Tres Poemas del libro inédito, "Sils María", de Rogelio Saunders.
(Berlín) infuturos
----
Las grandes ruedas se detuvieron
pero el odio continúa.
En el poema más perfecto
es falsa una línea.
Berlín: ciudad abierta.
En la oscura madeja avanzan
lentos-rápidos trenes.
No somos (nunca seremos)
como ellos.
La rubia de labios morados
saluda desvergonzada al general
disfrazado de cameraman.
En el arco invisible donde hubo la mano
aún vendrán los ataúdes.
Los borrachos con grandes vasos de cerveza
en equilibrio sobre el amasijo de cerámica.
Ellos no son (nunca serán)
como nosotros.
Salvo
que no hay ningún ello
o un nosotros.
Sólo el no-ello
y el no-nosotros.
Los rieles con las cabezas cortadas
y los edificios de hielo.
En la niebla negra de los campos
grandes ratas retozan
con un hilo de sol en los dientes
afilados
allende el rosáceo levitón
que restalla en la cuenca de lija del ojo.
El ayer es ese humo
que despiden los canalizos.
Los patios ensobrasados de historia
donde lo histórico
es la desaparición.
Íbamos por estas calles cenizosas
como fantasmas pisoteados
por lo imposible.
Las antenas ahora se levantan como uñas
en la carne sin forma de los edificios.
El cielo es el gran vacío-ojo de hebras rojas
que de golpe puede
tragarlo todo.
Continúa el comic,
las figuras a punto de cruzar una avenida
y las grandes vigas balanceándose
perpetuamente entre el azul
horriblemente falso de los cristales.
Continúa la gran risa
como una gran rueda
que nada puede detener.
Los gigantescos obreros que Marx edulcoró
son la materia prima del fascismo.
El gran cielo de Berlín
es como la boca insaciada
del futuro.
Los pequeños hombres mueven sus antenas
de hormigas
contra el fondo aguachiento
de la ausencia del mar.
Es pues imposible volver
y todo espera
como en ninguna otra parte
el golpe promisorio de la ruina.
El viento arrastra los rostros como hojas.
El carnaval en blanco y negro
no cesa
y puede oírse el galope de caballos
a través de las mudas puertas
no destinadas a cerrarse.
El gran viento perpetuo
arranca los calendarios de la pared.
El viento-tiempo es un continuo
de dos dimensiones
idéntico al paso amarillo
de un tranvía.
Ese que saluda allí
colgado en 1930
no ha muerto todavía.
Me mira y sé
que me conoce, apretujados
ambos,
ojo con ojo
en este andén de 1880.
Es imposible volver
pues no hay historia
a la que volver.
Ella es (falla o clinamen)
irremisible.
El discurso es el sobrante
que baja por los canalizos.
Los ojos y manos
también
vencidos
por el golpe de insomnio
de la ruina
y por el cielo
que no tiene fin.
Es ese fin sin fin
hacia el que todo
fuga
lo que mantiene
la risa perpetua
y el incesante martilleo,
los habladores parapetos
del carnaval,
el arlequín de ceño despejado
con la cabeza partida en dos
como una marioneta
del kabuki.
Sabido es así que subir al tren
no significa dirigirse
a ninguna parte.
Bajo el cielo no redondo
no hay partes.
Sólo la anárquica partición
del mediodía,
la catastrófica desmesura
de lo histórico.
Aquí, donde todo es medida,
reina la alucinación perpetua
del homo.
La historia coincide
con el gran vacío
del cielo
que se repite en el embudo dejado
por cada edificio.
Todo fuga, continuo.
Todo se descamina sin regreso.
La falla o corte
no destruyó nada
sino que lo mostró todo,
ni falso
ni verdadero.
Abierto a lo abierto, fugacidad continua
de lo sólido.
Los ojos golpeados por la luz
son como los cuerpos grandes ruedas.
El cielo rueda y fuga.
Los campos ruedan y fugan.
Los pasajeros apresurados
ruedan y fugan
centrifugados
por la velocidad,
alzados y diseminados
por los infuturos.
La sombra de la gran máquina
desciende con los desesperados
despojada de sí misma
a donde todo es despojo.
Todo continúa
enlistado por la falla
ni cerrada ni abierta.
Lo fabuloso es esta
prostituta que espera
en pleno día
ni cerrada ni abierta.
Oh homo, grita el humo
tan lejano del homo.
El cielo abierto grita
y no hay tragedia,
no hay historia ni rostro.
Sólo la pequeña música que susurran
las ruedas dentadas.
El cuchicheo-mordisqueo
al fondo de los teatros.
Los vastos paisajes
desmenuzados por el viento.
El golpe de semen de la gota
contra la ventana.
Los rieles, los rieles, los rieles.
-----------***
Fábula de ínsulas no escritas
Los hombres (esos peces voraces)
se aniquilan como sombras en una pared.
La mañana es de hierro
y el sol es de alumbre.
