viernes, 21 de septiembre de 2007

"NOTAS PÓSTUMAS SOBRE UN CANON FUTURO". Jorge Luis Arcos.



Notas póstumas sobre un canon futuro

Por Jorge Luis Arcos.

1

La literatura cubana de principios del siglo XXI está estrenando un territorio inédito: una suerte de alegre o furioso suicidio masivo. Después de cuarenta y siete años de dictadura y exilio poco parece quedar en pie después de tantas conflagraciones, censuras y autocensuras, exclusiones y negaciones, políticas culturales de diversa índole y procedencia, inútiles cánones de derechas e izquierdas, sempiternas vanidades, sexualidad desbordante, y política, mucha política, cajas de política. Tal parece que los objetivos de toda gran literatura: el placer de la lectura, los goces de la imaginación, la intensidad y singularidad de una percepción de la realidad, son cada vez más raros. Salvo algunas figuras ya míticas: Alejo Carpentier, José Lezama Lima, Eliseo Diego, Gastón Baquero, Virgilio Piñera, Guillermo Cabrera Infante, Severo Sarduy, Reinaldo Arenas… -y no necesariamente hay consenso ni siquiera es este alto nivel-, nada parece salvarse de las furiosas lenguas insulares y diaspóricas. Hace falta que termine de una vez esta gran representación, que muera Ugolino, que cesen las divisiones estériles, que la política y la literatura encuentren cada una su propio territorio, en fin, que sobrevenga la nada, el vacío. La verdadera intemperie de la libertad. Entonces, desde esas ruinas humeantes, se podrá, acaso, volver a empezar.

2
La literatura cubana, tal como se ha estudiado dentro de Cuba desde 1959 ha conocido unos avatares tan esquizofrénicos -plagada de exclusiones, recuperaciones demediadas, silenciamientos coyunturales, exageradas jerarquizaciones domésticas, etc.- que hay que ser un Dios -que desde una suerte de aleph organizara el caos- para poder acceder a una imagen siquiera levemente coherente. ¿No se ha reparado todavía en que ya se acabaron los grupos, las normas, incluso las generaciones? Ciertas temáticas enfáticas –sexo y política- avasallan, con un tufo a mercado y a enmascarado panfleto, la literatura que se escribe por insulanos en cualquier latitud. Con muy pocas excepciones, estamos en el caos. Perversidad, morbosidad, es lo que nos queda como un lastre. Es como si la literatura anticipara la pérdida de la ciudad o se escribiera desde una ciudad esquizofrénica. Bueno, ciertamente, una ciudad en ruinas –o una isla en ruinas- es un paisaje para ser visitado por turistas ávidos de decadencias adolescentarias. Pero como seguramente refrendaría Antonio José Ponte –experto en ruinología-, el escritor insular no mira simplemente las ruinas, sino que mira desde ellas, como una ruina más. Tal vez esta ruinosa perspectiva arroje a la postre un saldo estimulante. Ciertamente, ya tenemos pasado. Ya no hay que buscar “el mito (o Nación) que nos falta”, ni crear “la tradición por futuridad” y los cronistas del hastío son legión. Entonces acaso se pueda volver a nacer desde un confín desconocido. Hay que buscar un principio bárbaro, salvaje, algo como el estoicismo romano en medio de las hogueras de una sepultada Troya. Esos nuevos orígenes suelen favorecer el pensamiento, que ha sido la carencia mayor de toda la literatura cubana. Un pensamiento imaginal que se erija como desde las seminales islas griegas en un mediterráneo resurrecto. Singularidades –“orígenes, plasmas nuevos”, diría Lezama-, extrañeza incesantes, no hay literatura sin ellas. Algunos escritores me permiten esa esperanza. Cito al azar: Lorenzo García Vega, Kozer, Ponte, Ena Lucía Portela, Abilio Estévez… Los dos poetas suicidas: Escobar y Novás. Y algunos poetas más… ¿Cuándo se escribirá nuestra Muerte de Virgilio? Oppiano Licario se aproximó a ello, un poco.

