lunes, 31 de enero de 2011

Yunier H. Palao: poemas

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Tres poemas (inéditos) de Yunier H. Palao
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Sostenimiento.

Estabilidad.

Adormecer paisajes, adormecer, me dice Luís.

Nos agarramos al tubo que está por encima de nuestras cabezas.

El ómnibus va atiborrado,

nos mueve bruscamente chocando con los desconocidos.

El ómnibus dobla por una calle,

se estrecha la vía,

en él hay mucha gente –de todos tipos--.

Al ómnibus le cuesta trabajo avanzar,

como si se abriera camino por una sustancia densa,

el ambiente parece miel,

pegajoso,

compacto.

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Sostenimiento,

visiones ebrias,

imágenes desechables que se beben en las más quietas horas

cuando un individuo se traslada de un extremo a otro de la ciudad.

Cuando un individuo se va por el hueco tenebroso de una flor.

Estoy solo;

a mí alrededor tengo conocidos.

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Conocidos,

que vocablo más distante,

yo busco compañía y sólo veo aparecer sonrisas

gente que al pasar alza un brazo en señal de adiós.

¿Qué son los amigos, qué han sido?

Los pocos despiertan en mí la invalidez,

ellos hacen que yo vomite los más terribles vocablos.

Sus conversaciones exprimen en mí los tumores.

Y yo que nunca tuve el valor de hablar con ella,

yo que siempre me alejé.

Y ahora identifico su voz,

la voz quejosa de mi madre

en la voz de mis amigos.

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Sostenimiento.

Estoy en la parte alta del ómnibus,

miro la aglomeración de cabezas,

su indiferencia ante el mundo.

Un niño va de la mano de su madre,

trae una flor.

El niño se siente asfixiado,

los cuerpos que lo rodean lo duplican en estatura.

El niño ve en lo alto el tubo que espera algún día alcanzar.

Voy de regreso o llego.

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Nada ha sucedido,

a no ser la sensación de muerte que me rodea,

nada ha cambiado,

nada debió de cambiar.

Solo que trato de engañarme.

El olor de las letrinas me da la bienvenida,

aquí la gente anda con pulóveres con rostros de cantantes en sus pechos,

esa es la felicidad para ellos.

Tampoco esperan nada, existen porque están vivos.

Al fondo las colinas en manchas superpuestas

como en un cuadro impresionista,

esta es una ciudad que sus calles terminan en las montañas.

Como llegar,

alcanzar,

como contener la fuerza de los dedos de mi madre

al exprimir la ropa tantas veces lavada,

aún cuando ya ella no esté

quiero sentir la presión de sus dedos.

Después de muchos años

ahora entiendo mi búsqueda,

palabras que pronuncio en silencio,

frases que trazo en las vitrinas de las calles.

No más poemas de contemplación,

quiero por fin llegar.

El agua de vasia da vueltas,

es una agua viva que elimina lo muerto,

la vida ya vivida,

el sudor de los días vencidos.

Es el tiempo en que las mujeres arrancan las plantas de las macetas

y las cambian por arbustos plásticos,

es el tiempo de lo artificial,

lo sintético,

lo hermoso para siempre.

Veo las flores secas

que hace una semana eran flores de regalo,

ahora basura,

muestra de algún festejo.

Esa es la quebradura de la existencia,

basura,

muestra de la paciencia que es andar.

Vivir debe ser más hondo

que ir dejando señales.

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Estaba sentado alrededor de la mesa transparente

con uno de mis amigos.

Nuestros cuerpos se apoyaban a la superficie lisa

de la materia pulida que permite ver nuestras piernas.

Tenía las manos entrelazadas,

me acariciaba los dedos,

sentí miedo,

estaba nervioso.

Era ella,

de nuevo,

mi madre me hablaba a través de los amigos.

Las paredes se desmoronan,

como si fuera agua de mar,

como olas ¡Son olas!

El terreno se vuelve cenagoso,

al frente estaba la luna echándose en un mar oscuro que rugía.

La luna se refleja en la materia pulida de la mesa.

Escuchaba a mi amigo,

sigue hablando.

No sé donde estoy,

tengo el mar por los tobillos, es un mar doloroso,

en el agua hay hojas y algunas algas plateadas

que flotaban por los alrededores. Estoy volviéndome loco,

lo sé,

veo lo que está en mi mente.

No quiero seguir,

si pudiera abandonar el recuerdo o la escritura.

Algo en el viento me reclama.

Los esteros ocupan el alejado silencio de los pájaros

que vi hace años alimentarse en el aire

metiendo sus picos en el mar para atrapar peces.

Sigo identificando la voz de mi madre en la voz de mi amigo.

Miro las tazas manchadas de café,

la forma que toma la bebida al desplazarse por la porcelana.

Paso mis dedos por el borde circular de la taza,

veo la hendidura,

el abismo por donde me voy.

La mesa está rodeada de un mar en calma,

podrido.

Había niebla en la costa,

en esa franja cenagosa estaban unos cuerpos deambulando sin rumbo.

Creo reconocerme entre ellos.

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Eran jóvenes, empecé a reconocerlos,

eran ellos los hermanos de mi madre,

y más rezagada, al fondo, cerca de los mangles,

ella recogiendo conchas y trozos de caracoles que persistían en la superficie

a pesar de lo cenagoso del terreno.

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Persistir.

Eso, persistir,

sé el riesgo que corro.

Pero ya no puedo ser de otra forma,

voy hacia allí,

al justo lugar donde en el futuro me caeré,

junto a las piedras duras y filosas de la tarde.

Mis rodillas sangraban,

alcé la cabeza y miré hacia adelante

con aspiración de verla,

miré con mis ojos caídos, segados de tanto sol

y sólo llegué a divisar la luz

que se abría paso entre las nubes

y caía en el mar en forma de cono.

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Otras colaboraciones de YHPalao en Efory Atocha, Aquí.

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1 comentario:

  1. Conozco al poeta holguinero Yunier H Palao y es además de una excelente persona un buen poeta con una manera de testimoniar su realidad muy particular. He disfrutado de su poesía. Él y Sergio García Zamora, un poeta del borroso pueblito de Esperanza junto a un espirituano radicado en Ciego de Ávila; Liuvan Herrera, están entre las voces más sólidas de esa última promoción de poetas cubanos. Lastimosamente no son los más promovidos, como sucede casi siempre, pero sí, a mi criterio, los más interesantes. Un abrazo, aristides vega.

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