miércoles, 10 de noviembre de 2010

José Miguel Sánchez (Yoss) "Balsatur S. A"

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-------------"Balsatur S. A"
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Un Cuento de José Miguel Sánchez (Yoss)
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-----------------------Al Vlado, que sobrevivió para contarmelo
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Usted no es lo que podría considerarse ni remotamente una persona pudiente. Su casa no es una mansión con piscina en Miramar u otro reparto exclusivo, sino un apartamentico en el octavo piso de un edificio multifamiliar. En pleno Vedado, sí, pero compartido con toda la familia, y con el agravante del ascensor inservible varias horas todos los días, entre apagones programados y roturas electromecánicas. Perfectamente disculpables dada la vejez del equipo y la escasez nacional de piezas de repuesto.

Usted, por supuesto, no cuenta para desplazarse con un auto, ni con una flamante motocicleta, sino con la cada día más ecológica y popular bicicleta china. Responsable directa de su vertiginosa pérdida de peso corporal en los últimos tiempos, entre pedaleo y ascensos-descensos por ocho pisos de escalera.

Tampoco trabaja como cajero o dependiente en una de las cada vez más numerosas tiendas para el turismo, que aseguran una privilegiada fuente de ingresos en moneda convertible a su personal. Ni es un profesor universitario de prestigio, o un cirujano cardiovascular con alto salario histórico.

Usted, en realidad, ni siquiera tiene un trabajo fijo. Después de haber invertido varios años de su vida en empezar y dejar consecutivamente varias carreras universitarias, ha concluido que ninguna ocupación técnica y profesional que esté alejada del turismo y de los dólares vale la pena ni es capaz de garantizarle un nivel de subsistencia decoroso.

Usted está en esa edad entre los veinte y los treinta en la que las personas inteligentes y enérgicas empiezan a preguntarse por qué otros sí pueden disfrutar de las maravillas de la sociedad de consumo y ellos no. Aunque algunos familiares en el extranjero y cierto talento para los negocios antes insospechado le aseguran un ingreso mínimo, pero más o menos estable en dólares. Suficientes para que, aunque con ciertos sacrificios, algunos lujitos electrodomésticos, gastronómicos y de vestuario no le sean completamente ajenos. Por otro lado, las relaciones con el sexo débil tampoco van nada mal , seguramente debido a su verba fácil, su carácter extrovertido y jocoso… y a que no hay mucho más a lo que dedicarle el tiempo.

En fin, que usted, hasta ahora, siempre había considerado la posibilidad de El Viaje como un recurso extremo. Una solución para desesperados, entre los que rehusaba terminantemente contarse. Hasta semanas atrás, sopesando mentalmente los reales riesgos con las posibles ganancias, la blanza se inclinaba hacia tierra y no hacia el mar. Amén de los consabidos peligros físicos como perderse en el mar de los Sargazos y morir de hambre y sed, ser alcanzado por un tormenta y zozobrar ignorado por todos en aguas infectadasde tiburones, siempre estaban los del tipo mixto, más bien físico-sociales. Como una lancha guardafronteras cominándolo a punta de metralleta a subir a bordo para el ignominioso regreso y posterior prisión.

Por todo eso, aunque la gloria de Thor Heyerdhal no lo deja dormir tranquilo y se pone verde de envidia cada vez que recuerda que los vikingos llegaron a América sin brújula… pese a que lee y relee los relatos de las grandes expediciones de Cook, Amundsen, Peary, Hillary y Tensing, la decisión no había madurado en su mente. Aunque lleve tiempo jugando mentalmente con la idea. Aunque haya hecho muchas veces minuciosos cálculos de cuántos litros de agua diarios consume normalmente un ser humano y de cuántos necesita como mínimo para no deshidratarse. Aunque haya llenado toneladas de hojas de papel gaceta amarillentas con listas exhaustivas de los alimentos más resistentes al deterioro con el menor peso y volumen… y de más fácil obtención en el mercado negro. E incluso haya especulado más de una vez, basándose en recuerdos de la Geografía del preuniversitario y en las fotos difusas del satélite meteorológico que salen en el noticiero, sobre las corrientes y los vientos predominantes en el estrecho, que podrían favorecer o dificultar La Travesía.

Pero todo un simple ejercicio intelectual, pura teorización. Como imaginarse qué tres deseos se le podrían pedir al genio de la lámpara. O cómo reaccionar si los marcianos o los habitantes del antimundo escogieran precisamente su casa como sitio del primer contacto… y a usted como representante de toda la Humanidad.

Hasta ahora.