Leo muchos libros a la vez.
Mi cabeza rueda silenciosa entre sus páginas.
Soy un cartero que costea las aguas
provisto de una bolsa llena de papeles de colores
en blanco.
En la franja ultravioleta donde la mano de plata
oscila como una señal de crucero
las mudas islas cabecean, soñadoras, entre las cabrillas.
Pero nada está lejos.
Los días rielan en el agua como cisnes
antes de que yo nazca.
Y el cañamazo exultante adoba con lentitud
la asombrosa cabeza digna de piedad,
el lento cuerpo de niño
trotando sobre las vías del ferrocarril.
El viejo sigue el camino descolorido llevando
a la espalda la sucia mochila de estudiante
que alguien olvidó en un bajo de la cañada
y que ahora lo acompaña siempre
mientras sigue su camino sin fin
preguntando de cuando en cuando
a qué hora llega ese tren
que no tomará
con una sonrisa contagiosa
como un contumaz fantasma de estación
lleno de color y olvido
en su camino sin fin.
Nadie preguntó. Nadie
volvió la cabeza en el duro aire
hecho de pedregullo,
de incisiva yesca a la que la humedad
impide incendiarse.
El silencio se ha hecho más poderoso que el ansia.
La hosca mueca del guardabosque
ha subdividido con una barra vertical
el canto del cuclillo.
La arribazón de gérmenes
es detenida por el denso parapeto de los alisos
y por la recta columna vertebral de la adolescente
que cruza eternamente
el paso de peatones.
Las torres se alzan contra el sol
como un discurso orgulloso y tranquilo
y así también la máscara del sapiens
conservado en el ámbar del oro,
enjalbegado por el error profundo de sus sueños.
En el palmoteo de violentos
e inexistentes animales salvajes
borrados por el ruido soberbio de las máquinas,
por el tableteo sonriente de los telares,
se oye la caída multitudinaria de las hojas,
la densa precipitación de los papeles
y el humo que asciende al final de la catarata.
Sobrevive, oblicuo, el ojo del zorro,
irónico vagabundo que cruza de noche
los limpios campos verdes
con descuido ya ajeno al hombre,
más humano que él mismo.
Los esferoides erizos aparecen en los canales de latón
allende los hilos de la virgen
dejados por las arañas
como una señal inequívoca de que volverán
tras de su obligado exilio
en tierras de nadie.
Pues es precisamente el vasto espacio del “nunca jamás”
sin crecimiento y sin nombre
lo que encontraron al emerger exhaustas
por sobre el límite de la tierra conocida.
Los enormes y hermosos castillos,
las canterías portentosas, los lagos de cobre
eso eran.
Ah —dijeron— qué cosa
es la cabeza. Y, como todos
alguna vez: «Regresamos».
Arañas con cabezas de hombres.
Hombres con cabezas de arañas.
Arañas, arañas, arañas.
El flautista sin oficio pone su cesta
a un lado, mientras el viento, implacable, descorteza.
Las aguas refluyen con perplejidad
en el borde de los bancos de arena.
El sol es de hierro, y la mañana es de alumbre.
Nadie sabe quién (o cómo) pudo escribir ese texto
encontrado en la pared interior
de un panal de abejas.
Los viejos escalones cubiertos por el musgo
conducen, en revuelto laberinto,
hacia una desnuda explanada
donde no parece haber estado jamás
el hombre.
Como si fuera el mismo banco tosco quien dijera:
«Excluidos están, por sus sueños,
de habitar la tierra prometida».
Suena el grito insonoro de los leones vacíos
atados a las encrespadas oraciones de piedra
que petrificaron a los artesanos.
Sé que volveré a respirar la densa agua de los arquetipos
con la cabeza-cuerpo de los congrios de las montañas
a quienes rodea un ejército de campesinos.
Las campanadas en rápida sucesión
golpean sobre la madera, rajándola.
Es el mismo y viejo mar
entrelucificado por el sueño de sus islas.
Las instantáneas raíces
vencen con su baile de sal el hierro forjado.
La sangre refluye como el mar
y cobran nueva vida las sombras.
Los tigres secretos no pueden terminar
lo que aún no han podido entrever
las más diminutas raicillas
ni ha recibido el visto bueno
del ojo del lagarto.
La interminable hora
durará todavía.
Tú, ojo, que lo puedes todo
no puedes nada.
Río abajo oh mundo
pelota de cáñamo.
Barcaza o
blanco ferry empenachado
que navega solo, llevando
río arriba
los estupefactos cadáveres
y su revuelo de hojas
en el mediodía azul profundo.
En esto, viendo que regresan ya,
como siempre,
las bandadas salvajes,
el rey de porcelana ordena
que se abran las puertas del castillo.
El caramillo que no cesa
cesa por instante.
Pero no hay silencio posible
donde todo es silencio.
Brillo, aire, cuerda.
La cabeza se eleva
por entre los barrotes
para besar a la cabeza que se eleva
por entre los barrotes.