3
Hay cierta perversidad en el caos. Pero la perversidad es un síntoma de culturas ya hechas. Acaso sólo se pueda escribir sobre lo que se deshace. Habrá que terminar por darle oblicuamente la razón a Lezama. Sí, en efecto, lo que tenemos ante nuestra vista, después de casi medio siglo de literatura, es una suerte de era imaginaria al revés. Quiero decir, no aquella “alba poética” jubilosa -casi fascista- con que se soñó, ay, tan ingenua o equivocadamente, sino otra imprevista, que ha terminado por erigir una intensa literatura sobre la base de desviarse corrosivamente del mito nacional. Habría que re-escribir Lo cubano en la poesía, o escribir su epílogo, su vuelta de tuerca, su apasionado caos. Como siempre –hasta ahora- son mayormente los poetas los que han ofrecido mejor ese testimonio. Si aconteciera un diluvio y hubiera que buscar entre las ruinas, los pecios, para reconstruir una civilización perdida, serían mayormente algunos fragmentos de poemas los que ofrecerían las claves para esa recuperación imaginaria. Espero que en esa búsqueda arqueológica no se pierda “La ronda” de Zequeira o el Diario de Martí. Dador, de Lezama, sería nuestra fantasmal cosmogonía. Y muchos poemas y fragmentos de contadas novelas (Villaverde, Meza, Novás Calvo, Carpentier, Lezama, Sarduy, Cabrera Infante, ciertas prosas -y algunos poemas- de Piñera, o de Lorenzo García Vega y Reinaldo Arenas, algunos diálogos finales de Miguel Collazo... Prosas recientes de Sánchez Mejías, Estévez, Ponte, Ena Lucía…).Y ejemplos selectos de la poesía de fines de los ochenta y de los noventa (además de Hernández Novás y Escobar, Kozer, Amando Fernández, Reina María, Efraín Rodríguez, Luis Lorente, Lina de Feria, Fernández Larrea, Carlos Alfonso, García Montiel, Omar Pérez, Ponte, Pedro Marqués, Dagmaris Calderón, C. A. Aguilera, Víctor Fowler, González Castañer, Rito Ramón Aroche, Alessandra Molina, Juan Carlos Flores, Alberto Rodríguez Tosca, Sigfredo Ariel, González Esteva, Rodolfo Häsler, Ricardo Alberto Pérez, Néstor Díaz de Villegas…, y seguramente otros, porque como la poesía se ofrece en instantes, en versos, en fragmentos, ¿ruinas?, rescoldos, se presta para elegir mejor que autores, textos). Algún día habrá que hacer una historia de esta generación o suprageneración de fines del siglo XX y principios del XXI como la más intensa, variada, significativa, al menos, dentro del ámbito iberoamericano. Son los poetas de las ruinas, las catacumbas, la diáspora, en fin, los supervivientes… En un mundo donde la poesía tiene cada vez menos peso imaginario y editorial, por esa como singularidad cósmica acaecida durante medio siglo insular, ese testimonio poético tan polifónico se alza como una de las más espléndidas aventuras verbales –poderosamente encarnada- de la literatura contemporánea. Sí, ciertamente, sólo la perversidad es estimulante.

4
¿No se ha pensado que Cuba finalmente se ha hundido ya en el mar? La Cuba futura será la negación de todas las imaginadas con ánimo de recuperación retrospectiva. Sería muy interesante una novela que mezclara las diferentes memorias imaginarias de diversas generaciones. Como en un palimpsesto alucinante, asistiríamos a una multitud simultánea de voces e imaginarios diferentes. Que deliciosa ironía cuando todo niegue aquella otra Cuba que nos han impuesto durante medio siglo de farsa teatral. Pero incluso ese imaginario “revolucionario”, como farsa, puede tener un filón literario, con cierto sabor a época pasada, muy interesante. Como si fuera nuestro verdadero surrealismo (y nuestro fascismo corriente). Incluso nuestra diáspora. Porque todo crea su reverso a la postre, y la literatura termina por nutrirse más de imposibles, de vacíos, que de certidumbres o utopías impuestas. Ya se ve que vamos alcanzando en espesura histórica –“visión histórica”, diría Lezama- a culturas más antiguas. Esa psicología social, esa percepción de un período no por devastador menos intenso, nos confiere como una memoria de la decadencia, como la de los romanos actuales: ¡los romanos del Caribe! Creo que Lorenzo García Vega -al que leo ahora mismo frenéticamente- será un referente ineludible en esa nueva percepción. Algo perverso pero muy estimulante será la memoria del superviviente de esa Atlántida imprevisible por desconocida.