Porque ahora es distinto. Por los flujos y reflujos de la política internacional migratoria, los guardafronteras, antes feroces y vigilantes como Argos de cien ojos, en estos días permiten sin la menor obstrucción que todo tipo e embarcaciones máso menos improvisadas zarpen cada hora desde distintos puntos de la costa nacional, cada una cargada con su correspondiente e inflada cuota de esperanzados émulos de Colón.

Y no es solo que se lo hayan contado. Incrédulo al principio, usted dejó a un lado su escepticismo al visitar uno de esos puntos litorales donde una febril actividad de construcción y especulación naviera se desarrolla a plena luz del día, ante los ojos complacientes de las antes celosas autoridades.

Usted vió pagar cientos de dólares por balsas precariamente construidas atando con sogas varias cámaras de tractor desmesuradamente infladas. Miles de dólares, por piraguas hechas de troncos ahuecados en el más añejo estilo de los taínos, dotadas con garbosas velas y ocasionalmente hasta potentes motores. Billetes y embarcaciones pasan de mano en mano, como en la versión tropical de algún ajetreado astillero.

Las glorias navieras que un día hicieran famosas a estas aguas en tiempos de galeones y carabelas se ven de repente desempolvadas.Y en usted, al fin, la chispita del entusiasmo prende fuego a la pólvora de la decisión.

Ante todo, sentido común y mucha planificación; usted no es un improvisado de esos que los guardafronteras recogen a decenas cada día, flotando medio comidos en la Corriente del Golfo.

Lo primero, una vez convencido de que las probabilidades de éxito de un navegante solitario son mínimas, es reunir una buena tripulación. Rápidas pero cautelosas averiguaciones por el barrio redondean bien pronto el número a seis: ni muy escaso ni muy crecido. Que tampoco se trata de emular a aquellos trirremes de la antigüedad clásica, ni a las galeras con sus centenares de galeotes.

Por supuesto, tras breves deliberaciones usted es unánimemente aclamado jefe de La Travesía. Inmediatamente reparte responsabilidades entre todos. Uno, a la Biblioteca Nacional, a copiar los mapas de corrientes y las efemérides de mareas en el estrecho en los próximos seis meses. Sin olvidar mantenerse al día en el pronóstico del tiempo. Otro, a conseguir los tanques de agua y las cajas imperneables en las que otro colocará líquido y alimentos para por lo menos una semana, y dos si fuese posible. Un cuarto se encargará de requisar en los alrededores y resolver entre todos los conocidos cuanto objeto más o menos susceptible de flotar pueda encontrar. El quinto, como responsble de finanzas, irá convirtiendo en efectivo US dollars la mayor cantidad de pertenencias posibles de la tripulación. Pues tampoco se trata de llegar a la Tierra Prometida con las manos vacías…

Dicho sea como de paso, usted se ha guardado muy bien de no desmentir el estado de ánimo predominante entre los miembros del grupo… acerca de los chorros de oros que les caerán en los bolsillos apenas pongan el pie en el otro lado, las entrevistas en la prensa, los títulos de héroes, las decenas de complacientes rubias tetonas acosándolos, etc. Usted se imagina que otros muchos deben haber llegado en condiciones mucho más precarias sin tanto bombo y platillo. Pero, en fin, lo importante es la seguridad, llegar y no correr riesgos inútiles por una hipotética gloria.

Usted, finalmente, funge como coordinador general y encargado de toda clase de detalles. Por ejemplo, la ropa que llevarán durante El Viaje. Uniformes desechados por el MINFAR, sombreros de guano, gafas oscuras y hasta pomada antisolar. Pues ya se sabe que hay que cuidarse del sol para no ser achicharrados a las pocas horas, que no será un día de playa. Además, usted hará gestiones para conseguir instrumentos de navegación. Gestiones que fructificarán en una brújula… y un sextante, un compás y hasta un astrolabio que al fin descartará en secreto, ante la imposibilidad de entender cómo funciona.

Durante semanas celebran reuniones cada tres días, y la lista de provisiones, precauciones y recursos disponibles va creciendo en proporción geométrica. Píldoras contra el mareo, aspirinas por toneladas, antidiarreicos y sales de rehidratación oral conforman la farmacia de a bordo. Llevarán dos trajes isotérmicos de los que usan los nadadores submarinos, por si acaso hay que reparar la balsa en plena travesía. Aparecen paquetes de repelente contra tiburones, un polvo anaranjado soluble en agua, obtenidos mediante un primo lejano, buzo en las Tropas Especiales del MININT. Cuchillos para todos, dos machetes y una escopeta de caza submarina, también por si los tiburones. Se hacen hasta intentos por comprar una emisora de radio que al final son dejados de lado por imposibles. Pero sí se sonsiguen linternas para todos, dos faroles de petróleo y hasta tres bengalas por si el guardacostas del otro lado no los distingue en las tinieblas.

