al que se recurre cuando no se tiene miedo (es decir, se es un pingú o pingúo) y al no saber quien se burló de uno o lo agredió, se está dispuesto a enfrentarlos a todos a la vez… o al menos se fanfarronea ser capaz de hacerlo, claro.

La pinga pa´ cualquiera! es una versión del reto anterior.

La pinga pa´l que sea! lo mismo, aunque ligeramente más directa.

-¡Ni pinga! es también un grito de guerra, guapería indicando que uno no va a andarse con ningún tipo de contemplaciones o paños tibios.

A mí la pinga! tiene un tono de aviso: implica que a uno le da lo mismo ocho que ochenta, un acto de repudio que un homenaje, que crezcan los niños o los accidentes. Es la bravata clásica del desperado, que no tiene nada que perder y se lo advierte a los demás para que tengan cuidado con él.

-Me importa una pinga, además de ser versión algo más sofisticada de la fanfarronada anterior, implica total indiferencia, por supuesto.

-Me sale de la pinga es la versión cubana del clasiquísimo “porque sí”, una decisión tomada arbitraria y voluntariosamente (también de a Pepe Cojones) de la que no se está dispuesto a dar razones a nadie.

-Pinga y disgustos (otras veces y preocupaciones) es la cubanísima fórmula para tener contentas y tranquilas a las mujeres.

-Pinga dulce o pinguidulce (por pichidulce, mucho más suave) es el hombre que sólo piensa en dar pinga.

-Pinga y cepillo es el epítome de la indiferencia, que a uno le dé igual a todo: lo que es a mí, la guerra en Irak ¡pinga y cepillo! O también de hacer algo estúpido, pura tontería. Hecho a pinga y cepillo.

Por supuesto, con este breve y necesariamente limitada enumeración de palabras derivadas, usos y casos, el repertorio de posibilidades de este polisémico vocablo no queda agotado ni mucho menos. Pero tenemos la esperanza de que, al menos, pueda este pequeño artículo servir como una guía introductoria para quienes se adentran en el habla popular de la isla.

Porque, la verdad, es que llegar a hablar español como los cubanos ¡es de pinga!


[1] Sing a song; singazón

[2] Pink gun: pingón.

[3] ¿Tu mama rabota?

[4] Un italiano, diría “se non é vero, e ben trovato”: si no es verdad, está bien inventado. La historia es tan rica que si no ocurrió realmente ¿qué más da? Igual la van a seguir contando.

[5] Ya se ha convertido en expresión popular por derecho propio, por cierto.

[6]Con permiso de San H. Zumbado, que en risa esté, algunas otras son: rabo, mandarria, cabilla, tranca, mandado, barra, morronga, machete, cabia. También, aunque sin llegar al refinamiento metafórico de los chilenos, que lo llaman “cabeza de bala” o “chino tuerto”, muchos recordarán ese chiste que se remonta a los años del regreso de los primeros miembros de la Comunidad Cubana en el Exterior, y en el que se hace referencia al pene como “un gusano con dos maletas”. Una nada despreciable lista para sumar a los culteranos y universales verga, falo, méntula, príapo, etc.


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JMS/Yoss en Efory Atocha, Aquí.
IImagen tomada de la Web.
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2 comentarios:

  1. Esto es muy bueno Yoss, se vacila hasta la pinga

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  2. Wow Yoss!!! Que bueno después de verle tanto en las calles de la habana descubrir el poder y la magia que tiene para escribir. Felicidades, he disfrutado mucho éste y otros artículos? seguiré revisando este sitio para mantenerme al tanto de sus letras.

    Tony
    tonyochun@hotmail.com

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