miércoles, 2 de noviembre de 2011

Andrés Mir: poemas

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Tres poemas (inéditos) de Andrés Mir
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niveles de autoexégesis
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todos los niños que perecieron en mis guerras internas

respondían a mi propio nombre. algunos, los más traviesos,

escalaban al concepto de la ausencia, demiurgos solitarios

en la timidez y la torpeza (pecados menos graves en cuanto a hermandad se refiera

que la estrechez de sinceridad.) pobres mis niños muertos

cuyos epitafios tallo en hueso, cuyas tumbas devoro haciéndome el sutil, el esperanzado.

ellos no tenían la culpa, yo tampoco. nadie era el responsable

de las ejecuciones masivas que a la fe ponían coto.

los nobles días

huían tijereteados por las manecillas del reloj. la mar

nos alejaba del sol quebrado en la imposible quietud.

bajábamos todos a la costa, borrachos, de madrugada,

hacíamos duelos de arena, todo el aire posado

sobre el torturante puente del diafragma.

benditos los matorrales que olían a impaciencia. maldita la impaciencia

de tanto prohibirnos el hecho de la estancia.

las manos, húmedas y vivas las manos. cuán rápido pasaron.

es así que la sombra gira. de nuevo es medianoche,

soy el poeta del silencio, el incurable impaciente que no aprende de una vez por todas

que la hierba adquiere propiedades de navaja tras la lluvia,

que las píldoras para el asma activan la micción,

que al quedarme solo únicamente la continuidad acompaña.


es demasiado el tiempo (oh grave concepto) extraviado.

de los niños

queda uno, sobrio y apartado.

yo.
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antropologético
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de mi propio cadáver me alimento y por las partes blandas

rompo la carne tumefacta, dócil, desgarrando

intemporáneos gerundios de mi arcaica hechura.

no es autofagia, qué va, por las pacientes cuencas

ahora penetro a las oscuras vísceras y camino -es decir-

vías contrarias (de afuera hacia adentro, como si fueran aguas

adueñarse del navío naufragante) en tránsito irredento

hacia mi otro nacimiento de esta muerte.

saltan la mano y su vendimia hacia el futuro vino,

cambia el sol la máscara de fechas, caen las hojas

de calendarios y frutales, hablo de éxodos y en la distancia

el peso

hunde la carcasa crujiente del tórax imposible

de un imposible ser humano en imposible país e imposible tiempo.

el abuso

tiene oportunidad en el brocal de lo oportuno. lo común

es recluirse en la muerte de su altura. da capo.

en fin, o en comienzo -qué más da- la moraleja

fue disfrazada por Hegel de dialéctica, el buitre -no buho ya- de Minerva

sale a volar en el crepúsculo de esta historia.
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recinto del tórax
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Sudan sobre la tierra los vapores demoníacos del ajenjo,

álguien le puso punto y aparte a todos los testimonios,

el viento marcial se incrusta, pegajoso, en los craterados ojos

de las paredes. Quiero respirar, al menos un sorbo matutino

que humedezca mis labios con su olor a hierba segada

despidiendo una tormenta. Quiero

no pedir más permiso para la vida, si ya no soy deudor,

se derriten las persianas de acuarela

como si al reloj, al único gran reloj del universo,

le hubiese saltado la cuerda de pronto. Los que vivieron antes

tuvieron derecho a toda la hierba que supieron recoger,

la mia no me la paga nadie, su laberinto

ya no me atrapa el sol con las raices nobles.

la han segado toda, llevado la lluvia y los minerales,

me robaron el paisaje de la sonrisa

con tanto deseo

en la frontera del pecho.
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AMir en Efory Atocha, Aquí

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