Ya todos hablan como expertos navegantes de la declinación magnética, la deriva, el flujo y el reflujo, bajamar y pleamar. Los lados de la embarcación en pleno proceso constructivo dejan de ser izquierda y derecha para convertirse en babor y estribor. Sotavento y barlovento, proa y popa se vuelven palabras familiares. Gulf Stream deja de parecer el nombre de un grupo musical de éxito. Hasta algunos leen El viejo y el mar, La expedición de Kon-Tiki y el diario de navegación del doctor Bombard, el hombre que cruzó solo el Pacífico. Se ejercitan las habiliades pesqueras en excursiones al muro el Malecón. Horas y horas con el sedal en la mano… que no rinden muchos peces, pero sí refuerzan la cohesión interna del grupo. El miedo de unos es la sed y la deshidratación. Otros recuerdan que el pescado fresco contiene líquido suficiente para no morir de sed. A los que temen el hambre, les tranquilizan enumerando las virtudes proteicas del escabeche.

El grupo se entrena concienzudamente en el gimnasio de la azotea del responsable de finanzas. Pesas para fortalecer los brazos, una vez decidido que, aunque se instalará una vela, el remo será el método de propulsión principal… los motores marinos han alcanzado precios astronómicos. Se corren pistas para aumentar la resistencia. Todos comen desaforadamente tratando de aumentar las libras que podrán perder en La Travesía. Comienzan un régimen para adaptarse a beber poca agua. Se renuncia a las comidas muy condimentadas o saladas para acostumbrar al paladar… aunque los abastecimientos consisten sobre todo en carne en conserva. Se duerme en el suelo. Un régimen espartano, como el de los cosmonautas antes del despegue.

Y la nave va tomando forma. La nao es todo un milagro de la técnica naval casera. Como no hay conocimientos ni herramientas ni asfalto para calefatear, se opta por el modelo básico balsa. Pero qué balsa. Tanques metálicos de 55 galones, herméticamente cerrados y unidos por soldadura. Once cámaras de tractor bien infladas para flotabilidad adicional y como salvavidas, por precaución. Un cerco de madera y una plataforma plana sobre los bidones vacíos. Quilla, una proa, timón de paleta, un mástil con una gran verga y una vela de casi veinte metros cuadrados de sábanas unidas con doble costura, reforzadas con sacos de harina. Tres estacas a cada lado, para apoyar los remos. Cojines sobre las tablas, para no dañar las posaderas. Y, como detalle supremo del que usted es autor intelectual y responsable material directo, una tienda de campaña para cuatro personas, dentro de la que estarán perfectamente protegidos del sol y sus asesinos rayos ultravioletas durante la boga. Finalmente, el nombre, en inglés, aguerrido, osado, triunfador, adoptado tras largas discusiones : Indefatigable. Como el del crucero de la película sobre la II Guerra Mundial vista en versión original por todos juntos, para irse acostumbrando al mar y al idioma de Shakespeare…

Todo está listo con la formal promesa del padre de un tripulante de transportar la embarcación, camión mediante, desde el improvisado astillero en el patio hasta la playa escogida para zarpar. Se decide el día el martes, con luna llena, marea viva, vientos favorables previstos y nada de mar rizada ni peligrosa para embarcaciones menores. Será entonces, si no cambia el tiempo, si el diablo no mete el casco… y faltan dos días.

Tiempo suficiente para las despedidas, la última visita al Coppelia, la última botella de ron compartida con los amigos… hasta un cigarrito tímido de marihuana, para acostumbrarse, porque Allá debe estar regada por las calles. El último arroz con frijoles, la última noche con la novia del momento… Ella entiende que es un asunto de hombres, la oportunidad de la vida que solo se presenta una vez, y que ustedes son unos bárbaros y lo tienen todo bien calculado… pero llora igual, porque la vida es de madre y quién sabe cuándo se volverán a ver. Porque ella sí que no, nada de locuras marineras, hasta que no la reclamen legalmente, ni hablar de viajecito. Y no falta el amigo que aparece a última hora para convencerlos de que todo es una temeridad y un suicidio seguro, esgrimiendo estadísticas y casos fatales con los dos manos.

