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Tres poemas inéditos de Gabriel Zanetti
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Amanecer en la plaza
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para Pedro Núñez
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Vaciar la última botella, caminar kilómetros sin avanzar
hasta llegar a la misma esquina, una casa
oscura por territorio, del otro lado la luz
acá la cordillera una puerta demasiado tiempo entreabierta
apenas se cuela un rayo cansado de viajar, aparece tarde
el sol para tapar los ojos con las manos, se calientan
los cerebros en la parada, la cerveza en la banca, las máquinas
moviendo sus piezas donde no caben, tornillos que no calzan
los ojos cerrándose en los asientos, se confunden
el humo volviéndose cielo con los pájaros condenados a volar
los insectos que mueren cantando la misma canción, como nosotros
no se aburren, los aspersores mojando el pasto, haciendo barro
nuestros pasos por los charcos cuando volvemos sin poder regresar.
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Vuelvo y no están
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La soledad que buscaba en la calle
se hace insoportable en casa.
En youtube una canción infantil con su última imagen
las cartas de la baraja roja están mordidas y mojadas
repartidas por el piso.
Suena el portón de entrada
no se escucha el coche bajar los escalones
ni tus botas golpear la cerámica.
Nunca dejan una nota
temo no volver a verlas sin que hayan dejado una.
Espero sólo hayas ido
a dar una vuelta a la manzana para hacerla dormir.
Se te olvidan las cosas
no fuiste al Quintanar como te pedí
a devolver el vaso de whiskey
que llegó conmigo anoche.
Está en tu escritorio
como mi retrato sin ustedes.
Composición de ropa tendida para Claudia
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En la terraza del frente se estira un pentagrama
varias corridas de cuerdas azules, verdes
y blancas, no son perfectas sólo son
mejores que las nuestras; forros de cojines
de un sofá blanco –jamás podríamos
tener uno- las blancas, las negras los calzones negros
de quién suele asomarse por las mañanas.
Quisiera ponerle un nombre, la llamaré Claudia.
Ayer nos miramos, estaba en pijama con un vaso de leche
yo bebía vestido de la llave de agua, había dormido así
una paloma comía para disimular migas invisibles en su ventana
movía la cabeza hacia los lados, como a nosotros
una extraña fuerza la seducía a mirar el precipicio.
Antes de cerrar la persiana sonrió, toda edad
tiene su encanto, su miseria, supongo
le hacían gracia los calcetines guachos
las camisas manchadas secándose con el aire frío.
No debe haber visto las prendas que dibujan un cuerpo desbaratado
en el patio donde unos niños siguen jugando a esconderse
ahora del invierno, de su presencia.
GZanetti en Efory Atocha, Aquí
Imagen tomada de la Web
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