lunes, 24 de enero de 2011

Yunier H. Palao: poemas

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Tres poemas (inéditos) de Yunier H. Palao

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La tierra arada, el agua rodando por las paredes. Los relámpagos alumbrándoles el rostro. Mi madre supo ver en calma. Estaba echada en la cama, en silencio, esperando. Quieta como si nada pasara. De joven vio el mar llegar cada vez más lejos. No lo veía como los demás. Ese mar furioso le hacía el amor a la tierra. Me lo dijo oyendo unas noticias de las inundaciones por el Malecón de La Habana. Las ciudades en Cuba crecieron de espaldas al mar. Es como si quisieran olvidarlo. Pero el siempre aparece al doblar por una esquina o finalizando una calle. Siempre aparece, sin esfuerzo. Como aparecen los manantiales a flor de tierra, sin cavar. El agua brota, emana, como emana lo mejor del corazón de los hombres. Como emanan los tumores. Como brotan las plantas que muchas veces sembró. Mi madre debió ser una joven muy sola. Creció en aquellas tierras donde amar y odiarse es casi lo mismo. Corriendo descalza por carreteros, entre campos de cañas, pisando las plateadas escamas de los pescados. En eso se reducían los días. En ir enterrando los destellos. Al caminar veía casi con ardor como las madres golpeaban a sus hijos, veían los hachazos a las leñas. Que se les seque el corazón a la madera, es su propósito.
En ese lugar los hombres se esfuerzan para mostrar el interior, el corazón de las cosas. Miraba al pasar los framboyanes. Ellos están convencidos, resisten las peores sequías, y al final todos los años florecen en silencio. Mi madre supo mirar en calma, una mirada casi muerta en todo lo que le rodeaba.

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-------------------------------------------------La recortería de la que estoy hecho
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Meto la mano en el bolsillo, saco la única moneda, pago un café. Ese acto me recuerda el robo que le hicieron a mi madre. Ella dormía en un banco de tablillas pintado de marrón oscuro. En el vestíbulo de terapia intensiva, en un hospital perdido en la planicie de framboyanes, que al batir el aire, caían sus hojas con desdén. Ella dormía recostada a la pared de baldosas húmedas, frente a los cristales tapados con telas verdes, que solo se desplazaban una vez al día, para ver el adiós a la vida, para ver al hermano morir. Es una prolongación, no es el músculo, es el instinto más que el acto. Otra, o la misma mano de su hijo, la que robó azúcar en aquel café –para sobrevivir-. ¿Cómo puedo acusar a los que me roban? Solo en mi estómago agua de azúcar. Aguas que se tambaleaban en mí interior. Como si fueran marejadas, como esos pomos a medio llenar, que suenan al moverse. Estaba solo, siento calma. Como si lo que me pasaba lo hubiera vivido. Me nutre lo observado, lo que mis ojos recortan por siempre para mí. Tomo del café que puedo pagar. Baja el trago amargo, baja como si lo amargo me sostuviera, levantara el armazón que hace años soy. El andamiaje arrastrados por caballos relinchando desde el recuerdo. En mi niñez vi apuñalar a los caballos, ellos lloran. Cuando están muriendo, cuando el cuchillo en forma de punzón los desangra. Deben impresionarse los campesinos cuando ven rodar lágrimas en los ojos negros y circulares de la bestia. Inmóviles se quedan por un instante, pero deben seguir, aún cuando las lágrimas del animal les estremezcan deben seguir. Deben seguir, como siguen las manos que roban. Como sigo ante el mundo inmóvil, quieto. Viendo morir las flores de venta. Achurrándose, perdiendo pétalos. Convirtiéndose en basura que los hombres al amanecer las reúnen en el contén, entre la calle y la acera. Para luego botarlas. Triste es el destino de estas flores, que las privan de estar en las plantas, en el terreno que las alimentó. Para convertirlas en prueba, testimonio, mercancía de un amor. Triste es el destino de estas flores que no llegan a ser compradas ni regaladas. Que nunca llegan a lo que fueron destinadas. A veces al otro día las tomo, las observo de cerca, las pongo en agua, pero es inútil. Esas flores nunca se reaniman. Solo a mí me cautivan. Veo morir el sol entre montañas, se disipa la línea brillante que bordea las elevaciones. Esta no es la ciudad, fue en Santiago de Cuba, cuando vi por primera vez a un poeta leer de varios de sus libros. Era de tarde, la luz se iba, dándole un tono de penumbra a la ciudad. No sabría identificar los árboles que acompañaban al poeta. A la altura de mis ojos las tejas opacas de un rojo terracota y al fondo, por primera vez, descubro, la franja de luz que bordea las montañas y el mar en las tardes. Ahora, a varios años ya no puedo dejar de contemplar el escape de la luz, la sensación de escurrirse por entre las montañas. Mis ojos puestos sobre esa inobjetividad, sobre el poeta. Lo miro y ando y sigo viaje dentro de mí. Hace años lo sé, necesito poco. Solo mirar y sentir la inocencia del deseo, la inocencia de los gorriones bañándose de polvo, ante edificios hechos de ladrillos sin revestimiento. Los miro, me detengo en cada uno de ellos, un ladrillo no es nada, barro semihorneado. En cambio, uno encima de otro es una pared, un edificio, una ciudad, un país. Los separo, tierra de diferentes sitios unidas por cemento, creando una estructura, un sentimiento. Encuentro similitud entre mi vida y esas paredes hechas de fragmentos, siento en mí la recortería de la que estoy hecho. Varios sitios en los que he sido feliz. Varias personas con las que he inventado el amor. Amigos cerca, lejos, de los cuales me llegan cartas. Ya no recuerdo aquellos que me juraban la existencia del amor. A mí llega el placer, el deseo palpable, la palabra objetual. Mi madre vieja anda la casa, ya ni siquiera extraña su juventud. Solo le queda una vaga idea de lo vivido, sus recuerdos se agotan como estas paredes, que ahora me protegen. El polvo cae de ella, el agua se filtra, hay helechos. Los gatos duermen, cierran sus ojos, a pesar de todo, duermen. La oigo abrir gavetas, puertas, casi no ve. Percibe a través de sus dedos. Mi madre tiene una idea concisa del mundo, todo es tocable. –Hasta las palabras-. En cada gaveta, en cada puerta imagino que siente fragmentos de su vida. Una existencia insignificante, ridícula. Una existencia vacía – buzón-. Eso es lo que ha sido su vida un buzón, destinado a que cualquiera eche en su interior cartas de toda índole. Cartas de amor, cartas de despedida, cartas de reproche. Cartas que iluminan o dan ceguera. Cartas inútiles. Recojo mi ropa, debo mudarme, se me acaba el tiempo. Me doy cuanta de lo poco que atesoro. Me doy cuenta que me acostumbro con facilidad a los sitios. Me doy cuenta que el sitio soy yo. Afuera se muestran los músculos, la belleza. Y todo eso es prueba de lo cínico de estos tiempos. Estos jóvenes hechos para robar, para matar, todo lo bueno o malo de esta tierra está alimentado por el rencor, por los esteros. Cualquier gesto bondadoso espera su recompensa, espera que se le pague, aquí no se regala nada. Vivo como muchos otros, esperando una muerte, se que es inútil pero todos de una forma u otro queremos ver, matar, aniquilar, sepultar. Queremos que acabe de una vez, imaginamos como va a ser el día, lo escribimos, amamos en cuartos húmedos, en los que las cucarachas caminan por las paredes. Llueve, veo caer el agua a través de los cristales. Es leve la intensidad de la lluvia, el agua baja suave, se escapa por los tragantes. A veces he deseado ser como esas aguas, irme y no volver más, irme, no se dónde, ni por qué, solo irme. Aquí tengo miedo, ya no puedo con tanto silencio. Soy cómplice. Abandonar el texto, no sentir más este calor que va horneándome. Como esas pizzas que veo hacer a diario, y al abrirlas desprenden un aroma apetitoso, un olor sospechoso, queso derretido y salsa de tomate, mezcla difícil, movediza, mezcla casi pantanosa. Ellos comen, me incorporan al grupo, miro el horno. Estoy físicamente cerca de ellos – eso creen -. Ahora ardo en el interior del horno.