Pero al fin llega el gran día. El de despertarse tempranísimo, casi de madrugada, para mirar el cuarto de tantos años por última vez, con lágrimas en los ojos. Los juguetes viejos, las fotos de cuando chiquito, la ropa y los zapatos tan conocidos, los libros con las letras gastadas de tanto leerlos… Y nada de lágrimas, porque usted es todo un hombre. Y porque la madre, la tía y la abuela sí que no ahorran llanto. Se les va el niño. El padre no; aguanta, pero advierte, con la voz temblorosa de la experiencia: Cuidado, mi´jo, la mar es resabiosa y traidora. Pero tú verás que todo sale bien… tu padre te quiere…mucha suerte. Y dale, que ya está pitando el camión allá abajo…Avise cuando llegue.

En el camión, usted va con los ojos húmedos, como los demás, pero todos dicen que es por el viento de la carretera a las cuatro de la mañana. Van mirándolo todo, tratando de grabárselo bien en la retina y la memoria, sin chistes, sin hablar. Llegan a la playa, y tras la última despedida del padre del camión con su hijo, el Indefatigable es echado al mar y flota que da gusto.

Todo está listo, pero se tardan unos minutos más. Duro es siempre el último adiós. Uno se pone guantillas para no ampollarse las manos, tratando de no mirar atrás. Otro se agacha y guarda un poco de arena en una bolsita de nylon cuando cree que nadie lo mira. Un tercero trata de atrapar un cangrejo con rara obstinación. Otro fuma cigarro tras cigarro recorriendo la playa a grandes zancadas. Al fin usted, tragando en seco para que la voz no le suene rajada y pensando en Sandokán y el corsario Negro, da la orden de partir. Un policía los mira sin interés desde la carretera cercana… debe estar cansado de ver salidas mucho menos equipadas.

Entonces llegan ellos, en la rastra, y la meten marcha atrás en el agua hasta el eje. Quitan la lona y empiezan a bajar aquello, y ustedes no pueden contener los ¡oh! y los ¡ño, eso sí es una balsa! y los ¡tremendo motor! Exclamaciones a las que ellos responden con risas de confianza. Porque lo que ponen a flote es un cuadrado como de diez metros de lado, con casi cien cámaras amarradas con alambres, y barandas de cabillas soldadas, y un motor Evinrude fuera de borda, nuevecito, rojo y con un tanque de petróleo adicional. Parece un ring de boxeo navegando, dice uno de ustedes, y es eso mismo.

El tipo que parece el jefe de los boxeadores marinos se acerca a uno que vino a mirar y le tira la llave de la rastra, diciendo: Gózala, a mí ya no me va a hacer falta, allá voy a manejar un Porsche, y todos ríen. Enonces otro de ustedes, el que se documentó sobre mareas y corrientes, se le acerca al futuro conductor de Porsches, con la chispa encendida y la petición… y no hay problemas, ahí tienen la soga de remolque, y usted tiene la oportunidad de demostrar que sí sabe hacer nudos marineros de los que no se zafan nunca.

Por lo que, cuando ya amanece, la salida gloriosa: el Indefatigable con ustedes a bordo, todo a remolque del ring de boxeo. Que no tiene quilla ni proa ni ocho cuartos, pero sí tiene un motor que le retraquetea y corta el agua como si fuera un cuchillo. Rumbo a una nueva vida, runrún alegre de los pistones del motor en lo que la costa se va perdiendo de vista. Confianza total, empiezan las risas y las bromas, la botella de ron que pasa de mano en mano, y los a este paso en tres horas llegamos fácil al otro lado. Aunque un bichito pesimista le diga a usted al oído que hay algo que no va, que anda mal, algo peligroso, que no puede ser tan fácil…

Pero usted es un optimista y no le gusta ser el ave negra agorera del infortunio, así que se ríe como todos, como entrando en confianza con esa mar serenísima que se va abriendo mansamente delante del ring de boxeo, milla tras milla y ahorrándoles tremenda remada. Usted tiene una picazón incómoda por dentro; casi habría preferido llegar como tanto lo planearon, como los vikingos, y no así, que es casi como sacar pasaje en una agencia de viajes, Balsatur S. A… pero sería bien tonto pasar trabajo por gusto cuando la cosa viene así de fácil.

Son ya como 8 ó 9 millas de viaje y todo OK. Solo hay unas olitas medio molestonas, que están sacudiendo el ring de boxeo y una mujer hasta grita… pero los demás boxeadores marinos ríen y hay uno que hasta trajo una guitarra y empieza a tocar desafinando un tema de los Beatles, así que no hay lío. Cierto, la mar está un poquito agitada… ni siquiera risada, apenas ondulada. Pero es como un vaivén de montaña rusa, y todos gritan divertidos y ríen cuando suben y bajan.

