martes, 9 de febrero de 2010

Leo Castillo: "La República sin Poetas"

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La República sin Poetas
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Por Leo Castillo
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El rechazo heraclíteo de que Platón se hace eco, respecto de la imposibilidad de regentar una república bien concertada en que los poetas gocen de algún ascendiente, y cuya trayectoria casi ininterrumpida a lo largo de la historia podríamos hacer llegar hasta la archifamosa frase de Goebbels (“cuando oigo la palabra ‘cultura’ saco de inmediato mi revólver”), podría no carecer en modo alguno de fundamento. Proponer o discutir su legitimidad es el propósito de las líneas que siguen.
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Empezaré admitiendo que si bien la breve ráfaga de Goebbels podría venir aquí un poco traída de los cabellos, toda vez que no se refería el censor explícitamente a los poetas, y su motivación no condice con los escrúpulos de Heráclito ni Platón, siendo muy otro el escenario (más “abstracto” en el alemán) y apuntando a otros intereses su intención. Pero no parecería ya tan arbitraria, forzada, si se tiene en cuenta que se trata de un veto que, dirigido a la intelligentzia, cobija por igual a todos los representantes de la creación artística y del pensamiento, que no resulta fácil, a menudo, deslindar filosofía y literatura. Pero ciertamente deseo referirme a un aspecto particular, de modo que puedo sin empacho expulsar a Goebbels del radio de mis preocupaciones.
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Que yo sepa, el reparo ha tenido su origen en los fragmentos 105 y 56 del pensador efesino. Transcribo: “En cuanto al conocimiento de las cosas visibles, los hombres son engañados como Homero, quien sin embargo era el más sabio de todos los helenos. Pues también a éste engañaron jovencitos matadores de piojos, cuando decían: todo lo que hemos visto y apresado, lo soltamos; mas lo que no hemos visto ni apresado, lo llevamos con nosotros.” Y “Homero es un astrólogo.”
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A mi modo de ver, la prevención es la misma que en Platón. Me permito algo de hermenéutica: Heráclito me dice que Homero se engaña, víctima de las fantasías de jovencitos matadores de piojos, a mi ver, crédulos, supersticiosos que refieren a un abigarrado cardumen de deidades (lo que hoy llamamos paganismo) las causas últimas del cosmos y sus fenómenos, en contra de la evidencia (“lo que hemos visto y apresado lo soltamos”… “ mas lo que no… lo llevamos con nosotros”). De este modo, Homero reproduce la credulidad irracional de la plebe, a lo que apuntaría la evidente denuncia de superchería en el fragmento 105 “Homero es un astrólogo” (Homero ciego, ajeno a la ciencia, a la razón.)
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Platón, que se ha detenido a escudriñar al efesino, habría reproducido de éste la vieja prevención.
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Lo cierto es que hoy resulta impresentable agobiar los hombros del lector con el pesado palanquín del panteón grecorromano, como no tiene empacho en hacerlo el buen Horacio de las Odas. (“las alegres danzas de las Ninfas ─hijas de Nereo y Doris─ con los Sátiros ─divinidades campestres, medio cuerpo de hombre y medio de cabra─ me apartan del vulgo”; “si Euterpe ─una de las Musas─ no me niega su flauta, si Polimnia ─otra de las Musas─ me consiente pulsar la cítara de Lesbos”: Oda A Mecenas; “Así la diosa reverenciada en Chipre ─Venus Afrodita, nacida de la espuma del mar─ , así los hermanos de Helena ─los Dióscuros, convertidos a su muerte en la constelación de Géminis─ , dirijan tu curso… la escuálida palidez, y las fiebres antes desconocidas, se esparcieron por la tierra, y la muerte inevitable ─los males encerrados en la caja de Pandora─ … Dédalo ─padre del primer parapentista Ícaro─ se arrojó a volar… y el infatigable Hércules descendió al Averno”: Oda A la nave que conducía a Virgilio a Atenas.
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Naturalmente, el provecto descrédito de los poetas, y la trágica expulsión de la república ideal, tendría origen en la fatal invocación Homérica “Canta, oh Musa, la cólera del pelida Aquileo…”. Imaginamos al vate de rodillas, rogándole a la diosa le dicte los hexámetros que de tan buen talante recogerá para un crédulo rebaño. Es ya la tradición del autor que sin la inspiración ─ese misterioso trance, absolutamente desconocido del mortal común─ se hallaría impotente ante la página en blanco. Salvo que corren otros tiempos, y el temible ejemplo de Balzac, productor industrial de la literatura, “notario de las costumbres buenas y malas de su tiempo”, quien afrontando un pasivo de 16.206 francos con 43 céntimos, debiendo 40.000 francos a su familia y 6.000 a Berny, exclama: “¡Mientras haya frascos de tinta de donde sacar novelas!”; este mentado Balzac del que cuentan que “alguna de sus narraciones… la compuso de un tirón, a vuela pluma, en el pico de una mesa de billar, entre tacada y tacada, y sin dejar de hablar con sus amigos”; (*)
este hereje, este infiel del culto del apolíneo estro, desmitifica con su cachaza el sacrosanto enthousiasmos de los obreros de la gaya ciencia. Recuerdo que Camilo José Cela, en un rapto de honestidad paradigmático, concede: “El Dante me carga”.
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Reconozco, algo compungido, haber odiado irremisiblemente a Platón. Estimaba que sus escrúpulos, la segregación a que sometía a mis amadas sombras en el desierto de mi vida disfuncional (“Retirado en la paz de estos desiertos/ con pocos, pero doctos libros juntos/ vivo en conversación con los difuntos/ y oigo con mis ojos a los muertos…”, Quevedo) eran poco menos que una pose. Hoy valoro la pertinencia de su actitud, que pues la hallo justa en tanto apunte a la desviación de una sana y certera visión del mundo, a un extravío en las nebulosas de la credulidad más simple, enemiga de la objetividad y la ciencia, ajena a la razón. Mas me cuido mucho de descalificar el legítimo recurso de toda tradición cultural en los menesteres de la estética; emplear el concepto Dios, por ejemplo, no impone necesariamente una fe. Es un recurso cultural en el poeta, no necesariamente creyente. Y al cabo, estoy gozosamente dispuesto a padecer el exilio de esa república sin Villon.
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(*) Rafael Cansinos Asséns, prólogo a Honoré de Balzac, Obras completas, pág. 36, tomo I La comedia humana, Aguilar, primera reimpresión, Madrid, 1971.
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Otras colaboraciones de LCastillo en Efory Atocha, Aquí.
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Imagen superior tomada de la Web.
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