5
Trátese de imaginar simplemente cómo será nuestro imaginario cuando todos los tiempos y espacios ahora en franca expansión y caos, se reúnan de nuevo en un solo ámbito espacio-temporal. ¿Será nuestro big bang? ¿Nuestro tokonoma? ¿Emergeremos como a través de un hueco negro hacia una dimensión desconocida? No lo sabemos. Tal vez sobrevenga un tiempo de aridez. Tiempo y espacio feos, rotos, ciertamente dañados. Quizás no sepamos qué hacer de momento. La libertad añorada será como una comarca ancha y ajena. Perplejos, más extrañados si cabe, tendremos que nadar hacia una costa, orilla, linde, confín de incierta definición. Caídos los muros, desaparecido el rey y su corte fantasmagórica, quedará un paisaje desolado pero ahíto de significación. Debajo de cada piedra, una voz, una imagen, una historia posible o imposible, qué más da. Nos quedará ciertamente el rostro del histrión.

6
No me complacen mucho las profecías, pero creo que hemos agotado nuestra cuota de nacionalismo épico y lírico. Al menos ese nacionalismo fuerte que nos ha avasallado tanto últimamente –nacionalismo fuerte y unilateral, en el sentido de supeditarse o circunscribirse, además, a apoyar una opción política determinada. Es preferible que haya grandes escritores antes que nacionalidades literarias. Carpentier sería un ejemplo paradigmático hasta cierto punto. ¿Tiene algún sentido perdurable enfatizar que Cioran sea rumano o Conrad polaco o Kundera checo? El propio Kafka es culturalmente más judío, aunque fuera revulsivamente, que otra cosa. ¿Y Beckett? ¿Y Gombrovicz? Más allá de sus evidentes orígenes argentino y cubano, Borges (Fervor de Buenos Aires) o Eliseo Diego (En la Calzada de Jesús del Monte), ¿no terminaron por encarnar más que una nacionalidad, una más amplia visión cultural? La poesía de Gastón Baquero es otro ejemplo. Porque una visión cultural debe necesariamente ir más allá de todo estrecho nacionalismo. Por lo demás, más allá de todo imprevisible o previsible énfasis imperial –que puede ser muy oprobioso, no lo discuto-, parece un suicidio aferrarse a veleidades nacionalistas en literatura. Una cosa es nutrirse culturalmente de singularidades nacionales o, incluso, regionales, y otra negar la inevitable tendencia hacia la globalización de la cultura. Esa globalización que tanto nos asusta, ¿no sucedió ya en el imperio romano? Es curioso, pero después de ese substrato imperial -la Romania-, se desarrollaron las lenguas romances y los estados nacionales. Pero algo quedó en pie, y fue nada menos que eso que universalmente se reconoce como la cultura occidental. Es cierto que, por ejemplo, el cristianismo comenzó siendo dentro del imperio romano una clandestina y perseguida suerte de escuela del resentimiento, pero sólo prosperó por su integración posterior a un discurso ecuménico. Creo que el mundo –si perdura- se orienta inevitablemente hacia una nueva organización y visión cultural. Cumplida –para bien y para mal- la época nacionalista, la literatura cubana, los escritores cubanos (sería mejor decir) se salvarán si se abren a ese promiscuo confín futuro, a ese mestizo ajiaco universal. La literatura, en última instancia ¿no es contaminación incesante? Claro que la injusticia que corroe al mundo es un caldo de cultivo para la proliferación de las diversas escuelas de resentimiento, pero ninguna de esas “escuelas”, si persisten en su fanatismo, perdurará. Esas vías unilaterales son, además que inevitables, hasta cierto punto necesarias, pero no para enfatizar su diferencia a ultranza, sino para indicar a la postre cuáles son los aspectos de la vida que quedan marginados y que deben ser integrados dentro de una visión cultural más amplia. Si la literatura y los escritores cubanos pudieran liberarse de toda tentación de resentimiento, tendrían abierto el camino hacia la verdadera singularidad. En última instancia, es ciertamente más fácil el camino del resentimiento, pero más pobre, y más difícil el camino agonístico de la singularidad universal, pero más perdurable. En el caso cubano, se ha padecido el peligro de la tiranía de una ideología, pero también el de un nacionalismo populista, el adocenado mito de la identidad. Espero que algún día ese pasado sea eso, pasado, y nada más.