Hasta que se desinfla la primera cámara debajo de los boxeadores marinos. Y usted lo ve y se pone frío… pero bueno, solo es una, nadie se ha dado cuenta, y no hay que ser sapo ni pensar en lo peor. Pero la mar sigue ondulándose, y revienta otra. Esta suena alto, como para que nadie pueda dejar de oírla. Y otra que se desinfla. Y otra. Empiezan los gritos, y usted ya sabe lo que iba mal: amarrar cámaras de goma infladas con alambre es como amarrar troncos de balsa con cables de acero, el error que Thor Heyerdhal fue lo bastante listo como para no cometer…

Pero reacciona rápido y corta la soga del remolque de un machetazo mientras los boxeadores marinos gritan y tratan de virar. Entre más cámaras que explotan, el ring que se hunde, se hunde, el agua que salpica el motor, que estornuda y calla al sumergirse. Y aquel tremendo cuadrado de diez metros está debajo del agua en menos de lo que se dice ji, y los boxeadores flotando en gritos.

Ustedes no son hijos de puta. No como en los cuentos que han oído de la gente que asalta cualquier balsa que vean en alta mar que parezca mejor que la suya. No como los que tiran a los enfermos. Entre los ex-boxeadores marinos hay dos mujeres. Ustedes han oído el cuento de la mujer con la menstruación tirada de la balsa porque la sangre atraía a los tiburones, y que la lancha guardafronteras apenas la salvó de milagro…

Ustedes regresan, dando remo con facilidad, sin izar la vela, porque el viento sopla en contra. Y como son casi diez boxeadores noqueados por el mar y no caben en el Indefatigable, les tiran las cámaras que son más que nunca salvavidas de emergencia. Y los llevan a remolque con la misma soga que usted cortó a machete justo a tiempo, salvándose de ser arrastrados por el ring de boxeo zozobrante.

Solo hay seis remos, no se ve la costa, los boxeadores fracasados lloran y maldicen, se cagan en Cristo, en su madre y en todos los santos. Detrás, abandonada, la guitarra se va llenando poco a poco de agua, hasta hundirse. Hay sol bueno y mar de espuma, pero la arena fina y Pilar están a varias millas. El viento y la corriente y la marea en contra. El sudor empapando las camisas de uniforme, dentro de la tienda de campaña bajo el sol es una sauna, una mujer cae en un ataque de histeria. Son las nueve de la mañana.

Uno de ustedes dice, soñador, que es un buen día para ir a la playa. Nadie le contesta, nadie quiere hablar. Atrás, a remolque, la mujer llora aunque el frustrado chofer de Porsches la amenace entre dientes con hundirla si no se calla. Usted piensa que el Ra I de Heyerdhal también se hundió. A lo lejos, una lancha guardafrontera que ni se acerca. Usted lo entiende, imagina su pensamiento: ¿ah, se iban y tuvieron que regresar? ¿para qué salieron? Y lo prefiere así, aunque los boxeadores derrochen insultos contra la impertérrita lancha…

A lo lejos, una gran vela avanza rauda, debe ser un catamarán o un yate auténtico. Uno de los boxeadores pide agua por favor, y sugiere que si están muy cansados, ellos podrían remar… Pero ustedes, por las dudas, por si ellos sí son de esos y piensan en cortar la soga cuando estén en las cámaras, dicen que no, porque ellos son más, al fin y al cabo…

Usted piensa en voz alta que a lo mejor no fue tan malo, que ahora a todos los llevan para la Base Naval de Guantánamo, con los haitianos. Otro especula risueño con la sorpresa de amigos y parientes cuando los vean regresar. Otro enuncia que el que intenta y se retira a tiempo vive para probar de nuevo. Usted piensa que, con suerte, si no empeora el tiempo, a las ocho de la noche verán la costa de nuevo. Y que si hay un nuevo intento, tendrá que ser por la noche, para que no los vea salir nadie, y con motor. Pero no dice nada. No es el momento, y si se habla, no pierde el ritmo de la respiración y duelen más los brazos al remar…

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Otras colaboraciones de Yosss en Efory Atocha, Aquí.
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2 comentarios:

  1. Chago, tienes un narrador como Yoss, el amigo que desde que despwgó iba con una estrella bajo el brazo. Hombre es una alegría disfrutar de su narrativa, hace tantos años que no lo veo. Una grata sorpresa sin dudas. Un abrazo,
    Juan C Recio

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  2. Fuerte abrazo, Juan: gracias por pasar y dejar tu huella. Un fuerte abrazo.

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