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Tres poemas (inéditos) de Andrés Mir
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niveles de autoexégesis
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todos los niños que perecieron en mis guerras internas
respondían a mi propio nombre. algunos, los más traviesos,
escalaban al concepto de la ausencia, demiurgos solitarios
en la timidez y la torpeza (pecados menos graves en cuanto a hermandad se refiera
que la estrechez de sinceridad.) pobres mis niños muertos
cuyos epitafios tallo en hueso, cuyas tumbas devoro haciéndome el sutil, el esperanzado.
ellos no tenían la culpa, yo tampoco. nadie era el responsable
de las ejecuciones masivas que a la fe ponían coto.
los nobles días
huían tijereteados por las manecillas del reloj. la mar
nos alejaba del sol quebrado en la imposible quietud.
bajábamos todos a la costa, borrachos, de madrugada,
hacíamos duelos de arena, todo el aire posado
sobre el torturante puente del diafragma.
benditos los matorrales que olían a impaciencia. maldita la impaciencia
de tanto prohibirnos el hecho de la estancia.
las manos, húmedas y vivas las manos. cuán rápido pasaron.
es así que la sombra gira. de nuevo es medianoche,
soy el poeta del silencio, el incurable impaciente que no aprende de una vez por todas
que la hierba adquiere propiedades de navaja tras la lluvia,
que las píldoras para el asma activan la micción,
que al quedarme solo únicamente la continuidad acompaña.
es demasiado el tiempo (oh grave concepto) extraviado.
de los niños
queda uno, sobrio y apartado.
yo.-
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antropologético
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de mi propio cadáver me alimento y por las partes blandas
rompo la carne tumefacta, dócil, desgarrando
intemporáneos gerundios de mi arcaica hechura.
no es autofagia, qué va, por las pacientes cuencas
ahora penetro a las oscuras vísceras y camino -es decir-
vías contrarias (de afuera hacia adentro, como si fueran aguas
adueñarse del navío naufragante) en tránsito irredento
hacia mi otro nacimiento de esta muerte.
saltan la mano y su vendimia hacia el futuro vino,
cambia el sol la máscara de fechas, caen las hojas
de calendarios y frutales, hablo de éxodos y en la distancia
el peso
hunde la carcasa crujiente del tórax imposible
de un imposible ser humano en imposible país e imposible tiempo.
el abuso
tiene oportunidad en el brocal de lo oportuno. lo común
es recluirse en la muerte de su altura. da capo.
en fin, o en comienzo -qué más da- la moraleja
fue disfrazada por Hegel de dialéctica, el buitre -no buho ya- de Minerva
sale a volar en el crepúsculo de esta historia.-
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recinto del tórax
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Sudan sobre la tierra los vapores demoníacos del ajenjo,
álguien le puso punto y aparte a todos los testimonios,
el viento marcial se incrusta, pegajoso, en los craterados ojos
de las paredes. Quiero respirar, al menos un sorbo matutino
que humedezca mis labios con su olor a hierba segada
despidiendo una tormenta. Quiero
no pedir más permiso para la vida, si ya no soy deudor,
se derriten las persianas de acuarela
como si al reloj, al único gran reloj del universo,
le hubiese saltado la cuerda de pronto. Los que vivieron antes
tuvieron derecho a toda la hierba que supieron recoger,
la mia no me la paga nadie, su laberinto
ya no me atrapa el sol con las raices nobles.
la han segado toda, llevado la lluvia y los minerales,
me robaron el paisaje de la sonrisa
con tanto deseo
en la frontera del pecho.-
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AMir en Efory Atocha, Aquí
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