La cabeza (inextensa) barrunta
que se deselló el sello de la pared
sin que nadie lo notara.
Nadie recordará esos siglos —dijo
inclinada la boca sobre
el opaco espejo de granito.
Y sopló.
------------***
Las campanadas de l’Horloge
---
Entre todo lo que leemos
sólo subsiste un «oh».
Así también en Conrad.
He mirado a través de cientos
de ventanas
y no he visto.
Ciego, palpo como una hormiga.
Alcanzado el mayor refinamiento
la fuerza última es sólo debilidad.
Hemos sido derrotados por el saber.
El ojo comediante hace un guiño
entre la tinta y el surplus
llamado horizonte.
La repetición de la realidad
hace avanzar la frente sobre la cabeza.
Sólo una forma de concentración
cuando se sabe lo que es.
El otro de toda lengua: adiós.
Al que ya era fragmento
nada se podía agregar,
sino sólo quitar
con picoteo neutro.
El rechazo,
la negación creadora
que disemina los cuerpos
en un vasto fiordo frío.
Ojo-témpano sin idioma.
Vítreo esplendeo sin forma.
El inextenso deleo,
calvo resilencio de furiosa
inactividad.
Sacar la cabeza en la cabeza
como una ventana hinchada
en la ventana.
La habitación azul con toscas hilanderas
disfrazadas de hijas de príncipe,
con sordos regazos espesados
por la inacción. Sordas cabezas reclinadas
en el denteo de luz,
allende el mar de limo
donde flota el cadáver reducido-
reductor. Cadáver de niño, de
inmagnus empotrado en el vitral,
intocado, sin solicitud.
Sol de hielo que ríe
en el rosetón quebrado de l’Horloge,
arrancando hojas y rostros
de la pared,
harto de todo lo imposible
y enterrado anónimo en el humus,
gran boca azul de obseso
bañando los pies cosidos
al pavimento de otoño,
dominado por el sueño verdinegro
del arlequín.
Imposible sacar la cabeza
de la cabeza.
Porque los pies que nacen en los pies
no pertenecen a la lengua.
Ni a la locura, Conrad.
La hoja y la visión,
imposibles de diferenciar.
La luz de abajo del abismo arriba.
Cien paredes sin circularidad
rondando la esquina del periódico.
Nada está dicho
en lo dicho.
Cortada la oreja, cuelga el oído
entre el muro y el muro.
Sin cesación
y sin continuidad.
Los colores y los campos,
meras instancias de olvido,
allí decrecen o medran,
en el ciego laqueado de la pupila
recorrida por la uña.
Retirado en lo vivo
el ojo sin nombre, ojo vaciado
del ojo, rueda y ralla
entre la gota y la boca.
Los cabellos
ignorantes
avanzan con salvajismo
en la luz. ¡Oh luz!
Los paisajes corren al ritmo de los pies
y de las cabezas
como torsos que no terminasen
de ponerse un abrigo.
Un hormigueo recorre la madera,
el omnipresente hierro.
Los trenes pasan por la frente
con inmóvil aullido
y caen como soldaditos
los promisorios polybalbos
rechazados ellos también por lo imposible,
en el relato sin salida
lleno de ángulos, de toscas
ráfagas en el sueño de la niña,
sola en su sueño de la escalera,
sola como el que baja sin fin
escalón tras escalón,
paisaje tras paisaje.
No hay pausa ni lengua.
No hay reposo,
no hay signo.
Oh ojo —dice. Pero el ojo
tampoco devuelve.
Comenzamos por este
no saber nada. O:
los grumos en las comisuras
de la boca, como un barco de vela
siempre por decir.
El —nuevamente— ¡gulp!
sin caída.
Desapareció la mano
y así
no pudo terminar.
No —dijo. Cuando la oreja avanzaba.
«Oh»Rogelio Saunders
La Habana, 13 de enero de 1963. Poeta, cuentista, novelista y ensayista. Ha publicado cuentos y poemas en diversas antologías. En 1996 se publicó en La Habana su libro de poemas Polyhimnia, y en 1999, la plaquette de poesía “Observaciones”. La editorial Aldus publicó en septiembre de 2001 su libro de cuentos El mediodía del bufón. Otro libro suyo, La cinta sin fin, apareció en abril de 2002 en la Colección Calembé (Cádiz, Andalucía). La editorial suiza teamart ha publicado en 2006 una antología de sus poemas con el título Fábula de ínsulas no escritas, en edición bilingüe. Obras inéditas: “El escritor y la mujerzuela” (novela) “Nouvel Observatoire” (novela) “Discanto” (libro de poemas) “Observaciones” (libro de poemas) “Sils Maria” (libro de poemas) “Una muerte saludable” (9 cuentos y un relato) “Crónica del decimotercero” (relato). Vive en Barcelona. Corrdina su blog:
No hay comentarios:
Publicar un comentario