jueves, 15 de febrero de 2007

TRES POEMAS INEDITOS DE JOSÉ KOZER


ACTA
Me

voy. Durmiendo. En el pecho de piedra de mi madre. Bien sé quién es quien me mira desde lo alto de la tapia, ése que mira
la escena, a compás. Desde la estepa, adonde
regresa. Una escenografía, umbral (ya) del
sueño. ¿Suyo? ¿Último? Para él. Y para la
piedra trasladada, y con qué esfuerzo, a fungir
de madre. Tallada. Ser contemplada parir
piedra. Cara de leona, alas gigantescas. Habla
ininteligible, tal vez el habla asiria, en cualquier
caso jerigonza en el sentido de proceder del
otro lado de acá. Cuando duerma del todo, se
desenrevesará. Por vías, aclaradas. Por palabras
(insustituibles). Un tomeguín recamado (¿adónde;
adónde?). Aquí. En una composición de Messiaen,
no aparece; allá, terrones negros, colorados, revuela
dentro de un pecho de piedra, sin canto: amagando,
alzar vuelo, mitad ónix, mitad cuarzo. Flauta (¿de
arcilla?) partida en dos precisas mitades, mi insomnio.
De anoche. Y de anteanoche. El misacantano del sueño,
entre tierra y subsuelo, ojos de piedra vueltos hacia las
alturas, oficia entre el insomnio y la madre de piedra.
Volverá. Sin revolotear. Imposible mayor silencio.
¿Cuál de los dos se levanta, reconoce el canto? Llano.
Orientando. Una de tres vías. ¿Inicio de la primera,
el insomnio? A lo sumo, de consuno, madre e hijo
contemplados por el fustigador de pocas palabras,
carrasperas. Arrancarán a caminar, dos pasos y habrá
que detenerse, o dar marcha atrás: el cansancio de la
piedra es insalvable. ¿Regresar al punto de partida?
Pesa la piedra. Pesa el insomnio del durmiente,
dentro de la piedra. Me voy. A la encrucijada. Entre
el sueño a medias y un insomnio atroz golpeando
contra el techo de un subsuelo (galerías)
(hormigueros) impenetrable. No quiero. Ni la vela
ni el sueño inalterables. Ni el vuelo interminable.
Ni la colocación de la piedra, inamovible. Quiero
espabilarme para dormir mullido, cansancio de la
carne. La aurora entrando por el punto más occidental
de una Isla. Guano. Yaguas. Un barullo de bijiritas y
tomeguines. Andando, arreen, bueyes. A la faena.
Aguas, andando. A las redes. Botes y redes. Boteros
y primeras risotadas de la mañana, carajillos, olor
a pan duro tostado sobre las brasas: el aroma del
agua dulce de los ríos. Abrir los ojos, a la mirada.
Sentirse, primera vez, reordenado. Canta mi madre
en la sala. A oscuras. Por una vez. Sólo esta vez,
piedra desnuda. Una canción en yidish. De ahí
salí. Me arrulla (una canción asiria). Un hombre
de sesenta años mira desde lo alto de una colina,
detrás de la tapia el silencio se ha vuelto mutuo:
la vieja escenografía ha sido desmontada. Me
arrulla la mujer centenaria, de carnes diurnas,
osamenta milenaria, y dice así. Y dice así. Y
no oigo. Durmiéndome, en un insomnio de
piedra. Buscándole el sobresalto a la

piedra.

ACTA


El venado está lamiendo en efigie el contorno más cerril de mi madre.

Sobo
yo
del
venado
la
aureola,
lomo,
flancos,
pezuñas
no,
y
no
su
lengua
vertiginosa
malgastando
lo
que
de
mi
madre
resta.

Un venado fue el primero que se presentó delante de mi madre atorada en un subterfugio alto o bajo no se sabe la Muerte:
buena era la intención. Desatorarla. Pero, pero.
Haces en contra. Huestes adversas. Insalvables
cañadas. Y falanges mecánicas activadas en
un dos por tres. Las hordas mondando. ¿Y
ahora llega el venado? Hubiera sido mejor que.
Pero así tampoco. La naturaleza es un orden
idóneo o desesperante no se sabe difícil dirimir
si favorable o contrario o por completo
inexplicable. Lo más probable. La tarea fue
completada en dos etapas. Y ahora queda el
contorno. Mamá se ve de silueta. Encastrada.
Ladra el venado. Cosas todas de la cabeza.
Mugen ecos, ecos resuellan. Un Universo patas
arriba. Todo por unos días se ha desordenado.
Irregular. Irregular. Ella que era tan. Pero ni
modo. Está la vasija, los cuatro pedruscos, y
está la indolencia del barro conformado
recipiente, y de la piedra su condición
incontrovertible. Corresponde al venado la
función de atenerse. Mi madre, pólipo. Y
anémona. Un día al sol (alto) (bajo): otro topa
fondo (marino). Y al tercer día, traspuesta: y
tras el venado darle una primera vuelta en
redondo a su contorno, deviene enjambre de
efímeras, croar, la Nada regoldar, el venado
huye espantado.

Antes del principio, estable; después del final, estable.

Me queda un recurso, por igual estéril: soltar al venado.

Suelto, el Espantoso espantado se vaya a sus contornos a comer hojarasca, comer de las vendimias, de las brácteas y cotiledóneas,
ver morir
en
lo
circunstancial
la
madre.

ACTA


A
qué mentir, estás muerta: tanto como los taciturnos pies del ciempiés que titubea en su tiento, tajo, y se acabó de
deslizar, su ciento. Ese polvo de
la lepisma (de un chancletazo)
polvo estrellado, tú.

Subió
y bajó a la vez la Muerte y se encontró con tu plexo solar. Centro gélido. Plexo negro. Esa astilla, tú, de aire despedido.

Agua
soñolienta. Refrigeración excesiva. Improvisar despedida. Expirar la elocuencia larga elipsis elogiosa: aquí dictamina,
el puente zafado de la dentadura un
progresivo agrandar de la cavidad
(bucal).

Ya,
según cláusulas. Las más tácitas. Y de inmediato (con el responso) mariposas de luz, metrónomo el cocuyo, diapasón
los escarabajos. Una libélula. Cresa.
Esfuerzo azul de la mosca en medio
de la noche: esfuerzo desperdiciado.

Para.
Para nada. A qué mentir. Apóstrofo suelto el aire último de la boca. Zanja, adonde: a qué decir. Entera. Entre
recuas abollada. Ni, ni. Ya estirada,
inespacial. Plantada.

A
resultas de. En sentido ulterior, ¿de qué? Estriada. Surco (a los surcos). Del esternón y las ternillas, desembarazada.
Suelta. Tierra desmenuzada cayendo en
surcos abriéndose del esqueleto.

Afín
insustancialidad mide por oposición poro a poro el espacio que la contuvo. Enraíza donde se estraga. Y cada vez
que la malva retoña, flor de trapo a la
vista (hulla) cuervos

criando.

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