lunes, 14 de diciembre de 2009

Octavio Armand: Poemas

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Poemas (inéditos) de Octavio Armand
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-----------Naturaleza muerta
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__ ¿Quieres que vuele? ¡Vuelo!
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La imagen lo mira atentamente, como si lo escuchara con los ojos.
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__ ¿Quieres que me arrastre? ¡Me arrastro!
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La imagen se acerca, lo roza, le pasa un trozo de hielo por los labios con los labios.
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__ El caracol tiene un solo pie y camina, se dice al oído, empañando con su aliento el espejo que lo retrata para que él pueda retratarse.
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El pulso no le tiembla.
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__ Una oreja basta y sobra.
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El resto de la historia la conocemos.
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Vivía en Arles pero se mudó a la hélice que le regaló a Raquel. Era un nido. Allí quería nacer. Allí aprendería a volar.
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__ La música de las esferas es amarilla y gira y tiene cordones de cuero. Yo puedo caminar allá arriba o aquí abajo.
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Se mira una vez más en el espejo. Luego se ve detenidamente en la oreja antes de secarla y envolverla.
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__ Toma, querida, la cabellera de Sansón.
Toma la cabeza de Louis. O de Orfeo.
Estos son los ojos de Demócrito.
Esta es la lengua de Anaxarco.
Este es el falo de Orígenes.
Toma el tronco de Damiens.
Y sus brazos. O sus piernas.
Aquí tienes mis catorce letras.
Aquí tienes mi cuerpo. Goza el sicomoro.
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El espejo donde se ve nunca se ve en sus retratos.
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El no muere en la imagen, vive en ella, más que en los huesos donde cuelga o en la oreja que le queda.
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__ Veni, vidi, Vincent, repite, riendo una posible dedicatoria.
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Quizá, piensa, quizá comience otro destino.
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En la palma de la mano la hélice empuñada seguramente traza nuevas líneas y como un embudo llega al laberinto.
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Lentamente entra por un poro y sale por otro mientras todos tratan de sostenerla en vilo con sus gritos. Como un caracol recorre la piel.
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Hay quien jura que canta. O que arde. O que chilla. O que suda.
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Si no la oyes tan rápido, verás cómo aúlla, multiplicando sus ecos por espirales como campanadas batidas por un inmenso badajo de trapo.
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__ De Gog a Magog, demagogo, siempre ida y vuelta, siempre más o menos.
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Poro a poro, poco a poco la oreja y la piel dividen un caballo y galopan sin rumbo en cuatro violentas direcciones.
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__ Tengo un cuerpo de azogue.
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Los relinchos suben a medida que la lluvia cae.
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__ Si traes la punta de una espada y un hilo sin puntada, puedo recibirte entre estos ecos.
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Para no perderte basta oír la distancia que cruje al resecarse entre su desvarío y la próxima carta a Théo.
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Basta responder a esa oreja como un hermano, como si oyeras con ella, adivinando las palabras que sin caer siquiera un poco, sin morir ni un instante, te acercan a tu propia muerte.
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El boceto se abre como una ventana de pocas líneas al autorretrato de pocos colores. Lo acaba de pintar. Está húmedo todavía, como una herida que cicatriza. Pero solo vemos la venda, la oreja que falta. Que no hace falta.
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-----------Pétalos de roca
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No es necesaria la puerta,
nunca se cierra. No para ti.
Llegas como la caoba exacta
para ese vano, eres un rectángulo
de sombra por un instante, luego
pasas a la sala que el tiempo
visita para descansar, como tú,
en el reloj parado de la infancia.
Te sabes de memoria las paredes,
como las lecciones de historia
que repetías palabra por palabra
en los exámenes. A la derecha, Palo Seco,
las Guásimas, Mojacasabe; a la izquierda,
Baraguá; estrépito de mangos afilados
y acero empinado, cocuyos rebeldes
brillando en pleno día. Pintada de cal,
la quema de Bayamo es blanca, reluciente,
como si las llamas envejecieran
sin apagarse en una cabellera despeinada.
Cuadros, fotos, muebles, vitrinas
inventan pasados y futuros
para el presente fijo del espacio.
Allá, te sumes entre dos vibraciones,
asomándote a un silencio de campana
para buscar el repique; más allá,
te atrae el centro de la tierra,
que puede ser una raíz de naranjo expuesta
o la hoja de acanto que mece, momentánea
flor tallada en mármol o vidrio,
a una luminosa gota de lluvia.
Cada cuarto es apenas un listón oscuro,
estrecha escalera sin peldaños
que se posa en la penumbra adivinada,
aquella bienvenida que se abrió para siempre
cuando pasaste a ver la fiebre
del amigo, los juguetes escondidos
por tres reyes, el escritorio con la pirámide
oscilante de libros, su inclinada torre
de manuscritos, lápices, plumas, tinta,
el secante curvo que congelaba las letras.
Vuela la mirada, zumba por los rincones
que te aprietan la sangre como un pulpo;
visitas, como abeja, lo que fue tuyo;
y de repente, en el papel que se agota, lo firmas.
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-----Otros textos de OArmand, Aquí.
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