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Agotado del recuerdo y de mirar

pongo la vista en el césped verde

donde unos gorriones comen

migajas de pan

que unos niños le echan.

Un perro vela a los pájaros

—también desde el césped—.

El perro salta y captura a una de las aves.

Vuelvo a ver sangre.

De la boca del perro

salen plumas que flotan

muy levemente,

cayendo al césped

verde y alegre.

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Otras colaboraciones de YHPalao en Efory Atocha, Aquí.
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YANIER H. PALAO, (Holguín, 1981). Ha publicado en distintas revistas y antologías. Publicó el plegable de poesía Graffiti de mi soledad, 1999. En el 2000 fue su primera publicación en la revista de poesía española Arboleda. En el 2003 fue finalista del concurso nacional El árbol que silba y canta. Obtuvo en el 2003 el II lugar en el Concurso Provincial de Narrativa “La caza del Yacaré”. Recibió en el 2004 la Primera Mención en el concurso Manuel Navarro Luna. Egresado del Taller de Técnicas Narrativas del Centro de Formación Literaria “Onelio Jorge Cardoso”. Es miembro de la AHS, trabaja en la Casa del Joven Creador de Holguín. Tiene publicado Sombras del solo (Ediciones Holguín, 2005). Obtuvo el Premio Nacional Poesía de Primavera 2008 de Ciego de Ávila, con el libro Peces en bolsas de nylon (Ediciones Ávila, 2009). Obtuvo el primer premioOrígenes” que convoca la AHS de Santiago de Cuba 2008. Obtuvo la Primera Mención del Concurso Dignora Alonso 2009 que convoca Ediciones Vigía, en Matanzas. Recibió también el Premio de la Ciudad de Holguín 2010 con el cuaderno “A la intemperie”. Ediciones La Luz publicó en el 2010 el cuaderno Música de fondo. Está incluido en las antologías Puente del tiempo (Ediciones Holguín 2008); El sol eterno, (Ediciones La Luz, 2009); Cantar del mal de amores (Editorial Sed de Belleza 2010) y Ciudades bajo un mismo cielo, antología de poetas vascos y holguineros (Ediciones La Luz, 2010). Primera Mención en La Gaceta de Cuba, 2010. Ha publicado en las revistas: Vigía, Diéresis, Cauce y La Gaceta de Cuba. Reside y crea en Holguín.
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5 comentarios:

  1. Saludo que aparezcan poemas de Yunier en este blog. Fui el editor de su primer poemario, allá en Holguín, y me alegra saber que ha continuado escribiendo y que su voz va consolidándose. Es joven y sé que tiene avidez por escribir poesía y darse a conocer. Un abrazo para él desde Texas, si llegara a leer estos comentarios.

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    1. Me alegra volver a leer tus palabras Maykel. Recuerdos las jornadas de esa edición. Te recuerdo siempre junto a Luis Felipe Rojas. Saludos, Yanier

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  2. Magnífica la cantera de los nuevos poetas de Holguín: orgulloso de mi tierra saludo a Yinier y gracias por darlo a conocer, amigo Chago.
    Alberto Lauro

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  3. Se dan a conocer por su obra,querido Albertico; oye, parece que de Holguín viene una tanda a tener en cuenta. Un abrazo,gracias por llegar.

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