7
Ya decía en la introducción a este libro –“Desde el légamo”- que la nacionalidad es un pecado aprendido, heredado, como el homo sapiens, la especie humana, una fatalidad. Preciso. No se nace con una nacionalidad, no es un a priori, sino un agregado cultural mediante un proceso de aprendizaje que conforma y modela nuestra percepción de la realidad. Ligado a ello se desenvuelve nuestra identidad personal. Esa simultaneidad es aprovechada por los políticos. Las nacionalidades o identidades culturales no son sino singularidades, variantes, dentro de un substrato común: la especie humana, que sí es un a priori. Liberarse de los estrechos, parciales horizontes de la nacionalidad es una de las más necesarias condiciones para acceder a eso que se llama la libertad del espíritu. No es que reneguemos de nuestro pasado, de nuestra identidad, sino que no podemos hacer de estos una cárcel desde donde interpretemos el mundo. La identidad tiene que permanecer abierta. Todo sentimiento a ultranza de nacionalidad deriva en el fascismo. Avasallar al resto de las nacionalidades: desconocerlas o marginarlas, cuando no invadirlas, suplantarlas, negarlas, es la triste historia –o prehistoria- de la humanidad. Manipular los legítimos e inevitables sentimientos nacionales ha sido la piedra de toque de la llamada revolución cubana, que ha tratado de diluir la identidad personal dentro de la nacional. Sólo que esa manipulación ha sido tan perversa que hoy amenaza por derivar en un efecto terrible, del que ya se observan síntomas inquietantes: la disolución incesante del sentimiento de nacionalidad, pero no en su faceta positiva, sino negativa, como que parte no de un proceso histórico y cultural naturales sino de otro impuesto por una política nefanda donde la persona ha sido maniatada hasta confines increíbles. El trato con lo otro, con lo diferente, tiene que actuar por participación, comprensión, para incorporarlos a nuestra propia percepción. Lo ideal sería que no hubiera nacionalidades, sino diversidad cultural, que el género humano se mezclara hasta tal punto que apenas hubiera diferencias sustanciales, a no ser las que se deriven de distintas opciones culturales. La mente humana es una sola. El género humano, desde una perspectiva cósmica, qué es sino una variante, una isla dentro de un cosmos donde deben existir infinidad de seres dotados de conciencia. En última instancia, es la conciencia lo que nos hermana con esos parientes desconocidos. Porque ¿qué somos sino la materia que se piensa a sí misma? Últimamente este asunto de la conciencia se ha complejizado bastante por las inquietantes aperturas de la física cuántica. Ya sabemos que el cuerpo es corruptible, perecedero, pero ¿y la conciencia? ¿Podrá desaparecer la conciencia del universo? No lo sé, pero por lo pronto, si convenimos en el papel activo de la conciencia, nuestra única esperanza sería que esta fuera susceptible de perfeccionarse a sí misma, porque junto a Jesús, Mahoma, Buda, Beethoven, Mozart, Einstein, De Vinci, Miguel Angel, Shakespeare, etc., el espectáculo de la Historia es desolador.

