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Una muerte más: ¿otro canto de amor por la Revolución?
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Por L. Santiago Méndez Alpízar / Chago
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La muerte de un hombre desconocido, pobre, negro, preso, significa poco hoy día. Todo el siglo pasado y el que llevamos Ikú ha sobrevolado los deseos y anhelos de estos hombres. Mientras escribo, propósito insignificante frente a la impotencia, la rabia que siento. Seguramente estén muriendo por minas antipersonas, guerras, esclavitud, inanición involuntaria, prisión...
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(La política exige altas dosis de indolencia. Si se es caudillo y a la diestra del Caudillo, supongo que el recurso primero sea el de helar el corazón)
Mantener cualquier signo de diferencia a raya, bien controlados los salidos de horma. Bien castigados, difamados, aniquilados los contrarios. Culpar al enemigo que te venció, por goleada. Al mismo que siempre has tenido para responsabilizar los atropellos que acopias por días, horas, minutos. El subdesarrollo que no eres capaz de superar, aun cuando has estado subvencionado, y lo sigues estando.
Racionalizar, ya no los productos que no vas a proveer, sino el pensamiento de cada individuo.
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Poner fuera de la ley a todos; fácil manera de tenerlos a todos siempre a disposición de la ley.
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A un viejo guerrillero no se le hace una huelga exigiendo las mismas condiciones que le brindó un Dictador a otro Dictador.
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Mira que ocurrencia, pensaría Raúl Castro, máximo responsable de la muerte de Orlando Zapata Tamayo: negro, pobre, preso de conciencia cubano dejado morir por reivindicar los más elementales derechos de un ser humano. Los mismos que padeció el gran Dictador cuando fracasó en su asalto a un cuartel en Santiago de Cuba. No pedía nada extraordinario el señor Orlando Zapata. Exigía lo que conocía por las fuentes originales, lo que las escuelas del gobierno de los Castro enseña.
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Pedía que lo trataran como a un ser humano.
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Y lo dejaron morir.
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No les importó.
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Más de 80 días muriendo: y lo dejaron morir. No les importó. No nos importó.
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2
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No hace mucho yo escribí sobre una mujer que se echó a morir por un mes en un aeropuerto de una isla canaria. Yo hablaba de su dignidad que no dejaba pisar. Exigía la mujer el derecho a regresar a su país, a su casa. Narraba los ofrecimientos que el ingenuo ministro de relaciones exteriores de España le hacía.
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Contaba cómo ella los rechazaba y seguía exigiendo lo mismo: regresar a su casa.
Y aun cuando fue todo un mes de no ingerir más que agua con azúcar, no faltó nunca un seguimiento diario de su estado por parte de los medios, de las personas afectadas, los interesados que se hacían eco, compartían un S. O. S. rotundo, una verdadera intención de llamar la atención de todos.
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Orlando Zapata fue muriendo mientras muchos sabían que no cejaría en sus exigencias, y lo demostró.
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Pero la culpa podría repartirla entre muchos.
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También cuando sabemos que fue el gobierno, su presidente Raúl Castro, el máximo ejecutor.
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El señor Zapata en definitiva murió por mi ausencia. Por reclamar lo que no fui capaz, o si lo hice, al final, lo abandoné. Le dejé morir de alguna manera conscientemente.
Por ello igual no es aconsejable llenarme la boca con palabras grandes. Si en vez de hacer patria con mar por medio hubiera tenido el decoro de exigir nuestro derecho universal a vivir en nuestra propia casa, tal vez, entonces, el señor Orlando Zapata no estaría muerto.
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3
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Inmersos como estamos, según dicen. En intercambios culturales entre culpables: Cuba & EE. UU. Me pregunto si otra vez saldrán a firmar cartas de apoyo a los dictadores por notables artistas afines al régimen. Me pregunto, o lo espero, que no estoy seguro. Algún otro canto de amor por la revolución, tal lo hicieran en Caracas al otro día del hundimiento y muerte de los embarcados en el remolcador 13 de Marzo, Silvio Rodríguez, Carlos Varela, Amaury Pérez...
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Y me pregunto, también, qué van a decir si les piden que la firmen (la Cartica) de una manera personal. De tú a tú con los Dictadores.
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No, no es que yo esté esperando de ellos lo que no hice.
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Es que siempre resulta curioso el montón de eufemismos que se dicen cuando hay que limpiar la sangre que los Castro generan.
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Foto tomada de la Web.
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24/02/10
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Verdad que somos todos un poco culpable. Pero no me explico como dejaron morir a una persona tan joven de esa manera.
ResponderEliminarTampoco me explico por qué no pudieron evitarlo, aún no tenía ni hijos y era muy joven, y el dolor de su madre, además de todas las razones de su protesta, por eso entiendo cuando dices, Chago, la impotencia que se siente y es cierto uno asume un complejo de culpa, de pensar que este mundo civilizado no alzó más la voz para pedir que se evitara, que nosotros no dijimos al unísono no lo dejen morir y ya no queda otra cosa que esta tristeza, un abrazo
ResponderEliminarLibertad para los presos políticos cubanos. ¡Ya es hora!
ResponderEliminarUn abrazo, hermano. Mis respetos por el fallecido, su familia destrozada, la causa. Yo no me siento culpable de nada; por sobre todo lamento el papelazo que hemos heredado. No tenemos ni contrincantes dignos, para qué jugar su juego de terreno marcado... y seudo-árbitros. No disfruto viendo a nadie inmolándose, menos imaginándole en los murales más oportunistas de nuestros días entre el revoloteo garrapatoso de los elegidos equiparándose en titulares, comunicados de prensa y actos póstumos inútiles, vergonzosos.
ResponderEliminarNo eres culpable de nada. Cuídate, hay muchas cosas buenas que hacer y disfrutar todavía.
Otro abrazo.
En efecto Shago, todos somos un poco culpables, el silencio, la no participación de una u otra manera en la triste realidad de nuestro país, nos implica inexorablemente en su muerte, tenemos que condenar con constancia todos y cada uno de los movimientos del régimen para que el drama humano de la isla no caiga en el olvido, hace mucho tiempo que sabemos que las medias tintas con el castrismo no valen, ellos nos posicionan con su actitud implacable contra cualquier disidencia. Mi pesame a la familia y un gran abrazo.
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