8
Habría que preguntarse finalmente por la índole futura de una percepción de la realidad desde una mente (memoria) tan singularmente alienada. Por ejemplo, ¿cómo percibe una mirada ruinosa la realidad? Luego de casi cincuenta años de incesante y creciente pérdida de libertad, el escritor cubano es o puede ser cínico, oportunista, reprimido (consciente o inconscientemente), resentido, traidor, rencoroso, lo que no le impide ser lúcido, soberbio, orgulloso..., en fin, todos los infinitos rostros del histrión. Se da incluso el caso extremo de que algunas de estas características son asumidas en determinado momento no como una condición permanente del sujeto sino como un mecanismo de defensa o sobrevivencia, lo que puede, después, provocar un profundo remordimiento o, sobre todo, un odio visceral hacia lo que lo obliga a traicionar su naturaleza. Algo queda dañado de todas formas. Hay algo amargo en la mirada que no podrá ser borrado nunca del todo. Hay como un sabor viscozo, una atmósfera turbia, un hastío insondable, un rencor visceral. En un poema, fechado en 1992, escribí: “...hay como una pausa, un silencio, un interregno perturbador / Se quisiera poder afirmar Pero la acción salva / Se recuerda de pronto que el arte es largo y que la vida es corta / Y el vértigo aumenta, como ciertas perversidades / Algo de como de romanos aflora en la conciencia / Es terrible un universo sin Dios / Una extraña lucidez acrecienta la percepción de lo desconocido o de lo invisible / (...) Pero la vivencia de lo imposible es la suprema incertidumbre”... En un futuro, un estudio de la poesía cubana de la época de la revolución, desde esta perspectiva, arrojaría interesantes precisiones sobre la forma de percibir la realidad desde la escritura de imaginación en un régimen dictatorial o autoritario. Claro que algunas de estas características –se me objetará- existen en cualquier tiempo y lugar, pero algunas se acentúan considerablemente en contextos donde los llamados derechos humanos, incluso civiles, son maniatados, con un fondo de pobreza ética y material desoladora. Es cierto, incluso, que, por ejemplo, la censura, incluso la autocensura, propicia formas simbólicas o elusivas de expresión; que un contexto hostil puede provocar en el creador fuerte y auténtico una respuesta de una intensidad en cierta forma proporcional (o incluso mayor) a la intensidad conque es agredido. Recuerdo, por ejemplo, cómo se citaba, fuera de su contexto original, unos versos de Juan Gelman: “hay que aprender a resistir, ni a irse ni a quedarse, a resistir...”. Pero, en definitiva, lo que quiero sugerir es lo siguiente: a la espera de un nuevo nacimiento, los escritores actuales se enfrentarán a una nueva, desconocida, imprevisible posibilidad de futuro, pero lo harán transidos por una memoria y por una percepción de la realidad ya alterada. Esa singularidad será su marca, su estigma. Acaso de la disposición mayor o menor que posean para ser niños de nuevo –lo que Lezama llamaba “riqueza infantil de creación”- dependerá en gran medida su feliz o infeliz desenvolvimiento en el nuevo contexto.

9
---------------------- Para Antonio José Ponte


Se ha especulado mucho sobre la identidad del exilio y el llamado insilio. En efecto, comparten comunidades, pero las diferencias son notables. Me apresuro a aclarar que en lo que sigue partiré exclusivamente de mi experiencia personal. Una imagen del insilio: Alguien camina bajo un sol implacable (“un sol de hiel en el centro”, diría Guillén) con un amigo por una calle de La Habana -¿como una suerte de ronda de Zequeira? Parece que caminar (no pasear: verbo desterrado de su léxico), esa traslación espacial por la misma ciudad donde vive desde que nació, aviva como una suerte de movimiento espacio-temporal: ¿esta es la ciudad de su infancia? Sí y no. Y esa ambigüedad lo oprime. Le gusta demorarse, por ejemplo, bajo la sombra de los árboles del Vedado. Recuerda el verso de Rilke: “Nostalgia de los lugares que no fueron bastante amados en la hora pasajajera”. Pero enseguida recuerda otro verso contradictorio del poeta de la funeraria: “No vuelvas a los lugares donde fuiste feliz”. Pero ya no quedan tantos árboles como había en su infancia. También han desaparecido casi por completo los marpacíficos. ¿Será por eso que ya no ve caballitos del diablo? ¿Dónde están? Es un ubi sunt perpetuo. Que extraño: la ciudad es la misma y es otra. Ha ido desnudándose, envejeciendo junto con él. Ve la fachadas despintadas, las aceras rotas, la basura desbordándose, las aguas albañales como emergiendo del reino de Xibalbá (¿o es el cadáver desenterrado de Martí?), solares yermos donde antes había edificios. Ruinas. ¿El es una ruina también? Mira en derredor: gentes sin camisa o malvestida, rostros huraños sentados en el borde de una calle, como haciendo un alto para descansar de una peregrinación desconocida. “El que ibas a ser está esperándote....”, acota el poeta suicida. Van y no van a ninguna parte. Rara inmovilidad. Sólo se viaja con la imaginación. De repente, una imagen de 1994: una balsa maltrecha en el malecón parece un acontecimiento mítico. “Ya no basta la vida, hay que viajar”, diría el mismo poeta, pero ¿hacia dónde?. El tiempo es rápido o muy lento, pero sobre todo muy vasto. Uno siente el sudor pegajoso, como si el mar quisiera decirnos algo. Recuerda que una vez, ahíto de una alegría eufórica, tiraba piedras al mar como esperando una respuesta suya... La luz blanca, casi enceguecedora, no nos deja distinguir bien las ruinas circundantes. Se prefiere no mirar mucho en realidad. Se camina rápido, para llegar pronto a la casa o al lugar de destino. ¿Dónde están las guaguas? Como ladrones furtivos, como prófugos de una ley desconocida se quiere pasar rápido, muy rápido, como clandestinamente, por aquellos lugares que fueron alguna vez los paisajes de la infancia. El verso de Enemigo rumor: “El pecado sin culpa, eterna pena / que acompaña y desluce la amargura....”, retorna una y otra vez como una melodía intolerable. No sé por qué, pero su amigo y él siempre terminan hablando nerviosa, casi obsesivamente de política, algo que no hacen cuando están sentados o en aposentos cerrados. Nunca se sabe. Y están los locos (“Tenían de peleles, de espectros, de gusanos; / él cojeaba, era bizco, ponía cara fiera...”, y enseguida: “y rezaba contrito pater y avemaría”, como escribió el nicaragüense). Pero tampoco son los locos ilustres de su niñez o adolescencencia, presididos por el Caballero de París. Ahora hay locos explícitos –muchos, por cierto- pero sobre todo locos implícitos. Tampoco se sabe bien. Y esa indefinible impresión produce cierta incomodidad. No quiere confesar que es simplemente miedo. Y recuerda –¡ah, siempre recuerda algo!- el verso del nicaragüense: “yo, silencioso, en un rincón, tenía miedo”. Un día le comentó a su amigo bajando por Infanta y citando mal a Lezama: “Y en este oscuro tránsito lo feo se tornará en el rostro del Amado”, para enseguida acotar: “pero no aquí, amigo mío, pero no aquí...” También lo citó mal después, cuando escribió, citando al etrusco de La Habana Vieja: “Ahora van a ver el infierno en que hemos vivido”. ¿Por qué cambió Infierno por Paraíso? Ahora recuerda las Pilotos, a donde iba con frecuencia a beber cerveza en la década del ochenta. ¿Bagdag? ¿Líbano bombardeado? ¿La China profunda? Tal vez por eso, antes de irse del país, iba mucho con otro amigo a La Habana Vieja y al Barrio chino. Quería emborracharse con esas visiones dantescas. Morbosa, perversamente, se demoraba entonces en esos lugares, y se sentía bien. Una extraña paz lo inundaba. Como un exorcismo. Ya era una ruina él también, pero para siempre. Ahora podía irse, escaparse, viajar... “Hay que aprender a resistir, ni a irse ni a quedarse, a resistir...”o mejor, como escribió el otro poeta suicida: “Yo me voy y me quedo y nada aguanta / mi permanencia o mi partida: mi alma. / (...) No me expulsen de mí”. Ya da lo mismo.
------------------------------
Texto extraido del libro "Desde el légamo", (editorial Colibrí) presentado en Casa de América de Madrid el pasado Martes 24 de Abril.

4 comentarios:

  1. Cuando el texto es tan largo se agradecería que cambiaran el diseño dando más espacio entre las lineas..Es muy incómodo leerlo así e imprimir constantemente muy caro.
    Gracias.

    ResponderEliminar
  2. Bueno, lo tendré en cuenta.
    Gracias.

    ResponderEliminar
  3. Siempre he creído que se escribe desde el fango, desde la ruina, desde un lado u otro de la víscera.. se escribe desde muchas partes, supongo..pero desde el légamo suena horrible.
    y hablo de formas ....
    qué palabra légamo, por dios.

    ResponderEliminar
  4. Hola, con todos mis respetos, no se de donde saca Vd. los orígenes cubanos de Gombrowicz, lo de la Argentina, pase, aunque vivir 25 años de edad madura, no se si se puede considerar orígen. Saludos. Sergiovicz

    ResponderEliminar